domingo, 28 de octubre de 2012

«EL LAGARTO ASTRONAUTA» de Kenneth Cook: GUÍA ANIMALESCA DE UN ESCRITOR «GALÁCTICO»


Para una legión de rockeros aussies amarrados a la bandera de AC/DC, Fremantle representa un lugar de peregrinaje obligado para rendir honores al vocal hero Bon Scott, quien estuvo en la banda de los hermanos Angus y Malcolm Young durante un lustro. Pero para Kenneth Cook (1929-1987) su presencia en este enclave situado al oeste de Australia tuvo un propósito bien distinto cuando devino el punto de partida de un periplo ciclista que le llevaría a reseguir la línea de costa hasta ir a morir nuevamente a Fremantle. En el curso de la ruta cicloturista, Cook tuvo tiempo de recrearse en el paisaje... y la fauna autóctona que, al cabo, le proveería de material para uno de los episodios más hilarantes reproducidos en El lagarto astronauta (1987), segunda parte de una trilogía «flanqueda» por El koala asesino (1986) —editada por Sajalín  en 2011 y El canguro alcohólico (1987). Material que podría ajustarse perfectamente a las tiras de un cómic o adaptarse al cine de animación con un paisaje exótico conforme a servir de reclamo añadido, Cook desarrolla en el capítulo «El quokka asesino» un viaje a lo desternillante y al non sense cuando una extraña clase de mamífero («es un pequeño ualabí, no mucho mayor que un gatito o que una rata grande», en palabras del autor del libro impreso por Sajalín Editores dentro de su colección Al margen) va reptando por la espalda provisionada de una mochila del ciclista amateur mientras su bibicleta va zizagueando por una carretera, a más de cien kilómetros de velocidad, aguardándole al final de la recta una curva que se intuye el punto final de su trayecto  y el de su eventual “compañero”. Cook juega a la perfección los elementos que tiene a sus disposición, inclusive un suspense que alimenta un clímax mucho más liviano de lo esperado. Al final de esa curva le aguarda un “precipicio” de cinco metros de altura, situando a nuestro “héroe” en la orilla del mar, a la par que el quokka se muestra impasible en la arena con la mirada perdida en el horizonte. Sin abandonar las analogías para con el medio cinematográfico en el que Cook cultivaría una relación más bien discreta Despertar en el infierno (1971) y Stockade (1971) nacen de sendas novelas suyas—, otros capítulos de El lagarto astronauta (en especial «Con agallas se consigue ópalo» y «Cómo evadir impuestos») y se presumen piezas sueltas extraídas del western australiano, un género que choca con la realidad de los hechos: su nula difusión fuera de los dominios del vasto país oceánico. O ya metidos en arena de psyco-thriller visualizado por angostas carreteras desérticas a la luz de la luna austral, en «Un especímen peligroso» descansa el carácter cinético en un relato en que nuestro héroe se pierde en conjeturas sobre la verdadera naturaleza de un tipo apuesto que se hace llamar Charles Green transitando por la Gibb River Road con un jeep en que su parte trasera se encuentran enjaulados un cocodrilo vivo de considerables proporciones y un canguro muerto. Un marsupial que protagoniza el segundo de los capítulos de la novela en cuestión, con un título indicativo «Nunca intentes ayudar a un canguro» de la intención de El lagarto astronauta por abrirse en el mercado editorial hispano en forma de guía práctica sobre los peligros a los que uno se enfrenta si visita el Outback, infestado de animales de apariencia inofensiva pero que en su interior late un asesino potencial. El alto valor calórico de El lagarto astronauta se debe a esa habilidad de Cook por describir la fauna australiana susceptible de ser sometida a cuarentena por el peligro que entraña— con apremio a que se tratara de seres humanos, tocados de unos rasgos que les hacen muy cercanos a extraer conclusiones sobre sus reacciones. Al referirse al quoakka, Cook añade a la descripción anterior, «Tiene una cara mezquina y viciosa, y unos ojos pequeños, malvados y faltos de compasión. Como todos los ualabíes, salta a la manera del canguro y lleva a las crías en el marsupio. Por el trasero arrastra una larga cola del tipo rata».  El diablo se viste de quokka en este pasaje desbordante de ingenio descriptivo que raya a una altura superior a la media de relatos contenidos en El lagarto astronauta, acompañados por ilustraciones de Güido Sender Montes para esta cuidada edición de Sajalín, provisionando a los lectores de una nueva novela tallada por lo irreverente y con la convicción que lo alternativo tiene una cuota de mercado cada vez mayor. A la espera de la publicación del título que cierra la trilogía de Cook, El canguro alcohólico solo cabe volver sobre esos capítulos que han despertado en cada uno de nosotros instantes de verdadero deleite, tratando de descodificar un humor que mueve a la extrañeza para alguien que no sea un militante aussie como Kenneth Cook, afincado en lo absurdo desde que decidiera escapar de la disciplina escolar y situarse en una caprichosa realidad minada de peligros con apariencia humana o semihumana. Un private pleasure en tiempos en que los vendavales económico-financieros-sociales están a la orden del día.


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