miércoles, 11 de noviembre de 2009

ROBERT ENKE (1977-2009): LA «LEYENDA NEGRA» BAJO PALOS CONTINÚA

Si dejamos al margen auténticos viveros de guardametas como lo habían sido y pretenden seguir siéndolo Lezama o Anoeta, los porteros nunca han surgido fruto de una tradición, de una política de fomentar la formación de este puesto donde se inicia la espina dorsal de un equipo de fútbol. Desde mi experiencia, en el patio de colegio o del instituto, a la hora de otorgar posiciones el de cancerbero casi siempre quedaba relegado a la decisión final. Casi nadie parecía comprometerse bajo palos porque el «elixir» que mueve pasiones en nuestro deporte rey no es otro que el gol, coto privado para los porteros, salvo el atrevimiento de unos pocos a lanzar penalties, faltas directas e inclusive rematar córners en tiempo de descuento. De ahí que el cancerbero, por regla general, haya sido más un producto de la necesidad que de la vocación. Una evidencia que ha ido cambiando con el curso de los años, pero aún así el guardamenta sigue siendo observado como un ser perfilado desde un feroz individualismo, a menudo preso de la excentricidad, de un sentimiento introspectivo, de un toque de pura extravagancia o, cuanto menos, con un comportamiento que trata de marcar diferencias para con el resto del equipo. A tal efecto, es curioso constatar como en el fútbol moderno se mantiene inalterable ese ritual que nos hace observar desde la distancia el saludo afectuoso, «fraternal» entre porteros de equipos rivales antes y después de la conclusión de un partido. Un «hermanamiento» que asimismo es el producto de ese individualismo apuntado que crea un carácter de aislamiento o un deje de ausencia que puede contener en su origen la idea de aquel niño al que nadie hacía caso en el patio de la escuela. A la postre, éste se plegaba a satisfacer a sus compañeros de colegio para que diera comienzo un partido advertido de demora si no se encontraba portero. Desde la marginalidad es difícil, por tanto, forjarse un liderazgo que acabe direccionando a los guardametas hacia la posición de entrenador toda vez que se toma la determinación de colgar las guantes. Delanteros, medias punta, zagueros, laterales o pivotes suelen repartirse la condición de managers, quedando casi siempre fuera de las posiciones de mando de los banquillos esos guardametas con una mayor vida media en los terrenos de juego que el resto de jugadores de campo. Una certeza que asimismo lo es al advertir que con mayor frecuencia que cualquier de los otros jugadores de campo la «leyenda negra» parece cebarse en los cancerberos.
La noticia de la muerte de Robert Enke se suma a una lista de fatalidades de distinta índole en la que se han visto involucrados porteros a escala mundial, la mayoría una vez abandonada la práctica deportiva profesional como el caso de Jesús Castro –muerto en una playa de la cornisa cantábrica tras tratar de rescatar a un niño a punto de ahogarse–, hermano menor del legendario Quini, o Javier Urruticoechea, entre otros. Enke, sin embargo, ha dejado el mundo de los vivos en ese punto de su carrera que aún no había mostrado signos descendentes, no se habían encendido las alarmas de un ocaso al haber consolidado la titularidad en el Hannover 96 y, poco después, haber cubierto la portería de la selección alemana con miras a ser pieza básica en el Mundial de 2010, a celebrar en Sudáfrica. Paradojas de la vida: el día que Alemania mostraba al mundo la conmemoración del 20 aniversario de la caída del Muro de Berlín, una noticia de agencia hubiera podido enmendar la plana a esa majestuosa fiesta de luz y colorido en que la capital germana se había convertido. A centenares de kilómetros de Berlín, Enke había decidido arrojarse a las vías del tren. El cancerbero natural de Jena, ciudad que perteneció a la antigua RDA, había perdido el tren de la vida, pero en su ánimo quizás ese sentimiento lo había tenido tres años antes, a partir de que el maltrecho corazón de su pequeña de dos años dejó de latir. Cerca de Hannover, Louis Van Gaal, actual residente en el banquillo del Bayern de Munich, debió compartir con mayor intensidad si cabe que otras personalidades del firmamento balompédico, el dolor por el fallecimiento de Enke, ya que había convencido al staf técnico del Barça para que lo ficharan en 2002. Su paso fue efímero por el FC Barcelona –como asimismo por el CD Tenerife o el Fenerbaçhe turco– , pero me quedo con el semblante del argentino Roberto «Tito» Bonano, quien trataba de sacar fuerzas de flaqueza al tratar de recomponer el perfil humano del Enke que había conocido durante su paso por la Ciudad Condal. El ex guardameta Bonano contenía el aliento al rememorar la bondad de un hombre que no podía por menos que pararse si veía en la cuneta un perro sin amo. Eso nunca debió trascender a los medios de comunicación, pero con seguridad resultaría trascendente para la suerte de los canes que acabaron al cuidado de Enke. Quizás todo ello nos sirva para saber valorar más al ser humano que al deportista. Una lección de vida, una más que anotar, aunque resulte paradójico, a partir del conocimiento de una muerte. Descanse en paz el que hubiera podido ser un símbolo para el barcelonismo pero que acabaría siéndolo del humanismo. No solo las personas llorarán tu desaparición, Robert.

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