lunes, 24 de noviembre de 2008

JERRY GOLDSMITH: UN COMPOSITOR PARA LA ETERNIDAD


Hace unos quince años, por estas fechas, persuadido por un grupo de aficionados a las bandas sonoras, me apresté a realizar un largo viaje por carretera con el fin de ver y escuchar un concierto de Jerry Goldsmith (1929-2004) celebrado en un marco digno de encomio: el Palacio de la Maestranza de Sevilla. La ciudad hispalense acogía un concierto que convocaba a un peso pesado de la música cinematográfica a lo largo de una doble jornada. Poco dado a la mitomanía, sin embargo, un servidor experimentó una extraña sensación al contemplar desde una distancia prudencial a un músico que, sin ambages, pertenece a la mejor cosecha de la segunda mitad del siglo XX. Como bien me indicaba mi amigo Jaume Carreras —músico y musicólogo de un talento fuera de lo común—, aún no tenemos la suficiente perspectiva para enjuiciar la labor perpetrada por algunos prohombres de la cultura que afloraron en el pasado siglo. Pero después de acompañarme a lo largo de tantas horas la música de Goldsmith —quien el próximo mes de enero hubiera cumplido su 80 aniversario—, de valorar sus bandas sonoras en el contexto para las que fueron creadas, no puedo por menos que llegar a la conclusión que, de haber nacido en el siglo XVII, XVIII ó XIX, hoy en día estaríamos hablando de un compositor a la altura de Franz Litsz, Gustav Mahler o Richard Strauss. El volumen de su obra es inmenso, pero el nivel de calidad de sus partituras se sitúa, en ocasiones, muy por encima de productos decididamente prescindibles que Goldsmith aceptó intervenir por su sentido poco pudoroso de lo que debe ser un artista. Ahora que se cumple el 30 aniversario del estreno de Los niños del Brasil (1978), el sello Intrada Records ha editado un doble compacto (Ir a enlace) que contiene la integridad de la música escrita por el compositor californiano, cumbre de su colaboración con Franklin J. Schaffner, uno de los directores que mejor se compenetraron con Jerry Goldsmith. Cabe desterrar, pues, numerosos prejuicios que impiden que la aparición de una edición de esta calidad musical quede tan sólo al albur del conocimiento de un reducto de aficionados que se procuran una satisfacción casi onanista al saberse unos escogidos sin la necesidad de compartir tesoros de este calibre. Tomar la iniciativa por abrir la discografía personal de cada uno a nuevos campos, como la música de cine, es una apuesta segura en un panorama actual abonado al esnobismo en forma de plataformas electrónicas que esconden una verdad como un templo: jugar a ser músicos sin tener formación musical alguna. Precisamente la etapa más poco distinguida de Goldsmith nace de su irreductible experimentación con nuevos sonidos, acoplando el sintetizador a propuestas cinematográficas que se descubren como auténticos fiascos frente a la opción que hubiera sido más aconsejable con una orquesta sinfónica bajo la batuta del genio de pelo cano. Pero esta etapa aciaga que abarca desde finales de los años setenta hasta mediados los años ochenta dominada por el empleo del sintetizador, también permitió trabajos de enjundia, como la reseñada The Boys from Brazil, El primer gran asalto al tren (1978), Caboblanco (1981) o Bajo el fuego (1983), una de sus obras maestras. Siendo Goldsmith mi compositor de cine favorito, me congratula pensar que dos de los músicos que más le habían influido —Alex North y Bernard Herrmann, de quienes interpretó en Sevilla piezas del 2001: una odisea del espacio (1968) descartado por Stanley Kubrick, y Psicosis (1960), respectivamente— se sitúan asimismo en un lugar privilegiado entre mis preferencias en este campo. Tres primeras espadas que pueden ser una perfecta piedra de toque para entrar en esa dimensión desconocida que sigue siendo para muchos aficionados al cine y que han contribuido a sublimar tantas películas. Goldsmith incluso contradice las palabras de Herrmann: «intentar que una mala película puedes mejorarla con la música es como cubrir con ropa un cadáver; lo puedes vestir, pero el muerto no resucitará». Puedo dar fe que hay «cadáveres» cinematográficos que retornan al mundos de los «vivos» verbigracia de Mr. Goldsmith, caso de Lionheart (1986), el último de sus trabajos en común con Schaffner. Un compositor, en definitiva, para la eternidad.

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