domingo, 5 de diciembre de 2010

EL MISTERIO CENTENARIO DEL MONTE MACEDON: LAS DESAPARICIONES DEL DÍA DE SAN VALENTÍN

El título que encabeza la introducción de la edición de Picnic en Hanging Rock (2010, Editorial Impedimenta), a cargo de Miguel Cane, se reserva a la expresión «Australian Gothic». Un término que más bien suena a música celestial a la hora de contextualizar genéricamente una novela surgida a las antípodas y escrita por una australiana de real abolengo, Joan Lindsay, de soltera Joan Beckett Weingall (1896-1984). Tiempo habrá en el curso de las próximas semanas para extenderme en cinearchivo.com, en forma de artículo, sobre esta pieza literaria en particular de Lindsay y de su adaptación cinematográfica homónima en el debe de Peter Weir. Pero la lectura de Picnic en Hanging Rock —publicada por vez primera en el estado español, con una calidad de edición por parte de Impedimenta digna de resaltar (Enlace a Editorial)— me ha acercado a la personalidad de Joan Lindsay, de quien hasta la fecha tenía una idea bastante vaga del conocimiento de su legado artístico, únicamente ligado a la obra de mi admirado Peter Weir, desde el momento que empezaron a resonar en mis oídos ese «¡Oh, capitán, mi capitán!» en el entorno académico de un college de Nueva Inglaterra en que se levantaría acta de «el club de los poetas muertos». Recuerdo su estreno como un pasaporte para el despertar de mi lado más utópico y que para toda una generación, la que iba quemando sus etapas educativas y encaraba sus compromisos universitarios —o de grado superior, dentro de la denominada Formación Profesional— en el último tercio de los años ochenta, Dead Poets Society (1989) tuvo una significación especial que, en mi caso, alcanzaría a trabajos pretéritos de ese ilustre aussie llamado Peter Weir. Planteada, al igual que El club de los poetas muertos, en un entorno académico restringido para un solo sexo, Picnic en Hanging Rock (1975) dio a Weir una aureola de culto dentro y fuera de su país de origen, que años más tarde refrendaría con La última ola (1978). Sendas historias —la una publicada en 1967; la otra, articulada por el propio Weir, pero únicamente impresa en forma de guión— guardan relación con leyendas aborígenes desde un plano geográfico —el Monte Macedon, sito en la provincia de Victoria, da cobijo a la famosa y, a la par, enigmática Hanging Rock— o abstracto —la hipnótica The Last Wave—, que asimismo interactúa con una fenomenología climatológica que no encuentra asidero en esa realidad de la que somos capaces de interpretar.
Por muchas razones, la novela Picnic en Hanging Rock desde la fecha de su publicación tuvo todos los pronunciamentos para erigirse en una obra de culto en el espacio de un país esquivo a propuestas editoriales formuladas sobre un sustrato gótico, que buscaran tender puentes con la tradición literaria proveniente de la Inglaterra victoriana. Empero, la influencia continental de Picnic en Hanging Rock vendría dada por dos caminos que, en cierto modo convergerían a la hora de construir algunas de las obras magnas fechadas en Europa: el aliento gótico en la narración de los acontecimientos, presentando personajes con distintas aristas y dando forma a ese colegio de exclusivo para féminas con un fondo más sombrío que su inmaculada presencia (incluso el personaje de la Srta. Appleyard tiene un extraño semblante con la ama de llaves de Rebeca de Daphne du Maurier), y la concepción epistolar que gana terreno en el desarrollo de los capítulos finales del libro urdido por Lady Lindsay. Quizás todo ello hubiera caído en saco roto si Lindsay no hubiera tenido la audacia de jugar al equívoco cuando se la preguntaba, aun con mayor insistencia al calor del estreno del film Picnic en Hanging Rock, sobre la veracidad de los hechos acontecidos en aquel soleado 12 de marzo de 1900 en Hanging Rock, que trajo consigo, al atardecer de ese mismo día, la desaparición de tres de las adolescentes estudiantes y una de sus tutoras del exclusivo colegio Appleyard. Lindsay siempre abogó por una actitud ambigua, en una tentativa por preservar el misterio que se llevaría consigo a la tumba en 1984. Tras leer determinados escritos que teorizan a favor o en contra sobre el poso de verdad en relación a los hechos relatados en la obra de Lindsay y su posterior transcripción en imágenes, para un servidor, el misterio aún se agudiza. Pero, al cabo de visionar el documental Hanging Rock... en 1900 (1975), que acompaña la excelente edición de la película en el debe de Avalon, una septuagenaria Joan Lindsay, que se mueve con soltura por el set de la producción, departiendo amistosamente con un joven Weir, a preguntas de una entrevistadora, manifiesta: «No la ví por primera vez en 1900, pero tampoco mucho después. Creo que tenía como tres años, la primera vez que la ví. Y me impresionó muchísimo. La última vez que la vi, fue hace cinco años, creo. Antes que construyeran tanto por desgracia. Pero para mí, gracias a Dios, tiene la misma magia». Si seguimos el dictado de sus recuerdos, Joan Beckett —como así se llamaba por aquel entonces— visitó la «Roca Colgante» en 1900, para una sesentena de años más tarde abordar una historia que aun hoy en día desconocemos sobre la base de realidad de la que se valdría. Quizás, Lady Lindsay la abordara en ese periodo donde los relojes se paran, perdiendo la noción del tiempo y de la realidad... Mientras seguimos deshojando la margarita sobre si se trata de una ficción asentada en elementos reales o un aconcecimiento veraz ficcionado, cabe observar la trayectoria literaria (dejando la pictórica, que la cultivó durante decenios) de Lindsay, si tomamos una orientación cronológica, como un tránsito de la edad madura —aquella que alimentaría una mirada hacia sus propias experiencias en los años posteriores a consagrarse en matrimonio (no por casualidad, el día de San Valentín, pero de 1922) con el pintor Daryl Lindsay , a la sazón Director de la National Gallery de Sydney —en Time Without Clocks (1962)— hasta la descripción de un universo típicamente infantil en su última obra publicada —Syd Experience (1983)—, pasando inexorablemente por Picnic en Hanging Rock, la novela que la llamaría a la posterioridad y de la que supo preservar un misterio ya centenario...

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