domingo, 30 de noviembre de 2008

EL MISERABLE DE LA CALLE FERRAZ


El Catedrático Adolfo Sarabia Santander, en su introducción a la edición bilingüe de Volpone (1605) a cargo de Erasmo, explica que el objetivo de Ben Jonson (1571-1637) se inserta en esa «línea tradicional de defensa de unos valores humanos y sencillos, apegados a la tierra, recuerdo de una sociedad más sencilla y comprensible en la que el hombre no era un lobo para el hombre, y a pesar de ser teatro de primera clase que todavía hoy puede ser representado sin perder nada de su frescura y vitalidad no deja de predicarnos en el fondo con toda claridad el sermón de la profunda que puede llegar a ser la estupidez del hombre, su locura cuando deja que la avaricia sea el eje de su vida». Esa misma avaricia que, como otros tantos atributos que adornan a la condición humana ha llevado a personajes de la vida política como el Sr. José Blanco a acondicionar su particular «Sangri-La» en el privilegiado escenario marino que ofrece la Isla de Arosa, en su Pontevedra natal. Para este «Mosca» —el personaje subsidiario de su amo Volpone, cuyo sobrenombre de «el zorro» le vendría ni que pintado a José Luis Rodríguez Zapatero— de la política nacional, desde la atalaya que le procura su puesto de Vicesecreatrio General del PSOE, el saberse colmado de vanidad y avaricia, le trae al fresco cualquier crítica que se le haga a rebujo de las declaraciones que hace mítin si y mítin también, rebajando a los más bajos estratos morales el ejercicio de una práctica que en determinadas épocas y latitudes están/han estado/estaban tocadas por la vara de la dignidad y el señorío. Sin reparar en el alcance de sus palabras, el Sr. Blanco se ha descolgado este fin de semana con un comentario que habla de su bajeza moral al acusar a Esperanza Aguirre, Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, de haber escapado por piernas de una muerte segura. Sencillamente, ella y otros más salvaron el pellejo en medio de la oleada de atentados que tuvieron lugar en un barrio residencial de Bombay. Me da lo mismo si ella es del Partido Popular y él del PSOE. Esas «trincheras» ideológicas no valen para juzgar una actitud mezquina y miserable como la exhibida por el Sr. Blanco, en una oratoria que, digámoslo también, obtuvo su recompensa en una salva de aplausos que parecían corear, como agua bendita, los hachazos a uno de los estandartes de partido político rival. Parapetado en las revelaciones que le ha podido hacer algunos de los Deep throats («gargantas profundas») que pululan por la calle Ferraz, esos corvinos a los que pone rostro Jonson en su obra capital, el Sr. Blanco parece legitimado para verter acusaciones sobre alguien que tenía todos los números para llegar en avión a Barajas... pero con los pies por delante.
Para alguien que creyó un día en los valores que propugnaba el Partido Socialista Español ver como toman las riendas semejantes personajes arribistas, de tamaña catadura moral, es una señal de la decadencia de nuestra clase política. A buen seguro, después de que algunos le den un golpecito en la espalda diciendo el arrojo que ha tenido por meterse con Espe y otros le muestren su apoyo incondicional en su blog ante los ataques que le sobrevienen por la derecha más recalcitrante (léase la COPE, La razón, etc.), José Luis Rodríguez «el zorro» Zapatero hará mutis por el forro no vaya a ser que se revele «Mosca». Como apunta Sarabia Santander, la pieza isabelina de Jonson tiene cuerda para rato para representarse sobre los escenarios. Para un nuevo montaje, se postulan como actores Zapatero y el Sr. Blanco. El texto, con leves retoques para darle un aire de modernidad en algunos pasajes, no le faltarán adaptadores entre la larga nómina de asesores con ínfulas literarias que beben de las fuentes económicas que emanan de las arcas del Estado.

viernes, 28 de noviembre de 2008

OTA, EL MODÉLICO MUNICIPIO (SOSTENIBLE) DEL PAÍS DEL SOL NACIENTE


Diversas noticias que acaparan titulares de la prensa, en internet y en los medios de comunicación en general parecen converger en una idea que flota en el ambiente desde hace años y más a tenor de la conciencia que estamos tomando en torno al cambio climático. Una posible solución del conflicto que tiene en pie de guerra a los trabajadores de la Nissan de un distrito de Barcelona pasaría por la fabricación de un modelo de automóvil eléctrico; las bolsas de plástico tienen los € contados en las tiendas y en los supermercados si se aplica una normativa en la que se regule económicamente el uso de las mismas con el fin de disminuir drásticamente el volumen de residuos con un largo proceso de biodegradación (evaluado en centenares de años); la restricción de los límites de velocidad en los accesos a las grandes ciudades con el fin de amortiguar el crecimiento de la polución debido a la emisión de dióxido de carbono que genera el transporte rodado, etc. Digamos que los políticos han empezado a darse cuenta que esas medidas quizás resulten estériles o simplemente alarguen la agonía del planeta tierra, a efectos de los ecologistas, pero al menos dirigen esa lupa gigante hacia uno de los focos del problema socioeconómico que hace que cada vez seamos más dependientes del petróleo y arbitremos soluciones, al medio plazo, que pasen por una apuesta decidida por las energías renovables, asimismo denominadas limpias. Miguel Sebastián, uno de los pocos ministros del actual gabinete gubernamental social que, a mi juicio, se salva de la quema, en su función de Ministro de Medio Ambiente, apuesta por iniciativas que caminen en esta dirección. Entre tanto «Mesías» del siglo XXI que propugna el «fin de los tiempos» en forma de discurso pseudoecológico, quizá sea conveniente tomar nota de noticias como la aparecida recientemente en Ota, una localidad situada al noroeste de Japón, donde quinientos cincuenta hogares se benefician de paneles solares sufragados por el ayuntamiento de la localidad nipona. Ese modelo de gestión ambiental ha producido inclusive que en algunas casas se genere un excedente de energía fotovoltaica que revierte en forma de un pequeño beneficio para los propietarios de las mismas si la ceden para otros servicios que precise el consorcio del municipio. Si algo se caracteriza nuestro país es el de tener gran parte del año días soleados y, por tanto, ser un óptimo «receptor» de energía solar a través de placas fotovoltaicas. En el enésimo plan de choque auspiciado por el gobierno del estado en tiempos de crisis, los ayuntamientos serán los siguientes en beneficiarse económicamente en aras a reactivar la economía, fomentando construcción de obra pública. A mi entender, un modelo que ya ha tocado techo, en permanente construcción –una «paranoia» que ha dejado centenares de miles de inmuebles sin habitar en una sola comunidad–. Me gustaría creer que Miguel Sebastián liderará algún día un «plan renove» y que incentivara, vía decreto, la implantación de panales solares en buena parte de los hogares de cada municipio menor de, por ejemplo, 20.000 habitantes, y de esta forma ir tejiendo progresivamente un sistema de energías renovables que tuviera traducción en nuestros bolsillos, por el ahorro que comporta, y por descontado, en el medio ambiente. Si algún día llegamos a recorrer ese camino que nos lleve a otear en el horizonte una solución a esa hiperdependencia por el crudo, dejemos de frecuentar las páginas de economía de los diarios (digitales o en papel) con el único objetivo puesto en saber a cuanto cotiza el barril de Brent. Sus constantes fluctuaciones no son más que un indicativo que no estamos sacando el máximo provecho de un bien infinito (al menos desde una escala humana) en forma de disco solar. En este sentido, en un pequeño país del sol naciente ya se han puesto las pilas... y empiezan a ver la luz.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

GRANDES CLÁSICOS DE MONDADORI: A PROPÓSITO DE «CUENTOS ESENCIALES» DE GUY DE MAUPASSANT


Al albur del montón de novedades editoriales que aparecen semanalmente, a menudo cuesta separar el grano de la paja. Los magacines, dominicales y las páginas dedicadas a la cultura de los diarios de tirada nacional o local recogen una ínfima parte de estas novedades, en la mayoría de los casos cediendo a las presiones (sutiles o no) de las grandes corporaciones del sector. Random House es una de ellas, dividida en una decena de cabeceras, entre las que destacan con luz propia Lumen y Mondadori. Esta última, casi como si fuera una «bendición», desde hace unas temporadas publica con una periodicidad que oscila entre un mes o dos meses auténticas joyas de la literatura dentro de la colección «Grandes Clásicos». Ediciones, todas ellas, impecables, en un formato y una tipografía cómoda de leer, y en tapa dura, al servicio de obras imperecederas, en un rosario de títulos a cuál más interesante. Una colección, en esencia, pensada para los degustadores de grandes libros de alcance universal, sin poner barreras a la nacionalidad de sus autores, aunque preferentemente escogiendo novelas de escritores comprendidos entre el siglo XIX y principios del XX. Allí están Frankenstein o el Moderno Prometeo, Drácula de Bram Stoker, Lord Jim, Las aventuras de Huckleberry Finn —considerada el punto de partida de la literatura norteamericana contemporánea—, Los viajes de Gulliver...
En su afán de superación, Random House Mondadori ha preparado para estas navidades una edición titulada Cuentos esenciales de Guy de Maupassant (1850-1893). Protegido de Gustave Flaubert, a pesar de haber llegado tan sólo a los cuarenta y tres años de edad, fue un escritor prolífico a la par que precoz: antes de cumplir el ecuador de una vida condicionada por una maltrecha salud, se editó la que sería su primera obra, Bola de sebo (1880). Poco más de cuarenta páginas comprende esta pieza seminal de la obra de Guy de Maupassant, que sirve —junto al breve relato El papá de Simon (1879)— para abrir el fuego de este volumen. Un centenar de relatos de extensiones dispares están contenidas en una proverbial edición, quizá una de las mejores que han caído en mis manos no tan sólo por la talla del personaje sino por la excelencia a la hora de integrar texto y unas maravillosas ilustraciones en color a cargo de Ana Juan Gascón. La paleta de temas, espacios y géneros tratados por el discípulo de Flaubert es enorme, destacando, para mi gusto, su acercamiento al terror gótico que lo emparejaron al talento de Edgar Allan Poe con textos como El miedo (1882), El horla (1886-1887) —se reproducen las dos versiones que se conocen de la misma— o La noche (1887). Gran parte de éstas se encuentran contenidas en la última parte de un libro que excede las 1.200 páginas. Para alguien que se tenga por un lector con voluntad de echar la mirada hacia los clásicos del siglo XIX, Cuentos esenciales es el mejor regalo que puede o pueden hacerle. Es uno de esos volúmenes que uno dejaría encima de la cómoda o del sofá, e iría visitándolo en los tiempos de estío, a media tarde o medianoche. Una obra maestra para acompañarnos en los años venideros. Su precio, una minucia comparado con las horas de placer que nos deparará su lectura. Y no me olvido de la labor llevada a cabo por el traductor José Ramón Monreal, que vale su peso en oro.

lunes, 24 de noviembre de 2008

JERRY GOLDSMITH: UN COMPOSITOR PARA LA ETERNIDAD


Hace unos quince años, por estas fechas, persuadido por un grupo de aficionados a las bandas sonoras, me apresté a realizar un largo viaje por carretera con el fin de ver y escuchar un concierto de Jerry Goldsmith (1929-2004) celebrado en un marco digno de encomio: el Palacio de la Maestranza de Sevilla. La ciudad hispalense acogía un concierto que convocaba a un peso pesado de la música cinematográfica a lo largo de una doble jornada. Poco dado a la mitomanía, sin embargo, un servidor experimentó una extraña sensación al contemplar desde una distancia prudencial a un músico que, sin ambages, pertenece a la mejor cosecha de la segunda mitad del siglo XX. Como bien me indicaba mi amigo Jaume Carreras —músico y musicólogo de un talento fuera de lo común—, aún no tenemos la suficiente perspectiva para enjuiciar la labor perpetrada por algunos prohombres de la cultura que afloraron en el pasado siglo. Pero después de acompañarme a lo largo de tantas horas la música de Goldsmith —quien el próximo mes de enero hubiera cumplido su 80 aniversario—, de valorar sus bandas sonoras en el contexto para las que fueron creadas, no puedo por menos que llegar a la conclusión que, de haber nacido en el siglo XVII, XVIII ó XIX, hoy en día estaríamos hablando de un compositor a la altura de Franz Litsz, Gustav Mahler o Richard Strauss. El volumen de su obra es inmenso, pero el nivel de calidad de sus partituras se sitúa, en ocasiones, muy por encima de productos decididamente prescindibles que Goldsmith aceptó intervenir por su sentido poco pudoroso de lo que debe ser un artista. Ahora que se cumple el 30 aniversario del estreno de Los niños del Brasil (1978), el sello Intrada Records ha editado un doble compacto (Ir a enlace) que contiene la integridad de la música escrita por el compositor californiano, cumbre de su colaboración con Franklin J. Schaffner, uno de los directores que mejor se compenetraron con Jerry Goldsmith. Cabe desterrar, pues, numerosos prejuicios que impiden que la aparición de una edición de esta calidad musical quede tan sólo al albur del conocimiento de un reducto de aficionados que se procuran una satisfacción casi onanista al saberse unos escogidos sin la necesidad de compartir tesoros de este calibre. Tomar la iniciativa por abrir la discografía personal de cada uno a nuevos campos, como la música de cine, es una apuesta segura en un panorama actual abonado al esnobismo en forma de plataformas electrónicas que esconden una verdad como un templo: jugar a ser músicos sin tener formación musical alguna. Precisamente la etapa más poco distinguida de Goldsmith nace de su irreductible experimentación con nuevos sonidos, acoplando el sintetizador a propuestas cinematográficas que se descubren como auténticos fiascos frente a la opción que hubiera sido más aconsejable con una orquesta sinfónica bajo la batuta del genio de pelo cano. Pero esta etapa aciaga que abarca desde finales de los años setenta hasta mediados los años ochenta dominada por el empleo del sintetizador, también permitió trabajos de enjundia, como la reseñada The Boys from Brazil, El primer gran asalto al tren (1978), Caboblanco (1981) o Bajo el fuego (1983), una de sus obras maestras. Siendo Goldsmith mi compositor de cine favorito, me congratula pensar que dos de los músicos que más le habían influido —Alex North y Bernard Herrmann, de quienes interpretó en Sevilla piezas del 2001: una odisea del espacio (1968) descartado por Stanley Kubrick, y Psicosis (1960), respectivamente— se sitúan asimismo en un lugar privilegiado entre mis preferencias en este campo. Tres primeras espadas que pueden ser una perfecta piedra de toque para entrar en esa dimensión desconocida que sigue siendo para muchos aficionados al cine y que han contribuido a sublimar tantas películas. Goldsmith incluso contradice las palabras de Herrmann: «intentar que una mala película puedes mejorarla con la música es como cubrir con ropa un cadáver; lo puedes vestir, pero el muerto no resucitará». Puedo dar fe que hay «cadáveres» cinematográficos que retornan al mundos de los «vivos» verbigracia de Mr. Goldsmith, caso de Lionheart (1986), el último de sus trabajos en común con Schaffner. Un compositor, en definitiva, para la eternidad.

sábado, 22 de noviembre de 2008

INQUISIDORES DEL SIGLO XXI


Quizás olvidamos con demasiada facilidad que hace tan sólo un cuarto de siglo la Inquisición campaba a sus anchas por territorio hispano o que en la época victoriana la opción de que la mujer pudiera votar era motivo de mofa por parte de la clase alta, aquella que regía los destinos del Imperio Británico. Es decir, cuestiones que ahora nos parecen propias de la ciencia-ficción no hace más de doscientos cincuenta años o tan sólo un centenar largo eran moneda común en el seno de las sociedades europeas. Y todo ello viene a colación porque esos métodos inquisitoriales se revisten de sofisticación, de sutileza y se acomodan a un (meta)lenguaje en nuestros días con la intención de pasar inadvertidos para la mayoría de gente al presentarse frente a los medios de comunicación habiendo seguido un protocolo de actuación impecable, sin mácula alguna. Ejercicio de cinismo, como bien apuntaba Xavier Vidal-Folch en Els matins de TV3, a propósito de las declaraciones del socialista Josep Maria Carbonell (el de la izquierda de la foto), máximo responsable del Consell d’Audiovisual Català (CAC), en una entrevista mantenida con el conductor y director del programa del ente autonómico, Josep Cuní. Vida-Folch, subdirector de El País, con la calma propia de quien se conoce palmo a palmo los bastidores de una clase política en permanente connivencia con la periodística y la empresarial, señalaba el ejercicio de cinismo galopante de Carbonell, quien a lo largo de la entrevista excusó decir que pertenecía a la Fundación Católica que auspicia Ràdio Estel, una emisora cuyos oyentes se cuentan por centenares... y oh milagro, obtuvo la concesión de varias licencias de frecuencias de las ochenta y tres que estaban en juego. Para que esa toma de decisión avivara aún más el fuego de la polémica, toda una red de intereses de grupos asociados a Esquerra Republicana de Catalunya participaron del reparto de un pastel que descuidaba el factor empresarial como principal argumento, en favor de un rendimiento comercial, para crear puestos de trabajo en un país, no hace falta decirlo, necesitado de ello. En este culto al despropósito, la convocatoria de una junta extraordinaria a cargo del Sr. Carbonell serviría para esconder las irregularidades de un proceso ya que no hay mortal que se lea 14.000 folios en 24 horas. Ni Gary Kasparov que se ventilaba Guerra y Paz en un par de horas. Ante semejante volumen de hojas, los «diez hombres sin piedad» del CAC, algunos simples albaceas al dictado del Sr. Carbonell, claudicaron y firmaron la muerte de Manolete en forma de concesiones de licencias radiofónicas. Al menos para un servidor, el tema que la COPE se quede sin emisoras en Lleida y Girona —dos plazas, no olvidemos, del independentismo catalán— es tan sólo ruido de fondo, carnaza para aquellos que desean inculpar de todos los males de España al nacionalismo. Lo que me parece aterrador es la pervivencia en el siglo XXI de organismos capaces de tomar unas decisiones que competen a la libertad de expresión de la sociedad civil empleando métodos y estrategias viciadas de partida. Claro está que ese catolicismo que lleva a gala el Sr. Carbonell esconde la verdadera razón de existencia de estos organismos censores, dispuestos a regular nuestras vidas y pensamientos. Salvadores de las conciencias «débiles», pensarán para sí mismos. La moral catolicista vuelve, de esta forma, a ganar protagonismo una vez finiquitada su influencia en tiempos de la Inquisición y del franquismo. Que el Sr. Carbonell y su séquito nos pille confesados. Amén.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

DIANE LANE: «NIGHTS IN WHITE SATIN»


A imagen y semejanza de lo que ocurre en la sociedad, la industria cinematográfica no parece un buen refugio para aquellas actrices que han traspasado el umbral de los cuarenta. Sencillamente, la idea de ofrecer un papel protagonista a una mujer que rebasa los cuarenta años no entra en las mentes de unos empresarios/productores volcados en el puro rendimiento económico y, sabedores que el público que acude a las salas cinematográficas son en un elevado porcentaje adolescentes o jóvenes que rondan la veintena, sería tanto como dar por sentado que no verían una película en la que «esa tía tiene la edad de mi madre». Afortunadamente, aún siguen existiendo propuestas que convocan a un público adulto y que los tratan como tales. Hace pocas semanas me acerqué a ver Noches de tormenta (2008) con el principal reclamo para un servidor de Diane Lane. A punto de cumplir cuarenta y cuatro años —los hará el 22 de enero—, Diane Lane (a la que por cierto, tiene un parecido más que razonable con otra actriz: Gemma Vilarasau) demuestra que su madurez le ha permitido asentarse como una de las grandes intérpretes de la escena cinematográfica actual. Posee una belleza serena, define con la mirada y los gestos cada uno de sus pensamientos. Desde hace tiempo pocas veces he quedado con la sensación de que una interpretación roza la perfección; ni un ademán gratuíto ni una pose de más... La actual compañera de Josh Brolin toca el cielo con un prodigio de saber leer lo que demanda cada instante: ternura, resentimiento, aflicción, enamoramiento, deseo, pesar... Sospecho que, al margen del talento natural de Diane Lane, el feeling existente entre ella y Richard Gere —ya habían trabajado juntos en Cotton Club (1984) e Infiel (2001)— y la sabia dirección de George C. Wolfe, un hombre con una amplia y reconocida actividad teatral a sus espaldas, han jugado a favor de una interpretación excepcional presidida por la naturalidad. A menudo nos centramos demasiado en la trama de la historia que nos ofrece una u otra película, condicionamos nuestras valoraciones dependiendo del conocimiento(e interés) que tengamos por uno u otro director, en detrimento del juicio que nos merece una interpretación. Solo de esta forma ha podido pasar desapercibida, a los ojos de muchos, el portento interpretativo del que hace acopio Diane Lane en Nights in Rodanthe. La versión original, por tanto, se hace imprescindible para deleitarse en un trabajo que demuestra lo absurdo de marginar el caudal interpretativo de tantas intérpretes que vencidos sus años de esplendor físico pasan a un segundo plano, cuando no al anonimato. Espero que Diane Lane siga firme en su propósito de retratar seres humanos, personajes que como el de Adrienne Willis provoquen una empatía en el espectador. Creo que este aspecto a la hora de emitir valoraciones queda aparcado por una crítica que cada vez más se asemeja a los profesores de autoescuela que van descontando puntos en su libreta al observar desde la comodidad de su asiento los errores/fallos que comete el «examinado». God Bless Diane: tu grandeza es de las que se ven pero también se sienten. Evidentemente, en el mundo de Haldane, que no dista en demasía de los paisajes que ofrece Noches de tormenta, siempre habrá un sitio para una actriz que provoca el enamoramiento a cada secuencia cuando las condiciones son propicias. Allí estuvieron Wolfe y Gere para dar fe de ello. Sin duda, los Moody Blues debieron inspirarse en personas de la calidez emocional de Diane Lane para componer Nights in White Satin...

domingo, 16 de noviembre de 2008

TELECINCO: EN LAS ALCANTARILLAS DE LA INMORALIDAD

En estos días de intenso debate en torno a los modelos financieros que deben regir en un mundo cada vez más globalizado y, por tanto, proclive a que el efecto dominó se produzca entre bancos y cajas de ahorro de distintas latitudes, parece que pocos reparan en otros aspectos de la sociedad moderna que guardan relación con criterios éticos y morales de ese poder omnipresente que precisamente ha sacado a la palestra la mezquindad de lo especuladores en el ámbito económico. Al respecto, una noticia me ha llamado poderosamente la atención, máxime al establecer una secuencia cronológica a lo largo de esta última semana que me lleva a un estado de incredulidad. Veamos. El pasado 10 de noviembre se oficializaba el acto de entrega de la XIII Edición de los Premios Tiépolo, que toma el nombre del pintor Giovanni Battista Tiépolo (1696-1770). Digamos, para ser un tanto llanos, que se trata de un premio sacado de la chistera de las Cámaras de Comercio de Madrid y de Italia (las dos «patrias» de Tiépolo), entre otros organismos. Esperanza Aguirre, en calidad de Presidenta de la Comunidad de Madrid, hizo entrega de los mismos a Paolo Vasile, consejero delegado de Gestevisión Telecinco, y a José Manuel Lara Bosch, Presidente del Grupo Planeta. En el habitual discurso laudatorio que acompaña estos fastos, Aguirre destacó que «Gestevisión Telecinco es una empresa de capital italoespañol que ha creado, con enorme éxito, nuevas formas de ver y de hacer televisión». Poco acostumbrado un servidor a asomarse por la ventana de una cadena que hace de la emisión de películas una prueba de fuego de paciencia en altas dosis, sin descuidar las series, otro suplicio al canto en forma de interminables cortes publicitarios, y a repetir n veces esa nadería llamada Gran hermano, entre otras lindezas, asistí casi por casualidad a la emisión de dos programas de Telecinco. En primer lugar, la entrevista dedicada a Luis Roldán, otrora Director de la Guardia Civil que ha pasado los últimos lustros en prisión por haberse apropiado ilícitamente de los fondos reservados dispuestos por el gobierno socialista en la etapa de Felipe González. María Teresa Campos, resabiada de la prenda que tenía delante, mantuvo el tono distante, se mostró incisiva en ocasiones pero sin perder los modales más allá de interrogar a Roldán con un semblante de incredulidad. Aquella bravuconada que permitió algún que otro titular en la prensa, al verse Roldán acorralado por la justicia, de que «tiraría de la manta», quedaría en agua de borrajas una vez más. Tras el tête a tête vendría el turno para un grupo de periodistas dispuestos a merendarse al personaje, sabedores que aquel ex alto cargo vinculado al Ministerio del Interior de rostro cerúleo, era un «cadáver» embalsamado por obra y gracia de los maquilladores de Telecinco, incapaz de salirse de un guión-monólogo si no quería regresar a chirona sin el régimen de semilibertad que había acariciado tras años en el purgatorio. Y entre tantos debates, juicios de valor, acusaciones y demás, uno se preguntaría: «¿cobra Luís Roldán por aparecer en el set de la cadena de Don Vasile?» Afirmativo. Esquizofrenia pura: ni asomo de los 1.4000 millones de las antiguas Ptas que se afanó a ocultar Roldán, desviando la atención en todo momento sobre otro personaje de similar pelaje (Mister «X» Paesa). Eso sí, la recompensa a este gesto de escurrir el bulto, se sustanciaría con una gratificación, me temo, de varios miles de €, que Vasile y Cia. han tenido a bien contribuir para el plan de pensiones de uno de los mayores chorizos de un país en construcción durante el socialismo. Claro que ahí no acaba la cosa y al día siguiente, el sábado por la noche, La noria nos obsequió con la presencia de una tal Violeta Santander, a cuyo auxilio fue el profesor Jesús Neira para evitar que siguiera siendo agredida y éste acabó en la UCI. Con Neira postrado en la cama de un hospital balanceándose entre el cielo y la tierra, la Violeta de marras se despedía ante la cámara con una defensa a ultranza de su novio (sic), un tal Antonio Puerta, lanzándole besos y citándolo por su apodo. Mensaje en clave que hubiera podido ir acompañado de «tranquilo, Gordo, ya me he librado de esa jauría de periodistas y además he pasado por caja». Roldán, Violeta... ¿quién será el próximo Don Vasile? Quizás los directivos de Telecinco puedan seguir recompensando a otros seres de similar calaña que han hecho de sus vidas una perversión de la ética y de la moralidad. Mal asunto si pensamos que el mundo se regula tan sólo por asuntos financieros y económicos. Esa crisis que nos estriñe el cinturón a veces nos nubla la vista al punto de no saber si discernir si cadenas como Telecinco hacen un ejercicio de libre periodismo o bien un paupérrimo servicio al gratificar a personajes extraídos de las alcantarillas de la inmoralidad donde se esconden despojos humanos con piel de cordero. Por prescripción médica, mi abstinencia de Telecinco está servida por tiempo indefinido.

domingo, 9 de noviembre de 2008

LA LÍNEA DE LA SOMBRA


«Pueden sobrevivir con tres millones de euros al año porque ahora son una organización más pequeña y obsesionada con las filtraciones, pero si nadie les pagara el impuesto, tendrían que cerrar en tres meses por falta de liquidez». Así de taxativos se muestran los investigadores policiales que trabajan desde años en el mundo de ETA, que resiguen a diario cualquier indicio que pueda llevar a neutralizar algún comando o grupos radicales de apoyo que se mueven en el entorno de la organización terrorista, y del que se hace eco El País en un artículo fechado el 9/XI/08. Hace unos meses daba mi parecer sobre ETA, trabajando la hipótesis de un final que se vislumbra, en el mejor de los casos, de aquí una veintena o treintena de años, y que en el peor antes de que alcance el centenario de su nacimiento. Todos los que seguimos la actualidad diaria de este país, mal que nos pese, nos hemos convertido en conocedores de la realidad vasca y la organización que ampara parte de la sociedad civil de esa comunidad, con su silencio y ese acto de cobardía que, a modo de eufemismo, algunos lo llaman «mirar para otro lado» o simplemente «un acto de cautela». De todo el caudal de información que un servidor ha proceso, a menudo de una forma inconsciente, sobre ETA he tenido la certeza que lo más parecido a la organización terrorista vasca es el funcionamiento de una secta. Muchas de esas sectas tienen en el principio del fin de las mismas (si se da el caso) un claro síntoma: el último hombre que se sitúa en la cúspide de esta estructura piramidal evidencia signos de locura hasta el paroxismo, enrrocándose en una postura si cabe aún más extremista y desconfiando progresivamente de sus subalternos. Es cierto que ETA ha tenido auténticos sanguinarios en sus órganos de dirección —allí estaba la cúpula Artapalo, desmantelada en Vidart (Francia) en 1992—, pero muy pocas veces a lo largo de sus más de cuarenta años de historia —tomando la fecha de su primer atentado terrorista— un solo hombre ha demostrado un grado de enajenación mental tan acentuado como Garikoitz Aspiazu Rubina, álias Txeroki. Su apodo habla por sí solo. Pero lo suyo no es «arrancar cabelleras» sino participar en el vil asesinato de dos policías de paisano en Cap Breton a principios de este año y luego jactarse en petit comité con algunos de los cachorros de ETA. Acostumbrados a cantar La Traviata cuando son detenidos, esa anécdota que relató uno de los integrantes de un comando detenido recientemente por la policía no me ha pasado inadvertida y cuadra con la impresión que ese mundo de ETA se desmorona con el general Kurtz tomando la línea de la sombra con destino a un escenario de irrealidad y de paranoia del que se retroalimentan los que siguen persiguiendo la lucha armada «con el fin de liberar a Euskalerria de la opresión del estado español». En el interesante, por revelador y bien documentado artículo publicado en El país del que he extraído un párrafo a modo de introducción de este post, otra noticia en torno a una decisión tomada por Txeroki —suspender de militancia a Francisco Javier López Peña, álias Thierry y Ainhoa Ozaeta, el primero detenido unos meses atrás en territorio vascofrancés— abunda en la más que probable escisión en la Organización/Secta que ha provocado la deriva del «jefe supremo» hacia un radicalismo sin fin mientras que una parte, generalmente mayoritaria, busca asidero en la fórmula de la negociación, el abandono de su actividad o plegarse a sus cuarteles de invierno como medida de cautela. Cerremos, pues, por una vez los ojos e imaginemos que ese gran pueblo, el vasco, algún día verá a toda la clase empresarial a pie de calle manifestándose en contra de pagar el impuesto revolucionario, viéndose arropados por todos aquellos que en su día habían dado la callada por respuesta y han reflexionado que lo mejor sería quitarse las vendas de los ojos, demostrando el verdadero ser humano que llevan dentro. Entonces, sería probable que ETA respondiera con un atentado para darse golpes en el pecho. Pero en esa selva se escucharía muy leve el golpe en el pecho y el rugir de una figura preso de su locura, ese general Kurtz con apodo indio que un día tomó las riendas de una organización cansada, abatida, derrotada y desquiciada. Ya ese anuncio de Se buscan terroristas no resultaría atractivo para una parte de la juventud vasca porque aquella Sociedad Anónima que facturaba varios millones de euros anuales a costa del mal denominado «impuesto revolucionario« había hecho suspensión de pagos y la autoinmolación se empezaría a practicar por orden de relevancia en la organización hasta alcanzar a su último bastión, que exclamaría con voz gutural y alzando la mirada perdida: «¡el horror!, ¡el horror!».

jueves, 6 de noviembre de 2008

MICHAEL CRICHTON (1942-2008): UN HOMBRE DEL RENACIMIENTO... TECNOLÓGICO

Para muchos bestseller sigue siendo sinónimo de material de derribo, a nivel de calidad literaria, títulos cuyos autores escribieron o han escrito con un único objetivo crematístico. Material «ligero» para acompañar las horas muertas en aeropuertos, para hacer más llevadero un viaje en transporte público o simplemente para ganar puntos entre un colectivo que no tiene la lectura entre sus preferencias pero sí marca una serie de títulos (nunca superior a los dedos de una mano) anuales, al albur de haber ganado uno u otro premio, como un ejercicio con derivaciones hacia la mejor aceptación social. Michael Crichton se postularía como uno de esos nombres de los que la elite abomina y los consumidores de bestsellers tienen en buen concepto porque «son novelas que entretienen y te hacen pensar». Claro que en el término medio, según reza el dicho, está la virtud o, al menos este resulta mi parecer cuando repaso mentalmente las novelas leídas de Michael Crichton, muchas de ellas transferidas al medio cinematográfico con dispar fortuna. Es curioso constatar que, a medida que crecía su prestigio y se consolidaba entre los bestselling men, el grosor de sus obras aumentaba proporcionalmente. Aquellas obritas que se ventilaban en un par de días (El hombre terminal, La amenaza de Andrómeda, El gran robo al tren), la mayoría servidas en ediciones baratas, pasarían a superar con holgura las cuatrocientas páginas (Parque Jurásico, El mundo perdido, Timeline, Next, etc.) y, por consiguiente, arañar más horas de sueño hasta completarse su lectura en una o dos semanas. De ahí que guarde un recuerdo más grato de unas novelas que iban directamente a la esencia de la historia, con una vocación narrativa que siempre ha acompañado a Crichton (de lo que asimismo da fe su labor como realizador), en detrimento de esos mamotretos que ahogan el relato por un exceso de sintaxis destinada a levantar acta de su ardua labor de documentación en materia científica.
La noticia del deceso de Michael Crichton deja «huérfano» a una especie de creador en vías de extinción. De hecho, Crichton fue un ejemplar casi único, capaz de aglutinar muy diversos cometidos (escritor, médico, director, guionista, etc.) y que no parece advertirse a nadie que siga sus pasos. Ya se sabe que los directores de cine con carreras relativas a la medicina, la geología o la biología se cuentan en una proporción de 1 entre 100 (las que atañen a una formación de Humanidades o Letras) siendo, por tanto, Crichton un caso atípico. Si a esto sumamos que llegó a alternar la labor tras las cámaras, con la escritura de guiones y de novelas, podríamos referirnos a él como alguien «especial». Al margen de la novela que ha quedado inconclusa, Cricthon nos debía una obra que evaluara su paso por el cine, en la que estuvo implicado en numerosos proyectos rodeados de conflictos internos (El guerrero nº 13, Acoso, Esfera, Timeline, etc.) Hubiera sido reveladora una obra de estas características a los ojos de un observador con una mente científica, capaz de generar debate en torno a la posibilidad de devolver la vida a los dinosaurios a partir de un fósil que contiene restos de ADN (Parque Jurásico) o poner en entredicho el cacareado cambio climático (Estado de miedo). Un universo literario, el suyo, revestido de un discurso que enfrenta la alta tecnología con civilizaciones ancestrales; lo nuevo y lo viejo. Un filón que le dio grandes réditos comerciales, pero también la certeza que muchos de aquellos lectores asomarían su cabeza en el fascinante mundo de la ciencia. Valores residuales esgrimirán unos cuantos que tan sólo se deleitan con el autor de verbo florido pero de vacuidad temática. Para un servidor, Crichton seguirá funcionando como un narrador de historias, en el sentido que lo fueron H. G. Wells o Arthur Conan Doyle, con quien guarda no pocas analogías (su formación como médico, el interés por el mundo de los dinosaurios, etc.) Me gustaría pensar que posiblemente dentro de varios decenios, la obra de Michael Crichton habrá superado esa barrera temporal que hace que escritores que vendieron mucho en su época, hayan abandonado ese «lastre» y sea valorado en su justa medida, la que le distinguirá como uno de los primeros en incluir tramas hi-tech a un discurso conectado con civilizaciones ancestrales o mundos prehistóricos. A pesar de su temprana e inesperada desaparición en el día que Barack Obama proclamaba en la ciudad natal del escritor (Chicago), su victoria en los comicios electorales de 2008 frente a un millón de personas, los que siempre hemos apreciado a Crichton nos queda el consuelo que será un escritor leído dentro de uno, dos siglos, tal vez para siempre. Gracias, Michael, por hacer del entretenimiento una forma de conocimiento.

lunes, 3 de noviembre de 2008

LA MEMORIA HISTÓRICA, «LA EXHUMACIÓN» DE LA VERDAD EN TRES LETRAS: ADN

En ningún ámbito de la sociedad, ni tan siquiera en el de la política, una sola persona acapara más titulares, suscita más controversia o alimenta más divisiones como el juez Baltasar Garzón en el terreno de la judicatura. No es menos cierto que esa estela mediática que arrastraba tras de sí parecía haber perdido fuerza durante su año sabático. Pero a su regreso a su labor al frente del Tribunal Supremo de Justicia, Garzón ha querido dar vía libre a las demandas interpuestas en su tiempo que se engloban dentro del proceso a favor de la recuperación de la «memoria histórica», un término un tanto rinbombante para lo que es, a fin de cuentas, un ejercicio para saldar cuentas con un pasado que dejó un reguero de cuerpos sin identificar durante la Guerra Civil Española. Una vez más, el símil que ponemos la carreta por delante de los caballos cobra sentido. Se propugna una ley que invita a pensar a los más incautos que la identificación de aquellos cuerpos esparcidos por doquier en las cunetas de las carreteras o enterrados en fosas comunes tienen en las técnicas del ADN el método infalibe y que resuelve cualquier enigma codificado genéticamente. Pero ese artificio vestido de tonos azulados donde moran los hombres y mujeres del CSI en nada casan con la realidad de un país que, en materia forense, sigue estando en mantillas. La mar de simple: no hay suficiente infraestructura para abastecer la demanda creciente de pruebas de ADN requeridas por distintos campos, como el de la criminología, la medicina, el deporte de élite o la relativa a los tests de paternidad, lo más in en programas de sobremesa que convocan a maridos y mujeres despechadas, con la mosca tras la oreja. Falsamente se ha hecho creer a la población de la bondad de una ley que, sin embargo, a la hora de ejecutarse tendrá enormes problemas no tan sólo por el trámite administrativo que comporta sino por la dificultad en la verificación del ADN del difunto que, en muchos casos, quedará sin efecto. Para cadáveres que llevan velando el sueño de los justos más de sesenta años, se suele recorrer a la extracción del ADN mitocondrial (ADNm), localizado en el citoplasma de la célula y que tan sólo se corresponde con el 0,1-0,05% del ADN total de un ser humano. El ADN nuclear, por consiguiente, suele encontrarse en mal estado, por regla general fragmentado, haciendo extraordinariamente complejo su proceso de aislamiento mediante una serie de técnicas de cribado para posteriormente hacer millares de copias idénticas de una secuencia determinada. Si en el caso, por ejemplo, del reciente infanticidio en una localidad cercana a Barcelona, los restos de ADN de los presuntos homicidas en la zona donde se cometió el asesinato serán, a todas luces, una prueba inculpatoria de primer orden –toda vez que se analicen otros parámetros que competen a la investigación criminal–, pudiendo extraer el ADN nuclear, para las decenas de miles de cuerpos que se pretenden exhumar amparados en el auto dictado por el juez Garzón la empresa se revela titánica y, a todas luces, fuera de las posibilidades de la red de centros homologados para estas prácticas de identificación de personas a través de la extracción de su material genético. Un proceso largo, costoso y con una fiabilidad que baja sustancialmente al saberse que únicamente se ha podido aislar el ADNm. Lo sería en términos quasi-absolutos si se comparan muestras del ADN nuclear (el 99,9% de la información genética de nuestro organismo) del difunto con la de sus progenitores, su esposa y/o sus descendientes. Una cosa es honrar la memoria de nuestros difuntos y otra es poner a los pies de los caballos un sistema que ya de por sí se sostiene con pinzas, abjurándose políticos que predican su liberalismo a cada esquina de la panacean que supone unos instrumentos carísimos que trabaja a pleno rendimiento tan sólo con monedas de curso legal. De lo contrario, el 30% del total de esos cadáveres computados en listas que están a la espera sus familiares de ser identificados puede llevarnos, en el mejor de los casos, una decena de años. Promesas incumplidas dirá la oposición; sentido común y conocimiento de la verdad de las cosas, dirán otros. Y habla alguien que hace ya demasiado tiempo ha oído hablar de un abuelo que nunca conoció por parte materna, que fue eliminado por las tropas franquistas y abandonado, como un can, en los márgenes de una carretera indeterminada de Lleida.