sábado, 15 de enero de 2011

«EL INFORME PAKULA»

Hace poco en la Catalunya Central se descubría una fosa donde reposaban los cadáveres de casi una docena de seres humanos cuyo nacimiento, se calcula, data del siglo XIX. Las primeras investigaciones parecen apuntar a que sufrieron dos siglos atrás un brote de cólera que les condujo a una temprana muerte. Un ejemplo más, por tanto, de que la paleontología no se ocupa únicamente del estudio y del análisis de periodos muy remotos en el tiempo como se suele tener la percepción desde distintos sectores de la población. Sirva este preámbulo para advertir de que la historiografía cinematográfica tiene un tanto de labor paleontológica o arqueológica y que, a medida que se van quemando etapas, aquellos periodos que nos parecian relativamente cercanos, han sido objeto de una paulatina exhumación de sus restos de celuloide con el propósito de conocer mejor un época determinada. No hay duda que con la publicación de Moteros tranquilos, toros salvajes de Peter Biskind, se ha empezado a prestar una mayor atención a aquel periodo comprendido entre finales de los años sesenta y las postrimerías de los setenta, pero aún quedan por analizar con mayor tino una fosa que permanece en «tierra de nadie», flanqueada por el yacimiento perteneciente a la «Generación de la televisión», y el relativo al «Nuevo Cine Americano» del siglo XX integrado por los Francis Coppola, Martin Scorsese, Steven Spielberg y John Millius, entre otros. Esa fosa poco visitada y peor estudiada obedece a la figura de Alan J. Pakula (1928-2008).
   Unos días atrás, casi sin proponérmelo, al visionado de Una mujer de negocios (1981) por uno de esos canales surgidos como esporas al calor de la nueva era digital. De haber existido en nuestros días un programa similar a La clave en lugar de esos cantos a la estupidez humana que nos inundan en los horarios de prime time —estrellas ojerosas y con perfil de boxeador impartiendo la cátedra del marujeo; espacios trufados de jóvenes hipertatuados donde las señas de inteligencia se perciben en la cósmica lejanía; action movies que se asemejan a los juegos de la Playstation; etc.— para ilustrar el tema del funcionamiento especulativo de los mercados bursátiles y/o financieros, el equipo de documentalistas del émulo de José Luís Balbín hubiera podido aconsejar, tras la preceptiva presentación de los invitados,  la programación del film dirigido por Pakula. Sencillamente, Una mujer de negocios deviene una radiografía muy certera sobre esos mecanismos especulativos que razonan fuera de ese gran panel que deslumbra a tantos abrstraídos por el señuelo del easy money, antesala para alcanzar una felicidad plena y duradera (sic). Ese punto de atención que se presenta en forma de Rollover —su título original— me ha procurado ir al encuentro de esa fosa donde descansan los restos fósiles de la filmografía de Pakula. El olfato arqueológico que todo buen aficionado al cine debe tener activado les puede deparar más de una sorpresa cuando descubran ese espacio presidido por el nombre de «Alan Jay Pakula» en su cabecera, y justo debajo aparece escrito tallado en piedra «Nueva York, 7 de abril de 1928 – Melville, Long Island 19 de noviembre de 1998». Una fosa que ya había visitado años atrás David Fincher cuando procuró repercutir en Zodiac (2007) hasta el más mínimo detalle de las enseñanzas extraídas del estudio de un film eminentemente narrativo como Todos los hombres del Presidente (1976). Una producción que se sitúa en la punta de lanza de los títulos confeccionados por Pakula en los años setenta, pero sin descuidar su aportación en El último testigo (1974) o Klute (1971). Para este último film, ya me referí en un artículo (ver enlace) para cinearchivo de que, en realidad, la pareja de guionistas, trazaron una analogía con la relación sostenida en secreto entre John F. Kennedy y Marylin Monroe, transcrita a la ficción por Bee Daniels (Jane Fonda) y John Klute (Donald Sutherland).
Un determinado tipo de cine elaborado en el curso de los años setenta donde gravita el peso de las tramas políticas o financieras puede llegar a interesar a las nuevas generaciones en función de su proximidad con los temas que competen en la actualidad. En ese peaje temporal el cine de Pakula ha salido bien librado, incluso hilando fino hasta el detalle de esa garganta profunda que toma el rostro de Hal Holbrook tiene un parecido más que razonable con su verdadero alter ego, William Kark Felt (1913-2008). Cuestiones menores se esgrimirá, pero sin duda para un servidor muestra a las claras ese principio vector por el que se guiaban cineastas como Alan J. Pakula, en disposición a que su cine no trascendiera solo de forma coyuntural sino que las temáticas planteadas tuvieran asidero en el futuro. Al fondo de esa fosa destinada a honrar la memoria de Pakula y de su labor profesional descansa su contribución en alianza con Robert Mulligan, que igualmente se formulan en esa voluntad por derribar tabúes y sacar a la luz aspectos que habían sido orillados por el cine más primitivo, aquel confiado al Studio System: la problemática de la educación en las escuelas públicas en Up the Down Staircase (1967); el aborto clandestino en Amores con un extraño (1963) o el racismo en Matar un ruiseñor (1962). Temas que, lejos de haber quedado aparcados en nuestro quehacer diario, siguen formando parte de una realidad sociopolítica y económica que se presentan con un manto de renovada modernidad un buen puñado de títulos de la filmografía de Alan J. Pakula, cuya muerte se sustanció de una forma harto fortuita al golpear una barra de hierro sobre su cabeza mientras conducía su automóvil con la ventanilla abierta. Una barra de hierro que fue arrojada de una manera intencionada por un grupo de jóvenes desde el puente de una autopista de Long Island. L. I. E. (2001) —siglas de Long Island Expressway— abordaba la temática de esos unforgivens con unos pasatiempos de lo más salvaje, pero no llegaría estrenarse en nuestras salas hasta tres años más tarde en relación a su fecha de producción. Por ventura, para muchos espectadores inquietos Zodiac –con la participación de Brian Cox en un rol secundario, al igual que en L. I. E. que oficia de educador social— situaría sobre la pista —Fincher no se cansaría en señalar, ya sea en los press-junkets o en las ruedas de prensa, el ascendente de Todos los hombres del presidente sobre su propuesta que gira en torno al asesino del zodiaco»— el nombre de Alan J. Pakula. Un realizador hermanado con el cine de Mulligan pero asimismo con el  Sydney Pollack —a veces sus producciones parecen intercambiables— y al que un servidor persiste en seguir indagando en esa fosa en la que parece a resguardo en uno de sus extremos pequeñas joyas del calibre de Love and Pain and the Whole Dam Thing (1973), Comenzar de nuevo (1979) —para mi gusto, junto a Con los ojos cerrados (1969) y Una mujer descasada (1979), con permiso de Stanley Donen, son las mejores radiografias sobre el proceso de las rupturas conyugales y sus (casi) siempre traumáticas consecuencias— y su debut tras las cámaras, The Sterile Cukoo (1969), en una de las pocas ocasiones en que un joven biólogo (Steve McQueen) toma el (co)protagonismo de un relato fílmico... esperemos que este carácter de excepcionalidad tenga continuidad con El enigma haldane en su derivación cinematográfica. Si se da el caso, quizás para entonces Pakula deje de ser sinónimo de women's director, o en su defecto, de aplicado artesano de intrigas políticas vinculadas con el poder industrial y/o financiero, y ocupe un lugar de consideración una vez excavada a conciciencia en esa fosa que oculta no pocos tesoros y sorpresas a los ojos de la historiografía cinematográfica, que es tanto como decir la arqueología o paleontología de esa ciencia inexacta que responde al nombre de Séptimo Arte y que, en contadas ocasiones, nos eleva al Séptimo Cielo.

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