miércoles, 14 de febrero de 2024

«EL ACCIDENTE EN LA A35» de GRAEME MacRAE BURNETT: BAJO LA SOMBRA ALARGADA DE PATRICIA HIGHSMITH

 

Bajo el título «epílogo del traductor de la edición inglesa» de la edición de La desaparición de Adèle Bedeau (2021) su autor Graeme Macrae Burnett relata, a modo de apéndice, una pura invención que involucra al cineasta Claude Chabrol en la realización de una adaptación de la novela homónima fechada en 1989. Semejante producción hubiese podido encajar en la filmografía de Chabrol, quien solía escoger las localizaciones de sus películas cuenta la «leyenda»— en función de su devoción por la rica gastronomía del país vecino. A buen seguro, Chabrol no hubiese «renegado» de los placeres culinarios que pudieran ofrecer los restaurantes sitos en Saint Louis, la localidad que sirve de epicentro de la novela La desaparición de Adèle Brunet. Desde allí se puede desplazar en automóvil hasta la ciudad de Estrasburgo por una autopista que cubre una distancia de unos ciento treinta y dos kilómetros. En un día de tránsito normal, en hora y media nos podemos plantar en Estrasburgo si partimos desde Saint Louis. De madrugada, la distancia se puede recorrer en menos tiempo, pero siempre existen contratiempos sobre el asfalto más si el firme se encuentra mojado que pueden precipitar a la desgracia como lo acontecido con el empresario local Bertrand Barthelme en El accidente en la A55 (2023) cuyo subtítulo «Un caso para el inspector Gorski» lo conecta de facto, a nivel autoral, con La desaparición de Adèle Brunet. El inspector Gorski acude al lugar del accidente teniendo presente en su mente un consejo que le había dado fruto de su larvada experiencia en el Cuerpo de policía su predecesor en el cargo, Jules Ribéry: «Los casos se resuelven con esto, no con esto», aludiendo en primera instancia al estómago y, en segundo término, a la cabeza. Una sentencia expresada por el inspector Ribéry que hubiese podido hacer suya Chabrol, pero aplicada al medio cinematográfico.

    La premisa que plantea El accidente en la A35 podría tener igualmente asiento en el cine del ex crítico y escritor cinematográfico Chabrol entre otros libros, autor de una monografía sobre Alfred Hitchcock abordada en los años sesenta, pero su lectura ha coincidido en el tiempo con el visionado de La cosas de Richard (1980), en la que Frederic Raphael adapta su propia novela. Se trata de una producción británica pero «condimentada» con un «aliño» a la francaise, en que un accidente automovilístico en una carretera que cruza la ciudad de Ipswich desencadena una serie de situaciones que convocan a generar dudas sobre los actos previos de la víctima. En el caso de Richard’s Things el implicado en el siniestro requiere de hospitalización, pero no pierde la vida a las primeras de cambio. En El accidente en la A35 la muerte de Bertrand Barthelme se produce de manera fulminante, sin posibilidad de reanimación. Ya desde sus primeras páginas, la novela se sostiene a nivel narrativo con la mirada puesta en las enseñanzas de Patricia Highsmith, toda una especialista en la crónica negra, una de cuyas novelas El grito de la lechuza adaptó Claude Chabrol a finales de los años setenta. El recuerdo de Highsmith planea de contínuo en El accidente en la A35, al trenzar en la historia un juego puramente detectivesco en la que no falta una figura impositva del género, la de las pistas falsas con unas reflexiones de cariz moral, en que el lector acaba tomando consciencia que lo maniqueo no encuentra asidero en el desarrollo de la misma. No hay blanco y negro. Será en una zona habitada de tonalidades grises donde descubramos la verdad de los comportamientos de unos y otros, en que la precisa pluma de Graeme Macrae Burnet emerge como uno de los más dinos herederos de la legendaria escritora texana. Si Saint Louis es una ciudad situada en la divisoria entre Francia y Suiza, por lo que se desprende de sus cuatro novelas publicadas hasta la fecha de Graeme MacRae Burnet todas ellas publicada en lengua española por el sello Impedimenta, su fértil obra hace «frontera» con Highsmith, empadronada en el país helvético y, por consiguiente, bastante «próxima» a una ciudad en la que el inspector Gorski hace las veces de sheriff local enfrentado a los poderes «ocultos» de Saint Louis, de los que participaba activamente el finado Bertrand Barthelme, a la sazón padre de Raymond, un adolescente con veleidades de detective mientras lleva a cabo su particular despertar sexual.                  


jueves, 18 de enero de 2024

«¡MIRA LOS ARLEQUINES!» (1974) de VLADIMIR NABOKOV: EL CANTO DE CISNE DE UN «MAGO» DE LAS PALABRAS

Descontado el libro El original de Laura publicado a título póstumo en nuestro país por el sello Anagrama en 2010, cuya edición no hubiese merecido la aprobación de su autor al tratarse de una pieza aún «en fase de construcción», ¡Mira los arlequines! (1974) pasa por ser considera la última de las novelas escritas por Vladimir Nabokov (1899-1977) en el ocaso de una existencia gobernada por su dedicación a la escritura desde distintos ángulos, incluido el de la docencia. En ese ejercicio (casi) natural al que se suelen plegar artistas de distintas índole cuando toman conciencia que el fin de sus días se revela cercano máxime en alguien que padeció dolor crónico durante algunas etapas de su azarosa vida, Nabokov prorrogaría, en cierto sentido, su segundo libro autobiográfico Habla memoria (1967)pero desde una perspectiva que abona el terreno a confundir al lector al hacer acopio de imaginación dentro de una narración en la que parece interpelarse a sí mismo en una suerte de ejercicio biográfico (en parte) ficcionado. ¡Mira los arlequines! representa un festín para todos aquellos adscritos a la narrativa de Nabokov, arbolada de referencias cultas, expresiones en francés (con su correspondiente traducción en el haber del profesor Enrique Pezzoni, en lo que podríamos colegir una tarea suplementaria) y en su lengua materna el ruso, todas ellas al servicio de una narración que orilla la importancia de una trama sólida y/o consistente. Inequívocamente, esta forma de operar forma parte del estilo de Nabokov, cuya fama y notoriedad se incrementarían de manera exponencial con la (controvertida) publicación de Lolita (1955) y su posterior adaptación al celuloide con guion propioservida por el talento de Stanley Kubrick. Entre los pliegues de ¡Mira los arlequines! tienen cabida referencias más o menos veladas a una de los Opus magna del escritor de ascendencia rusa, como la que localizamos a la altura de cubrir las primeras cincuenta páginas del volumen que nos ocupa —«Tal derivación nunca se me había ocurrido en mis constantes pensamientos acerca de Iris, pero en ese instante se me reveló como un hechizo, como la transformación de una ninfa en prostituta»— o una vez superado con holgura el umbral del ecuador de la narración —«Tuve suficiente presencia de ánimo para escribir la dirección más absurda que se me ocurrió: Dumbert, Dumbert, Dumberton»—, el correspondiente a la tercera parte, la más breve de las que consta el canto del cisne (literario) de Nabokov. Esta última alusión mostrada bajo una luz un tanto difusa sirve de ejemplo de la afición de Nabokov por los juegos de palabras —«dumb» en inglés equivale a «tonto, estúpido»—, algo consustancial a un estilo que no encontraría parangón entre sus coetáneos, pero tampoco entre posteriores generacionaes de escritores que, como Martin Amis, alaban su magisterio literario, en su caso, reflejado en la contraportada del presente volumen.

    Novela refractaria o, cuanto menos, de difícil digestión para los que no sean mínimamente coineusseurs del refinamiento y de la exquisitez literaria sembrada de múltiples (auto)referencias de la que no escapa La verdadera vida de Sebastian Knight (1941), donde la ficción y la realidad van de la mano que procuraba a sus escritos Vladimir Nabokov, ¡Mira los arlequines!  cumple con creces las expectativas de los amantes de su prosa trenzada (en ocasiones) de poesía, a pesar de enfrentarnos a una «ceremonia de la confusión» cuando tratamos de seguir el hilo de un relato biográfico en el que constantemente nos asaltan las dudas. Para ello, podemos requerir del comodín de una consulta rápida de las fuentes bibliográficas autorizadas con el fin de despejarlas. Eso sí, poca duda genera el talento literario de Vladimir Vladimirovich Nabokov, un exiliado ruso que vivió sus años de vino y rosas en su destierro estadounidense y en el viejo continente, empadronándose en el tramo final de su existencia, el que para muchos artistas de pedigrí (Charles Chaplin, Patricia Highsmith, James Mason, etc.) se convirtió en un auténtico «cementerio de elefantes)», tocados en una elevada proporción por los «Dioses del Olimpo creativo».   

 



miércoles, 22 de noviembre de 2023

«GENTE QUE LLAMA A LA PUERTA» (1983) de Patricia Highsmith: IMPULSO CRIMINAL

 

Publicado en el verano de 1922 por el sello Anagrama, Diarios y cuadernos (1941-1995) representa un auténtico «tesoro» para estudiosos de la obra de la escritora Patricia Highsmith. Curiosamente, a lo largo de sus mil doscientas cincuenta páginas –que lo convierten de facto en uno de los más extensos del señorial catálogo de Anagrama—no queda constancia por escrito de su parecer en torno a A sangre fría (1965), de Truman Capote. A buen seguro, Highsmith tuvo una opinión bien formada sobre la Opus magna de su compañero de profesión, quien asimismo pasó largas temporadas en el viejo continente. En cierto sentido, podría entenderse Gente que llama a la puerta (1983) una de las novelas postreras de Highsmith conforme a otra vuelta de tuerca de In Cold Blood, con una interesante «variante», la propia de recaer el acto criminal en uno de los integrantes de una familia de fuertes convicciones religiosas, aparentemente modélica a los ojos de una comunidad del interior de los Estados Unidos. Así pues, los Alderman de Gente que llama a la puerta encuentran sus «equivalentes» en los Clutter de A sangre fría. Similar en número de páginas a la novela que estableció un paradigma dentro de la literatura saludada como la primera obra de «no-ficción»— del siglo XX, People Who Know On the Door fundamenta su narrativa sin emplear el recurso epistolar como acontece en A sangre fría, dejando patente el estilo inherente a la escritora texana, esto es, un trazo limpio, directo, amarrado a una prosa que no precisa tener al lado una batería de diccionarios para atender al detalle de su contenido. Más que erigirse en cronista de un asesinato «a sangre fría» que sirviera en bandeja un alegato en contra de la pena de muerte, Patricia Highsmith coloca la lupa sobre la hipocresía de la sociedad estadounidense bienestante que conocía de primera mano en singular, la ciudad de Bloomington (en el estado de Indiana), que sirve de molde para el ficticio municipio de Chalmerston que deviene uno de los «personajes» de la novela y que tiene en el cabeza de familia de los Alderman, Richard, su máxima expresión. Él es quien se opone al aborto cuando su hijo mayor Arthur ha dejado embarazada a la joven estudiante Maggie, menor de edad. Fruto de la cura «milagrosa» de su hijo pequeño Robbie, Richard pasa a formar parte de las filas de la Primera Iglesia del Evangelio de Cristo, en un contexto en plena era Reagande repliegue patriótico, pero también de fuerte implantación de sectas de toda clase y condición que encontrarían en la televisión en un pasaje de la novela se alude a la aparición de un telepredicadoruna ventana de oportunidad para dar a conocer sus mensajes. Patricia Highsmith, cronista de su tiempo, no pasaría por alto esa oleada evangelizadora que sacudiría de norte a sur, de este a oeste su país de nacimiento, al que dicho sea de pasocriticó (preferentemente desde su destierro europeo) el apoyo sistemático al gobierno de Israel por sus políticas segregacionistas en relación al pueblo palestino y que, por desgracia, sigue cobrando actualidad a raíz de lo acontecido en la franja de Gaza. Aunque ello la comportara perder lectores, Patricia Highsmith dedicó Gente que llama a la puerta «al valor del pueblo palestino y de sus líderes en la lucha por recuperar una parte de su patria», apostillando, «este libro no tiene nada que ver con su problema». Empero, bien mirado, tanto lo que se refiere al contenido del libro como al sempiterno conflicto entre Israel y Palestina, en su raíz atendemos a un fanatismo religioso que propicia, en el caso de Gente que llama a la puerta, una serena reflexión en torno a lo lesiva que pueda resultar una educación que abomina, por ejemplo, sobre las prácticas abortivas, y que puede llegar a tener un «efecto boomerang» en forma de parricidio a sangre fría perpetrado por un menor de edad de dieciséis añosque cuenta los días para salir de Foster Houseun correccional para chicos de su edady hacer carrera en el ejército o la Marina, tal como vaticina su hermano mayor Arthur, el principal protagonista de una pieza escrita por Highsmith, publicada en 1983, el mismo año que visitó Barcelona para reunirse con Jorge Herralde, en vísperas de un acuerdo contractual que ligaría a la texana de «por vida» con el sello barcelonés. De aquel encuentro y de su posterior visita a Donosti y Madrid queda constancia escrita en Diarios y cuadernos, la voluminosa obra que precede siguiendo el timelinea la reedición editada por primera vez en 1984 de Gente que llama a la puerta dentro de la Biblioteca consagrada a Patricia Highsmith.

 


martes, 21 de noviembre de 2023

«UNA CABEZA CERCENADA» (1961) de Iris Murdoch: RELACIONES PELIGROSAS

Si hiciéramos una estadística referida exclusivamente a la comunidad cinematográfica en los últimos veinticinco años con una elevada probabilidad 1999 sería el que registraría uno de los picos de defunciones más acentuado. En aquel último año de la pasada centuria, a las puertas del siglo XXI y, por ende, del nuevo milenio, nos dejaron los cineastas Stanley Kubrick, Charles Crichton, Robert Bresson y Edward Dmytryk, y los intérpretes Dirk Bogarde, George C. Scott y Oliver Reed, por citar algunos de los más relevantes de una extensa lista. Tampoco resultó marginal el número de escritores que perecieron a lo largo de los meses anteriores a colocar el contador a «0» con el «2» delante. Por ejemplo, Iris Murdoch (1919-1999) lo hizo en el verano de aquel año tras haber pasado por una etapa devastadora sobre todo para su entorno familiar y de amistades ya que la había sido diagnosticado Alzheimer. Una recta final especialmente cruel para alguien que había depositado en su privilegiada mente la proeza de armar un total de veintiséis novelas, además de numerosos ensayos –filosóficos, biográficos, etc.-- y artículos, que la llevaron a ser nombrada en 1987 Dama del Imperio Británico. Idéntica distinción recibió años más tarde de manos de Isabel II  Judi Dench, la actriz que encarnaría a la escritora inglesa –en las postrimerías de su existencia cuando la citada enfermedad hizo estragos-- en Iris (2001),  toda vez que los herederos de Iris Murdoch y, en singular, su marido durante más de cuarenta y cinco años, John Bailey, dio su aprobación a modo de honrar la memoria –valga la expresión-- de una de las plumas más brillantes  de la Literatura Británica de la segunda mitad del siglo XX. En lo que llevamos de centuria, Impedimenta se ha encargado de ir al «rescate» de varias de las novelas que jalonan sus exquisita obra, la última de las cuales lleva por título Una cabeza cercenada (1961). Mas, se trata de la única de las novelas escrita por Iris Murdoch que, hasta la fecha, mereció una adaptación cinematográfica, errática a nivel de producción ya que tardó un par de años en comparecer en salas  comerciales en algunos países. Con un equipo artístico conformado por segundas o terceras opciones, según el relato del propio coproductor del film, Elliot Kastner, A Severed Head (1971)  tuvo su punto de partida, a efectos de rodaje, en 1969, el mismo año que el divorcio podía darse en el Reino Unido sin la obligación de demostrar conductas que podrían ser calificadas de inmorales, tal como detalla el traductor Enrique Maldonado Roldán en una de las contadas anotaciones a pie de página que encontramos en la edición de Impedimenta de Una cabeza cercenada. Pero, en cambio, en el campo literario no existían tales restricciones en el amanecer de los años sesenta, permitiendo a Iris Murdoch dar rienda suelta a una historia que convoca, entre otros asuntos espinosos --refractarios a la moral de los sectores más conservadores y/o tradicionalistas de la sociedad británica--, el tema del incesto. Como es preceptivo en la obra de Dame Iris Murdoch,  el relato de A Severed Head encuentra anclaje en un ambiente de clase media-alta, en la que no faltan representantes de la intelectualidad, todo ello a través de la voz de una narración en primera persona, la propia de Martin Lynch-Gibbon. A sus cuarenta y un años –una edad similar a la que  tenía sir Ian Holm, el actor al que da vida en la gran pantalla en la película dirigida por Dick Clement-- Martin Lynch-Gibbon experimenta un punto de inflexión en su relación conyugal con Antonia,  cuyo romance con su amante Palmer Anderson opera en un nivel de discrecionalidad pero sin necesidad de evitar que quede velado al conocimiento de su marido. Un arranque que podría ser una réplica de infinidad de premisas argumentales que concurren en el terreno literario pero que  Murdoch orienta al correr de las páginas hacia un alambicado cruce de pequeños relatos conectados entre sí ya sea por afinidades afectivas y/o de parentesco. La prosa de Murdoch fluye con su habitual tono irónico, acaso sarcástico en su exploración de aquellos conductas humanas que guardan relación con los «placeres culpables» y que para satisfacción de lectores devotos de la heterodoxia, en pleno fragor del swining london, pudieron degustar desde la salida al mercado de la quinta de las novelas de la escritora, poeta y filósofa de ascendencia irlandesa. Ciertamente, la errática carrera comercial de la referida cinta no ayudó a popularizar Una cabeza cercenada –una expresión utilizada por Honor Klein, la hermana de Palmer Anderson, presumiblemente el personaje más enigmático de la función--, siendo el guion de Frederic Raphael –que asimismo toma inspiración en una obra teatral previa urdida por J. B. Priestley-- presentado conforme a un fiel ejercicio de adaptación de la novela de Iris Murdoch. Para Raphael, el impacto que le provocó saber del deceso de Kubrick con quien había trabajado codo a codo en la elaboración del libreto de Eyes Wide Shut (1999), se sumaría meses después la noticia del fallecimiento de Iris Murdoch,  siendo el único guionista que ha logrado traducir hasta la fecha  una novela nacida del talento de una escritora que se «coronó» en el campo de las Letras bien entrada la década de los sesenta y, a efectos, de situarse entre la realeza de las Islas, a finales de los años ochenta, concretamente el mismo año que vio la luz en tiendas y grandes superficies El libro y la hermandad (1987), asimismo publicada por el sello Impedimenta dentro su eventual Colección consagrada a Jean Iris Murdoch.  

 

martes, 8 de agosto de 2023

»EL NÚMERO UNO» (1943) de John Dos Passos: LA ESCALADA AL PODER DE HOMER T (DE TRUMPISTA) CRAWFORD

 

Viajero impenitente, incansable conversador, militante de izquierdas y escritor convulsivo, como define E. L. Doctorow a propósito de su extenso prólogo para la edición de Paralelo 42  (1930) —la primera parte de la denominada «Trilogía USA»John Dos Passos (1896-1970) no era «nada dado a la estética del hombre duro, como Hemingway, ni tampoco al romanticismo de la autodestrucción, como Fitzgerald». Todos ellos pertenecían a la denominada «Generación perdida», una generación anterior a la de Edgar Lawrence Doctorow que sembró de publicaciones a lo largo de la primera mitad del siglo XX y que, hoy en día, devienen auténticos clásicos de la literatura norteamericana y, por ende, de la literatura universal. Pero mientras F. Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway, allén de las fronteras estadounidenses, siguen siendo escritores de cita recurrente en tertulias literarias o, a propósito de algunas de las adaptaciones de sus novelas o relatos cortos al cinematógrafo, el conocimiento de la obra de John Dos Passos sigue quedando en una zona de penumbra, a la que tan solo una minoría (en el mejor de los casos) lo relacionan con una determinada pieza literaria. En este escenario, pues, resulta encomiable que el sello Impedimenta haya reparado en una novela de John Dos Passos para incorporarla a su catálogo con el propósito que el enunciado de su argumento reclame la atención de potenciales lectores pegados a una actualidad –como en su tiempo lo habían hecho los integrantes de la «Generación perdida», dejando constancia de ello una proverbial actividad epistolar— capaz de proclamar el «reinado» léase presidencia de los Estados Unidos— de individuos sin escrúpulos (a todos los niveles) con el fin de lograr sus objetivos. El epítome de este perfil de personaje lo encontramos en Donald J. Trump, a quien en su propósito de instaurar un «nuevo Orden» para los Estados Unidos, haciendo del populismo bandera y degradando el valor de sus instituciones, reclama ciertos paralelismos a nivel literario con Berzebus «Buzz» Windip —Eso no puede pasar aquí (1936)—, Willie Stark —Todos los hombres del presidente (1946)— y Homer T. Crawford —El Número Uno (1943)—, «criaturas» nacidas de la pluma de Sinclair Lewis (1885-1951), Robert Penn Warren (1905-1989) y el propio Dos Passos, respectivamente. De manera harto significativa todos estos personajes comparten una misma raíz a efectos de «inspiración» cara a sus propios escritores, la que corresponde a Huey Pierce Long Jr. (1893-1935), quien sin haber cumplido los cuarenta años se perfilaba para «asaltar los cielos» de la presidencia de los Estados Unidos desde su feudo en Louisiana donde fue gobernador y posteriormente senador del estado sureño. Tocado por una vanidad y una egolatría mórbida comparable a la de Donald Trump, Long Jr. dejó por escrito una suerte de autobiografía Every Man is a King (1933)— que sirvió en bandeja el conocimiento «por dentro» de la psique de un personaje que hizo del populismo una forma de vida durante un considerable periodo de su corta existencia. Un auténtico «manjar», en definitiva, para escritores con el propósito de trascender a través de historias que pivotan sobre una figura de sesgo mesiánico que interpela directamente a sus potenciales votantes, dejando que la corrupción sacuda los cimientos de una Democracia que, en determinadas ocasiones de la Historia, puede adoptar formas inherentes a una dictadura. Esta resulta la tesis de It Can’t Happen Here, una novela revestida de sátira social cortesía de Sinclair Lewis mientras que El Número Uno sirvió a un propósito más escorado hacia una narración que si bien caricaturiza al personaje Hank Crawford— no lo despoja de su humanismo. Tres años más tarde, Penn Warren recogió el testigo de John Dos Passos para armar su pieza más célebre, Todos los hombres del presidente, una monumental novela que el cinematógrafo se encargó de adaptar al cabo de unos años de la mano del director y guionista Robert Rossen. Mérito del escritor de ascendencia lusa fue ofrecer algunas pinceladas de un personaje poliédrico el que surge del molde de Huey Long Jr.— que encontraría un mayor desarrollo en una obra que sobrepasado con creces las setecientas páginas. Con una tercera parte del número de páginas de la novela del premio Pulitzer, Dos Passos se las ingenió para elaborar una novela de una exquisita calidad, una pequeña joya encofrada en la editorial Impedimenta, que puede presumir de haber incorporado el nombre de un escritor fundamental de las Letras Estadounidenses del siglo pasado a su impresionante catálogo. 

domingo, 18 de junio de 2023

«LA CHICA QUE VIVE AL FINAL DEL CAMINO» (1974) de Laird Koenig: LA POESÍA DE LO OCULTO

 

En los orígenes como editor profesional de Enrique Redel tuvo cabida la creación del sello Opera prima en que ya podíamos advertir su excelente gusto literario. De entre los títulos que encontraron acomodo en la Editorial Opera Prima, dentro de su colección Imperdibles, figura El otro (1971), escrita por Thomas Tryon, quien sorprendió a propios y  extraños cuando colgó los «hábitos» —valga la referencia a su performance en El Cardenal (1963)— de actor y emprendió una actividad que le reportó una inusitada aureola «de culto». Publicada por segunda vez en lengua española en 2001 (tomando así el relevo de una seminal edición en el haber de Grijalbo) en el referido sello editorial, Redel rescató en 2019 El otro para que formara parte del catálogo de Impedimenta, un sello indisociable a la trayectoria profesional (y vital) del editor madrileño a partir de 2007. Cuatro años después de «resucitar» el texto de Tryon con una portada que hace referencia al film homónimo dirigido por Robert Mulligan merced a un art work, Impedimenta presenta una pieza literaria con la rúbrica de Laird Koenig, La chica que vive al final del camino (1974), hija de su tiempo y nacida bajo la influencia de The Other en no pocos aspectos. Al igual que en la novela que elevó a la condición de «escritor de culto» a Tryon, la obra pergeñada por Koenig relata una historia focalizada en un entorno rural y protagonizada por un (pre)adolescente, en este caso Rynn Jacobs, de trece años. No cabe duda que Koenig conocía al detalle la novela elaborada por Tryon, mostrando su huella no tanto por lo que concierne al personaje de Rynn —una chica, al fin y al cabo— sino en referencia al personaje (de ascendencia italiana) de Mario Podesta. Aspirante a emular a grandes referentes del mundo de la magia (y también el escapismo) como Harry Houdini, Howard Thurston o Harry Blackstone Sr., a sus dieciséis años Mario Podesta trata de ganarse el afecto de Rynn Jacobs, encomendándose ambos a reproducir viñetas propias de adultos, en que una cena íntima (regada con vino e iluminado el comedor con velas) puede servir de antesala a la culminación del acto sexual. No en vano, Mario utiliza para sus ejercicios de magia un bigote postizo, un apósito empleado por uno de los hermanos gemelos Holland en El otro, mostrando en cierta manera una «continuidad» entre el texto de Tryon y el de Koenig, más aún si cabe cuando un roedor entra en «escena» en uno de los pasajes más truculentos de La chica que vive al final del camino.      

   Pertenecientes al espectro de lo que se ha dado en denominar «American Gothic», El otro y La chica que vive al final del camino comparten además el hecho que sus sendas traslaciones a la gran pantalla fueron guiadas con un cierto sentido de la «inmediatez» sobre la base de adaptaciones de sus propios autores. No obstante, Laird Koenig, a diferencia de Tryon, quedó excluido a la hora de formar parte del equipo de producción de La chica del sendero (1976) –el título escogido para su fugaz estreno en nuestro país en salas comerciales— y de ahí que su control sobre el producto final resultara inexistente. Eso sí, Koenig pudo preservar el contenido de buena parte de las líneas de diálogo que él mismo había escrito para su segunda novela, dejando patente que Rynn Jacobs representa un espíritu libre, un verso suelto dentro de un orden establecido —con las líneas bien delimitadas entre el universo de los adultos y de los niños— verbigracia de la educación recibida por parte de su progenitor, el poeta Leslie Jacobs, quien llegó a conocer a Sylvia Plath durante el periodo que ésta compartía su vida con el también poeta Ted Hughes. Empero, el favoritismo en esta disciplina artística por lo que compete a Rynn responde al nombre de Emily Dickinson, cuyo aislamiento de la sociedad de su tiempo no la impidió manufacturar unos poemas que golpean a esos corazones solitarios, entre otras consideraciones, afligidos por la pérdida o ausencia de seres queridos. Una nota culta en referencia a Dickinson que suma en el conjunto de una proverbial novela aunque sin llegar a los niveles de excelencia de El otro— adaptada por el cinematógrafo en formato de coproducción —francocanadiense— y despuntando entre su equipo artísticotecnico Jodie Foster en la piel de Rynn Jacobs el mismo año que tributaba su nombre en los títulos de crédito de Taxi Driver (1976). Si para la producción dirigida por Martin Scorsese debieron recurrir a la hermana mayor de Jodie, Connie Foster para determinadas escenas (para no entrar en conflicto a nivel sindical ya que interpreta a una prostituta), en el caso de la pieza de culto de Laird Koenig recurrió a una historia de hermanos (gemelos) para iluminar el camino literario a recorrer y que concluyó en 1974 con su publicación en inglés. Casi cincuenta años más tarde The Little Girl Who Lives Down the Lane encuentra en la «Casa de Impedimenta» su lugar idóneo para una edición en lengua española con traducción a cargo de Jon Bilbao, otro de los autores integrado al extraordinario catálogo del sello madrileño.           

            


martes, 23 de mayo de 2023

«TIERRA INESTABLE» (2021) de Claire FULLER: ESCULPIENDO LAS PALABRAS

 

En el otoño de 2020 el sello Impedimenta publicó Los viejos creyentes de Vasili Peskov, cuya historia tiene como protagonistas a una familia que vive en condiciones extremas en un lugar recóndito de la Taiga, un espacio «salvaje» sin apenas contacto con la civilización. Durante la pandemia la novela en cuestión que tiene en el personaje de Agafia una «antiheroína» por excelencia —la única superviviente del clan familiar— pasó a ser uno de los más leídos del catálogo de Impedimenta en aquel periodo. Siendo una editorial con un diáfano acento anglófilo, ya sea de manera consciente o inconsciente, cabía encontrar por parte de Impedimenta un «equivalente» de Los viejos creyentes por lo que concierne a una narración que ofreciera voz a los más desamparados del Sistema en el marco del otrora Imperio Británico e igualmente en un entorno natural, salvaje. No hubo que remontarse a la era del thatcherismo para dar con una novela de semejantes características. El Costa Novel Award, en su edición de 2021, había recaído en Unsettled Ground de Claire Fuller (n. 1967), publicada en el Reino Unido por el sello Fig Tree y meses más tarde en los Estados Unidos por el gigante Penguin Books. En determinados círculos literarios Claire Fuller no era una desconocidam ya que había visto publicadas tres novelas con anterioridad a la aparición de Unsettled Ground, a saber, Our Endless Numbered Days (2015), Swimming Lessons (2017) y Little Orange (2018). Como la propia autora británica manifestó a Eric Karl Andersson en el curso de una entrevista difundida en el canal de YouTube de este último, una de las constantes de sus novelas deviene el desarrollo de historias en entornos naturales, prestos a condicionar o moldear —en verbo especialmente pertinente para alguien formada en el arte de la escultura— unos personajes que irían creciendo en la mente de Claire Fuller a medida que tomaba cuerpo el proceso creativo. En el caso de Tierra inestable el protagonismo recae en los gemelos Julius y Jeannie, que van de la mano de Claire Fuller a nivel generacional, en atención a que cuando la escritora empezó a vestir la historia (en lo que podríamos colegir un primer borrador) contaba con cincuenta y un años. Por consiguiente, idéntica edad al de los hijos de Doty, la mujer septuagenaria que fallece al correr de las primeras páginas de Tierra inestable, título que sirve de metáfora de la realidad por la que transitan dos hermanos sin apenas recursos económicos, abandonados a suerte en una esquina de la campiña inglesa, en un periodo reciente en que se deja sentir los ecos del BREXIT. Una referencia que queda impresa al superar el ecuador de una novela con escasos personajes en liza, pero de una enorme riqueza fijada a su suelo narrativo, abonado a un humanismo que trasciende a cada página. Tierra inestable encuentra en esos detalles de calado humanista su mejor refugio para que el lector cree una «conexión emocional» para con los personajes basales del relato, en especial con Jeannie, sobre quien recae buena parte del protagonismo en el tramo final de una pieza literaria de una innegable calidad literaria. Un personaje pegado a la tierra, desprovisto de cualquier ornamento que hubiese podido tener un mal encaje en una historia propia de unos desarraigados, Jeannie muestra, eso sí, unos fundamentos musicales que a Claire Fuller la fueron «revelados» a través del conocimiento de la cantante folk estadounidense Peggy Seeger —afincada en Inglaterra— y de su propio (segundo) marido, guitarrista vocacional. «Revelaciones» que Claire Fuller comparte con Eric Karl Andersson y sus seguidores de YouTube, en un canal apto para dar a conocer novelas de interés y, a la vez, servir de ventana para escritores o escritoras que, como la británica –coetánea de un servidor— dejan patente su necesidad de emplear las nuevas tecnologías para difundir sus trabajos literarios sin menoscabo a seguir utilizando unas viejas máquinas de escribir —cedidas por una vecina de su madre Ursula (Pitcher), a quien va dedicada su cuarta novela, junto a su progenitor Stephen Fuller—, en un desempeño artesanal que la transporta a su primigenia faceta de escultora.      

viernes, 31 de marzo de 2023

«JÓVENES HÉROES DE LA UNIÓN SOVIÉTICA» (2020) de Alex Halberstadt: RETRATOS DE FAMILIA

Fruto de una visión cada vez más abierta a explicar la realidad de un sinfín de rincones de nuestro planeta a través de la literatura y con ello ir soltando lastre de la etiqueta de «editorial anglófila» (aunque siguen publicando maravillosas obras provenientes de las Islas Británicas), en el primer trimestre de Impedimenta ha integrado en su excelente catálogo una pieza de incalculable valor historicista, más aún si cabe una vez cumplido un año de la invasión de la Federación Rusa en territorio ucraniano. Bien es cierto que a lo largo de estos meses hemos tenido la oportunidad de acceder al visionado de decenas de documentales que, en su conjunto, ofrecen varias claves para entender el porqué de esta pulsión imperialista maniobrada desde el Kremlin bajo el mandato de Vladimir Putin en pleno siglo XXI. En tiempos en que el valor de la imagen, en virtud del sentido de la inmediatez que demandan los sociedades (supuestamente) avanzadas, ha cobrado una importancia exponencial a través de la oferta de una multiplicidad de pantallas y/o terminales –léase televisión, ordenador, tablets y, en especial, móviles en relación a épocas pretéritas, la literatura sirve de «valor refugio» para la reflexión. Una reflexión que, en el caso de Jóvenes héroes de la Unión Soviética (título extraído de un eslogan empleado en la pasada centuria), su autor Alex Halberstadt (n. 1970), formula un relato en clave memorística que tiene un elemento añadido por lo que concierne a rendir cuentas con el pasado –de ahí su subtítulo, todo ello gestado en los años previos al estallido de la pandemia. Quizás pueda llamar a la suspicacia que un colaborador habitual, al fin y al cabo, del “New York Times Magazine” su “hermano mayor”, el “New York Times” destacara Jóvenes héroes de la Unión Soviética como una de las mejores obras literarias de 2020. Pero semejante distinción, lejos de obedecer a un trato de favor entre colegas de una misma empresa matriz, está plenamente justificada, siendo una prueba evidente de ello que un sello de la categoría de Impedimenta nos ha brindado la oportunidad de leer en la lengua de Dámaso Alonso un proverbial relato de la Historia de la (extinta) Unión Soviética contemporánea a través de una crónica familiar. Tirando del hilo de testimonios familiares y de antiguas amistades de éstos, Alex Halberstadt conoce, entre otras cuestiones, que uno de sus abuelos, trabajó para Josef Stalin en calidad de guardaespaldas. Consciente de la importancia que juega la imagen en plena era de internet, Halberstadt propuso acompañar su texto con una generosa colección de fotografías extraídas del álbum familiar, auténticos tesoros que permiten al autor, en contadas ocasiones, escarbar más allá de las imágenes, elucubrando incluso sobre el estado anímicos en el momento que fueron fotografiados algunos de sus ancestros. Con todo, si su autor no dejara patente su excelencia literaria, capaz de dominar distintos registros (ora de naturaleza periodístca, ora más decantado hacia lo poético), Jóvenes héroes de la Unión Soviética hubiese sido una obra más que levantara acta del proceso transformador de una nación tras el fin del largo periodo zarista, en que la nostalgia del pasado juega un papel relevante en los mecanismos adoctrinadores de regímenes autoritarios travestidos de «democracia singular». Puro eufemismo que emplean algunos de los Jóvenes héroes (sic) de la extinta Unión Soviética cuando se expresan a cámara en diversos documentales que he podido ver recientemente, en sintonía con la expresión «operación militar especial» utilizada por Vladimir Vladimirovich Putin, al que cita dos veces en su libro Alex Halberstadt. A buen seguro, el autor de origen ruso nacionalizado estadounidense se hubiese explayado más en la persona del actual máximo mandatario de la Federación Rusa si el libro hubiese concluido su fase de redacción con la invasión de Ucrania (de donde eran oriundos algunos de sus familiares) en marcha. Pero precisamente porque Halberstadt alumbró su libro años antes de esta invasión, más que oportunista Jóvenes héroes de la Unión Soviética podemos tildarlo de oportuno, con un desarrollo narrativo hasta alcanzar la primera mitad sencillamente prodigioso antes de abonarse a una deriva por los (oscuros) rincones de un pasado que tiene uno de sus principales anclajes emocionales en la relación con su padre, Viacheslav Chernopisky, todo un personaje que en sus años de juventud era conocido en los ambientes bohemios de Moscú por su capacidad de suministrar mercancía proveniente de los Estados Unidos, sobre todo libros, discos y demás productos de la cultura americana. Allí sería donde su hijo Alex(ander) recalaría para, entre otras consideraciones, ofrecer una obra que merece ser (re)leída al calor de unos acontecimientos históricos que encierran no pocos interrogantes de compleja resolución, empezando por esos impulsos que se transmiten de generación en generación entre la especie humana, en consonancia con los estudios científicos extraídos del Reino Animal que sirvieron para encender la mecha creativa en el fuero interno de Alex Halberstadt, tal como detalla en prólogo titulado «Los olvidados»