viernes, 25 de julio de 2008

UNIVERSO BALLARD (I)


Referirse a la publicación de la literatura fantástica en nuestro país pasa por citar en primer término a la Editorial Minotauro. Cumplido hace unos pocos años —concretamente, en 2005— su medio siglo de existencia, Minotauro prosigue su andadura a la hora de ofertar novedades de la fantaciencia con la reedición de buena parte de su catálogo recientemente adquirido por Planeta. No escapa a nadie que tras esa operación de compra el gigante editorial ha querido exprimir el potencial de ventas de los libros de J. R. R. Tolkien, más aún cuando se anuncia una adaptación a la gran pantalla del Hobbit para los años venideros. No obstante, las nuevas ediciones del fondo editorial de Minotauro permite poner al alcance de las nuevas generaciones autores de la categoría de Jim Graham Ballard (1930). Aunque en mi web personal no lo incluya entre las personalidades que destaco por motivos de espacio, Ballard es uno de mis escritores de cabecera. Sencillamente, se trata de un prodigio a la hora de anticipar mundos. Se ha «acusado» a los escritores de literatura fantástica que la mayoría de sus vaticinios han caído en saco roto y tan sólo uno de ellos fue capaz de predecir el invento que está condicionando nuestras vidas, para bien y para mal: internet. Pero el autor británico ha dado varias veces en la diana, ya que su literatura milita en el terreno de la anticipación con elementos cotidianos que han acabo moldeando y transformando nuestras existencias. Después de una etapa de inmersión en su prosa diáfana —no así el hilo argumental de unas historias, algunas difíciles de seguir— y perfectamente calibrada, he regreso a la lectura de Ballard con dos de sus obras: El imperio del sol —de la que he hecho una reseña en Cinearchivo en función de su carácter de novela adaptada al cine (ver comentario)— y Bienvenidos a Metro-Centre (2006), ambas editadas, cómo no podría ser de otra forma, por Minotauro.
Hace poco escuché unas declaraciones de Arturo Pérez-Reverte, en plena promoción de su última ficción literaria, que abandonaría su actual ocupación antes que sus amigos o allegados le hicieran ver que se estaba repitiendo, que no hacía más que referirse a su propia obra y buscar recursos que ya había utilizado en el pasado. Enseguida pensé en Kurt Vonnegut (1922-2007), otro de mis autores predilectos, pero que sus últimas obras ejemplificaban lo que Pérez-Reverte quisiera evitar a toda costa. A tenor de la lectura de Bienvenidos a Metro-Centre no estoy tan seguro que eso le haya ocurrido a Ballard, quien se sabe al final de su ciclo vital merced al cáncer que se le ha diagnosticado y del que da fe en Miracles of Life (2008), un libro con márchamo de autobiografía (parcial) aún pendiente de publicación en lengua castellana y catalana. Más bien, Ballard trata de cubrir todos los flancos posibles, todos los espacios que habían quedado en el tintero, susceptibles de trazar una visión del mundo donde la religión suprema se llama consumismo. A través del personaje de Richard Pearson, un publicista inglés, a la búsqueda y captura del asesino de su progenitor en pleno Metro-Centre —punto neurálgico comercial próximo al municipio de Brooksland—, Ballard describe el peor de los escenarios morales a los que parecemos destinados en un futuro próximo. Un centro comercial de una ciudad media del sur de Inglaterra —el Metro-Centre— toma el relevo a las terminales de aeropuerto de Milenio negro (2003) como lugar transitado por terroristas de nuevo cuño que buscan quebrar el orden establecido. Bienvenidos a Metro-Centre podría formularse en el terreno de la fábula social al estilo La naranja mecánica (1962), de Anthony Burgess —un admirador de Ballard, dicho sea de paso—, pero en lugar de los drugos tenemos a una prole de seres ultraviolentos camuflados de supporters del equipo de fútbol local, que practican como «deporte alternativo» la patada al «balón» en forma de tendero pakistaní o kurdo. La mirada de Ballard demuestra que su cargador de mala leche y mordacidad sigue repleto y no se deja ninguna bala en la recámara al hacer de su visión distópica un reflejo del mundo del que acabaremos formando parte, si no lo hemos hecho ya. La connivencia de la policía frente al salvajismo de sus conciudadanos en plena cacería de los tenderos inmigrantes; los squaters parafascistas que reclutan en sus filas a «nobles» representantes de la clase media —muchos de ellos, acreditan profesiones liberales—, actores de tercera fila haciendo las veces de «mesías catódico» en los canales de cable de centros comerciales y la proclama del consumismo como bien supremo se integran en este universo típicamente ballardiano. Pronto, auguro, que este término se irá imponiendo entre los articulistas de prensa del Reino Unido y de otros rincones de Occidente al levantar acta del futuro que se nos avecina. Pocas veces ha sido tan apropiada una sucinta frase que refuerza el valor de compra de una novela como en esta ocasión: «Otros escritores describen; Ballard anticipa. Él nos ha proporcionado nuestros propios mitos del futuro cercano» (Will Self). Volveremos sobre Ballard con motivo de una exposición que el Centro de Cultura contemporánea de Barcelona (CCCB) le dedica desde el pasado día 23 de julio.

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