domingo, 12 de septiembre de 2010

ETA 2010: LA VERSIÓN VASCA DE LA BANDA BAADER-MEINHOFF

Vencida la etapa de los pioneros, cada uno de los serial killers que consagraban su «otra» vida —la oculta— a realizar sus actos de puro delirio, causando estragos sobre todo en la década de los setenta y principios de los ochenta, buscaban diferenciarse entre sí con un modus operandi que captara especialmente la atención de los media. Pero al cabo surgirían imitadores que, a los ojos inoculados de sangre cuál vampiro de algunos de ellos, echaría por tierra la «autoría», la firma de sus respectivas actuaciones situadas fuera de los límites del principio vector que debe guiar a la condición humana. A otra escala, no menos siniestra, las organizaciones terroristas siguen patrones similares en cuanto a la voluntad de diferenciarse, de ser únicos en su «especie». Para la sociedad en general, pero para el mundo del terrorismo en particular, el ataque a las Torres Gemelas el 11-S de 2001 marcaría un punto de inflexión que, observado en retrospectiva una vez transcurridos exactamente nueve años desde aquel atroz atentado, ha procurado lecturas sumamente reveladoras del status quo de organizaciones con la mirada puesta en crear un estado de zozobra y de terror en la población. Una década que ha propiciado para organizaciones como ETA observar una curva descendente en su cuenta de resultados al saberse que esas aguas en forma de partido abertzale —bajo la denominación de origen Herri Batasuna o sus distintas «marcas blancas»— en las que podían nadar las pirañas que operan bajo el eufemístico nombre de gudaris («soldados»), empezaban a contaminarse y crear un medio anaeróbico. La razón de esta situación de falta de oxígeno en la pecera del conglomerado etarra se debe, en buena parte, a que los Estados Unidos, ajenos hasta entonces —salvo situaciones excepcionales— al fenómeno del terrorismo, se sintieron obligados a actualizar sus listados de organizaciones, agrupaciones, partidos y demás susceptibles de apoyar grupos armados. De ahí que Herri Batasuna acabara en estas «listas negras», abandonando el terreno de la impunidad y quedando en evidencia ante todo el mundo que eran una corriente de transmisión de las espúreas intenciones de su brazo armado, esto es, ETA. Con las Fuerzas de Inteligencia norteamericanas dispuestas a cambiar el chip, el factor de cooperación tan necesario entre instituciones paragubernamentales de esta naturaleza, pronto daría sus frutos: el blindaje de ETA en materia de información arrojaba numerosas vías de agua que provocarían un goteo constante de capturas registradas entre sus pistoleros, extorsionadores y demás personajes de nulo calibre moral. La eficacia policial ha sido la principal «hoja de ruta» en que se han amparado los gobiernos de distinto sesgo ideológico (PP y PSOE, por este orden) para legitimar un modelo de actuación que tuvo en la Ley de Partidos un frente válido capaz de colocar contra las cuerdas a esa parte de la izquierda abertzale decidida a preservar sus cargos públicos en ayuntamientos sabedores que de esos fondos económicos se proyecta un chorro de agua direccionado a la pecera de ETA. Pero el grifo proveniente de los fondos del estado se ha cerrado y tan sólo la capacidad de extorsionar a los empresarios por parte de ETA procura que los niveles de agua sigan haciendo posible que los «funcionarios del terror» puedan garantizar unas pagas mensuales o anuales para no ausentarse de sus puestos de trabajo. Cualquier persona mínimamente informada sobre el tema sabe, sin embargo, que una organización terrorista tiene los días contados si su presupuesto anual se basa en el principio de la extorsión entre la clase empresarial por muy fogueada que esté —por desgracia— en estas dinámicas.
A través de esta lectura puede entenderse mejor el porqué ETA tiene una necesidad imperiosa de que Batasuna o sus «marcas blancas» no se vean privados de sus cargos en los ayuntamientos. Por ello emiten comunicados —el último reproducido en primera instancia por la cadena británica BBC— que amagan en el sentido de ofrecer un cese de la lucha armada con la intención de capear el temporal sabedores que, a la vuelta de la esquina, se convocan unas elecciones municipales en el País Vasco. Con una importante porción de la izquierda abertzale fuera de las instituciones, simplemente su presupuesto básico para seguir manteniendo a flote la nave de ETA se va a la deriva. La historia de esta organización nacida hace más de medio siglo traza, en los últimos años, cada vez más un perfil similar al GRAPO o sobre todo la Baader-Meinhoff. No hace demasiado tiempo, cuando se sacaba a colación que el fin de ETA estaba cerca, algunos esgrimían —incluso desde instancias policiales— que «hay lista de espera para entrar en la Organización». Vista la realidad de hoy en día, cabría decir que «hay lista de espera en las prisiones para el ingreso de etarras». Allí acabarían sus días parte del núcleo duro de la Baader-Meinhoff, toda vez que Alemania cerró literalmente dos días sus carreteras  para capturar a las puntas de lanza de la organización terrorista. Asimismo, el círculo para ETA se estrecha. Ahora sabemos con más precisión donde se encuentran sus colmenas y que en su interior se cuentan tan sólo unas decenas de abejas enrrocadas en su fanatismo de gudaris. La historia de ETA, por tanto, está condenada a escribir sus últimos capítulos si atendemos más a los paralelismos (al margen de exhibir en sus respectivos anagramas una estrella de cinco puntas) que en la actualidad merece para con la Baader-Meinhoff que con la realidad del IRA, cuyo componente religioso —de mucho menor calado en el contexto social del País Vasco— era vital para entender el porqué del enquistamiento de la lucha armada durante más de un siglo.

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