Bajo el título «epílogo
del traductor de la edición inglesa» de la edición de La desaparición de Adèle Bedeau (2021) su autor Graeme Macrae
Burnett relata, a modo de apéndice, una pura invención que involucra al
cineasta Claude Chabrol en la realización de una adaptación de la novela
homónima fechada en 1989. Semejante producción hubiese podido encajar en la
filmografía de Chabrol, quien solía escoger las localizaciones de sus películas
—cuenta la «leyenda»— en
función de su devoción por la rica gastronomía
del país vecino. A buen seguro, Chabrol no hubiese «renegado»
de los placeres culinarios que pudieran ofrecer los restaurantes sitos en Saint
Louis, la localidad que sirve de epicentro de la novela La desaparición de Adèle Brunet. Desde allí se puede desplazar en
automóvil hasta la ciudad de Estrasburgo por una autopista que cubre una
distancia de unos ciento treinta y dos kilómetros. En un día de tránsito normal,
en hora y media nos podemos plantar en Estrasburgo si partimos desde Saint
Louis. De madrugada, la distancia se puede recorrer en menos tiempo, pero
siempre existen contratiempos sobre el asfalto —más si
el firme se encuentra mojado— que pueden precipitar a la desgracia
como lo acontecido con el empresario local Bertrand Barthelme en El accidente en la A55 (2023) cuyo
subtítulo «Un
caso para el inspector Gorski»
lo conecta de facto, a nivel autoral, con La desaparición de Adèle Brunet. El
inspector Gorski acude al lugar del accidente teniendo presente en su mente un
consejo que le había dado —fruto de su larvada experiencia en el Cuerpo de policía—
su predecesor en el cargo, Jules Ribéry: «Los
casos se resuelven con esto, no con esto», aludiendo
en primera instancia al estómago y, en segundo término, a la cabeza. Una
sentencia expresada por el inspector Ribéry que hubiese podido hacer suya
Chabrol, pero aplicada al medio cinematográfico.
La premisa que plantea El
accidente en la A35 podría tener igualmente asiento en el cine del ex
crítico y escritor cinematográfico Chabrol —entre
otros libros, autor de una monografía sobre Alfred Hitchcock abordada en los
años sesenta—, pero su lectura ha coincidido en el
tiempo con el visionado de La cosas de
Richard (1980), en la que Frederic Raphael adapta su propia novela. Se
trata de una producción británica pero «condimentada»
con un «aliño» a la francaise, en que un accidente
automovilístico —en una carretera que cruza la ciudad de
Ipswich— desencadena una serie de situaciones que
convocan a generar dudas sobre los actos previos de la víctima. En el caso de Richard’s Things el implicado en el
siniestro requiere de hospitalización, pero no pierde la vida a las primeras de
cambio. En El accidente en la A35 la
muerte de Bertrand Barthelme se produce de manera fulminante, sin posibilidad
de reanimación. Ya desde sus primeras páginas, la novela se sostiene a nivel
narrativo con la mirada puesta en las enseñanzas de Patricia Highsmith, toda
una especialista en la crónica negra, una de cuyas novelas —El grito de la lechuza—
adaptó Claude Chabrol a finales de los años setenta. El recuerdo de Highsmith
planea de contínuo en El accidente en la
A35, al trenzar en la historia un
juego puramente detectivesco —en la que no falta una figura impositva
del género, la de las pistas falsas— con unas reflexiones de cariz moral, en
que el lector acaba tomando consciencia que lo maniqueo no encuentra asidero en
el desarrollo de la misma. No hay blanco y negro. Será en una zona habitada de
tonalidades grises donde descubramos la verdad de los comportamientos de unos y
otros, en que la precisa pluma de Graeme Macrae Burnet emerge como uno de los
más dinos herederos de la legendaria escritora texana. Si Saint Louis es una
ciudad situada en la divisoria entre Francia y Suiza, por lo que se desprende
de sus cuatro novelas publicadas hasta la fecha de Graeme MacRae Burnet —todas
ellas publicada en lengua española por el sello Impedimenta—,
su fértil obra hace «frontera» con
Highsmith, empadronada en el país helvético y, por consiguiente, bastante «próxima»
a una ciudad en la que el inspector Gorski hace las veces de sheriff local enfrentado a los poderes «ocultos»
de Saint Louis, de los que participaba activamente el finado Bertrand
Barthelme, a la sazón padre de Raymond, un adolescente con veleidades de detective mientras lleva a cabo su particular despertar sexual.