domingo, 18 de abril de 2010

ADOLESCENCIA PERPETUA: LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE SER... PETER PANES

Al correr de los tiempos de crisis que vaticinaba su desarrollo en forma de «L» en un anterior post, aflora más que nunca las miserias y la grandeza del ser humano. La respuesta a las mismas tiene diferente pronóstico en función de los indicadores macroeconómicos, aquellos que evalúan parámetros tales como el modelo de la flexibilidad laboral, el bienestar social, los flujos de inmigración y un largo etcétera. Puesto en perspectiva todo ello sitúa al estado español en el furgón de cola de la Unión Europea, junto a Portugal y Letonia —relegando a Grecia a otra categoría—, cuya recuperación económica se intuye en un horizonte aún lejano. Pero existen otros datos que no son relevados por los analistas de la macroeconomía y que, a mi entender, tienen un peso significativo del porqué no disponemos de los recursos humanos suficientes para superar esa pirámide de piedra que parece infranqueable y que de hacerlo nos situaría a un nivel de productividad más cercano al de los países escandinavos, Alemania o nuestra vecina Francia. Difícilmente en estos países se concentran tantos «Peter Panes» por metro cuadrado como en el estado español. A propósito de la aparición en el mercado de Peter Pan puede crecer: el viaje del hombre hacia la madurez (2010, Editorial Grijalbo), su autor Antonio Bolinches ha señalado en distintos medios que entre un 40 y un 45% de los jóvenes varones que van de la horquilla de los veinticinco a los cuarenta años se corresponden, en mayor o menor grado, con la definición que toma el nombre del célebre personaje creado por J. M. Barrie. Es en estas franjas de edades se crean las sinergias necesarias para la creación de empresas donde la capacidad de iniciativa debe primar y el riesgo debe ser entendido como un componente que favorezca al crecimiento y la maduración de la persona que lo lleve a cabo. Si el fracaso asoma —algo que no solo es probable sino posible en un contexto económico globalizado con una fuerte competencia— ese debe ser un acicate para levantarse y volver, ya con la experiencia acumulada en nuestras respectivas mochilas, a intentarlo con mayor ilusión si cabe. Pero aún rebajando el porcentaje de «Peter Panes» indicado por Bolinches, podemos dar por válido que un tercio de la población masculina situada en esas franjas de edad quizás lo intente una sola vez o ni tan siquiera eso, replegándose en los cuarteles de invierno de una inmadurez que lejos de ceder, se perpetua en una mente adolescente. Aquella mente que abjura del compromiso, que repite sistemáticamente esos rituales que empezarían a labrarse a la salida de la escuela o del instituto, intercambiando experiencias en el tablero de mando de las televisiones o de las consolas de videojuegos, pero orillando esas vivencias que comprometen al corazón. He observado con atención ese mundo que hace de las trincheras del conformismo su ideal y reacciona ante las dificultades con la rabieta propia de un adolescente, escondiendo la mirada y cruzándose de brazos, al tiempo que balbucea algún que otro improperio cuando la fortuna no les sonríe en el plazo y el tiempo estimado. Desde la madurez, la vida es mucho más complicada porque ponemos en perspectiva muchas más cosas de las que la adolescencia biológica nos ha legado: calibramos y sentimos un afecto creciente por esos padres que lo han dado todo por nosotros; tomamos conciencia de nuestra mortalidad; sabemos que mantenerse o superarse es más importante que llegar; creamos un espacio para la solidaridad con nuestro entorno social... Dibujamos, en definitiva, un círculo de compromisos que juegan a favor de obra de un país que camina hacia la madurez. Pero ese viaje sigue siendo sistemáticamente omitido por un considerable sector de los santos varones de nuestro país. Quizás algunos encuentren las soluciones en el ensayo de Bolinches para empezar a hacer las maletas y poner rumbo a un camino que se sitúa en dirección contraria al Wonderland de Lewis Carroll o al Peter Pan de J. M. Barrie. Mientras tanto, sigo observando con pesar a esas personas que alcanzarán edades provectas sin haber destapado el tarro de la madurez, perpetuándose en una adolescencia que les hace creer más sanos, naturales y encantados de sí mismos. Por mi parte, prefiero seguir mostrando en mi rostro las heridas del campo de batalla, caerme y volver a levantarme, tomar conciencia que la vida está salpicada de trampas y obstáculos que vencer. Y a veces me pregunto, qué sería de este país sin esas mujeres que siguen tejiendo esas redes de madurez que contrarrestan la multiplicación de los Peter Panes y los peces, parapetados en sus campanas de cristal. Solo puedo decir: gracias a ellas, una vez más.

3 comentarios:

Jordi Marí dijo...

Últimamente, amigo mío, he venido reflexionando largo y tendido sobre todo ello.
Te adjunto a continuación un link que te permitirá acceder a una emisión del programa de radio "L'ofici de viure", de Catalunya Ràdio, en el cual el susodicho Antonio Bolinches dio a conocer su libro, pormenorizando sobre tan delicado tema:

http://www.catradio.cat/audio/430866/Peter-Pan-sha-fet-gran

Christian Aguilera dijo...

Hola Jordi:

He escuchado con mayor atención si cabe esta entrevista y la sensación es que clava a determinadas personas que he conocido. Lo triste del caso es que en nuestra sociedad se ve al Peter Pan como algo "guay", "inn". Lo que comporta ser Peter Pan en su grado más desarrollado tiene consecuencias nefastas porque las reacciones de estas personas son propias de mentes infantiles (pero con el cuerpo de un adulto) que si no obtienen las cosas que quieren pueden reaccionar de forma sorpresiva para la edad que figuran en sus DNI. Buena parte de ello es fruto de la educación que han recibido en la que (casi) todo se les consentía y, por ejemplo, se les premiaba constantemente ya sea por notas o buen comportamiento.

un saludo,

Christian

Christian Aguilera dijo...

Hola Jordi:

He escuchado con mayor atención si cabe esta entrevista y la sensación es que clava a determinadas personas que he conocido. Lo triste del caso es que en nuestra sociedad se ve al Peter Pan como algo "guay", "inn". Lo que comporta ser Peter Pan en su grado más desarrollado tiene consecuencias nefastas porque las reacciones de estas personas son propias de mentes infantiles (pero con el cuerpo de un adulto) que si no obtienen las cosas que quieren pueden reaccionar de forma sorpresiva para la edad que figuran en sus DNI. Buena parte de ello es fruto de la educación que han recibido en la que (casi) todo se les consentía y, por ejemplo, se les premiaba constantemente ya sea por notas o buen comportamiento.

un saludo,

Christian