viernes, 26 de diciembre de 2008

ROBERT MULLIGAN (1925-2008): SENTIDO Y SENSIBILIDAD


A veces el cine se equipara a la labor de un prestigitador; al unir la música por una parte a una secuencia determinada lo que a priori parecía condenado a no cuajar, logra unos resultados sorprendentes. La sencillez, a menudo, es un buen aliado para conseguir este efecto «mágico» al que aspiran tantos cineastas. Al respecto, uno de los ejemplos más ilustrativos podría ser la secuencia inicial de los títulos de crédito de Matar un ruiseñor (1962). La delicadeza que destila esta secuencia que encuadra una simple caja donde se guardan unos pequeños objetos (lápices, un reloj de bolsillo, una pastilla de jabón, etc.) mientras se acompasa con un tema creado por Elmer Bernstein, tan sólo pudo ser concebida por una persona de talento como Robert Mulligan, de quien acabamos de conocer esta semana la noticia de su fallecimiento. En mi particular definición, talento significa una combinación de inteligencia y sensibilidad. Mulligan anduvo sobrado de ambos atributos. Pero no los utilizó al servicio de comedias que se plegaran a evidenciar su exquisitez en la puesta en escena, en la demostración de una perfecta dicción en el uso de un lenguaje refinado que sonara bien o en el tacto con el manejo de una trama que proyectara la sombra de George Cukor o Vincente Minnelli. Precisamente, la virtud del cineasta neoyorquino estuvo en adentrarse en espacios menos transitados, penetrando en las zonas oscuras del comportamiento humano que empieza a definirse en los primeros estadíos de la evolución personal. Mulligan trató como pocos el tema del tránsito de la infancia a la adolescencia como un proceso lleno de ambivalencias; una fase de descubrimiento que implica la pérdida de la inocencia, el rechazo a un status quo consolidado por el mundo de los adultos pero no como una señal de rebeldía sino de sentido común. Mi memoria no puede por menos que detenerse en esa secuencia en la que Scout (Mary Badham) insta a su padre Atticus Finch (Gregory Peck) para que se haga justicia con un hombre de raza negra inculpado de asesinato, para posteriormente posicionarse en la defensa de éste frente una «jauría humana» ávida de venganza. En Matar un ruiseñor Mulligan ofreció un recital de sentido y sensibilidad absoluto, repercutiendo en la condición de clásico que goza desde hace décadas y que, no por casualidad, encuentra sus puntos álgidos cuando entran en escena la pareja de niños que nacieron para recrear en la gran pantalla el texto de Harper «Nelly» Lee.
Algunos pueden creer que esta obra de arte no tuvo continuidad en el devenir de la actividad profesional de Mulligan hasta diez años más tarde con El otro (1972). Pero estos dos trabajos valdrían por sí mismos para darle trato de cineasta mayor a Mulligan, quien persistiría en cruzar el umbral de la ortodoxia cinematográfica, ofreciendo una pieza minimalista como El hombre clave (1974), que sólo se reserva a un fino observador, capaz de tocar las teclas necesarias en el momento preciso. Pero cuando ya se le empezaba a perder el rastro, al calor de su salida de un par de proyectos que hubieran robustecido su filmografía —Ricas y famosas (1982), que recayó finalmente en George Cukor, y Blade Runner (1982), en cuya fase embrionaria estuvo involucrado—, el cineasta natural de El Bronx recuperaría el pulso de antaño con una soberbia Verano en Louisiana (1991), preciosista retrato de una adolescencia que muta hacia la juventud bajo el influjo de la luna.
Mulligan nos ha dejado pero siempre retendré esas lecciones de cine hermanadas con la elegancia, la inteligencia, la sencillez y la sensibilidad. Su cine es de los que seguirán latiendo en nuestro corazón, a veinticuatro fotogramas por segundo. Thanks, Mr. Mulligan.

martes, 23 de diciembre de 2008

NO ES PAÍS PARA CINE: UNOS PREMIOS SIN INDUSTRIA


Creo que no puede haber una sola sombra de sospecha sobre alguien que, como un servidor, dirigió y cofundó Seqüències de cinema, la primera revista de cine en catalán, de periodicidad mensual. Y no era precisamente un tema de garantías vía subvenciones la que nos animó hace más de una docena de años a dar forma a semejante empresa, con un mercado copado por un sector íntegramente en castellano (contabilizando unas 7 u 8 publicaciones especializadas en la materia). Con estos antecedentes, me permito esbozar una prominente sonrisa sobre la instauración de los premios Gaudí de Cine de Catalunya, cuyas nominaciones se acaban de conocer. Dejando al margen lo inadecuado de un anuncio de estas características en un periodo de vacas flacas en el sector, como en tantos otros azotados por la crisis económica, la pregunta clave sería: ¿Por qué no empezamos por los pilares antes de poner el marco de las ventanas? Lo digo porque la industria cinematográfica en Catalunya brilla por su ausencia: los bancos echan a correr si dices que buscas financiación para un proyecto y, en general, el director (o lo que es lo mismo, el guionista y/o productor) está visto como un «bicho raro» que parece haber desconectado el enchufe de la «realidad social». Algunas de las películas que se hacen a casa nostra han podido financiarse a cambio de hipotecar propiedades; otros han sido más «listos» y lo han utilizado para desgravar sus lucrativos negocios. Está claro que con semejantes mimbres no se puede hacer un cesto... digno. No comparto en absoluto la tesis de que estos premios pueden ser la semilla... de nada. Se precisa una industria, empresas que apuesten decididamente por un sector audiovisual que puede tener una espléndida materia humana (y este es el caso) pero carece de los recursos económicos mínimos para que la estructura de la casa aguante al menor contratiempo. La casa del cinema català es de celofán con los colores de la senyera. El hiperactivo Joel Joan (ver foto) es quien ha promovido, entre otros, el proyecto de crear los premios Gaudí, a mayor gloria del Cinema Català. Su contribución al medio cinematográfico en 2008 ha sido un glorioso cameo de tres segundos de duración (y de perfil) en Vicky Cristina Barcelona (2008), que también opta a los Gaudí.
El 19 de enero de 2009, la fecha de celebración del «evento» escucharemos una serie de discursos de pura metafísica que hablarán de un ente extraño para un servidor llamado Cinema Català, y al día siguiente se leerá en los periódicos o en internet que Forasters (2008) de Ventura Pons, ha sido la gran triunfadora en la gala con 7, 8, 9 Gaudís. Y esa sonrisa se tornará en una mirada perdida al contemplar un panorama yermo de calidad que hace pasar por cine piezas claramente pensadas para ser representadas en el teatro (evidentemente, salta a la legua que Ventura Pons no es Sidney Lumet o Elia Kazan, y lo de imaginería visual le debe sonar a cirílico), y que fabrica autores ficticios de la nada como Albert Serra (El cant dels ocells), que para hacerse notar arremete contra Charles Chaplin. No es que los árboles no deje mirar el bosque. Sencillamente, no hay bosque ni árboles. Eso sí, una enorme solar que simboliza un cine catalàn cuyos premios no tardarán en cambiar de emplazamiento, las dimisiones se sucederán y otros incautos tomarán el relevo con el único propósito de enarbolar una bandera que no es precisamente la del denominado Séptimo Arte. Como dijo en su día Joan Potau, guionista y eventual director, las cinematografías nacionales y europeas —salvo la francesa y la del Reino Unido— se sostienen por talentos puntuales. Però, com es diu Catalunya, una flor no fa estiu.

viernes, 19 de diciembre de 2008

SHADOWLANDS: «EL PARAÍSO AÑORADO»

Desde febrero de 1994 hasta su salida de la cartelera, 679.312 espectadores —según los datos del Ministerio de Cultura, no siempre fiables pero que se aceptan como los oficiales— acudieron a ver Tierras de penumbra (1993), una producción británica que tuvo en el veterano Lord Richard Attenborough su brazo ejecutor tras las cámaras. Al final de la proyección de aquel lejano invierno de 1994 un servidor cubría su rostro con un torrente de lágrimas, con la satisfacción propia de saber que ese film me acompañaría para siempre. La reciente edición en DVD de Shadowlands (Suevia Films) es una celebración en sí misma, aunque quedará sepultada ante el alud de propuestas navideñas con aparatosos envoltorios pero sin alma alguna. El film dirigido por Richard Attenborough explora, como pocas veces he podido percatarme, en el interior de un ser humano (Anthony Hopkins: grande entre los grandes) que ha pasado su vida con la insatisfacción de no poder conjugar la palabra amar. Su corazón permanece en penumbra hasta que Joy Gresham (Debra Winger: portentosa), una admiradora de su prosa y, al mismo tiempo, aspirante a poetisa profesional, le comunica que sufre una enfermedad con visos de cerrar un ciclo vital. Solo cuando Joy camina en dirección a la muerte, C. S. Lewis (el autor de Las crónicas de Narnia) se sabe con fuerzas para sacar de sus entrañas toda ese caudal de emociones que ha «hivernado» en su corazón durante largos años, dejando al descubierto unos ojos vidriosos que delatan que, al virar el color de la hoja como señal de la llegada de su particular «otoño», empieza a conocer el sentido de la palabra amar. Hopkins, al leer el texto de William Nicholson que había sido llevado a la escena teatral, amenazó con matar a Attenborough si no le daba el papel. El cineasta inglés, que conocía bien al galés por su trabajo conjunto en Magic (1978) —un film francamente interesante con música de mi admirado Jerry Goldsmith— y la tentativa de que éste inmortalizara en el celuloide a Gandhi —la lógica dictó que fuera Ben Kingsley y evitar así un severo régimen a un Hopkins que suele lucir un aspecto saludable—, no dudó en brindarle un auténtico regalo para cualquier actor.
Tierras de penumbra es un film que puede ofrecer diversas lecturas. Pero para un servidor lo que ha calado más profundamente, la lección —si puede llamarse así— que se puede extraer del mismo atañe a la necesidad de expresar los sentimientos sin menoscabo a que podamos equivocarnos, sentirnos rechazados o heridos en nuestro amor propio. Desde aquel momento he pretendido abrir las compuertas de mis emociones para que fluyeran en el río de la vida... de una vida presidida por numerosos obstáculos que hemos de ir salvando. Un título revelador en verdad que será apreciado por unos u otros en función de la carga emocional que hayamos dejado escapar de nuestro interior. A menudo, las personas que tenemos muchas cosas que decir y las queremos expresar con las palabras justas, pecamos de articular nuestras emociones como si fuera una medida de conocimiento. Esa verdad como un templo, al menos para lo que concierne a un servidor, no ha tenido mejor traducción en la pantalla que en Shadowlands, «el paraíso fílmico añorado» que sirvió para decir adiós a una parte de mi inocencia. Más que un film, una «bendición» que ha escuchado las «plegarias» de mi buen amigo Jordi Marí. Este post va por ti: solo hace falta subir 39 escalones para vislumbrar nuevamente esas «tierras de penumbra».

martes, 16 de diciembre de 2008

AYUNTAMIENTOS ANV: ESQUIZOFRENIA INSTITUCIONAL


En pleno debate jurídico-político-social sobre si el País Vasco debería quedarse sin representantes de ANV —siglas correspondientes a Acción Nacionalista Vasca— en los ayuntamientos a raíz de su enésima postura de no condenar un atentado de ETA que se cobraría una nueva víctima, parece que se descuida un elemento esencial. Este razonamiento no se dirime en el terreno de calibrar la bajeza moral de los integrantes de ANV sino que sigue un principio muy sencillo. Veamos. Me gustaría saber qué legitimidad puede tener un ayuntamiento que tiene como atributos sancionar a una comunidad (la de un municipio, pedanía, pueblo o ciudad) con multas de tráfico, por impago de impuestos de recogidas de basuras, de alcantarillado, etc. pero que, por otra parte, a algunos de los representantes del pueblo que trabajan para el mismo son incapaces de multar el comportamiento de una gente —valga el eufemismo— que le ha descerrajado un tiro en la cabeza a uno de sus vecinos. Como párvulos, dirigentes del PSOE y PP se tiran los trastos a la cabeza, llenándose la boca unos de ser garantes de la patria y de la Unidad, y los otros marcando los pasos a seguir para no zaherir (con Z de Zapatero) los sentimientos de los nacionalistas. Ambos partidos, en un gesto de cordura, deberían cerrarse en una habitación, palacio o monasterio y no salir hasta que consensuaran un documento que hiciera ver la urgencia de remodelar un sistema legislativo que, a día de hoy, permite que actúen setenta ayuntamientos que contravienen la propia esencia de este pilar de la sociedad civil. ¿Con qué legitimidad los ediles del ayuntamiento de Azpeitia y otros gobernados por ANV van a sancionar a uno de sus conciudadanos con una miserable multa de aparcamiento cuando éstos les trae al fresco que hayan asesinado a manos de ETA a uno de los «suyos» dos calles más abajo? Creo que este es un argumento más para considerar que, sobre todo en relación al País Vasco, el conjunto de la sociedad española sigue preso de una democracia de baja calidad, incapaz de arbitrar mecanismos que eliminen de raíz estas «anomalías» que acaban por afectar la convivencia diaria. Claro que lo fácil sería abjurar de esa setentena de ayuntamientos comandada por bárbaros (títeres de esa ETA descabezada una y otra vez, pero que se regenera cuál hidra hasta el fin de sus días) sin el más mínimo respeto por sus conciudadanos (salvo los de su cuadrilla), pero ahí deberían estar haciéndoles frente los otros ayuntamientos vascos para evitar ser tachados de cómplices de un status quo que traza tantos paralelismos con la histeria colectiva que comprometió a los estadounidenses durante la «caza de brujas». Paralelismos que se ponen al descubierto en la forma cómo los cachorros de ETA acallan las voces de unos ciudadanos que se retiran a sus casas con la consigna que el silencio les servirá para que sus nombres no figuren en ninguna diana. Y los más cobardes, reuniéndose al cabo con la cuadrilla para jugar una partida de cartas. No faltará, a buen seguro, en esos «círculos de la vergüenza» que se forman en los bares o centros gastronómicos un miembro del ayuntamiento, en representación de un estamento que, al menos para un servidor, pierde todo significado cuando nos referimos al País Vasco.


viernes, 12 de diciembre de 2008

BORN IN ASTURIAS: DEPORTISTAS CON PERSONALIDAD


Filiación al margen por el Real Sporting de Gijón, que dejé patente en un anterior post, Asturias sigue siendo esa comunidad un tanto ignorada, que casi nunca es cabecera de titulares de los periódicos de tirada nacional, y de la que cabría hacernos eco con mayor asiduidad. La nobleza de sus gentes lo merece. Una nobleza que suele ir acompañada de una personalidad definida y que tiene en el deporte diversos exponentes más que contrastados. Es cierto que aquellos que escapan de una situación de penuria económica o que, cuanto menos, precisan de otras expectativas de futuro más ambiciosas que las procuradas en su tierra natal, se forjan un fuerte carácter a la conquista de una patria que no es la suya, pero que la hacen suya. Centrándonos en el fútbol profesional es fácil encontrar en las plantillas de los equipos de la Primera División, cuál diáspora, algún jugador cuyo DNI delate su origen astur. Y del denominador común de todos ellos, independientemente del trato que le dispensen al balón, es de una personalidad arrolladora, que a menudo puede confundirse con un sentimiento de orgullo, pero convenientemente tamizado por una nobleza a prueba de bomba. Ejemplos, los que queramos. Con un RCD Español en horas bajas, Luís García, incluso sin el sostén de sus íntimos amigos y compañeros Iván De La Peña y Raúl Tamudo –para su desgracia, en permanente tránsito de lesionarse–, se autoexige tirar del carro para escarnio de un vestuario que se esconde con demasiada frecuencia; David Villa es capaz de sobreponerse al correctivo que le infringió su Sporting en Mestalla (2-3) y antes de encarar el camino a vestuarios, fundirse en un abrazo con Quini y hacerle entrega de una camiseta, aun a riesgo que parte del público le recrimine tal acción... Esa misma gallardía es la que había demostrado otro ex Sporting, Luis Enrique, quien lejos de amilanarse en el Santiago Bernabeu, tuvo a gala festejar los goles del Barça con la necesidad de expresar su sentimiento culé y que nunca ha ocultado (ahora se hace cargo del Barça B). Son gente, como diría un comentarista de ciclismo, hecha de una pasta especial, que van siempre de cara y que demuestran ser un compendio de tantas virtudes, muy pocas veces reconocidas en función de una actualidad que parece dictada por un terrorismo que tiñe de cobardía los valores de una sociedad ejemplar en tantos otros sentidos como la vasca, sin menoscabo de que Catalunya y la comunidad madrileña polarizan un debate en lo económico y lo administrativo que no tiene fin. Incluso el piloto de Fórmula 1 Fernando Alonso, después de su bicampeonato mundial, empieza a despertar simpatías entre los que no comulgaban con el papanatismo de sus fervientes seguidores. Bajo ese manto de una cierta arrogancia atemperada a golpe de no saberse el favorito en cada carrera, en Alonso aflora ese carácter indomable y franco que hace más grande si cabe al pueblo asturiano. Esas son las mejores «embajadas» que puede tener una comunidad en el extranjero. Y sin duda Asturias tiene algunas de las más rentables, sin necesidad de sangrar a las depauperadas arcas de las comunidades autónomas.

domingo, 7 de diciembre de 2008

LIBROS COLECTIVOS, LIBROS ANÓNIMOS


De un tiempo a esta parte se sucede con bastante frecuencia la publicación de libros colectivos, aquellos que vienen firmados por diversos nombres, con el afán de dar una visión más heterogénea sobre un tema o (la obra de) un personaje a tratar. Y no me refiero tan sólo a «libros solidarios», con el propósito de acaparar cifras de ventas espectaculares a costa de su presencia en quioscos en función de un evento determinado. Esta «fiebre» alcanza diversos campos del conocimiento, pero con especial incidencia en los textos referidos a la música y al cine. Nunca he entendido demasiado bien qué sentido tiene escribir, pongamos por ejemplo, sobre un director de cine y plasmar la visión que se ofrece de éste desde seis, siete, ocho o nueve puntos de vista. El resultado suele ser un galimatías, voces cuyos comentarios se solapan con los de otros, repeticiones de los mismos latiguillos de siempre (que pueden ir por duplicado o triplicado), etc. La figura del editor o coordinador, que suele aparecer su nombre en portada, únicamente deviene el canalizador de unos textos con la potestad de eliminar aquellos que considera más flojos o en función del grado de amistad con uno u otro, recortar el escrito o dejarlo tal cual. Alguien podría negar la mayor y esgrimir que una obra colectiva puede resultar enriquecedora porque ofrece una visión más amplia de la que sería preceptiva en un solo autor. Cierto. Pero para que este supuesto se de faltaría reunir a los redactores de los textos y que hubiera una delimitación de los campos a tratar, del enfoque que se quiere dar del tema/personaje en cuestión, incluso hablando de películas o composiciones distintas. Sin estas premisas, el resultado es una orquesta en la que cada uno toca por su cuenta y así siempre hay alguno que desafina.
La razones, me temo, de esta práctica cada vez más extendida, se debe a la voluntad de contentar a un grupo de críticos y/o escritores allegados a determinadas personas que se colocan el traje de editores, pero que en realidad actúan bajo el mecenazgo de festivales, instituciones públicas y demás. Los denominados editores o coordinadores cobran su particular cuota de autoría escribiendo uno o un par de artículos o apartados del libro de marras, dejando que un rosario de personas, algunos auténticos medradores que pululan por los aledaños de los festivales a la caza de algún que otro «favor» que les haga alguien «de dentro», se repartan el resto. Me temo que muchos ni siquiera leen los textos de los que participan en «su» libro, con el aire de suficiencia de los que se saben que su «escrito-es-el-mejor-de-cuantos-se-han-publicado». Otra de las explicaciones a que las negativas no suelen darse en este tipo de propuestas colectivas, y más bien hay lista de espera, es que la compensación económica suele ser jugosa. Un servidor espera no caer nunca en este tipo de justificaciones para entrar en el ruedo de los libros colectivos. Simplemente, porque el planteamiento está viciado de partida en la aplicación de una metodología de trabajo. Dicho de otro modo, prefiero la visión que me pueda ofrecer una sola persona sobre un libro determinado, quizá con una perspectiva que no comparta (parcial o totalmente), pero al menos tengo la certeza, si el autor tiene la honestidad y la capacidad de análisis suficiente (como el valor en la mili, que escriba bien se le supone), que conoce en profundidad el tema a tratar. Por fortuna, esta idea que parece tan sencilla es la que acaba calando con el paso del tiempo a la hora de determinar la pervivencia de los textos, quedando relegados a un pronto olvido obras colectivas pensadas para el momento. Y debe escapar a pocos que una pluralidad de firmas suele derivar en valorar como libros anónimos. Sobre éstos suelen girar cuestiones del tipo: «me gustó ese artículo, pero ¿quién lo escribió?» Y las respuestas a menudo son igual de vagas por no decir que se hace el silencio. Un significtivo silencio.

jueves, 4 de diciembre de 2008

«HOME BEFORE DARK» DE NEIL DIAMOND: LENTAMENTE HACIA ARRIBA


Envejer en el mundo de la música puede comportar gratas sorpresas para quienes hemos seguido desde la distancia la trayectoria de croners, cantautores o vocalistas de ambos sexos, que nos ha dado una cierta pereza indagar a la búsqueda y captura de aquellos tesoros ocultos a lo largo de sus respectivas discografías. Aquellos músicos que, por consiguiente, nos mostrábamos un tanto reticentes a dejarnos seducir por sus cantos de sirena debido a que parecían varados en las procelosas aguas del mainstream, siguen estando allí pero sus voces son silenciadas por las emisoras de radio y el lugar que ocupan en las grandes superficies consagradas a la música contemporánea apenas ofertan unos escasos títulos de sus, por regla general, extensas discografías. Siempre he considerado a Neil Diamond y Billy Joel dos voces intercambiables, un par de músicos aptos para configurar un sonido de fondo agradable y placentero en un local con una iluminación difusa mientras uno ahoga sus penas o alimenta un principio de relación sentimental con una enmienda a perpetuarse en el cajón de los deseos de nuestros corazones. De esa hornada de grandes músicos que nacieron en los albores de los años cuarenta en los Estados Unidos y que hicieron fortuna en la etapa de apogeo hippie, con prórroga incluida, a Neil Diamond (1941) le perdí el rastro en unos ya lejanos años ochenta. Abandonada, por efectos propios de la edad, su abundante cabellera, un encanecido Diamond ha demostrado que es un corredor de fondo con su último compacto, Home Before Dark (2008). Hay un poso de sinceridad que descansa en cada una de las letras de las catorce canciones que adornan un CD con una excelente presentación (una carpetilla con una extensa introducción a cargo de su autor y un DVD anexo, además de contener dos bonus tracks). Los temas tratados son inherentes a un melodista fajado en mil letras que han conformado la base de decenas de discos, pero recorridas por un sentimiento de nostalgia, de deseo de aprehender un pasado que se desvanece al correr de las hojas del calendario. El sentido de unidad de Home Before Dark lo confiere una voz tersa que no escapa de sus habituales inflexiones —muy evidente en Whose Hands Are These— y la introducción a la guitarra para la docena larga de canciones. Un total de cuatro guitarristas han acompañado a Diamond en las sesiones de grabación de Home Before Dark, una obra chapada al estilo clásico pero con una frescura que denota el entusiasmo de saberse un superviviente de modas de distintos calado y penetración en un mercado saturado de ofertas y de pseudomúsicos. En definitiva, el último trabajo discográfico de Diamond deviene un regalo para los oídos, que encierra una perla de inequívoco sabor añejo: Another Day (That Time Forgot). Contraviniendo el sentido de otro de los temas —Slow It Down, que nos sitúa en su faceta de bluesman— que aderezan esta mayestática obra con un perfume musical para instantes que nos convoquen a poner el retrovisor de nuestros sentimientos, Neil Diamond Slow It Up («camina lentamente hacia arriba»). Gracias, Mr. Diamond o «Mr. Brasher» por haberme dejado subir en un tren de largo recorrido que dista aún de anunciarse el fin de su trayecto. Espero no bajarme en la próxima estación y recorrer cada uno de los vagones de un tren poblado de canciones que merecen una escucha más atenta que la dispensada en su tiempo, y muchas otras que han quedado enterradas en el anonimato.



domingo, 30 de noviembre de 2008

EL MISERABLE DE LA CALLE FERRAZ


El Catedrático Adolfo Sarabia Santander, en su introducción a la edición bilingüe de Volpone (1605) a cargo de Erasmo, explica que el objetivo de Ben Jonson (1571-1637) se inserta en esa «línea tradicional de defensa de unos valores humanos y sencillos, apegados a la tierra, recuerdo de una sociedad más sencilla y comprensible en la que el hombre no era un lobo para el hombre, y a pesar de ser teatro de primera clase que todavía hoy puede ser representado sin perder nada de su frescura y vitalidad no deja de predicarnos en el fondo con toda claridad el sermón de la profunda que puede llegar a ser la estupidez del hombre, su locura cuando deja que la avaricia sea el eje de su vida». Esa misma avaricia que, como otros tantos atributos que adornan a la condición humana ha llevado a personajes de la vida política como el Sr. José Blanco a acondicionar su particular «Sangri-La» en el privilegiado escenario marino que ofrece la Isla de Arosa, en su Pontevedra natal. Para este «Mosca» —el personaje subsidiario de su amo Volpone, cuyo sobrenombre de «el zorro» le vendría ni que pintado a José Luis Rodríguez Zapatero— de la política nacional, desde la atalaya que le procura su puesto de Vicesecreatrio General del PSOE, el saberse colmado de vanidad y avaricia, le trae al fresco cualquier crítica que se le haga a rebujo de las declaraciones que hace mítin si y mítin también, rebajando a los más bajos estratos morales el ejercicio de una práctica que en determinadas épocas y latitudes están/han estado/estaban tocadas por la vara de la dignidad y el señorío. Sin reparar en el alcance de sus palabras, el Sr. Blanco se ha descolgado este fin de semana con un comentario que habla de su bajeza moral al acusar a Esperanza Aguirre, Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, de haber escapado por piernas de una muerte segura. Sencillamente, ella y otros más salvaron el pellejo en medio de la oleada de atentados que tuvieron lugar en un barrio residencial de Bombay. Me da lo mismo si ella es del Partido Popular y él del PSOE. Esas «trincheras» ideológicas no valen para juzgar una actitud mezquina y miserable como la exhibida por el Sr. Blanco, en una oratoria que, digámoslo también, obtuvo su recompensa en una salva de aplausos que parecían corear, como agua bendita, los hachazos a uno de los estandartes de partido político rival. Parapetado en las revelaciones que le ha podido hacer algunos de los Deep throats («gargantas profundas») que pululan por la calle Ferraz, esos corvinos a los que pone rostro Jonson en su obra capital, el Sr. Blanco parece legitimado para verter acusaciones sobre alguien que tenía todos los números para llegar en avión a Barajas... pero con los pies por delante.
Para alguien que creyó un día en los valores que propugnaba el Partido Socialista Español ver como toman las riendas semejantes personajes arribistas, de tamaña catadura moral, es una señal de la decadencia de nuestra clase política. A buen seguro, después de que algunos le den un golpecito en la espalda diciendo el arrojo que ha tenido por meterse con Espe y otros le muestren su apoyo incondicional en su blog ante los ataques que le sobrevienen por la derecha más recalcitrante (léase la COPE, La razón, etc.), José Luis Rodríguez «el zorro» Zapatero hará mutis por el forro no vaya a ser que se revele «Mosca». Como apunta Sarabia Santander, la pieza isabelina de Jonson tiene cuerda para rato para representarse sobre los escenarios. Para un nuevo montaje, se postulan como actores Zapatero y el Sr. Blanco. El texto, con leves retoques para darle un aire de modernidad en algunos pasajes, no le faltarán adaptadores entre la larga nómina de asesores con ínfulas literarias que beben de las fuentes económicas que emanan de las arcas del Estado.

viernes, 28 de noviembre de 2008

OTA, EL MODÉLICO MUNICIPIO (SOSTENIBLE) DEL PAÍS DEL SOL NACIENTE


Diversas noticias que acaparan titulares de la prensa, en internet y en los medios de comunicación en general parecen converger en una idea que flota en el ambiente desde hace años y más a tenor de la conciencia que estamos tomando en torno al cambio climático. Una posible solución del conflicto que tiene en pie de guerra a los trabajadores de la Nissan de un distrito de Barcelona pasaría por la fabricación de un modelo de automóvil eléctrico; las bolsas de plástico tienen los € contados en las tiendas y en los supermercados si se aplica una normativa en la que se regule económicamente el uso de las mismas con el fin de disminuir drásticamente el volumen de residuos con un largo proceso de biodegradación (evaluado en centenares de años); la restricción de los límites de velocidad en los accesos a las grandes ciudades con el fin de amortiguar el crecimiento de la polución debido a la emisión de dióxido de carbono que genera el transporte rodado, etc. Digamos que los políticos han empezado a darse cuenta que esas medidas quizás resulten estériles o simplemente alarguen la agonía del planeta tierra, a efectos de los ecologistas, pero al menos dirigen esa lupa gigante hacia uno de los focos del problema socioeconómico que hace que cada vez seamos más dependientes del petróleo y arbitremos soluciones, al medio plazo, que pasen por una apuesta decidida por las energías renovables, asimismo denominadas limpias. Miguel Sebastián, uno de los pocos ministros del actual gabinete gubernamental social que, a mi juicio, se salva de la quema, en su función de Ministro de Medio Ambiente, apuesta por iniciativas que caminen en esta dirección. Entre tanto «Mesías» del siglo XXI que propugna el «fin de los tiempos» en forma de discurso pseudoecológico, quizá sea conveniente tomar nota de noticias como la aparecida recientemente en Ota, una localidad situada al noroeste de Japón, donde quinientos cincuenta hogares se benefician de paneles solares sufragados por el ayuntamiento de la localidad nipona. Ese modelo de gestión ambiental ha producido inclusive que en algunas casas se genere un excedente de energía fotovoltaica que revierte en forma de un pequeño beneficio para los propietarios de las mismas si la ceden para otros servicios que precise el consorcio del municipio. Si algo se caracteriza nuestro país es el de tener gran parte del año días soleados y, por tanto, ser un óptimo «receptor» de energía solar a través de placas fotovoltaicas. En el enésimo plan de choque auspiciado por el gobierno del estado en tiempos de crisis, los ayuntamientos serán los siguientes en beneficiarse económicamente en aras a reactivar la economía, fomentando construcción de obra pública. A mi entender, un modelo que ya ha tocado techo, en permanente construcción –una «paranoia» que ha dejado centenares de miles de inmuebles sin habitar en una sola comunidad–. Me gustaría creer que Miguel Sebastián liderará algún día un «plan renove» y que incentivara, vía decreto, la implantación de panales solares en buena parte de los hogares de cada municipio menor de, por ejemplo, 20.000 habitantes, y de esta forma ir tejiendo progresivamente un sistema de energías renovables que tuviera traducción en nuestros bolsillos, por el ahorro que comporta, y por descontado, en el medio ambiente. Si algún día llegamos a recorrer ese camino que nos lleve a otear en el horizonte una solución a esa hiperdependencia por el crudo, dejemos de frecuentar las páginas de economía de los diarios (digitales o en papel) con el único objetivo puesto en saber a cuanto cotiza el barril de Brent. Sus constantes fluctuaciones no son más que un indicativo que no estamos sacando el máximo provecho de un bien infinito (al menos desde una escala humana) en forma de disco solar. En este sentido, en un pequeño país del sol naciente ya se han puesto las pilas... y empiezan a ver la luz.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

GRANDES CLÁSICOS DE MONDADORI: A PROPÓSITO DE «CUENTOS ESENCIALES» DE GUY DE MAUPASSANT


Al albur del montón de novedades editoriales que aparecen semanalmente, a menudo cuesta separar el grano de la paja. Los magacines, dominicales y las páginas dedicadas a la cultura de los diarios de tirada nacional o local recogen una ínfima parte de estas novedades, en la mayoría de los casos cediendo a las presiones (sutiles o no) de las grandes corporaciones del sector. Random House es una de ellas, dividida en una decena de cabeceras, entre las que destacan con luz propia Lumen y Mondadori. Esta última, casi como si fuera una «bendición», desde hace unas temporadas publica con una periodicidad que oscila entre un mes o dos meses auténticas joyas de la literatura dentro de la colección «Grandes Clásicos». Ediciones, todas ellas, impecables, en un formato y una tipografía cómoda de leer, y en tapa dura, al servicio de obras imperecederas, en un rosario de títulos a cuál más interesante. Una colección, en esencia, pensada para los degustadores de grandes libros de alcance universal, sin poner barreras a la nacionalidad de sus autores, aunque preferentemente escogiendo novelas de escritores comprendidos entre el siglo XIX y principios del XX. Allí están Frankenstein o el Moderno Prometeo, Drácula de Bram Stoker, Lord Jim, Las aventuras de Huckleberry Finn —considerada el punto de partida de la literatura norteamericana contemporánea—, Los viajes de Gulliver...
En su afán de superación, Random House Mondadori ha preparado para estas navidades una edición titulada Cuentos esenciales de Guy de Maupassant (1850-1893). Protegido de Gustave Flaubert, a pesar de haber llegado tan sólo a los cuarenta y tres años de edad, fue un escritor prolífico a la par que precoz: antes de cumplir el ecuador de una vida condicionada por una maltrecha salud, se editó la que sería su primera obra, Bola de sebo (1880). Poco más de cuarenta páginas comprende esta pieza seminal de la obra de Guy de Maupassant, que sirve —junto al breve relato El papá de Simon (1879)— para abrir el fuego de este volumen. Un centenar de relatos de extensiones dispares están contenidas en una proverbial edición, quizá una de las mejores que han caído en mis manos no tan sólo por la talla del personaje sino por la excelencia a la hora de integrar texto y unas maravillosas ilustraciones en color a cargo de Ana Juan Gascón. La paleta de temas, espacios y géneros tratados por el discípulo de Flaubert es enorme, destacando, para mi gusto, su acercamiento al terror gótico que lo emparejaron al talento de Edgar Allan Poe con textos como El miedo (1882), El horla (1886-1887) —se reproducen las dos versiones que se conocen de la misma— o La noche (1887). Gran parte de éstas se encuentran contenidas en la última parte de un libro que excede las 1.200 páginas. Para alguien que se tenga por un lector con voluntad de echar la mirada hacia los clásicos del siglo XIX, Cuentos esenciales es el mejor regalo que puede o pueden hacerle. Es uno de esos volúmenes que uno dejaría encima de la cómoda o del sofá, e iría visitándolo en los tiempos de estío, a media tarde o medianoche. Una obra maestra para acompañarnos en los años venideros. Su precio, una minucia comparado con las horas de placer que nos deparará su lectura. Y no me olvido de la labor llevada a cabo por el traductor José Ramón Monreal, que vale su peso en oro.

lunes, 24 de noviembre de 2008

JERRY GOLDSMITH: UN COMPOSITOR PARA LA ETERNIDAD


Hace unos quince años, por estas fechas, persuadido por un grupo de aficionados a las bandas sonoras, me apresté a realizar un largo viaje por carretera con el fin de ver y escuchar un concierto de Jerry Goldsmith (1929-2004) celebrado en un marco digno de encomio: el Palacio de la Maestranza de Sevilla. La ciudad hispalense acogía un concierto que convocaba a un peso pesado de la música cinematográfica a lo largo de una doble jornada. Poco dado a la mitomanía, sin embargo, un servidor experimentó una extraña sensación al contemplar desde una distancia prudencial a un músico que, sin ambages, pertenece a la mejor cosecha de la segunda mitad del siglo XX. Como bien me indicaba mi amigo Jaume Carreras —músico y musicólogo de un talento fuera de lo común—, aún no tenemos la suficiente perspectiva para enjuiciar la labor perpetrada por algunos prohombres de la cultura que afloraron en el pasado siglo. Pero después de acompañarme a lo largo de tantas horas la música de Goldsmith —quien el próximo mes de enero hubiera cumplido su 80 aniversario—, de valorar sus bandas sonoras en el contexto para las que fueron creadas, no puedo por menos que llegar a la conclusión que, de haber nacido en el siglo XVII, XVIII ó XIX, hoy en día estaríamos hablando de un compositor a la altura de Franz Litsz, Gustav Mahler o Richard Strauss. El volumen de su obra es inmenso, pero el nivel de calidad de sus partituras se sitúa, en ocasiones, muy por encima de productos decididamente prescindibles que Goldsmith aceptó intervenir por su sentido poco pudoroso de lo que debe ser un artista. Ahora que se cumple el 30 aniversario del estreno de Los niños del Brasil (1978), el sello Intrada Records ha editado un doble compacto (Ir a enlace) que contiene la integridad de la música escrita por el compositor californiano, cumbre de su colaboración con Franklin J. Schaffner, uno de los directores que mejor se compenetraron con Jerry Goldsmith. Cabe desterrar, pues, numerosos prejuicios que impiden que la aparición de una edición de esta calidad musical quede tan sólo al albur del conocimiento de un reducto de aficionados que se procuran una satisfacción casi onanista al saberse unos escogidos sin la necesidad de compartir tesoros de este calibre. Tomar la iniciativa por abrir la discografía personal de cada uno a nuevos campos, como la música de cine, es una apuesta segura en un panorama actual abonado al esnobismo en forma de plataformas electrónicas que esconden una verdad como un templo: jugar a ser músicos sin tener formación musical alguna. Precisamente la etapa más poco distinguida de Goldsmith nace de su irreductible experimentación con nuevos sonidos, acoplando el sintetizador a propuestas cinematográficas que se descubren como auténticos fiascos frente a la opción que hubiera sido más aconsejable con una orquesta sinfónica bajo la batuta del genio de pelo cano. Pero esta etapa aciaga que abarca desde finales de los años setenta hasta mediados los años ochenta dominada por el empleo del sintetizador, también permitió trabajos de enjundia, como la reseñada The Boys from Brazil, El primer gran asalto al tren (1978), Caboblanco (1981) o Bajo el fuego (1983), una de sus obras maestras. Siendo Goldsmith mi compositor de cine favorito, me congratula pensar que dos de los músicos que más le habían influido —Alex North y Bernard Herrmann, de quienes interpretó en Sevilla piezas del 2001: una odisea del espacio (1968) descartado por Stanley Kubrick, y Psicosis (1960), respectivamente— se sitúan asimismo en un lugar privilegiado entre mis preferencias en este campo. Tres primeras espadas que pueden ser una perfecta piedra de toque para entrar en esa dimensión desconocida que sigue siendo para muchos aficionados al cine y que han contribuido a sublimar tantas películas. Goldsmith incluso contradice las palabras de Herrmann: «intentar que una mala película puedes mejorarla con la música es como cubrir con ropa un cadáver; lo puedes vestir, pero el muerto no resucitará». Puedo dar fe que hay «cadáveres» cinematográficos que retornan al mundos de los «vivos» verbigracia de Mr. Goldsmith, caso de Lionheart (1986), el último de sus trabajos en común con Schaffner. Un compositor, en definitiva, para la eternidad.

sábado, 22 de noviembre de 2008

INQUISIDORES DEL SIGLO XXI


Quizás olvidamos con demasiada facilidad que hace tan sólo un cuarto de siglo la Inquisición campaba a sus anchas por territorio hispano o que en la época victoriana la opción de que la mujer pudiera votar era motivo de mofa por parte de la clase alta, aquella que regía los destinos del Imperio Británico. Es decir, cuestiones que ahora nos parecen propias de la ciencia-ficción no hace más de doscientos cincuenta años o tan sólo un centenar largo eran moneda común en el seno de las sociedades europeas. Y todo ello viene a colación porque esos métodos inquisitoriales se revisten de sofisticación, de sutileza y se acomodan a un (meta)lenguaje en nuestros días con la intención de pasar inadvertidos para la mayoría de gente al presentarse frente a los medios de comunicación habiendo seguido un protocolo de actuación impecable, sin mácula alguna. Ejercicio de cinismo, como bien apuntaba Xavier Vidal-Folch en Els matins de TV3, a propósito de las declaraciones del socialista Josep Maria Carbonell (el de la izquierda de la foto), máximo responsable del Consell d’Audiovisual Català (CAC), en una entrevista mantenida con el conductor y director del programa del ente autonómico, Josep Cuní. Vida-Folch, subdirector de El País, con la calma propia de quien se conoce palmo a palmo los bastidores de una clase política en permanente connivencia con la periodística y la empresarial, señalaba el ejercicio de cinismo galopante de Carbonell, quien a lo largo de la entrevista excusó decir que pertenecía a la Fundación Católica que auspicia Ràdio Estel, una emisora cuyos oyentes se cuentan por centenares... y oh milagro, obtuvo la concesión de varias licencias de frecuencias de las ochenta y tres que estaban en juego. Para que esa toma de decisión avivara aún más el fuego de la polémica, toda una red de intereses de grupos asociados a Esquerra Republicana de Catalunya participaron del reparto de un pastel que descuidaba el factor empresarial como principal argumento, en favor de un rendimiento comercial, para crear puestos de trabajo en un país, no hace falta decirlo, necesitado de ello. En este culto al despropósito, la convocatoria de una junta extraordinaria a cargo del Sr. Carbonell serviría para esconder las irregularidades de un proceso ya que no hay mortal que se lea 14.000 folios en 24 horas. Ni Gary Kasparov que se ventilaba Guerra y Paz en un par de horas. Ante semejante volumen de hojas, los «diez hombres sin piedad» del CAC, algunos simples albaceas al dictado del Sr. Carbonell, claudicaron y firmaron la muerte de Manolete en forma de concesiones de licencias radiofónicas. Al menos para un servidor, el tema que la COPE se quede sin emisoras en Lleida y Girona —dos plazas, no olvidemos, del independentismo catalán— es tan sólo ruido de fondo, carnaza para aquellos que desean inculpar de todos los males de España al nacionalismo. Lo que me parece aterrador es la pervivencia en el siglo XXI de organismos capaces de tomar unas decisiones que competen a la libertad de expresión de la sociedad civil empleando métodos y estrategias viciadas de partida. Claro está que ese catolicismo que lleva a gala el Sr. Carbonell esconde la verdadera razón de existencia de estos organismos censores, dispuestos a regular nuestras vidas y pensamientos. Salvadores de las conciencias «débiles», pensarán para sí mismos. La moral catolicista vuelve, de esta forma, a ganar protagonismo una vez finiquitada su influencia en tiempos de la Inquisición y del franquismo. Que el Sr. Carbonell y su séquito nos pille confesados. Amén.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

DIANE LANE: «NIGHTS IN WHITE SATIN»


A imagen y semejanza de lo que ocurre en la sociedad, la industria cinematográfica no parece un buen refugio para aquellas actrices que han traspasado el umbral de los cuarenta. Sencillamente, la idea de ofrecer un papel protagonista a una mujer que rebasa los cuarenta años no entra en las mentes de unos empresarios/productores volcados en el puro rendimiento económico y, sabedores que el público que acude a las salas cinematográficas son en un elevado porcentaje adolescentes o jóvenes que rondan la veintena, sería tanto como dar por sentado que no verían una película en la que «esa tía tiene la edad de mi madre». Afortunadamente, aún siguen existiendo propuestas que convocan a un público adulto y que los tratan como tales. Hace pocas semanas me acerqué a ver Noches de tormenta (2008) con el principal reclamo para un servidor de Diane Lane. A punto de cumplir cuarenta y cuatro años —los hará el 22 de enero—, Diane Lane (a la que por cierto, tiene un parecido más que razonable con otra actriz: Gemma Vilarasau) demuestra que su madurez le ha permitido asentarse como una de las grandes intérpretes de la escena cinematográfica actual. Posee una belleza serena, define con la mirada y los gestos cada uno de sus pensamientos. Desde hace tiempo pocas veces he quedado con la sensación de que una interpretación roza la perfección; ni un ademán gratuíto ni una pose de más... La actual compañera de Josh Brolin toca el cielo con un prodigio de saber leer lo que demanda cada instante: ternura, resentimiento, aflicción, enamoramiento, deseo, pesar... Sospecho que, al margen del talento natural de Diane Lane, el feeling existente entre ella y Richard Gere —ya habían trabajado juntos en Cotton Club (1984) e Infiel (2001)— y la sabia dirección de George C. Wolfe, un hombre con una amplia y reconocida actividad teatral a sus espaldas, han jugado a favor de una interpretación excepcional presidida por la naturalidad. A menudo nos centramos demasiado en la trama de la historia que nos ofrece una u otra película, condicionamos nuestras valoraciones dependiendo del conocimiento(e interés) que tengamos por uno u otro director, en detrimento del juicio que nos merece una interpretación. Solo de esta forma ha podido pasar desapercibida, a los ojos de muchos, el portento interpretativo del que hace acopio Diane Lane en Nights in Rodanthe. La versión original, por tanto, se hace imprescindible para deleitarse en un trabajo que demuestra lo absurdo de marginar el caudal interpretativo de tantas intérpretes que vencidos sus años de esplendor físico pasan a un segundo plano, cuando no al anonimato. Espero que Diane Lane siga firme en su propósito de retratar seres humanos, personajes que como el de Adrienne Willis provoquen una empatía en el espectador. Creo que este aspecto a la hora de emitir valoraciones queda aparcado por una crítica que cada vez más se asemeja a los profesores de autoescuela que van descontando puntos en su libreta al observar desde la comodidad de su asiento los errores/fallos que comete el «examinado». God Bless Diane: tu grandeza es de las que se ven pero también se sienten. Evidentemente, en el mundo de Haldane, que no dista en demasía de los paisajes que ofrece Noches de tormenta, siempre habrá un sitio para una actriz que provoca el enamoramiento a cada secuencia cuando las condiciones son propicias. Allí estuvieron Wolfe y Gere para dar fe de ello. Sin duda, los Moody Blues debieron inspirarse en personas de la calidez emocional de Diane Lane para componer Nights in White Satin...

domingo, 16 de noviembre de 2008

TELECINCO: EN LAS ALCANTARILLAS DE LA INMORALIDAD

En estos días de intenso debate en torno a los modelos financieros que deben regir en un mundo cada vez más globalizado y, por tanto, proclive a que el efecto dominó se produzca entre bancos y cajas de ahorro de distintas latitudes, parece que pocos reparan en otros aspectos de la sociedad moderna que guardan relación con criterios éticos y morales de ese poder omnipresente que precisamente ha sacado a la palestra la mezquindad de lo especuladores en el ámbito económico. Al respecto, una noticia me ha llamado poderosamente la atención, máxime al establecer una secuencia cronológica a lo largo de esta última semana que me lleva a un estado de incredulidad. Veamos. El pasado 10 de noviembre se oficializaba el acto de entrega de la XIII Edición de los Premios Tiépolo, que toma el nombre del pintor Giovanni Battista Tiépolo (1696-1770). Digamos, para ser un tanto llanos, que se trata de un premio sacado de la chistera de las Cámaras de Comercio de Madrid y de Italia (las dos «patrias» de Tiépolo), entre otros organismos. Esperanza Aguirre, en calidad de Presidenta de la Comunidad de Madrid, hizo entrega de los mismos a Paolo Vasile, consejero delegado de Gestevisión Telecinco, y a José Manuel Lara Bosch, Presidente del Grupo Planeta. En el habitual discurso laudatorio que acompaña estos fastos, Aguirre destacó que «Gestevisión Telecinco es una empresa de capital italoespañol que ha creado, con enorme éxito, nuevas formas de ver y de hacer televisión». Poco acostumbrado un servidor a asomarse por la ventana de una cadena que hace de la emisión de películas una prueba de fuego de paciencia en altas dosis, sin descuidar las series, otro suplicio al canto en forma de interminables cortes publicitarios, y a repetir n veces esa nadería llamada Gran hermano, entre otras lindezas, asistí casi por casualidad a la emisión de dos programas de Telecinco. En primer lugar, la entrevista dedicada a Luis Roldán, otrora Director de la Guardia Civil que ha pasado los últimos lustros en prisión por haberse apropiado ilícitamente de los fondos reservados dispuestos por el gobierno socialista en la etapa de Felipe González. María Teresa Campos, resabiada de la prenda que tenía delante, mantuvo el tono distante, se mostró incisiva en ocasiones pero sin perder los modales más allá de interrogar a Roldán con un semblante de incredulidad. Aquella bravuconada que permitió algún que otro titular en la prensa, al verse Roldán acorralado por la justicia, de que «tiraría de la manta», quedaría en agua de borrajas una vez más. Tras el tête a tête vendría el turno para un grupo de periodistas dispuestos a merendarse al personaje, sabedores que aquel ex alto cargo vinculado al Ministerio del Interior de rostro cerúleo, era un «cadáver» embalsamado por obra y gracia de los maquilladores de Telecinco, incapaz de salirse de un guión-monólogo si no quería regresar a chirona sin el régimen de semilibertad que había acariciado tras años en el purgatorio. Y entre tantos debates, juicios de valor, acusaciones y demás, uno se preguntaría: «¿cobra Luís Roldán por aparecer en el set de la cadena de Don Vasile?» Afirmativo. Esquizofrenia pura: ni asomo de los 1.4000 millones de las antiguas Ptas que se afanó a ocultar Roldán, desviando la atención en todo momento sobre otro personaje de similar pelaje (Mister «X» Paesa). Eso sí, la recompensa a este gesto de escurrir el bulto, se sustanciaría con una gratificación, me temo, de varios miles de €, que Vasile y Cia. han tenido a bien contribuir para el plan de pensiones de uno de los mayores chorizos de un país en construcción durante el socialismo. Claro que ahí no acaba la cosa y al día siguiente, el sábado por la noche, La noria nos obsequió con la presencia de una tal Violeta Santander, a cuyo auxilio fue el profesor Jesús Neira para evitar que siguiera siendo agredida y éste acabó en la UCI. Con Neira postrado en la cama de un hospital balanceándose entre el cielo y la tierra, la Violeta de marras se despedía ante la cámara con una defensa a ultranza de su novio (sic), un tal Antonio Puerta, lanzándole besos y citándolo por su apodo. Mensaje en clave que hubiera podido ir acompañado de «tranquilo, Gordo, ya me he librado de esa jauría de periodistas y además he pasado por caja». Roldán, Violeta... ¿quién será el próximo Don Vasile? Quizás los directivos de Telecinco puedan seguir recompensando a otros seres de similar calaña que han hecho de sus vidas una perversión de la ética y de la moralidad. Mal asunto si pensamos que el mundo se regula tan sólo por asuntos financieros y económicos. Esa crisis que nos estriñe el cinturón a veces nos nubla la vista al punto de no saber si discernir si cadenas como Telecinco hacen un ejercicio de libre periodismo o bien un paupérrimo servicio al gratificar a personajes extraídos de las alcantarillas de la inmoralidad donde se esconden despojos humanos con piel de cordero. Por prescripción médica, mi abstinencia de Telecinco está servida por tiempo indefinido.

domingo, 9 de noviembre de 2008

LA LÍNEA DE LA SOMBRA


«Pueden sobrevivir con tres millones de euros al año porque ahora son una organización más pequeña y obsesionada con las filtraciones, pero si nadie les pagara el impuesto, tendrían que cerrar en tres meses por falta de liquidez». Así de taxativos se muestran los investigadores policiales que trabajan desde años en el mundo de ETA, que resiguen a diario cualquier indicio que pueda llevar a neutralizar algún comando o grupos radicales de apoyo que se mueven en el entorno de la organización terrorista, y del que se hace eco El País en un artículo fechado el 9/XI/08. Hace unos meses daba mi parecer sobre ETA, trabajando la hipótesis de un final que se vislumbra, en el mejor de los casos, de aquí una veintena o treintena de años, y que en el peor antes de que alcance el centenario de su nacimiento. Todos los que seguimos la actualidad diaria de este país, mal que nos pese, nos hemos convertido en conocedores de la realidad vasca y la organización que ampara parte de la sociedad civil de esa comunidad, con su silencio y ese acto de cobardía que, a modo de eufemismo, algunos lo llaman «mirar para otro lado» o simplemente «un acto de cautela». De todo el caudal de información que un servidor ha proceso, a menudo de una forma inconsciente, sobre ETA he tenido la certeza que lo más parecido a la organización terrorista vasca es el funcionamiento de una secta. Muchas de esas sectas tienen en el principio del fin de las mismas (si se da el caso) un claro síntoma: el último hombre que se sitúa en la cúspide de esta estructura piramidal evidencia signos de locura hasta el paroxismo, enrrocándose en una postura si cabe aún más extremista y desconfiando progresivamente de sus subalternos. Es cierto que ETA ha tenido auténticos sanguinarios en sus órganos de dirección —allí estaba la cúpula Artapalo, desmantelada en Vidart (Francia) en 1992—, pero muy pocas veces a lo largo de sus más de cuarenta años de historia —tomando la fecha de su primer atentado terrorista— un solo hombre ha demostrado un grado de enajenación mental tan acentuado como Garikoitz Aspiazu Rubina, álias Txeroki. Su apodo habla por sí solo. Pero lo suyo no es «arrancar cabelleras» sino participar en el vil asesinato de dos policías de paisano en Cap Breton a principios de este año y luego jactarse en petit comité con algunos de los cachorros de ETA. Acostumbrados a cantar La Traviata cuando son detenidos, esa anécdota que relató uno de los integrantes de un comando detenido recientemente por la policía no me ha pasado inadvertida y cuadra con la impresión que ese mundo de ETA se desmorona con el general Kurtz tomando la línea de la sombra con destino a un escenario de irrealidad y de paranoia del que se retroalimentan los que siguen persiguiendo la lucha armada «con el fin de liberar a Euskalerria de la opresión del estado español». En el interesante, por revelador y bien documentado artículo publicado en El país del que he extraído un párrafo a modo de introducción de este post, otra noticia en torno a una decisión tomada por Txeroki —suspender de militancia a Francisco Javier López Peña, álias Thierry y Ainhoa Ozaeta, el primero detenido unos meses atrás en territorio vascofrancés— abunda en la más que probable escisión en la Organización/Secta que ha provocado la deriva del «jefe supremo» hacia un radicalismo sin fin mientras que una parte, generalmente mayoritaria, busca asidero en la fórmula de la negociación, el abandono de su actividad o plegarse a sus cuarteles de invierno como medida de cautela. Cerremos, pues, por una vez los ojos e imaginemos que ese gran pueblo, el vasco, algún día verá a toda la clase empresarial a pie de calle manifestándose en contra de pagar el impuesto revolucionario, viéndose arropados por todos aquellos que en su día habían dado la callada por respuesta y han reflexionado que lo mejor sería quitarse las vendas de los ojos, demostrando el verdadero ser humano que llevan dentro. Entonces, sería probable que ETA respondiera con un atentado para darse golpes en el pecho. Pero en esa selva se escucharía muy leve el golpe en el pecho y el rugir de una figura preso de su locura, ese general Kurtz con apodo indio que un día tomó las riendas de una organización cansada, abatida, derrotada y desquiciada. Ya ese anuncio de Se buscan terroristas no resultaría atractivo para una parte de la juventud vasca porque aquella Sociedad Anónima que facturaba varios millones de euros anuales a costa del mal denominado «impuesto revolucionario« había hecho suspensión de pagos y la autoinmolación se empezaría a practicar por orden de relevancia en la organización hasta alcanzar a su último bastión, que exclamaría con voz gutural y alzando la mirada perdida: «¡el horror!, ¡el horror!».

jueves, 6 de noviembre de 2008

MICHAEL CRICHTON (1942-2008): UN HOMBRE DEL RENACIMIENTO... TECNOLÓGICO

Para muchos bestseller sigue siendo sinónimo de material de derribo, a nivel de calidad literaria, títulos cuyos autores escribieron o han escrito con un único objetivo crematístico. Material «ligero» para acompañar las horas muertas en aeropuertos, para hacer más llevadero un viaje en transporte público o simplemente para ganar puntos entre un colectivo que no tiene la lectura entre sus preferencias pero sí marca una serie de títulos (nunca superior a los dedos de una mano) anuales, al albur de haber ganado uno u otro premio, como un ejercicio con derivaciones hacia la mejor aceptación social. Michael Crichton se postularía como uno de esos nombres de los que la elite abomina y los consumidores de bestsellers tienen en buen concepto porque «son novelas que entretienen y te hacen pensar». Claro que en el término medio, según reza el dicho, está la virtud o, al menos este resulta mi parecer cuando repaso mentalmente las novelas leídas de Michael Crichton, muchas de ellas transferidas al medio cinematográfico con dispar fortuna. Es curioso constatar que, a medida que crecía su prestigio y se consolidaba entre los bestselling men, el grosor de sus obras aumentaba proporcionalmente. Aquellas obritas que se ventilaban en un par de días (El hombre terminal, La amenaza de Andrómeda, El gran robo al tren), la mayoría servidas en ediciones baratas, pasarían a superar con holgura las cuatrocientas páginas (Parque Jurásico, El mundo perdido, Timeline, Next, etc.) y, por consiguiente, arañar más horas de sueño hasta completarse su lectura en una o dos semanas. De ahí que guarde un recuerdo más grato de unas novelas que iban directamente a la esencia de la historia, con una vocación narrativa que siempre ha acompañado a Crichton (de lo que asimismo da fe su labor como realizador), en detrimento de esos mamotretos que ahogan el relato por un exceso de sintaxis destinada a levantar acta de su ardua labor de documentación en materia científica.
La noticia del deceso de Michael Crichton deja «huérfano» a una especie de creador en vías de extinción. De hecho, Crichton fue un ejemplar casi único, capaz de aglutinar muy diversos cometidos (escritor, médico, director, guionista, etc.) y que no parece advertirse a nadie que siga sus pasos. Ya se sabe que los directores de cine con carreras relativas a la medicina, la geología o la biología se cuentan en una proporción de 1 entre 100 (las que atañen a una formación de Humanidades o Letras) siendo, por tanto, Crichton un caso atípico. Si a esto sumamos que llegó a alternar la labor tras las cámaras, con la escritura de guiones y de novelas, podríamos referirnos a él como alguien «especial». Al margen de la novela que ha quedado inconclusa, Cricthon nos debía una obra que evaluara su paso por el cine, en la que estuvo implicado en numerosos proyectos rodeados de conflictos internos (El guerrero nº 13, Acoso, Esfera, Timeline, etc.) Hubiera sido reveladora una obra de estas características a los ojos de un observador con una mente científica, capaz de generar debate en torno a la posibilidad de devolver la vida a los dinosaurios a partir de un fósil que contiene restos de ADN (Parque Jurásico) o poner en entredicho el cacareado cambio climático (Estado de miedo). Un universo literario, el suyo, revestido de un discurso que enfrenta la alta tecnología con civilizaciones ancestrales; lo nuevo y lo viejo. Un filón que le dio grandes réditos comerciales, pero también la certeza que muchos de aquellos lectores asomarían su cabeza en el fascinante mundo de la ciencia. Valores residuales esgrimirán unos cuantos que tan sólo se deleitan con el autor de verbo florido pero de vacuidad temática. Para un servidor, Crichton seguirá funcionando como un narrador de historias, en el sentido que lo fueron H. G. Wells o Arthur Conan Doyle, con quien guarda no pocas analogías (su formación como médico, el interés por el mundo de los dinosaurios, etc.) Me gustaría pensar que posiblemente dentro de varios decenios, la obra de Michael Crichton habrá superado esa barrera temporal que hace que escritores que vendieron mucho en su época, hayan abandonado ese «lastre» y sea valorado en su justa medida, la que le distinguirá como uno de los primeros en incluir tramas hi-tech a un discurso conectado con civilizaciones ancestrales o mundos prehistóricos. A pesar de su temprana e inesperada desaparición en el día que Barack Obama proclamaba en la ciudad natal del escritor (Chicago), su victoria en los comicios electorales de 2008 frente a un millón de personas, los que siempre hemos apreciado a Crichton nos queda el consuelo que será un escritor leído dentro de uno, dos siglos, tal vez para siempre. Gracias, Michael, por hacer del entretenimiento una forma de conocimiento.

lunes, 3 de noviembre de 2008

LA MEMORIA HISTÓRICA, «LA EXHUMACIÓN» DE LA VERDAD EN TRES LETRAS: ADN

En ningún ámbito de la sociedad, ni tan siquiera en el de la política, una sola persona acapara más titulares, suscita más controversia o alimenta más divisiones como el juez Baltasar Garzón en el terreno de la judicatura. No es menos cierto que esa estela mediática que arrastraba tras de sí parecía haber perdido fuerza durante su año sabático. Pero a su regreso a su labor al frente del Tribunal Supremo de Justicia, Garzón ha querido dar vía libre a las demandas interpuestas en su tiempo que se engloban dentro del proceso a favor de la recuperación de la «memoria histórica», un término un tanto rinbombante para lo que es, a fin de cuentas, un ejercicio para saldar cuentas con un pasado que dejó un reguero de cuerpos sin identificar durante la Guerra Civil Española. Una vez más, el símil que ponemos la carreta por delante de los caballos cobra sentido. Se propugna una ley que invita a pensar a los más incautos que la identificación de aquellos cuerpos esparcidos por doquier en las cunetas de las carreteras o enterrados en fosas comunes tienen en las técnicas del ADN el método infalibe y que resuelve cualquier enigma codificado genéticamente. Pero ese artificio vestido de tonos azulados donde moran los hombres y mujeres del CSI en nada casan con la realidad de un país que, en materia forense, sigue estando en mantillas. La mar de simple: no hay suficiente infraestructura para abastecer la demanda creciente de pruebas de ADN requeridas por distintos campos, como el de la criminología, la medicina, el deporte de élite o la relativa a los tests de paternidad, lo más in en programas de sobremesa que convocan a maridos y mujeres despechadas, con la mosca tras la oreja. Falsamente se ha hecho creer a la población de la bondad de una ley que, sin embargo, a la hora de ejecutarse tendrá enormes problemas no tan sólo por el trámite administrativo que comporta sino por la dificultad en la verificación del ADN del difunto que, en muchos casos, quedará sin efecto. Para cadáveres que llevan velando el sueño de los justos más de sesenta años, se suele recorrer a la extracción del ADN mitocondrial (ADNm), localizado en el citoplasma de la célula y que tan sólo se corresponde con el 0,1-0,05% del ADN total de un ser humano. El ADN nuclear, por consiguiente, suele encontrarse en mal estado, por regla general fragmentado, haciendo extraordinariamente complejo su proceso de aislamiento mediante una serie de técnicas de cribado para posteriormente hacer millares de copias idénticas de una secuencia determinada. Si en el caso, por ejemplo, del reciente infanticidio en una localidad cercana a Barcelona, los restos de ADN de los presuntos homicidas en la zona donde se cometió el asesinato serán, a todas luces, una prueba inculpatoria de primer orden –toda vez que se analicen otros parámetros que competen a la investigación criminal–, pudiendo extraer el ADN nuclear, para las decenas de miles de cuerpos que se pretenden exhumar amparados en el auto dictado por el juez Garzón la empresa se revela titánica y, a todas luces, fuera de las posibilidades de la red de centros homologados para estas prácticas de identificación de personas a través de la extracción de su material genético. Un proceso largo, costoso y con una fiabilidad que baja sustancialmente al saberse que únicamente se ha podido aislar el ADNm. Lo sería en términos quasi-absolutos si se comparan muestras del ADN nuclear (el 99,9% de la información genética de nuestro organismo) del difunto con la de sus progenitores, su esposa y/o sus descendientes. Una cosa es honrar la memoria de nuestros difuntos y otra es poner a los pies de los caballos un sistema que ya de por sí se sostiene con pinzas, abjurándose políticos que predican su liberalismo a cada esquina de la panacean que supone unos instrumentos carísimos que trabaja a pleno rendimiento tan sólo con monedas de curso legal. De lo contrario, el 30% del total de esos cadáveres computados en listas que están a la espera sus familiares de ser identificados puede llevarnos, en el mejor de los casos, una decena de años. Promesas incumplidas dirá la oposición; sentido común y conocimiento de la verdad de las cosas, dirán otros. Y habla alguien que hace ya demasiado tiempo ha oído hablar de un abuelo que nunca conoció por parte materna, que fue eliminado por las tropas franquistas y abandonado, como un can, en los márgenes de una carretera indeterminada de Lleida.

viernes, 31 de octubre de 2008

DICCIONARIO DE COMPOSITORES CINEMATOGRÁFICOS


En contadas ocasiones las editoriales que tratan, en menor o mayor medida, temas relativos al ámbito cinematográfico, se aventuran a lanzar al mercado un libro dedicado por entero a la música compuesta para la gran pantalla. De Diccionario de compositores cinematográficos —publicado por T&B Editores (Ir a enlace), a modo de reedición del volumen homónimo que apareció con idéntico sello y autor (Luis Miguel Carmona) hace un lustro— me ocuparé de forma más específica en un comentario que preparo para http://www.cinearchivo.com/. Pero he considerado oportuno resaltar esta iniciativa a cargo de T&B Editores por cuanto la música de cine ha sido largamente ignorada, ninguneada en el ejercicio de la crítica cinematográfica y por la historiografía referida al Séptimo Arte en general. Y ya sabemos que en un país donde la educación musical brilla por su ausencia, la música compuesta ex profeso para el medio cinematográfico no es tan sólo la «hermana pobre» sino la absolutamente olvidada. Por fortuna, el panorama ha cambiado desde hace unos años y las orquestas de nuestra geografía programan conciertos con música de autores como Alex North, John Williams, Max Steiner o Maurice Jarre. Lo hacen a cuentagotas, pero gratifica pensar que incluso dentro del espectro cultural-musical más elitista —junto al operístico—, el que compete a la música clásica, ha habido un cambio de mentalidad y ya no se pronuncian con un cierto desdén al calibrar la calidad que se desprende de las partituras escritas por compositores que dedicaron o han dedicado (parcial o totalmente) su vida profesional al cine. Sin ir más lejos, la semana que viene l’Auditori de Barcelona tiene programado una serie de conciertos conducidos por Rachel Worby. Ella fue la sustituta de Jerry Goldsmith cuando a éste se le había diagnosticado un cáncer que le llevaría hasta la muerte en 2004. Un dato que recoge esta monografía, una suerte de Who’s Who del mundo de la música de cine, con un afán divulgador que quizás pueda disgustar a algunos puristas. Pero la casa se debe edificar de abajo arriba y no al revés. Por tanto, resulta esencial sentar los pilares formativos a través de estas obras de referencia, quizás faltas de un sentido academicista en la evaluación de sus contenidos pero que son presentadas con unos textos amenos, encarados más como guías —se resaltan aquellos títulos básicos de uno u otro compositor en un mar de discografías que, en muchos casos, sobrepasan la cincuentena de títulos—. A la hora de comprar la intuición no es una buena compañera y es preferible dejarse guiar por volúmenes de este calado para adentrarse en un espacio fascinante, el de las bandas sonoras. Aún no tenemos la perspectiva de tiempo suficiente, aunque somos unos cuantos los que suscribimos las palabras del argentino Lalo Schifrin: «la música de cine es la música clásica del siglo XX». Ir tejiendo una afición por el cine sostenida a lo largo de los años puede correr en paralelo con el interés por el campo de la banda sonora. No son aficiones excluyentes la una de la otra, sino complementarias. Bienvenida sea, pues, esta obra que Carmona ha elaborado, cuál amanuense, con el fin de dar a conocer una afición que le ha convocado a numerosas horas de placer al escuchar una u otra banda sonora, fuera o dentro de una sala cinematográfica. Si todavía no se han dejado seducir por la música de cine, atrévanse, por ejemplo, con la escucha de los CD's de Sense and Sensibility (1995) de Patrick Doyle, Wyatt Earp (1994) de James Newton Howard, Rudy (1993) de Jerry Goldsmith, To Kill a Mockingbird (1962) de Elmer Bernstein u Once Upon a Time in America (1984), de Ennio Morricone por citar algunas de mis favoritas —dentro de una lista que se cuenta por decenas—, y notarán el efecto balsámico a flor de piel. Por suerte, no tiene contraindicaciones.

miércoles, 29 de octubre de 2008

«PRÍNCIPES» DE LA CIUDAD


En ese soberbio documental titulado El chico que conquistó Hollywood (2002) que comenté hace unos meses en un post, el productor Robert A. Evans —al que alude el título del film—daba fe de la sed de venganza de Mia Farrow a propósito de las trabas que puso por aquel entonces su marido Frank Sinatra durante el rodaje de La semilla del diablo (1968). El croner estuvo a punto de echar por tierra una carrera que arrancaba con pulso firme de la mano de Evans y del director Roman Polanski. El productor de un buen puñado de grandes títulos de finales de los 60 y de los 70 reflexionaba sobre aquello, sentenciando que «no existe nada más terrible que una mujer despechada». Esa frase me sobrevino de repente al ver a Montserrat Nebrera, catedrática de Derecho y correligionaria del Partido Popular Catalán, en el plató dels Matins de TV3. El conductor y director del programa, Josep Cuní, quien sabía de primera mano que la incontinencia verbal de la Nebrera provocaría más de un titular, iba esbozando una media sonrisa burlona a la audiencia. Resabiado como pocos, Cuní dejó que Nebrera cobrara el máximo protagonismo —no siempre es así—, en una entrevista que duraría la media hora y que servía para destapar algunas de las «miserias» de la clase política catalana y, por ende, de la española. Acusando a sus propios compañeros del PPC de «fariseos» en su blog personal por haberse llenado la boca al criticar los accesorios de nuevo cuño de la limousine del President del Parlament Català Ernest Benach, pronto Nebrera destaparía el tarro de las esencias en forma de una enmienda a la regeneración democrática. Los nueve mil y pico € que sirvieron para tunear el coche oficial en el que se suele desplazar Benach desde la Ciudad Condal a su Reus natal y viceversa, a efectos de Nebrera, es una mínima expresión del despilfarro de una administración pública regida por unos partidos que se tapan las vergüenzas los unos a los otros. Salvo Ciutadans per Catalunya, que son pobres pero no miserables —aunque discrepo de su visión un tanto deformada sobre la realidad lingüística en Catalunya—, todos los partidos del ámbito catalán dejan mucho que desear al (auto)proclamarse garantes de los deseos/derechos de los ciudadanos y alardear de dar ejemplo. Nebrera denuncia el modus vivendi de políticos, indistintamente del partido en el que militen, que viajan a costa del erario público con cualquier excusa pueril que en nada redunda en el buen funcionamiento de la Administración. Pero con esta denuncia Nebrera se ha puesto la soga al cuello porque la maquinaria acabará «devorándola»... Los recelos de antaño mutarán en amenazas en forma de anónimos por osar desacreditar, descabalgar a la clase política desde dentro. Enfrentarse a los «Príncipes de la ciudad» tiene sus riesgos, aquellos que se pasean por la urbe con limousines y luego acuden para inaugurar una estación de metro sin saber el importe aproximado de una tarjeta multiviajes o ni tan siquiera cómo se introduce la misma. A excepción de unos cuantos, Ellos están al margen de la realidad cotidiana, dejándose ver en actos públicos, de partido o no, para luego camuflarse en sus respectivas torres de Babel. Benach juega a ser Donald Trump en el interior de su limousine, ahora huérfana de una televisión HD que le hubiera servido para contemplar la entrevista de Cuní a Nebrera a primera hora de la mañana mientras se aprestaba a ir al Parlament. Ya tenemos ruido de fondo durante unos días, editoriales en el diari Avui, El Periódico de Catalunya y demás rotativos. Después de verse desplazada de la cúpula de mando del PPC en beneficio de otra ex contertulia del Matins de TV3, Alicia Sánchez Camacho —paloma de Mariano Rajoy—, Montse Nebrera cumple su venganza haciendo bueno el enunciado de Robert Evans. Si bien en casi nada coincido con los postulados del PP, me congratulo con la valentía, cuando no osasía, de esta «oveja negra» —el color del traje que lucía, curiosamente, para la ocasión— de la política oficialista. Pero le sobró, para mi gusto, unos cinco minutos finales de entrevista. Aquellos que hizo promoción de su blog, denotando que padece narcisismo «mórbido». Envuelta en los ropajes de la venganza, Nebrera acabaría lanzando un dardo envenenado al sugerir que personal afín al ayuntamiento de Barcelona se dedica a entrar en su blog al haberse detectado sus IP’s. Si esas entradas anónimas con ánimo de escudriñar se tornan en amenazas, no dudará en contratar a un detective. Pero no será El detective encarnado por Frank Sinatra en el film homónimo que competía con el de La semilla del diablo en un único plano: el conyugal. Mia Farrow se saldría con la suya al retorcerse de placer tras el fiasco del film protagonizado por su ex marido, en contraposición con el alud de reconocimientos que obtuvo el film producido por Evans. A Nebrera el detective informático de poco le va a servir salvo para localizar desde donde escriben sus enemigos (entre otros, los de su propio partido). A los ojos de la clase política, Nebrera ha pasado a ser más un «diablo» que otra cosa, pero desde aquí mi reconocimiento a su arrojo a la hora de destapar la realidad sobre estos «príncipes de la ciudad».

sábado, 25 de octubre de 2008

«FLAVORS OF ENTANGLEMENT» de ALANIS MORISETTE: UNA MIRADA INTERIOR

Eclipsada por la arrolladora presencia de su compatriota Neil Young en una jornada de gloria para la música, celebrada en el marco del Rock in Rio de Madrid este pasado verano, la canadiense Alanis Morisette presentó algunas canciones de su nuevo álbum Flavors of Entaglement (2008), amén de ofrecer algunos temas ya «clásicos» de su repertorio. A efectos de sus fans —entre los que me cuento— poca consideración habían tenido los organizadores del evento, programando en horario de sobremesa la aparición de Morisette con unos kilos de más, pero con similar poderío vocal que la ha llevado, guitarra en ristre, a pasearse por medio planeta desde que aflorara su talento con un CD multiventas, Jagged Little Pill (1995). Por aquel entonces, algunos la proclamaron la nueva «diosa» de la música pop-rock, avalada por Madonna a través de su sello Maverick Records. Mal asunto. Con idéntica facilidad para encumbrar a uno u otro artista, buena parte de la crítica se encargaría de «destronarla», evaluando que sus siguientes trabajos no eran más que un calco de aquel éxito puntual. Pero con la misma determinación de la que hizo acopio un día de su adolescencia, llamando al timbre de la mansión de Olivia Newton-John mientras paseaba por Beverly Hills para decirle que llegaría a ser más famosa que ella, Morisette ha seguido su propio camino, desoyendo a aquellos que querían hacer de la canadiense un mero producto manufacturado, al calor de las modas. Debido a mi debilidad por las cantantes y/o compositoras femeninas de verdadero fuste, puedo dar fe que cada pocos meses existe una tentativa por parte de los casas discográficas por sacar al ruedo del mercado musical una nueva Sheryl Crow, Sarah McLachlan o Annie Di Franco. Pero hay algo que hace de Alanis Morisette una voz inimitable, una personalidad intransferible: sus canciones resiguen un itinerario que compete a su propia naturaleza, a sus experiencias, incluso las más íntimas. Nada existe en ella impostado, sino más bien responde a una voluntad de percutir en el corazón de su audiencia (ocasional o no) pequeñas historias de desamparo, de combate diario, de desgarro emocional o de pura evocación de la joie de vivre. Todo ese itinerario personal cobraba especial fuerza en So-Called Caos (2004), nacida de su tránsito espiritual por la India en años que la movían a la reflexión. Su quinto trabajo en estudio, Flavors of Entanglement, ofrece otra mirada interior, perceptible en los primeros estribillos de la plana mayor de las once canciones que lo conforman. Invitado de excepción para algunos, un error mayúsculo para otros —entre los que me incluyo—, Guy Sigsworth, adalid de la música techno(experimental) en su condición de productor, entre otros, de la islandesa Björk, ha intervenido en el diseño de producción de este compacto. El corte Straitjacket rompe la dinámica acústica en la que se mueve con suficiencia Alanis Morisette, dejando que el tema Underneath nos deje sumergir una vez más en las aguas de turbulencia creativa de Jagged Little Pill que proyectaron en su día la figura de una canadiense incapaz de conjugar el verbo «conformar». Ella tuvo una buena madrina en Madonna. Al escuchar la casi docena de temas que jalonan este compacto algunos podrán decir que Morisette ha entrado en crisis. Bendita crisis, pues, porque de todas las cantantes de su generación no conozco ninguna más que ella que pueda presumir de haber encadenado cinco discos de estudio con unos parámetros de calidad similares (además de un ejemplar Unplugged), aunque siempre quedará Jagged Little Pill como el título referencial. Si acaso, como reza el título del último corte de Flavors of Entanglement, puede que sea un trabajo «incompleto», pero su impronta de gran cantante queda registrada en la majestuosa Not As We —acompañado al piano por Sigswoth (la doble cara del personaje, afortunadamente la más acorde al «universo Morisette»)— y Torch, síntesis de estilo, armonía y precisión vocal en una composición de su propia cosecha. A pesar de cuatro años de sequía, Alanis Morisette ha conseguido otra cosecha, la de 2008, nada desdeñable en un panorama musical yermo de talento al albur del juego propuesto por las multinacionales del sector, en una incesante, por absurda y estéril, búsqueda de clones de cantantes. Afortunadamente, el talento sobrevive a todo tipo de contratiempos.