viernes, 10 de abril de 2009

DAVE WARNER: UN AUSTRALIANO POLIFACÉTICO

No acierto a comprender cuales son las verdaderas razones pero desde hace tiempo me he sentido, en cierta manera, fascinado por el continente australiano. A falta de pisarlo algún día, Australia, pese a contar con una población equivalente o incluso inferior a la del estado español en la actualidad —en torno a los cuarenta millones de habitantes, concentrados en su mayoría en el sudeste de una isla con proporciones de continente—, goza de un porcentaje de celebridades per capita nada desdeñable. La fuga de cerebros en distintas áreas es moneda común en un país que además del déficit que padece —la falta de agua potable— desde hace décadas, se suma la reciente oleada de calor que derivó en una tragedia para lo población colindante a Sydney en forma de incendios de consecuencias devastadoras en el plano humano y en el material. El primer ministro Kevin Rudd, al hilo de los acontecimientos dijo que «estamos ante una matanza». De haber tenido la oportunidad de entrevistar a algunos de esos serial killers que operan a campo libre —resiguiendo el sentido expresado por Mr. Rudd— Dave Warner (Bieton, 1955) ya hubiera podido anunciar su regreso a un espacio bien conocido por este polifacético aussie: la crónica policíaca. Al hablar de Warner se puede hacer siempre que evitemos la ortodoxia porque es un personaje de lo más curioso e impredecible. Dos de mis pasiones, la música y la literatura, se dan la mano, a nivel profesional, en la persona de Dave Warner, quien tras una prolongada estancia en Londres, pulsando la escena (contra)cultural del momento, empezaría a forjar su propia leyenda en su país natal con una rosario de discos que recorren las escencias del hard-rock con propósito de enmienda hacia el punk. Bajo la denominación Dave Warner’s from the Suburbs, el cantante australiano, entre grabación y grabación consagrada a su banda, se dejó arrastrar por una vena un tanto irreverente con un álbum cuya autoría («Dave Warner and the Happy Hookers») que no deja lugar a las dudas sobre su propósito: The Dark Side of the Scum (1989). En ese triángulo isósceles que fuera la piedra roseta para los Pink Floyd —a partir de entonces, las ventas de sus discos se multiplicaron exponencialmente—, el sentido lúdico-festivo de Warner le llevaría a que impactara sobre el mismo un balón de rugby, deporte nacional por esas latitudes. Al cambiar de década, Warner quiso reinventarse y después de obtener distintas moratorias su primera novela en ciernes, City of Light (1995), su publicación le abría nuevas expectativas. Las letras de algunas de sus composiciones ya contenían referencias a un asesino en serie que se convertiría en el antagonista de su obra, que pivota sobre el one private eye «Snowy» Lane. Lo paradójico es que, al cabo de unos años de editarse, un serial killer operaría en el mismo escenario que el ideado por Warner en City of Light, título que alude a Perth... además de saberse que el policía encargado de la investigación obedecía al apellido de Lane... Sin el carácter proféctico de ésta —¿la ficción imita a la realidad o a la inversa?—, Warner ha acometido otros proyectos literarios, en especial la serie bajo el genérico Murder In the..., historias que cabalgan a los lomos del inspector Andrew «The Lizard» Zik. Afición por los sobrenombres, como vemos, no le falta a Warner. El suyo bien podría ser el de Dave «el polifacético» Warner, quien ha hecho su particular inmersión en el cine, pero sin perder de vista la literatura, la escritura de guiones para televisión y la música, esa amante que susurra al oído que no le abandone nunca. Un amor a primera vista que le dio popularidad a Warner y un crédito entre la profesión que redundaría en la declaración que Bob Dylan hizo en su día, señalándole como su músico australiano favorito. Con permiso de Nick Cave (coetáneo de Warner), dirán algunos.

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