domingo, 31 de agosto de 2008

EL RIFLE Y LA BIBLIA

Esta es la traducción al castellano de la única producción que unió en un plató los destinos de John Wayne y una de mis actrices predilectas (por los tiempos de los tiempos), Katharine Hepburn, ya en el ocaso de sus respectivas carreras. Nada que ver con su título original –Rooster Cogburn–, en una muestra más de la arbitrariedad de los distribuidores de nuestro país, sin embargo, El rifle y la biblia sería un preciso eslogan de campaña para la dupla que forman John McCain y Sarah Palin en pos de ganar las elecciones presidenciales de noviembre de este año. Una vez descabalgado de una hipotética vicepresidencia John Edwards por apropiarse de un pijama ajeno cuando su esposa sufría un cáncer –una noticia deplorable en sí misma que apenas trascendió en España (1)–, para mí, el que mejor sintetiza el ideario de los hermanos Kennedy y de Martin Luther King (hasta en sus deslices extraconyugales tiene puntos en común con JFK) y Hillary Clinton, el nuevo «mesías» de la política estadounidense se decantaría por la voz de la experiencia: Joe Biden. Bueno, no era la opción que convocaba a un consenso absoluto entre los Demócratas, pero al menos fortalecía el talón de Aquiles de Barack Obama, esto es, la política exterior.
Hace casi un par de meses me aventuré a pronosticar que esa imagen en la que John Edwards se aprestaba a escenificar su apoyo por Obama sellaba cualquier duda sobre quien sería el nuevo líder del partido Demócrata. John McCain se mostraba remiso a dar a conocer quien le acompañaría en su camino hacia su hipotética conquista de la Casa Blanca, a pesar de que su liderazgo se disipó a las primeras de cambio. A las puertas de celebrarse la convención republicana si el huracán Gustav no provoca un cambio de planes de urgencia, McCain ha ofrecido su alternativa a la elección de Biden por parte de los Demócratas: la hasta la fecha gobernadora del estado de Alaska Sarah Palin. Es decir, McCain ha querido contraponer el que no se escogiera a Hillary Clinton, una mujer incluso más joven que la esposa del inefable Bill Clinton. Presumiblemente, movido por sus consejeros para rescatar votos de signo femenino dentro de un sector descontento con que se prefiriera a Biden en lugar de Hillary, John McCain ha cometido, a mi juicio, un error de cálculo que le costará la presidencia en unas elecciones que se siguen presumiendo muy reñidas pero que cualquier detalle en la recta final puede ser crucial. Máxime cuando Hillary y Sarah Palin tienen perfiles antagónicos en temas básicos como la sanidad, la pena de muerte o el aborto, entre otros. Votar en función del sexo de uno de los candidatos es una de las falacias que tan sólo los más obtusos pueden discutir cuando, en realidad, lo que se debate es el status quo de un país, la orientación de una nación en cuestiones del todo vitales en políticas ecológicas, energéticas, sociales o sanitarias. Leo en la portada de La Vanguardia (31/VIII/08) la «reveladora» noticia de que Sarah Palin fue Miss Alaska y, ya en página interior se detalla que ganó, a sus veinticuatro años, un concurso de belleza en su localidad natal, Wassilla, además del de Miss simpatía en el mismo certamen. Cuando se tiene un perfil tan bajo para ocupar un puesto de enorme responsabilidad, hay que «adornar» ciertos curriculums que hablan por sí solo de que McCain pude tener buen gusto pero mal ojo. Mientras Obama suma esfuerzos y trata de conquistar a los que, en su día, prefirieron a Hillary, McCain dividirá al personal republicano a cada mes vencido. Los más conservadores quizás se sientan reconfortados con la elección de Palin, antiabortista, miembro de la Asociación del Rifle y con una política exterior que no difiere en demasía del de la Administración Bush Jr. Pero con el «ideal» de WASP en franca recesión en número de personas en beneficio de una inmigración que crece de forma aritmética, los datos no pueden más que arrojar la victoria del tándem Obama-Biden. Como un servidor piensa que la inteligencia y la bondad no son patrimonio exclusivo de los Demócratas ni mucho menos, aquellos acérrimos defensores de los valores conservadores del deep-south se pueden estar preguntando si Mrs. Palin restará un solo voto a un sector dubitativo del Partido Demócrata que quiere vengar la derrota de Mrs. Clinton. Hillary se puede poner hecha un basilisco (la razón que Bill esté tan blanco es que su mujer no le debe pasar una) y su carácter debe ser de los de aupa, pero salvo estos arranques de furia dudo que después de que hubiera tenido cuatro hijos, lanzara la moneda al aire para tener, a los cuarenta y tres años, un bebé. La decidida lucha antiabortista de Palin ganaba una nueva causa a costa del nacimiento de un niño con el síndrome de Down. Una decisión legítima pero que explica mejor el perfil de «Dama de Hierro» que se ha ido forjando Mrs. Palin, dejando patente que McCain es más bien un lobo con la piel de cordero. Con su decisión de apoyarse en los réditos que pueda darle Sarah Palin, John McCain ha servido en bandeja de plata la victoria a su contrincante Barack Obama.
(1) Uno tiene sus deep-throats para estas cosas...

viernes, 29 de agosto de 2008

«DRASTIC FANTASTIC», UN COMPENDIO DE ESTILOS Y VOCES


No descubro nada si digo que mi «debilidad» por las voces femeninas me ha llevado por los confines de unas discografías que, por lo general, quedarán relegadas al olvido en los estantes de las grandes superficies tipo FNAC y, en función de sus escasas unidades vendidas, prestas a ser retiradas cuando asome un grupo o un/a solista de la nueva hornada. Es así como se «queman» infinidad de carreras, dejando que la novedad de un primer compacto en un plazo de dos o tres años, con la aparición de un segundo, quede aparcado en el recuerdo de tan sólo unos cuantos. En el caso de KT Tunstall todo apunta a que seguirá una senda similar a la de Eleanor McAvoy, Natalie Imbruglia o Meredith Brooks, si la divina fortuna no lo remedia. Para empezar, la culpa no es tan sólo imputable a la forma en qué está concebido el negocio discográfico sino que deviene un error de principiante para el/la que la representa firmar con las iniciales K. T. Reivindicar el papel de la mujer en el seno de una industria tantas veces (y con razón) tachada de machista no pasa precisamente por dejar al albur de la imaginación a qué corresponde la K y la T que anteceden al apellido Tunstall, bien a una fémina o a un varón. Siempre he creído que esta dicotomía nunca ha favorecido, por ejemplo, las ventas de libros de la escritora P. D. James o de la cantante K. D. Lang, quien quiso preservar cierta ambigüedad sexual para posteriormente declarar abiertamente su condición de lesbiana. Para desentrañar el entuerto por lo que concierne a Tunstall, su nombre de pila es el de Kate, una escocesa de treinta y tres años con una voz muy peculiar que podría situarnos en los registros de Dido o Sheryl Crow. Dada a conocer con su primer álbum de estudio, Eye to the Telescope (2005) —guiño a un pasado en St. Andrews, cuyas sesiones al aire libre con el telescopio tuvieron en su padrastro, físico de profesión, un privilegiado tutor—, su posterior Drastic Fantastic (2007) representa un trabajo de un reposado equilibrio entre las melodías pop y el empleo de una guitarra eléctrica que domina los temas más rockeros. Un concepto nada novedoso que la Crow ha explotado en casi todos sus discos, pero con el temperamento musical de Kate Tunstall que se perfila como una voz propia. Es cierto que el tema Funny Man podría formar parte del repertorio de Dido, pero existen en Drastic Fantastic intentos, eso sí, comedidos por explorar en formas musicales más abruptas (Hold On) con un empleo de la percusión nada desdeñable. De hecho, el segundo álbum de Kunstall representa un buen compendio de algunas de las voces femeninas que a un servidor le han cautivado en los últimos años, con especial significación para Hopeless, que destila aromas musicales próximos a Aimee Mann —aunque con una rítmica más acelerada—, Saving My Grace, cuyos modismos vocales la comprometen con el trabajo de Katie Melua, o Beauty of Uncertainty ofrece un especial tributo a su admirada Patti Smith. Una vez escuchado el presente compacto, muchos podrán rebatir que Tunstall no deja de ser un clon de tantas cantantes solistas con ciertas ínfulas creativas. Quizás, en el fondo, esta apreciación sea verdad. Pero, como diría George Orwell, «todos somos iguales, si bien algunos más iguales que otros». Y una cosa es el karaoke con pseudocantentes prefabricadas que, en comparación, harían de Ana Torroja la letrista mayor del reino, y otra un tanto distinta: mujeres que, como Tunstall, hacen de la escucha de su disco compacto Drastic Fantastic una experiencia fantásticamente imperfecta, en el que asoman multitud de influencias de cantantes que militan en la Primera División.

Para más información http://www.kttunstall.com/

Escuchar tema Saving My Face de KT Tunstall en YouTube


miércoles, 27 de agosto de 2008

DIGITALIZANDO NUESTRAS VIDAS


Durante mis años en la Universidad cursando estudios de biología había dos publicaciones científicas traducidas al castellano que pugnaban por ocupar horas de lectura en los aledaños de la facultad, en el autobús o en el tren. Mundo científico e Investigación y ciencia han pasado a formar parte del imaginario del estudiante de ciencias; no había preferencias por una u otra, sino simplemente en función del poder económico de cada uno se optaba por la compra de una revista o dos cada mes. Claro que había oportunidades que no se podían malograr: el día en que la editorial que publicaba Investigación y ciencia habilitó un stand en el entorno de las facultades de ciencias de la Universidad Autónoma de Barcelona; fuimos unos cuantos que nos beneficiamos de una promoción de varios libros monográficos que regalaban a cambio de una suscripción que nunca se llegaría a oficializar en forma de cobro a contrarremborso. Una vez concluída la carrera de biológicas, seguí interesándome en adquirir ejemplares sueltos de ambas revistas en función de un contenido orientado hacia una de mis grandes pasiones: la genética.
Llevaba tiempo, sin embargo, sin acercarme a la lectura de estos dos auténticos tothems de la divulgación científica en formato revista. Revisando el ejemplar correspondiente a mayo de 2007 (el año que se cumplía el 30 aniversario) de la edición española de Scientific American ha habido un tema que me ha llamado la atención fuera de mi campo de interés primordial en materia científica. En el artículo Una vida digital Gordon Bell y Jim Gemmell proponen una reflexión y/o evaluación de lo acontecido con la experiencia del primero. Ambos trabajan desde hace tiempo para Microsoft y, ya se sabe que en el alma de todo investigador existe la tentación de extraer consecuencias de sus propias teorías conviriténdose uno mismo en «conejillo de indias». A Craig Venter le pudo su egolatría y, a través de su empresa Celera, llevó a cabo el Proyecto Genoma Humano, en paralelo con el programa con fondos públicos dirigido por James D. Watson, secuenciando el mapa genómico humano... extraído de su propio ADN. Lo de Bell ha sido menos ambicioso, pero igualmente de proporciones mesiánicas: establecer un programa minucioso de digitalización de gran parte de la información que ha recibido a lo largo de varios años. Es decir, crear un archivo digital de todo lo que le relaciona con su entorno visual y auditivo, captando instantáneas de los lugares que visita, páginas web a las que accede, música que se descarga, emails que envía o recibe, etc. Gordon Bell y Jim Gremmel parecen complacidos con la idea de que tal caudal de información (la mayor parte, transferida en imágenes) servirá de utilidad a una progenie que podrá empaparse de la biografía de un familiar, sabiendo incluso el detalle de qué portal estaba visitando a las 9 de la mañana del 11 de septiembre de 2001. La aventura urdida por Bell empezó en 1998, pero no sería hasta varios años después cuando su proyecto cobraba visos de realidad al tener acceso a un sistema digital que hiciera más automática la transferencia de información evaluada dentro del proyecto de investigación MyLifeBits («pedazos de mi vida»). Las aplicaciones terapeúticas que se puedan derivar de experiencias con pacientes con una progresiva pérdida de memoria (no necesariamente vinculada con la enfermedad del Alzheimer) parece una de las finalidades del aún embrionario MyLifeBits. Pero lo que Bell no desvela es si las luces de neón de los moteles o el aparato lumínico que acompaña a los salones recreativos son captados por los sensores de la SenseCam que lleva colgando cuál amuleto. Sería de utilidad saberlo si alguno de sus descendientes le da algún día por el hábito de las tragaperras o busca consuelo en la compañía de damas que no le recuerdan ni de soslayo a la santa. Eso sería como tener la enciclopedia personal de cada uno pero con páginas «digitales» arrancadas. Demasiadas hagiografías aflorarían sin saber realmente de qué pie cojea cada uno. Pero dada la vinculación de Bell y Gemmell con Microsoft, entramos en una nueva era en la que toda esta entelequia digital cobrará visos de la realidad en nuestras vidas. No tardaremos, pues, a escuchar el tamido de una campana proveniente del centro de investigación de Microsoft en San Francisco: eso sí, con el nombre de pila de Gordon. Preparémonos a revivir el sueño del padre de Mark Lewis (Michael Powell) en Peeping Tom / El fotógrafo del pánico (1960) en su versión digital y con una compresión de la información de nuestras vidas concentrado en un milímetro cuadrado.

domingo, 24 de agosto de 2008

EN BUSCA DE UNA IDENTIDAD... DEPORTIVA: EL VALOR DEL COLECTIVO


A raíz del constante goteo de noticias referidas a la fragmentación, cuando no, «balcanización» de España —como gusta referirse a la (ultra)derecha—, con un perenne pulso entre las tres autonomías denominadas «históricas» (El País Vasco, Catalunya y Galicia) y el Estado considerado como tal, la buena actuación de la representación hispana en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 ha supuesto una tabla de salvación provisional para un gobierno cuestionado por distintos flancos. Quisiera, sin embargo, pensar que hay dos maneras de calibrar el alcance del relativo éxito —no estamos en el G-8, en la elite deportiva por número de medallas, pero sí en un cómodo segundo nivel— de la delegación española en los JJOO organizados por China, y por consiguiente, la utilización del mismo a la hora de enarbolar la bandera del patriotismo: por una parte, la conquista de medallas en deportes minoritarios per se, y los que aglutinan tal número de licencias federativas y seguidores que los hacen aptos para considerarse profesionales o semiprofesionales. Para un servidor, en el primer escenario el fiel de la balanza se decanta hacia el esfuerzo personal, a la recompensa de una dedicación callada y, a menudo en soledad, sin recibir el apoyo mediático porque los deportes que practican poco menos que merecen un breve en las últimas páginas de un rotativo deportivo de tirada nacional fuera de los ciclos olímpicos. Me refiero, por ejemplo, al equipo de hoquei hierba, que se ha alzado con una medalla de plata, que el aficionado no retiene los nombres de sus jugadores salvo que la tradición familiar en la práctica de este deporte lleve a algunos a reconocer a un tal Freixas. Por otra parte, los deportes profesionales sirven mejor a los intereses de la representación de un país y, por ende, de un gobierno que puede sentirse orgulloso de que la práctica deportiva es uno de los puntales de nuestro sistema educativo tantas veces ninguneado en informes de todo tipo. Ante datos que sitúan a España en la cola a nivel educativo en Europa, algunos se recrean en el derrotismo, al tiempo que evitan referirse al deporte como elemento integrador, que ayuda a la formación humanista por los valores que se extraen de una práctica en común, en la que rige un sentido del compañerismo, del respeto al prójimo. Y es en los deportes colectivos donde el estado español se revela una potencia mundial: baloncesto, hoquei hierba y balonmano masculino han conquistado medallas de plata y el último combinado, de bronce. Un dato que se suma a la Eurocopa ’08 que ganó el equipo de fútbol español tras décadas de travesía por el desierto, o la hegemonía que ha demostrado el equipo de hoquei patines a nivel mundial, rivalizando tan sólo con Argentina y Portugal por los primeros puestos en los distintos campeonatos que se celebran. Una vez más, la asignatura pendiente siguen siendo las féminas, a excepción de la exhibición llevada a cabo por las ocho damas de la sincronizada, con la gran Gemma Mengual al frente. Un signo de cambio importante en la mentalidad de un país que ha dejado atrás las gestas heroicas de tantos héroes que caminaban en solitario, auténticas figuras quijotescas que luchaban contra molinos de viento en forma de federaciones que les dejaban de la mano de Dios y de los organismos gubernamentales que no atendían al valor del deporte como factor de formación. En un país futbolero por excelencia poco importaba lo demás. Puestos a escoger, prefiero que dejemos de fabricar el estereotipo de «la soledad del corredor de fondo» y buscar en los deportes de equipo un sello diferenciador en relación a otras naciones. Gente que corre y nada bien hay millones en el mundo; otra cosa es crear bloques, conjuntos con una fortaleza mental y una variabilidad táctica y técnica impresionante, que nos haga deleitar frente al televisor. Una muestra: una selección española de básket que ha obrado el pequeño milagro de situar al borde del KO al redemption team, la máxima expresión de un equipo llamado a ser imbatible, sembrado de estrellas NBA. Pau Gasol y los suyos nos han hecho ver que no existen los límites. Otra cosa son extraterrestres que se han dejado caer en la pista de tartán (el jamaicano Usain Bol) y en la piscina olímpica (Michael Phelps); más que hacerles pruebas antidopaje deberían comprobar si tienen la dotación cromosómica que corresponde al ser humano.

jueves, 21 de agosto de 2008

HOMO FABER («EL HOMBRE QUE FABRICA O HACE»)


En un libro titulado Homo faber (Ed. Seix Barral) del helvético Max Frisch se plantea, a través del protagonista, un ingeniero de mediana edad, la idea de que nuestras vidas están regidas por un sistema encriptado de probabilidades que obedecen a parámetros matemáticos. En la novela del suizo se habla del concepto del destino sojuzgado por un mundo dominado por formulismos estadísticos que acaban ahogando la percepción de una vida más sujeta al azar. Pero al entrar en juego una relación sentimental, el pragmatismo de Faber se tambalea y se adivina un intento por huir de un mundo cuyo destino parece ya marcado.
A la luz de los focos de esta realidad que tratan de inculcarnos mediante datos, cálculos estadísticos, simulaciones matemáticas y demás, los aviones suelen cobrar ventaja. Los expertos nos advierten, ufanos ellos, «que nada es más seguro que volar. Es el medio en el que se registran menos accidentes». Una frase hecha que, a fuerza de escucharla numerosas veces, se ha convertido en dogma de fe para los responsables de la aeronáutica mundial. Pero cada x tiempo nos cuestionamos la creencia de la seguridad de los aviones cuando se producen accidentes tan escalofriantes como el registrado ayer, día 20 de agosto, en los aledaños del Aeropuerto de Barajas. Quizás, en algún informe confidencial que descansa en las oficinas de un organismo oficial de la aeronáutica de nuestro país o de la Unión Europea alguién pudo preveer una tragedia de esta magnitud que, a hora de hoy, registra ciento cincuenta y tres víctimas y casi una veintena de heridos con pronóstico grave o muy grave. Estimando el cálculo del (creciente) número de vuelos que se realizan en el espacio aéreo del viejo continente, la vida media de los aviones y otros muchos parámetros arrojan una cifra de muertos a lo largo de un decenio que tan sólo lo acontecido en Barajas sirve para refrendar, para desgraciadamente cuadrar o aproximarse a la estadística vaticinada. Pero nadie que conozca se sube a un avión pensando que tiene uno entre un millón de probabilidades que su destino se trunque en pleno vuelo o en la maniobra de un despegue o un aterrizaje. Esos valores de cálculo estadístico se mueven en el terreno de las proporciones de que padezcas una enfermedad hereditaria de la que jamás has oido hablar y el nombre de la cual resulta del todo desconocida si eres profano en la materia.
La historia de la aviación ha evolucionado a pasos gigantescos en los últimos decenios, en teoría, haciendo disminuir las probabilidades de un accidente de las características del ocurrido en el aeropuerto de Madrid. No obstante, la frecuencia de vuelos ha aumentado aritméticamente y con ello ha equilibrado, en el peor sentido, los logros alcanzados en seguridad en otras áreas, como el sistema de pilotaje automático, que suele estar por duplicado en los aviones relativamente modernos. Quién sabe si en este caso cabría sumar la precariedad laboral de una compañía, Spanair, que ha anunciado el despido de un tercio de su plantilla en poco tiempo, las razones que expliquen un doble intento de despegue sin haber extremado hasta el mínimo detalle las condiciones de seguridad del aeroplano accidentado. Antes de la construcción de proyectos faraónicos que cuestan al erario público unas cifras astronómicas, cabría dar prioridad a activar todos los mecanismos de seguridad para que episodios como el de la T-4 de Barajas (desgraciadamente, con tan poco tiempo de vida, va acumulando su particular «historia negra») de este agosto no vuelvan a producirse. Concedemos al Homo sapiens la capacidad de hacer proezas en el campo de la investigación, llegando incluso a realizar un mapa de nuestro genoma, evaluando los mecanismos biológicos que regulan nuestro determinismo, pero somos incapaces de arbitrar sistemas que hagan un checking de un motor de un aparato que ha dado signos de fallo en su primer intento de despegue. Y la moneda de cambio de esta paradoja inherente a la condición humana han sido ciento cincuenta y tres fallecidos y la tragedia de las familias de éstas que convivirán con el dolor el resto de sus vidas. Al reproducirse estas fatalidades aéreas de forma cíclica me sobrevuela en la memoria una imagen de Crash (1996) de David Cronenberg, a partir de la adaptación de una novela de J. G. Ballard: la de un hospital de aeropuerto donde todas las camas están vacías. La supervivencia, lejos de ser una bendición, muchas veces deviene en una consecuencia indeseada frente al pánico de reproducir día sí y otro también una tragedia que, para algunos, hacen buenas las estadísticas, y para la inmensa mayoría nos golpea en nuestros corazones. Vaya nuestro pesar por todos los que han quedado en el camino. Eso sí, el ruido de fondo de los medios de comunicación escudriñando en el dolor de unos familiares descompuestos ante el horror de pasar por este trance, las autoridades apelando a que se abrirá una investigación que esclarezca lo acontecido (juicios a celebrar a un lustro vista, en el mejor de los escenarios) y la voz de los responsables aeronáticos volviéndonos a recordar la garantía que ofrece la aviación serán los signos inequívocos que la relativa normalidad toma nuevamente las riendas de nuestras vidas. No tardaremos, pues, a perder el miedo a volar que se manifiesta en el fuero interno de muchos de nosotros ante noticias de este calibre. Pero si repasamos nuestra ancestral escala evolutiva hubo un tiempo que fuimos anfibios antes del paso a vertebrados. Por eso está codificado en nuestros genes la «memoria de los peces», aquella que nos hace olvidar de lo ocurrido a muy corto plazo y volver a sentirnos seguros al dirigir nuestras miradas sobre un cielo amortiguado de nubes desde la ventanilla del avión.

domingo, 17 de agosto de 2008

«EL CABALLERO OSCURO» Vs «VAMPIR CUADECUC»


Durante el periodo estival los periódicos suelen adecuar sus ediciones a un menor número de páginas por eso de que el caudal de noticias se estrecha. Pero esto no es garantía de que el número de boutades disminuya, sino que más bien se mantiene e incluso aumenta. Recuerdo hace cuatro veranos cómo El Periódico de Catalunya despachaba con un breve de dos líneas de texto la muerte de Jerry Goldsmith (1929-2004) —un genio absoluto de la música de cine, capaz de alumbrar más de ciento cincuenta bandas sonoras con una calidad media altístima (algunos títulos en los que participó ya sería otra cuestión)— el mismo día que se reservaban cuatro de las primeras páginas a la difunta Carmen Ordóñez. Huelga decir cuál ha sido la contribución de una y otra persona a la humanidad, y que evidentemente cualquier parecido con la realidad es pura «perversión» periodística puesta a disposición del lector no precisamente en papel couché. El mismo rotativo, el pasado 7 de agosto publicaba una columna titulada El caballero oscuro en IMAX en la que el autor de la misma, Ramón de España, se despachaba a gusto con la última producción de Christopher Nolan. Nada que objetar salvo ese deje de suficiencia a que nos tiene acostumbrados De España, advirtiéndonos que nos iban a dar gato por liebre y, de paso, ninguneando a Nolan como si se tratara de un advenedizo al que le ha tentado el dólar a las primeras de cambio. Ya se sabe que si el británico hubiera seguido la senda de sus dos primeros largometrajes, Following (1997) —invisible ejercicio en blanco y negro, de apenas una hora de duración y con intérpretes desconocidos— y Memento (2000), evaluando cada x tiempo trabajos solo aptos para exquisitas minorías, una gran parte de la crítica se desaría en elogios. Pero el colmo del non sense crítico proviene de la pág. 29 de La Vanguardia, en su edición dominical de hoy, 17 de agosto de 2008. La potestad para el artífice de la crítica (Jordi Batlle Caminal) de El caballero oscuro (2008) de decir lo que le da la gana es total, pero la puntuación de dos estrellas sobre cuatro frente a las tres que obtiene Vampir Cuadecuc (1970) en la misma página mueve a pensar en una solución de urgencia para evitar la publicación de tamaña barbaridad. Casi el único reparo que pone Jordi Batlle Caminal a este film «maldito» obra de Pere Portabella es que en los créditos Christopher Lee aparece sin la primera «h» como sería preceptivo para tan insigne figura del fantástico que aterrizó por España a finales de los sesenta para rodar El conde Drácula (1969) de Jesús Franco y, de paso, se concibió este sui generis making of titulado Vampir Cuadecuc. Que Jordi Batlle se dejara caer por algunas de esas fiestas que Portabella organizaba anualmente con los primeros calores y confraternizara con el ex dirigente del PSUC, pase. Pero de ahí que valore este film hecho con cuatro perras de la época y de un primitivismo que tira de espaldas —«... donde en Franco había color sangre, aquí hay blanco y negro en diversas texturas» (¿o no será que se les acabó el negativo y tuvieron que echar mano de otro en mal estado?)— por encima de El caballero oscuro se me antoja como una señal de alarma de que algo está fallando. Si estos son los tothems de la crítica, apaga y vámonos... Como diría el ínclito Dinio, aquel cubano que tuvo su momento de gloria hace unos años visitando platós de las cadenas privadas españolas: «La noche me confunde». A otros, la oscuridad les confunde, la de las salas cinematográficas. El blanco y negro desvaído, la cutrez fílmica (a poder ser con una serie de fotogramas en plena combustión), el esperpento narrativo es como una llamada a la adolescencia y/o juventud en aquel patio de butacas del cine-club del instituto o del colegio de curas donde se cultivaba una temprana cinefilia. Claro, todo esto pesa demasiado para que el último producto hi-tech de Hollywood con un plantel de intérpretes de excepción —amén de la calidad de Christopher Nolan, que está lejos de ser una medianía— quede un peldaño por debajo de Vampir cuadecuc, el paradigma del cine de no-presupuesto que tiene como principal virtud, para el que esto suscribe, no haberse estrenado durante varias décadas. Si al menos fuera el making of de una obra de arte, pero ni eso... Doctores tiene la santa iglesia: pero la «santa iglesia cinematográfica» con algunos de sus «popes» al frente dictando cátedra, debería encomendarse a aquello del buen juicio y el sentido del equilibrio de las cosas. De lo contrario, se impone un control sanguíneo a los asistentes a los pases de prensa. A alguno la sangre le saldrá tan espesa como la que chupa Christopher Lee —con dos «h» y dos «e», y los colmillos bien afilados— en esa «experiencia única» (J.B.C. dixit) llamada Vampir cuadecuc.

viernes, 15 de agosto de 2008

«EL REY SE HA IDO PERO ÉL NO TE OLVIDA» *


Advertido por un buen amigo de las excelencias de una serie sobre el mundo del rock dividida en siete capítulos —de ahí su título genérico: Las siete edades del rock—, me aproximé a la misma en su penúltima entrega. Emitido por el canal 33 de la televisión autonómica catalana, el capítulo en cuestión de The 7 Ages of Rock: Left of the Dial se concentraba en el nacimiento del grunge, el movimiento de la música independiente norteamericana de finales del siglo pasado. Tan sólo han transcurrido una quincena de años desde aquel estallido musical amparado bajo el nombre de grunge para darse cuenta de lo efímero de aquel movimiento. Resiguiendo la cronología que presenta este documental en las voces de críticos musicales y de miembros de las bandas que se fraguaron por aquel entonces, muchas cosas sucedieron en pocos años. El sino de nuestros tiempos en el que si, al cumplir los treinta, no te has convertido en una celebridad, más vale que te batas en retirada. Pero incluso una vez conseguido dentro de estos parámetros temporales, viene la siguiente pregunta: «¿Y ahora qué?». Kurt Cobain, el líder de Nirvana, se la debía hacer en infinidad de ocasiones hasta ese fatídico 5 de abril de 1994. El rubio cantante y guitarrista dejaba este mundo con tan sólo veintiocho años. Con la perspectiva del tiempo, Michael Stipe reflexiona en el documental sobre la muerte del que había sido una especie de «alma gemela». El vocalista de R. E. M. quiso prestarle su ayuda improvisando una colaboración en común, a celebrar en Athens, Georgia, para sacarle del pozo en el que el cabeza visible de Nirvana se había sumergido por voluntad propia. Como toda celebridad que murió joven, parece existir una curiosidad morbosa por saber el porqué alguien en su plenitud artística, con una familia recién formada y un contrato discográfico multimillonario decidió suicidarse. Puede haber un factor accidental, pero los patrones de conducta suelen ser comunes: la pérdida del sentido de la realidad provocada por las propias inseguridades y temores. En el caso de Cobain, en las últimas semanas de su existencia la única conexión con la realidad había sido la música, las letras de unas canciones de contenido abstracto/metafórico que cobraban sentido en su paranoia personal, retroalimentada por la ingestión de estupefacientes y alcohol. En cierta manera, la muerte Cobain motivó que una parte de la personalidad «dormida» de los que le conocieron saliera a la luz. Tan sólo así se entiende el brusco giro que hizo R. E. M. —el grupo que más admiraba Cobain por su compromiso artístico inviolable, a diferencia de lo que aconteció con Nirvana a partir del éxito de Nevermind (1991)— en su carrera, pasando de la melancolía más exasperante en Automatic for the People (1992) a un disco de texturas «sucias», un sonido presidido por las guitarras eléctricas, en Monster (1994). Se podría interpretar como un homenaje a Cobain, pero había algo más profundo que recorría las mentes de Stipe, Peter Buck —instalado durante una temporada en Seattle, la cuna del grunge— y Mike Mills en aquel estudio de grabación: querían sentir, de algún modo, que Cobain seguía vivo, que se palpara su presencia. Otro tanto ocurrió con Neil Young, quien no aparece en el documental. Kurt Cobain quiso escribir su epitafio tomando prestadas las letras de una canción de Neil Young My My, Hey Hey. En numerosas ocasiones quisieron que el denominado «padrino del grunge» hablara sobre su relación con Cobain, a quien al parecer, como había hecho Stipe, quiso contactar por teléfono en su refugio de Seattle. Esas llamadas por teléfono que se escuchan en el falso documental (una oda al sopor) Last Days (2005) de Gus Van Sant, podrían ser las efectuadas por Young o Stipe. Young se sigue negando a hablar sobre ello. Para estas cosas, los músicos tienen sus propios códigos internos no escritos: comunican sus sentimientos a través de las canciones, desglosando toda una serie de estribillos de naturaleza críptica para hacer menos llamativo su pesar. Es como decir: mientras siga tocando esa canción el espíritu de Cobain se mantendrá vivo. Por esas cosas uno ama la música de rock lejos de los estereotipos superficiales que se han ido forjando alrededor de este estilo musical y que tratan de ayudar a desterrar espléndidos documentales como The 7 Ages of Rock. Lástima que no fueran siete las vidas que hubiera tenido Cobain y caminara hoy en día su talento en paralelo con el de los R. E.M., Neil Young y Pearl Jam, otra de las «banderas» del grunge que, partir de entonces, se han izado a media asta.

(*) Estribillo traducido al castellano de My My, Hey Hey, la canción convertida en una suerte de epitafio por Kurt Cobain (1967-1994).

martes, 12 de agosto de 2008

LOS «FAROS» DE NUESTRAS VIDAS


En función de una serie de artículos que he escrito sobre el American Film Theatre, en conmemoración de su 25 Aniversario, para Cinearchivo, tuve acceso por primera vez al visionado de A Delicate Balance (1973), basada en una pieza teatral de Edward Albee, otrora más conocido por ser el autor de ¿Quién teme a Virginia Woolf?. En pleno estado de gracia del recientemente desaparecido Sir Paul Scofield hacía suya la siguiente cuestión: «¿acaso la amistad no es una forma de amor?». Observada desde esta perspectiva, a mi entender, es la expresión de amor que menos bajas por depresión se cobra, más puentes de gratitud tiende, más señales de solidaridad convoca y menos desgaste provoca en un corazón cuyos latidos marcan el compás de nuestras vidas y nos siguen manteniendo en el terreno de los mortales. A lo largo de nuestras existencias buscamos refugio, comprensión y calor humano en la cubierta de una barca que luce en el lateral de la proa el rótulo «Amistad» para posteriormente zambullirnos, armados con la suficiente confianza en las profundas aguas del conocimiento de otras realidades no siempre las más esperadas ni las más deseadas. Y así hasta volver a repetir una y otra vez este ciclo que se cierra al final de nuestros días. En este devenir mar adentro sobre la cubierta de nuestra barca imaginaria a veces podemos encontrarnos destellos lumínicos en el horizonte que nos marcan el camino a seguir, que nos reconcilian con nuestra propia naturaleza, y nos invitan a sacar lo mejor de nosotros mismos. Estos días de mar quieta he visto brillar con intensidad uno de esos «faros» que tomaba dimensión humana y ha obrado un efecto milagroso en los que me acompañaban en cubierta. Sus rostros mancillados por el dolor reciente cobraban vida, volvían a ganar color en unas caras demacradas por el infortunio y el pesar por una despedida no anunciada... Antes de desaparecer ese «faro» de proporciones humanas y perderse en la inmensidad del cielo raso de nuestra ciudad, uno de esos compañeros de viaje que hace de la bondad (divino tesoro) uno de sus principales atributos se confesaba como el que se sabe vencedor de la única batalla que le interesa ganar: la de la amistad. En esos momentos estaba al mando del timón de la barca y por sentido de la responsabilidad, contuve la emoción. Él había medido sus palabras como si las hubiera estado ensayando durante semanas frente al espejo de su subconsciente, para concluir su breve pero sentida oratoria bañada de sinceridad con un «desde aquel momento supe que esa amistad me acompañaría para siempre». Al final de la jornada pensé que aquella era la declaración de amor más bella que había escuchado en mucho tiempo sin ser un servidor el protagonista... Benditos «faros».

A mi amigo Juan Antonio, y a ese «faro» que ha iluminado nuestras vidas y espero siga iluminándolas por los tiempos de los tiempos

sábado, 9 de agosto de 2008

«CRISIS? WHAT CRISIS?»


Preguntado en su momento qué grupo era su favorito, José Luis Rodríguez Zapatero respondió, sin explayarse demasiado, «Supertramp». En su recién inaugurada segunda legislatura al frente del gobierno español, unos atribulados reporteros regalaron al líder socialista un vinilo de Supertramp titulado Crisis?, What Crisis?(1975), en alusión al fatídico vocablo que se resistía a pronunciar en público hasta que ya estábamos a las puertas de otro de más gordo: recesión. Si mal no recuerdo, ese fue el primer —en mi caso— CD que adquirí de la banda musical que causó estragos entre los adolescentes de los años 70 y 80 para posteriormente, como tantas formaciones del espectro sinfónico, quedar aparcadas en un virtual «cementerio de los elefantes (mamuts) musicales». Al rescatar de mi discoteca esa reliquia del pop-rock a los oídos de los aficionados de nuevo cuño a la música, me fijé en la composición de su portada que no podría traducirse más que una parábola de nuestros tiempos... de desasosiego estival: un individuo en bañador bajo una sombrilla ocre con el fondo grisáceo donde se recortan las siluetas de las chimeneas de las fábricas, conformando un espacio de dinamismo industrial. Para muchos en tiempos de crisis ese está siendo el destino de sus «vacaciones», atrapados en la misma ciudad o municipio que les ha tocado vivir y en el que han depositado su voto confiando en que el PSOE solventaría todos sus males habidos y por haber. Quizás cabría preguntarse si quien diseñó la portada de Crisis? What Crisis?, a instancias del grupo abanderado por Rick Davies y Roger Hogdson, la ideó para que aquel individuo con el torso desnudo estuviera viendo la televisión. Si fuera así, la metáfora sería completa: los rayos catódicos que emanan del aparato que vertebra y rige el destino de nuestras vidas provocan un efecto placentero/sedante en el cerebro de cada uno de nosotros que anula cualquier tentativa de revelarnos frente al Sistema. Sube el Euribor: mala suerte. Suben las hipotecas: otra vez será menos. Los alimentos alcanzar precios desorbitantes: qué le vamos a hacer. Eso sí, Zapatero se agarra a la bandera del olimpismo para enmascarar el fiasco de una política económica que tiene en Pedro Solbes nuestro particular «aprendiz de brujo». El que se supone es la persona más informada y preparada a nivel económico de este santo país no da una. Zapatero, desde el que se siente un «elegido», un «mesías» del neosocialismo, presume que la subida del precio del petróleo a escala internacional ha tenido una incidencia decisiva en este «repunte a la baja» (¡viva los eufemismos!). Claro que, al saberse que el precio del petróleo del barril de Brent ha bajado paulitanemente en las últimas semanas, Zapatero vuelve a quitarse del medio y ya debe estar sacando billete para Pekín con tal de confundirse entre la representación española, jadeando cada conquista de una medalla. Sus dotes de «Zelig, el camaleón» no tienen límites. Pero puestos a rescatar otros de los trabajos discográficos de Supertramp, ¿qué tal volver a reponer el duelo televisivo entre Solbes y Manuel Pizarro en plenos comicios electorales de 2008? Propongo la traducción de uno de los mainstreams del grupo inglés, Even in the Quietest Moment (1977) («Incluso en los momentos más tranquilos») para celebrar este reprise televisivo, en el que el actual Ministro de Economía se acogía a su particular mantra en forma discurso, sin aumentar ni una décima de punto de decibelios el tono del mismo frente a la cara de pasmo y de pardillo que exhibía Pizarro, que de descubridor no tiene nada pero como «profeta» financiero es un auténtico ojo de halcón. En la actualidad, Solbes se dedica a marear la perdiz mientras la oposición, salvada la «pájara» ideológica (los «halcones» acabarían volando del nido), podría corear aquel estribillo contenido en Crime of the century (1974) con algunos retoques: «mientras vamos de mal en peor / ¿quiénes son esos hombres en busca de codicia, avaricia y gloria? / quitaros las máscara y dejaros que os vean las caras». A todo esto, Zapatero tratará de capear el temporal en tiempos de tormento económico parapetándose en el éxito de nuestros representantes en los juegos Olímpicos —con un potencial del que muy pocas veces hemos podido alardear— y a principios del año que viene, cuando ya estemos tocando fondo, el político de origen leonés se irá a los Estados Unidos para visitar a su homólogo Barak Obama y hacer su particular Breakfast in America. Homenaje velado a Supertramp, claro. Aquí tenemos otro grupo de fonética similar: se llaman supertramposos y militan en el PSOE. Para más señas, Calle de Ferraz, en pleno corazón de Madrid. Se vaticina que durarán más en el estrellato que el grupo seminal porque sencillamente no tienen nadie que les haga sombra por mucho que Mariano Rajoy parafrasee una y otra vez el título de un recopilatorio de la banda británica: «¿nos escucha todo el mundo?» (Is Everybody Listening?)...

martes, 5 de agosto de 2008

NAVES EN ORIÓN (HOMENAJE A FREDERIC SOLDEVILA I VILA)

Si existe una auténtica autoridad en este país sobre Blade Runner (1982), uno de los títulos más míticos que nos ha legado el cine contemporáneo, para el que esto suscribe, sin duda, es Frederic Soldevila. Los asiduos de www.cinearchivo.com se habrán familiarizado con su nombre, pero pocos tenemos el honor y el privilegio de contarnos entre sus amigos. El otro día me recordaba que hace casi un lustro que nos conocimos. Pensé que era más tiempo, que podría haber nacido la amistad en la época que se estrenó por vez primera el film dirigido por Sir Ridley Scott porque algunos recuerdos de nuestra adolescencia y juventud (servidumbres de la generación del baby boom) fueron comunes: una «militancia» en el terreno del rock sinfónico; una prospección por la literatura de los clásicos de aventuras (Emilio Salgari, Julio Verne, etc.); un compromiso firme por la afición al cine gestada desde las salas comerciales populares de nuestras respectivas ciudades... y tantas otras cosas. Como a Frederic, me fascinó Blade Runner desde un buen principio, desvelando al cabo las claves de una historia que sigue provocándome una amalgama de sensaciones. Entre otros muchos temas, Blade Runner nos habla de la inmortalidad, esa aspiración de la humanidad a revelarse como seres eternos. Ambos hemos hablado en varias ocasiones sobre nuestra incapacidad de creer en un ser supremo, un agnosticismo que, sin embargo, no nos impide quedarnos atónitos frente a la pantalla y «pregar» para que el tiempo se detenga cuando Roy Batty (Rutger Hauer) pronuncia una frase imbuida de misticismo, a las puertas que su cuerpo expire y despliegue sus alas, emulando el vuelo de una paloma, hacia un lugar desconocido. El asombro de Dick Reckard (Harrison Ford) es compartido por el espectador que asiste a uno de los instantes, en verdad, que abandonan el terreno de lo célebre para posicionarse en el campo de lo mitológico. Hampton Fancher y David W. Peoples armaron unas páginas de guión que tienen pocos competidores en la cinematografía contemporánea: sencillamente, hicieron un prodigio. Casi por inercia, los que hemos visitado en un puñado de ocasiones Blade Runner, esperamos ese punto del monólogo del replicante de semblante albino frente a la mirada descompuesta de Reckard.

«Es toda una experiencia
vivir con miedo… ¿verdad?
Eso es lo que significa ser esclavo
Yo… he visto cosas

que vosotros no creeríais…
atacar naves en llamas
más allá de Orión
he visto rayos C
brillar en la oscuridad
cerca de la puerta Tanhäuser
Todos esos momentos

se perderán en el tiempo
como lágrimas en la lluvia».

Ver línea de monólogo de Blade Runner en Youtube.


Frederic, cuando vuelvas por enésima vez sobre esta grandiosa película y llegado este punto de la historia de puro magisterio en el terreno de la interpretación, de la filmación, del guión y de la ambientación, piensa que tu padre se ha paseado más allá de Orión en ese viaje por el infinito que acaba de emprender. Los mortales aún no estamos aún aptos para visitar esos confines de la galaxia pero los que han servido en el reino de la tierra y nos dejan se integran en el cosmos para siempre jamás... Per sempre més, amic Frederic.



A la familia de Frederic Soldevila

domingo, 3 de agosto de 2008

LA VERDADERA HISTORIA DEL HOMBRE ELEFANTE

En una sociedad cada vez más decantada hacia la «esclavitud» de la imagen, a crear estándarts fashion que reproduzcan un ideal de belleza, resulta casi una temeridad que una editorial se atreva a publicar La verdadera historia del Hombre elefante (2008). En manos de muchos, este volumen con voluntad de ensayo, escrito por Michael Howell y Peter Ford, sería objeto de una actitud displicente que verían en el contenido de sus páginas una oda a la monstruosidad, a la exploración de una corta vida (falleció con tan sólo 27 años) sojuzgada por el dolor de Joseph Carey Merrick, apodado «el hombre elefante». Una estampa, la del «hombre elefante» que, en mi caso, quedaría registrada por primera vez en la memoria al contemplar, a principios de los ochenta, su versión cinematográfica bajo la dirección de David Lynch. El efecto dramático tan caro al cine hacía posible que un servidor se emocionara al observar la indefensión de un individuo que, tras refugiarse en unos urinarios, descubriera su rostro deforme y exclamara: «¡¡no soy un animal, soy un hombre!!». Tiendo a creer que esa historia preñada de dramatismo, recreada en época victoriana, sobre un fondo en blanco y negro, contribuiría a mi formación humanista, calando mucho más hondo que cualquier orientación religiosa a la que siempre me he mostrado remiso a seguir sus «cantos de sirena». No sería el caso de Joseph Merrick, quien abrazaría una fe religiosa, a juzgar por las anotaciones que Frederick Treves, el médico que le trató en el London Hospital, tuvo a bien conservar en forma de diario para satisfacción de historiadores como Howell y Ford. De estos manuscritos se valen los autores de esta monografía publicada por Turner Ediciones (dentro de su colección Noema) para desarrollar su tesis sobre una persona cuya extraordinaria deformidad no le impedía, empero, interesarse por la literatura (leyó, por ejemplo, Emma de Jane Austen), deleitarse con obras teatrales o mantener una conversación de tono un tanto elevado en un entorno mínimamente propicio. Pero es obvio señalar que esta visión humanizada del personaje vaya en paralelo con el seguimiento sobre las distintas teorías médicas que ha suscitado a lo largo los últimos siglos un cuadro patológico tan severo como el que presentaba Joseph Merrick. Howell y Ford descartan acogerse a una sola «verdad» médica, si bien muchos de los estudios caminan en la dirección que Merrick sufrió la enfermedad de la neurofibromatosis múltiple o enfermedad de Recklinghausen, en honor de un patólogo alemán que desarrolló su actividad médica sobre todo a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Claro está que sus diversos grados de afectación (el de Merrick sería de los más graves que ha registrado la historia clínica) han convocado a juicios erróneos de diagnóstico, al punto que a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, J. A. R. Tibbles y M. M. Cohen llegaron a aseverar, en su estudio publicado en el British Medical Journal, «de que no existen ninguna evidencia concluyente de que el Hombre elefante padeciera neurofibromatosis; más bien hay pruebas fehacientes de que no era así, y de hecho manifestaba características que son totalmente compatibles con el síndrome de Proteo» (pág 227). Abierta la veda sobre la enfermedad real que sufría el hombre que estuvo al cuidado del doctor Treves y que deambuló de feria en feria durante un periodo significativo de su vida, la tesis de Tibbles y Cohen podría poner en peligro la hasta entonces casi dada por segura que la neurofibromatosis múltiple se asocia directamente con «El hombre elefante», convirtiéndose en un paradigma a los ojos de los tratados de medicina clásica.
Al margen de estas diatribas en el plano de la descripción médica, que aún sigue relevándose un enigma (el síndrome de Malfucci asimismo se postuló en su día, pero pronto perdió peso), así como el factor hereditario (un gen defectuoso de su madre podría ser la hipótesis más plausible), La verdadera historia del hombre elefante se reserva una serie de capítulos para hablar sobre la vida y obra del doctor Frederick Treves. Algunos colegas coetáneos criticaron a Treves por utilizar sus estudios sobre «el hombre elefante» para su propio beneficio, alimentando una ambición personal y profesional que sin el concurso de Joseph Merrick hubiera entrado en vía muerta. Juicios que podrían tener un poso de verdad, pero que cabe suponer que la voraz inquietud de Treves por el conocimiento dentro de su especialización —la patología— no le privó de ofrecer una serie de comodidades y un entorno de calidad humana a su singular paciente, Joseph Merrick.
Si me permiten, me gustaría finalizar este post refiriéndome como el «Sr. Merrick», aunque sea tan sólo como un modesto homenaje a este hombre mancillado por la desgracia y contemplado como un monstruo de barraca de feria. Un libro, en verdad, revelador sobre el principio vector por el que deberían regirse nuestras vidas: el respecto a la dignidad humana sea cuál fuere la presencia física de nuestros semejantes.

Para interesados en el libro visitar página web Turner Ediciones.