lunes, 20 de abril de 2009

J. G. BALLARD (1930-2009): UN MITO LITERARIO DEL FUTURO PRÓXIMO

A las puertas de celebrarse el día del libro, Sant Jordi —tradición obliga—, el 23 de abril, hemos conocido la noticia del fallecimiento de Jim Graham Ballard, para el que esto suscribe, uno de mis escritores de cabecera. Las agencias de prensa se han apresurado a destacar las adaptaciones cinematográficas que se hicieron de dos de sus obras literarias, Crash (1973) y sobre todo El imperio del sol (1984), reeditadas por Minotauro el año pasado. Homenaje editorial de una muerte anticipada por él mismo al querer cerrar sin mayor dilación un libro de memorias, Milagros de vida: una autobiografía (2008), fechado en nuestro país ese mismo año y que diera continuidad, desde una perspectiva cronológica, a El imperio del sol, la obra que, a través de su traspaso al celuloide de la mano del dramaturgo Tom Stoppard y del director Steven Spielberg, daría a conocer a muchos —entre los que me cuento— el nombre de Jim Graham Ballard.
A veces, al mirar a través de la microscópica mirilla de la realidad que nos circunda lo hacemos desde el convencimiento que la misma ha sido contaminada por innumerables percepciones externas (relaciones personales, televisión, cine, literatura, periódicos, internet, etc.) que han cicatrizado en nuestro interior. A menudo, esa imagen de la realidad no es nítida, sino que lleva consigo un holograma de sensaciones y de formas similares a las que nos provee un caleidoscopio. Acercarse a esa mirilla literaria que representa Ballard es tanto como observar un espacio invadido de figuras asimétricas, abstracto en su definición pero lúcido en su ácida, sibilina a párrafos, crítica en torno a una sociedad que se esconde debajo de la alfombra que deja ver el dibujo y la textura de mundos que se debaten entre el presente y el futuro más cercano. Abandonarse a la lectura de Ballard deviene zambullirnos en nuestras propias entrañas, a la par que aguardamos el tiempo para la descripción de aquellos pasajes que invariablemente obligan a asomar la cabeza por la ventana y leer con la mirada que aquellos mundos soñados/imaginados por el escritor nacido en Shanghai no son más que una diáfana traslación de los cimientos de la realidad llevados, en ocasiones, a los confines de lo irracional. No hay etapas rosas, ni azules en el creador Ballard; cada una de sus obras son dueñas de una similar percepción, cubiertas por un manto de negrura que invade al ser humano que camina hacia el precipicio del individualismo y de un consumismo salvaje (Bienvenidos a Metro-Center se sitúa en la cúspide de ese pensamiento transcrito al papel). Sin el salvavidas del sentido común («el menos común de los sentidos»), la especie humana descrita por Ballard parece ir a la deriva en un mar desnudo de islas. Ballard ha sido, como tantos otros, un «autor-isla», capaz de crear su propia cosmogonía a partir de saberse en el mirador adecuado que observa desde la distancia la población parapetada en su propio sentido de la felicidad. Mientras unos utilizan como miradores el confort de unos grandes ventanales que den a la Riviera, la Costa Brava o la Toscana, Ballard pasó meses camuflado entre los veraneantes, los «chicos» del Inserso, de Benidorm, y en los aledaños de los aeropuertos ingleses. De ahí extrajo infinitas posibilidades para amueblar historias que se asientan en el concepto ballardiano. Un concepto tan esquivo a nuestro raciocinio como eficaz si desatendemos el valor de la definición y nos dejamos seducir por las sensaciones que emanan del interior de las páginas de sus libros. Un elevado porcentaje de su prosa traducida al castellano se encuentra a buen recaudo merced al sello Minotauro, la editorial que me ha propiciado el descubrimiento de tantos seres tocados por la varita mágica del talento. Dentro de Minotauro se creó en su día una colección bautizada «Utopías». En la misma se pueden localizan obras de Samuel Butler o Alfred Kubin. Cabría pensar en reformular una nueva colección bajo el genérico «Distopías», elevándose como la estrella de la misma el nombre de Jim Graham Ballard, ahora que su reloj vital se ha parado y, de facto, nos referiremos a él en tiempo pretérito. Una contradicción en sí misma para quien será, sin duda, saludado como uno de los grandes visionarios de la literatura del siglo XX. Al igual que a Philip K. Dick, el futuro le reservará una segunda y una tercera oportunidad de que su obra sea (re)descubierta a través de la gran pantalla, con muchas más adaptaciones de los que computan a fecha de hoy. Solo sus relatos cortos representan una mina aún por explotar. Gracis, Jim, por hacernos creer que la literatura fantástica está a la altura de la mejor prosa posible. Él dignificó un género literario un tanto vilipendiado por algunos círculos elitistas con la convicción de que su talento sería reconocido a nivel mundial. El adiós a un escritor de raza que nos deja, sin embargo, una obra inconmensurable en la plasmación de un mundo sumergido... en la sinrazón y en el caos inherente a nuestro tiempo.

2 comentarios:

El Gran C dijo...

¡Vaya! Acabo de enterarme. Me da muchísima rabia que este tipo de noticias apenas tengan relevancia en los medios. Me sucedió igual con un par de compositores de música para cine que nos dejaron hace pocos años (Jerry Goldsmith y Michael Kamen) así como con Arthur C. Clarke, cuya aproximación a la ciencia ficción es diametralmente opuesta a la de Ballard, al menos en lo temático.

Vamos, que en este país, las únicas muertes que se lloran son las de los faranduleros.

Un saludo

Christian Aguilera dijo...

Hola Dakhalf:

Bievenido al mundo de Haldane. Si, lo de Golsmith pilló en verano y la noticia de minimizó en muchos medios escritos y ya no te digo lo de Michael Kamen.
un saludo y hasta cuando quieras,

Christian Aguilera