jueves, 7 de junio de 2012

DIEZ AÑOS DESPUÉS: RECORDANDO A JOHN FRANKENHEIMER (1930-2012)


El próximo 6 de julio se cumplen diez años del fallecimiento de John Frankenheimer (1930-2012), uno de mis cineastas predilectos por muy distintas razones. Creo recordar que mi primer acercamiento al cine de Frankenheimer en una sala oscura (había visto con anterioridad algunos de sus títulos por la pequeña pantalla, seguramente El tren y El hombre de Alcatraz), al menos hasta donde mi memoria alcanza, fue con una proyección en filmoteca de Los temerarios del aire (1969). Burt Lancaster, Scott Wilson, Gene Hackman, Deborah Kerr... un reparto mayúsculo. Se trata de un film en que me vuelven una y otra vez sus imágenes, a modo de flashes: ese arranque con un plano aéreo en que la cámara sigue la trayectoria, al compás de la música de Elmer Bernstein, de un automóvil con remolque en el que se desplazan tres paracaidistas; la escena nocturna en que Deborah Kerr y Lancaster se hablan con la mirada para luego abrazar sus corazones dolientes; el suicidio del veterano paracaidista, y ese final en que se juega al contrapunto, el del pesar por la pérdida de un compañero y amigo que se adivina en el rostro del personaje encarnado por Hackman, “enfrentado” a los fuegos artificiales para celebrar el 4 de julio.
   Estos días, con motivo de la conferencia que daré sobre John Frankenheimer y la «Generación de la televisión» en el CICA de Gijón en esa feliz iniciativa del equipo capitaneado por Víctor Guillot con la estrecha colaboración de Adrián Sánchez, entre otros— el 8 de julio, en el marco de un ciclo de cariz “transversal” sobre dicha generación he ido refrescando películas, monografías y documentación que guardo celosamente sobre el cineasta neoyorquino desde hace un montón de años. Entre ésta me topo over and over, en forma de mantra, con escritos en que se tenía y sigue teniendo la idea interiorizada por mucha parte de la crítica que Frankenheimer concluyó su mejor cosecha en los años sesenta. Luego, su prestancia profesional declinaría. Cierto que sus trabajos en aquella década marcarían la pauta de encontrarse ante una auténtica figura de la escena cinematográfica, en justa correspondencia con todo ese background acumulado durante su etapa de fogueo en la «Golden Age of Television». Pero en ese marco de "desubicación" que comportaría para muchos directores veteranos la década de los setenta, en que los moteros tranquilos y los toros salvajes se habían instalado para quedarse, Frankenheimer trataba de congeniar las art movies con un cine de “evasión” pero que llevara incorporado un discurso crítico como el que muestra, por ejemplo, Domingo negro (1977). La revisión de esta adaptación de la novela de Thomas Harris sorprenderá a más de uno por su carácter profético en torno a esa "visualización" del terrorismo de los albores del siglo XXI.
    Impresionado por el impacto que me causó Los temerarios del aire (muy libre, vamos, inventada traducción del original The Gypsy Moths), cada vez que se anunciaba el estreno de un film dirigido por Frankenheimer acudía al mismo, en un “ritual” que duraría hasta Ronin (1998), el film que le devolvería un merecido prestigio crítico un tanto enterrado. Cuando la propuesta no acababa por estimularme lo suficiente (52, vive o muere, por citar un título), me dejaba llevar por ese virtuosismo técnico, a golpe de master shots, inclinaciones de cámara (un guiño a su admirado Carol Reed) o demás recursos, del que hacía gala Frankenheimer y del que compañeros de oficio le alababan. El propio Frankenheimer comentaba la anécdota, reproducida en el libro-conversación de Charles Champlin para el Director Guilds of America (Riverwood Press, 1995), de la ocasión de haber conocido a David Lean a través de William Wyler. Éste último le dijo: «te voy a presentar a alguien que te admira mucho. Considera que eres uno de los mejores directores en colocar la cámara». Y de inmediato entró por la puerta David Lean. Un momento, sin duda, imborrable para Frankenheimer, quien vistas las complicaciones existentes en un espacio cinematográfico en permanente transformación, cada vez más tendente a la infantilización de sus contenidos, buscaría amparo en la televisión. Su rosario de producciones para el medio atiende a un nivel fuera lo común: The Burning Season (1994) sobre la figura del activista ecologista Chico Mendes (Raúl Julia), Against the Wall (1994) proverbial magisterio de dirección con un equipo artístico a su disposición que lo evaluaba entre los mejores de toda su andadura profesional, George Wallace (1997), Camino a la guerra (2002)... Sin conocer esta parte de su obra y prestar ni tan siquiera una mínima atención a la ingente producción televisiva librada en sus años de los Dramáticos en directo estilo You’re There, Playhouse 90, Danger, Studio One... definitivamente tendremos una visión muy parcial de su cometido profesional. Aficionado a los coches deportivos, con un conocimiento enciclopédico del cine, lector voraz, un punto presuntuoso y dotado de un ojo primoroso para emplazar la cámara, John Frankenheimer fallecería un par de días después de haberse celebrado el Día de la Independencia de los Estados Unidos en 2002, más señalado que nunca aún reciente los atentados a las Torres Gemelas. Lo haría en la mesa del quirófano para tratar de corregir esos dolores de columna vertebral generados durante sus años de combate en los espacios dramáticos en directo. De semejante mal, producto de la acumulación de una enorme tensión, se resentirían igualmente Franklin J. Schaffner, Ralph Nelson o Robert Mulligan, todos ellos miembros de la denominada «Generación de la televisión» cuyas películas se pasean estos días en el CICA de Gijón. Allí donde asomará este viernes El mensajero del miedo (1962), para luego ofrecer una conferencia que tiene un explícito sentido de tributo hacia una personalidad cinematográfica de altos vuelos en el contexto de la segunda mitad del siglo XX.   


Enlace a una de mis secuencias favoritas de Los temerarios del aire (1969) en Youtube

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