domingo, 7 de diciembre de 2008

LIBROS COLECTIVOS, LIBROS ANÓNIMOS


De un tiempo a esta parte se sucede con bastante frecuencia la publicación de libros colectivos, aquellos que vienen firmados por diversos nombres, con el afán de dar una visión más heterogénea sobre un tema o (la obra de) un personaje a tratar. Y no me refiero tan sólo a «libros solidarios», con el propósito de acaparar cifras de ventas espectaculares a costa de su presencia en quioscos en función de un evento determinado. Esta «fiebre» alcanza diversos campos del conocimiento, pero con especial incidencia en los textos referidos a la música y al cine. Nunca he entendido demasiado bien qué sentido tiene escribir, pongamos por ejemplo, sobre un director de cine y plasmar la visión que se ofrece de éste desde seis, siete, ocho o nueve puntos de vista. El resultado suele ser un galimatías, voces cuyos comentarios se solapan con los de otros, repeticiones de los mismos latiguillos de siempre (que pueden ir por duplicado o triplicado), etc. La figura del editor o coordinador, que suele aparecer su nombre en portada, únicamente deviene el canalizador de unos textos con la potestad de eliminar aquellos que considera más flojos o en función del grado de amistad con uno u otro, recortar el escrito o dejarlo tal cual. Alguien podría negar la mayor y esgrimir que una obra colectiva puede resultar enriquecedora porque ofrece una visión más amplia de la que sería preceptiva en un solo autor. Cierto. Pero para que este supuesto se de faltaría reunir a los redactores de los textos y que hubiera una delimitación de los campos a tratar, del enfoque que se quiere dar del tema/personaje en cuestión, incluso hablando de películas o composiciones distintas. Sin estas premisas, el resultado es una orquesta en la que cada uno toca por su cuenta y así siempre hay alguno que desafina.
La razones, me temo, de esta práctica cada vez más extendida, se debe a la voluntad de contentar a un grupo de críticos y/o escritores allegados a determinadas personas que se colocan el traje de editores, pero que en realidad actúan bajo el mecenazgo de festivales, instituciones públicas y demás. Los denominados editores o coordinadores cobran su particular cuota de autoría escribiendo uno o un par de artículos o apartados del libro de marras, dejando que un rosario de personas, algunos auténticos medradores que pululan por los aledaños de los festivales a la caza de algún que otro «favor» que les haga alguien «de dentro», se repartan el resto. Me temo que muchos ni siquiera leen los textos de los que participan en «su» libro, con el aire de suficiencia de los que se saben que su «escrito-es-el-mejor-de-cuantos-se-han-publicado». Otra de las explicaciones a que las negativas no suelen darse en este tipo de propuestas colectivas, y más bien hay lista de espera, es que la compensación económica suele ser jugosa. Un servidor espera no caer nunca en este tipo de justificaciones para entrar en el ruedo de los libros colectivos. Simplemente, porque el planteamiento está viciado de partida en la aplicación de una metodología de trabajo. Dicho de otro modo, prefiero la visión que me pueda ofrecer una sola persona sobre un libro determinado, quizá con una perspectiva que no comparta (parcial o totalmente), pero al menos tengo la certeza, si el autor tiene la honestidad y la capacidad de análisis suficiente (como el valor en la mili, que escriba bien se le supone), que conoce en profundidad el tema a tratar. Por fortuna, esta idea que parece tan sencilla es la que acaba calando con el paso del tiempo a la hora de determinar la pervivencia de los textos, quedando relegados a un pronto olvido obras colectivas pensadas para el momento. Y debe escapar a pocos que una pluralidad de firmas suele derivar en valorar como libros anónimos. Sobre éstos suelen girar cuestiones del tipo: «me gustó ese artículo, pero ¿quién lo escribió?» Y las respuestas a menudo son igual de vagas por no decir que se hace el silencio. Un significtivo silencio.

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