sábado, 14 de julio de 2012

BALADA TRISTE DE PIA DEGERMARK AKA ELVIRA MADIGAN


«Unhappy things still happen.

Even in our time,

Saddest of all is this

What happened to Elvira Madigan» (1).


1ª estrofa de The Ballad of Elvira Madigan, de John Lindström Saxon (1859-1935)

 
Muchos de los asiduos a las salas de «arte y ensayo» se debieron sentir atraídos por la belleza de la actriz que encarna a Elvira Madigan en el film epónimo rodado por Bo Widerberg en 1967. Por aquel entonces, un servidor acababa de nacer y tan solo hace unos días tuve la ocasión de ver por primera vez Elvira Madigan, una obra a todas luces acorde con las premisas de una programación alternativa allá por los años sesenta y setenta que congregaría a una cinefilia “militante”. Al buscar algunos trazos biográficos sobre Pia Degermark, (1949, Bromma, Estocolmo), la rubia protagonista, pronto me topé con una historia propia del concepto rise and fall («auge y caída»), en que una vez más atribuimos una presunta felicidad a personas que, en realidad esconden en un “doble fondo” de sus existencias un desequilibrio emocional producto, por lo general, de la combinación de diversos factores. En ese ejercicio de funambulismo que a menudo resulta la vida, Pie Degermark estuvo a punto de perder el equilibrio y precipitarse al vacío. La felicidad por la celebración de su boda con el productor cinematográfico Pier Caminneci en 1971 y el posterior nacimiento de su hijo Cesar quedaría diluida en la memoria de una actriz de corta trayectoria, envuelta en un sinfín de problemas desde entonces que irían laminando su capacidad de superación. La hiperactividad la hizo dependiente de las anfetaminas y de ahí pasaría a serla diagnosticada anorexia. Degermark, aquella rubia de aspecto lozano que lucía en la gran pantalla en un espacio bucólico, iba conformando un curriculum en paralelo salpicado de desgracias varias, enfermedades que quedaban impresas para siempre. En su afán por combatir la enfermedad que lograría vencer, a su regreso a Suecia —tras una estancia en los Estados Unidos muy discreta en lo profesional y muy movida en lo personal— crearía a tal efecto una fundación, pero esa no sería su salvavidas definitivo. Degermark se dejaría arrastrar por el oleaje de esa delincuencia a pequeña escala que lleva aparejado asuntos de drogas y robos. Su paso por prisión se haría inevitable cuando la trincaron en compañía de su nueva pareja. La enfermedad y las malas compañías se confabularon una vez más, convirtiendo a Pia Degermark en un despojo de esa misma sociedad danesa que décadas atrás había sido objetivo de envidias cuando el príncipe heredero sueco Carl Gustav la sacó a bailar. En esa instantánea que reprodujeron los semanarios y los periódicos escandinavos repararía Bo Widerberg, adjudicándola de facto el papel femenino principal para una producción que se debía estrenar justo el año que se cumplía el centenario del nacimiento de la auténtica Elvira Madigan (1867-1899), la trapecista danesa. Ésta fallecería a los veintidós años en compañía de su amado, el lugarteniente sueco Sixten Sparre. Pie Degermark, por su parte, cumplirá el próximo 24 de agosto su sesenta y tres aniversario. Ella ha visto dibujada la muerte sobre ese asfalto que conforma la carretera de cada una de nuestras vidas. Una carretera por la que Pia Degermark ha transitado en ocasiones observando a su alrededor un paisaje sin colores. Ahora mira hacia atrás y reflexiona que éste ha sido su pasaporte para la supervivencia. Otro “juguete roto” que anotar al cargo de las celebrities contemporáneas, pero que al menos en esta ocasión, como ella misma dice «estoy viva y puedo sonreír». Y que sea por mucho tiempo más.


(1) Las cosas infelices siguen ocurriendo / Incluso en nuestra época / Lo más triste de todo ello es lo que ocurrió a Elvira Madigan.

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