viernes, 14 de junio de 2013

«A DOS METROS BAJO TIERRA» (TEMPORADA 2): CÍRCULOS CONCÉNTRICOS

Consecuencia directa del éxito de la primera temporada de Six Feet Under (A dos metros bajo tierra) (2001-2005) fue que, además de renovarse los acuerdos contractuales para con la plana mayor de los intérpretes que intervinieron en la misma, dos fichajes de “relumbrón” se perfilarían para una segunda temporada con idéntico número de capítulos trece, desafiando de esta forma cualquier atisbo de mal fario. Patricia Clarkson (1959, Nueva Orléans) y Lili Taylor (1967, Glencoe, Illinois) trabajarían, pues, a favor de una obra cuyo andamiaje narrativo parecía haberse asentado en el desarrollo de la primera temporada. Óbviamente, el planteamiento de Alan Ball y su equipo de cara a una segunda temporada pasaba por concebir una serie de “retoques” encaminados a potenciar el juego de relaciones de personajes incluso aunque operen en órbitas muy alejadas entre sí. La evidencia más palmaria de estos “retoques” introducidos a partir del episodio nº 14 se corresponde con la cada vez menor importancia prestada a esa muerte “súbita” marcada por el infortunio y/o lo aleatorio. Apenas un par de minutos ocupan estos prólogos que con el afán de no repetir situaciones análogas, extiende un abanico de posibilidades extraordinariamente amplio, pero algunos sin apenas “sustancia dramática” o dictado por las leyes de lo heterodoxo.
   Alentado por las cifras de seguidores de la serie de marras, Alan Ball supo que A dos metros bajo tierra permitiría hacer hincapié para su segunda temporada en aspectos relativos a la comunidad gay a la que pertenece de pleno derecho desde hace tiempo. Más allá de la normalidad que supone contemplar en la pequeña pantalla una relación de pareja sostenida entre personas del mismo sexo (masculino) y de razas distintas David Fisher (Michael C. Hall) y Keith Charles (Matthew St. Patrick) , Ball “fabricaría” un episodio destinado a inculcar en el espectador la idea de que la paternidad no guarda necesariamente relación con los convencionalismos de antaño, favoreciendo el sentido que la educación dirigida a los pequeños se mueve por los parámetros del compromiso, el deber, la atención y el amor al prójimo. Parámetros que convergen en la persona de Keith, dispuesto a hacerse cargo de la manutención de su sobrina Taylor (Aysia Polk) ante la actitud evasiva mostrada por la madre de ésta. Para colmo de males, el episodio número 10 («El secreto») concluye con la imagen de la madre de Taylor acusada de haber atropellado involuntariamente a un indigente y, a renglón seguido, no cumplir con el deber de auxiliar a la víctima, dándose a la fuga. Los quebraderos de cabeza se acumulan para Keith, quien retoma su relación afectiva con David después de un paréntesis que se adivinaba, tarde o temprano, concluiría. Señal inequívoca que A dos metros bajo tierra se mueve por idéntico razonamiento que las series destinadas a prolongarse en el tiempo una vez vencida la fase de incertidumbre que despierta su temporada inaugural. Un razonamiento que nos habla de un planteamiento acorde a que las relaciones personales sufren desgaste, se erosionan y precisan de ese “bálsamo” reparador llamado tiempo para volver a conciliar sentimientos en el ámbito de la pareja o del entorno familiar. De ahí que a lo largo de esta segunda temporada asistamos a constantes idas y venidas entre parejas donde las conexiones emocionales, intelectuales y/o sexuales no siempre funcionan a pleno rendimiento Nate Fisher (Peter Krause) y Brenda Chenowith (Rachel Griffiths); Ruth Fisher y Nikolai (Ed O’Ross); Margaret (Joanna Cassidy) y Bernard Chernowith (Robert Foxworth); el propio Keith y David, etc. , acoplando al aparato dramático ese denominador común insoslayable de que todo-el-mundo-sufre. Un estado de ánimo que, en no pocas ocasiones, se evalúa desde la soledad, cuya máxima expresión en esta función televisiva remite al personaje de Ruth, la matriarca que vela en silencio la memoria de su difunto marido (sus apariciones espectrales van perdiendo fuelle si lo confrontamos con la primera temporada) y trata de “reinventarse” con una actitud abierta sobre la realidad de sus tres hijos. Los varones, persiguiendo una estabilidad con sus respectivas parejas, mientras que en la benjamín de la familia Fisher, Claire (Lauren Ambrose), se debate una guerra abierta en su interior entre la necesidad de encontrarse con su “igual”. Sus tendencias depresivas no ayudan a decantarse en un sentido u otro, cruzándose en su camino Billy Chenowirth (Jeremy Sisto), el hermano de Brenda, recluido en un hospital psiquiátrico después de haber protagonizado un episodio de locura que pone en jaque la vida de los que le rodean. Nate tomaría buena nota de ello, invitando que, al cabo, su hermana pequeña se aleje de manera definitiva de Billy una vez éste ha salido del centro psiquiátrico exhibiendo nuevo look. Entretanto Nate tiene demasiados frentes abiertos para salir airoso en cada uno de ellos. Tras el compromiso formal con Brenda surgen las dudas, Lisa Kimmel (Lili Taylor) vuelve a entrar en su vida y la enfermedad cerebral que padece le lleva a replantearse la necesidad de cubrir un deseo agazapado en su fuero interno: el de la paternidad. Por aquel entonces, Peter Krause, el actor que da vida a David sin duda, uno de los pilares que sostienen el aludido andamiaje dramático de la seriecumpliría su compromiso de ser padre con el nacimiento de un bebé llamado Roman. Desconozco si semejante nombre tuvo un propósito de homenaje a Roman Polanski, un realizador que si hubiera participado en la confección de algunos episodios de A dos metros bajo tierra a buen seguro afinaría a la hora de sacar a la palestra los asuntos más sórdidos del alma de unos seres que realizan movimientos pendulares donde la vida y la muerte, la ilusión y la desafección se sitúan en ambos extremos de ese espacio intangible.


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