sábado, 24 de julio de 2010

LA POLÍTICA COMO McGUFFIN EN UNA PLANETA AMENAZADO

No hace demasiado tiempo había un periodista (sic) —el ínclito Federico Jiménez Losantos— que paseaba su lengua viperina por los estudios de la COPE esgrimiendo, entre otras lindezas, poco menos que eso del cambio climático era una invención. Por imperativo facultativo lo escuché muy de tanto en tanto, y reconozco que como despetador-alarma funcionaba la mar de bien; te despabilabas en cuestión de un par o tres de soflamas del turolense. Claro que al malo de Losantos sabía que le quedaban los días contados en la emisora episcopal y lo de menos era hacer un ejercicio reflexivo, meditado y cargado de sentido común, no ya sólo en cuestiones vinculadas a la política (pertenece a esa clase de gente que tiene respuesta para todo y un poco más), sino de los deportes, la cultura, la economía... hasta la ciencia... Nada exacta, pero eso, según su criterio, que más le daba. No obstante, esa noción de que el cambio climático es como un frente común bañado de idealismo cuya palanca se acciona merced al empuje ejercido por grupos ecologista sin más oficio ni beneficio que tomar el rol de la «mosca cojonera» —en infeliz definición de Manuel Toharia— en el contexto de nuestra sociedad, ha ido calando entre un buen número de personas. La sensación es que determinado sector de población ha dejado de auscultar en torno a estas noticias de tono alarmista-catastrofista y se limita a seguir el sesgo del día a día, sin advertir que la amenaza real se encuentra al doblar la esquina del próximo siglo. Si a estos mismos se les preguntara cuánto tiempo cree que ha pasado desde la abolición de la Inquisición en nuestro país, seguramente un buen porcentaje lo situarían en la edad de bronce (valga la ironía), o se remontarían nueve siglos en el tiempo... Pues bien, tan sólo han pasado algo más de doscientos años, una buena medida para apercibirnos que noventa años, incluso a efectos de historia contemporánea, deviene un tiempo relativamente corto. Incluso muy corto. Lo más terrible del asunto supone que podemos llegar tarde para atajar un problema ecológico de proporciones devastadoras para una parte del planeta y que, tarde o temprano, provocará un efecto dominó.
   Desde esta óptica científico-ecologista —llámesele como se quiera—, para un servidor el juego de la política librada entre los partidos de turno y todo lo que ello conlleva representa una gota en el océano frente al reto que tenemos por construir una sociedad que no mire únicamente al corto plazo, que tome conciencia de que habitamos en un planeta con unos recursos naturales limitados y que las dinámicas creadas a lo largo del pasado siglo y lo que hemos cubierto del presente advierten que la cuestión se puede tornar irreversible. Pongamos un ejemplo reciente. No hay telediario o telenoticies que dejen de mostrarnos a los políticos con sus dimes y diretes sobre el Nou Estatut de Catalunya (el aprobado en el Parlament en 2005), la sentencia del Tribunal Constitucional, que si las competencias lingüísticas, ese cacareado tema identitario, etc. El tiempo y sobre todo el haber desperdiciado el mismo en haber puesto el acento únicamente en estas cuestiones quizás sea la que sienta en el banquillo a la humanidad, incapaz de resolver los problemas que pueden darse a cien años vista. En términos de la existencia del planeta tierra, vendría a ser una parte infinitesimal del estornudo que puede tener una persona a lo largo de sus, pongamos por caso, ochenta años ¿Quo Vadis Izquierda Unida o Iniciativa per Catalunya? ¿Acaso comporta más votos desvivirse por las cuestiones lingüísticas que por ofrecer una mirada más abierta, más amplia con el ánimo de impulsar una conciencia ecologista que deje en un cuarto plano si el artículo quinto del preámbulo segundo dice que somos o no una nación? Mother Earth, my friends. Ya demasiados avisos está dando la Madre Tierra en forma de maremotos, terremotos, huracanes, tifones, ciclones (echen mano de las estadísticas y verán: las frecuencias de estos fenómenos han aumentado aritméticamente en los últimos años)... para que nos tomemos en serio una realidad infinitamente más importante que lo circunscrito en el ámbito de la política hecha para y por los politicos. Ni tan siquiera en el escenario más favorable, cuando se certifique al cabo de unos pocos años que seremos 7.000 millones de habitantes, podemos asegurar que nuestra tierra resiste bien los embates del cambio climático. Una hiperpoblación tantas veces planteada en sus escritos de ciencia-ficción, en su derivación de anticipación, por parte de Harry Harrison que colocará frente al abismo a un porcentaje significativo de la misma, al albur de los masivos fenómenos naturales que tienen, no me cabe la menor duda, su origen parcial en un cambio climático que solo los necios pueden rebatir. Pero infinidad de necios habitan en este planeta, actuando como espectadores de una película cuyo McGuffin —según los cánones hitchcockianos— lo relacionan con ese juego político aludido en que se siente el batir de las banderas y de las insignias identitarias, sin reparar en el verdadero contenido de la trama, la que nos dibuja un panorama sombrío sobre los peligros que acechan a la Madre Naturaleza si no le ponemos remedio.

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