jueves, 5 de julio de 2012

UN «PEZ» LLAMADO CHRIS SQUIRE: LEYENDAS DEL ROCK SINFÓNICO (I)


En el extraordinario documental dedicado a repasar la historia de Yes editado en 2007, en zona 2, de tapadillo por el sello Llamentol— por parte de sus componentes que formaron en el siglo pasado con la salvedad de Tony Kaye, el periodista y escritor Chris Welch la "enciclopedia viviente" de la banda británica; suyo es el libro The Story of the Yes: Close to the Edge (2003)—, productores y algún que otro músico invitado Keith Emerson, cronómetro en mano Chris Squire es quien goza de mayor “cuota de pantalla”, seguido de cerca por Jon Anderson. No en vano, ellos fueron los fundadores del grupo de rock sinfónico más longevo de la historia tras poner en concordancia sus gustos musicales (preferentemente Simon & Garfunkel en su definición melódico-vocal). Pero lejos de crear un frente común en la toma de decisiones, Squire y Anderson tuvieron y siguen teniendo desencuentros que acabaron o han acabado en separaciones temporales con visos, eso sí, de volver a coincidir en los estudios de grabación y en las salas de concierto. Una historia, la de Yes, que se escribe con renglones torcidos, con constantes entradas y salidas de miembros que, al cabo, han provocado la impresión, cuando no certeza, de que se trata de un plantel de excelentes músicos instalados en una suerte de "potro mecánico". En gran medida, Chris Squire ha sido el miembro de Yes de los que gozan del estatus de "históricos"— que ha contribuido más a ese desbarajuste que los caracteriza, dando el beneplácito a la entrada de sabia nueva acogiéndose a la coletilla del «¿por qué no?, probemos», convertida en “aforismo” al cabo de los años. Solo de esta forma se entiende que, una vez Jon Anderson y Rick Wakeman abandonaran la banda tras el álbum Tormato (1978) con un severo problema en el andamiaje de su sonido, Squire apadrinara a dos recién llegados, Trevor Horn y Geoff Downes (de The Buggles) que navegaban por mares diríase que diametralmente opuestos a los de Yes. Cualquier parecido con la realidad de los autores de Close to the Edge (1972) o Tales from the Topographic Oceans (1973) era pura coincidencia. Paradójicamente, todo aquel giro de 180º desembocaría en la confección de “Owner of a Lonely Heart”, el buque insignia del álbum 90125 (1983), que según confesión del propio Wakeman (ajeno a sus dinámicas poperas) permitió la supervivencia de la banda merced a su descomunal éxito. Una supervivencia que se cobraría un peaje demasiado caro, provocando la confección de dos “identidades” que discurrían a cada lado del Atlántico, la del Oeste pilotada por Squire. Allí, en la soleada california, Squire ha vivido su “exilio fiscal”, proyectándose la imagen de bon vivant, “tuneado” para saltar al ruedo de los escenarios con un look que trata de contrarrestar la realidad de su fecha de nacimiento: la del 4 de marzo de 1948. Si bien alejado durante largas temporadas de su Inglaterra natal, Squire sigue conservando esa flema británica perfectamente “ensamblada” para encajar la salida o la entrada de un miembro al cuerpo de Yes. A fuerza de acostumbrarse a tanto cambio, Squire ha sido quién más ha fomentado ese carácter heterogéneo de la banda, integrando infinidad de estilos al calor de una nueva incorporación. Con todo ello, lo que en otra banda hubiera repercutido en una definitiva pérdida de identidad respecto a sus correspondientes orígenes, para Yes el contar con Squire conforme a su elemento más constante ha salvaguardado en dura “competencia” con Jon Anderson la esencia del grupo. Mientras el ex bajista de Syn y Mabel Greer's Toyshop siga aferrándose a su Rickenbacker, por suerte o por desgracia según el prisma con que se mire— no se vislumbra, al corto o medio plazo, el final de Yes.  
   Consecuencia directa de su férrea voluntad por seguir perseverando en la supervivencia de Yes tras cuarenta y cinco años, Chris Squire no se ha prodigado –como otros de sus colegas y (sin embargo) amigos, Steve Howe, Jon Anderson o Rick Wakeman— demasiado fuera del grupo. Su único álbum en solitario, editado a mediados los años setenta, razona desde la alegoría que no era su espacio natural: ese pez fuera del agua apela a su propia persona, la de un músico educado en los coros de su "patria chica" —Kingsbury que hacía saltar el contador del agua fruto de su pasión por las duchas. De ahí que fuera bautizado Fish por parte del bateria Bill Brudford antes de la aparición en la escena musical de otro espigado si cabe aún más— británico de idéntico apodo que formaría en Marillion. Pero mientras Derek William Dick admitía a “trámite” que fuera conocido por su apelativo entre los aficionados, Chris Squire prefirió que Fish se quedara exclusivamente en el ámbito familiar. En buena lid, su apellido hace honor a varios de sus significados –echando mano de la British Enciclopedia—, la de «propietario» –se mantuvo en sus trece que él y sus “compinches” debían seguir explotando el nombre de Yes durante la tormenta acaecida a finales de los ochenta, «escudero» –de Jon Anderson cuando éste ejercía de prima donna— y «juez de paz» cuando se encendía el enésimo fuego en una formación cuya genialidad va pareja a una irrenunciable voluntad por reiventarse, aún a riesgo de regresar a la casilla de partida over and over.         

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