martes, 18 de junio de 2013

RICK WAKEMAN: LAS «SIETE VIDAS» DEL «PRÍNCIPE RUBIO»

El pasado 18 de mayo cumplía su 64 aniversario. A pocos pasos, pues, de la edad de jubilación, a buen seguro, Richard Christopher Wakeman (1949, Perivale, Londres) seguirá más allá de los 67 años practicando el arte que mejor domina: la música. Al abordar la confección de un libro de las características de Historia del rock sinfónico (2012), aun a pesar de haber abonado el territorio del conocimiento durante lustros a través de infinidad de audiciones y lecturas, siempre quedaba margen para la sorpresa e incluso la incredulidad frente a la magnitud de un talento individual. Confieso que a medida que iba familiarizándome con la ejecutoria profesional de Rick Wakeman no daba crédito a su descomunal capacidad de trabajo, que arroja hasta la fecha un balance de una cincuentena (¡) de discos publicados en solitario o en forma de dueto, sus colaboraciones en calidad de teclista en distintas etapas de Yes, una docena de composiciones de bandas sonoras para largometrajes de ficción y documentales (la mayor parte de los cuales de índole deportiva), así como puntuales intervenciones en discos que, por ventura, razonarían en el espacio de los mainstreams servidos en plena eclosión del pop rock, el paradigma de los cuales sería el “Space Oddity” de David Bowie. Dejo al margen sus prestaciones de conductor de programas televisivos y radiofónicos que han contribuido a amplificar su popularidad en el Reino Unido, donde su nombre es harto conocido incluso para aquellos refractarios del rock sinfónico, el fenómeno musical que contribuiría a definir sobremanera esa formación de «cambios perpetuos» llamada Yes. En relación a la misma, Rick Wakeman alimentaría un sentimiento ambivalente. Por una parte se mostraría incapaz de sustraerse a la idea que pasará a la historia por haber sido el teclista más solvente de Yes, y por la otra, agradecido por los réditos a todos los niveles que le sigue comportando su paso por la banda británica que pregonaría a los cuatro vientos una suerte de mística espiritual articulada en su fundamento por Jon Anderson. Pese a que Wakeman no comulgaría con el contenido conceptual de Tales from Topographic Oceans (1973), del que se esforzaba en manifestar que no comprendría frente a la actitud displicente del resto del grupo, supo calibrar el valor de la amistad con Jon Anderson, y la importancia de éste en el empeño de su condición de «visionario». Por ello, Wakeman ligó su suerte en el seno de Yes a la de Jon Anderson una vez superado el “trámite” de su salida (por la puerta de atrás) de la banda a la conclusión de la gira del Tales. Semejante desaire sería observado por la comunidad musical amparada en el rock británico conforme a un gesto de pura excentricidad, pero al poco tiempo se demostraría lo acertado de su decisión al alumbrar un par de discos en solitario, The Six Wives of Henry VIII (1973) y Journey to the Center of the Earth (1974), que multiplicarían de manera exponencial su cuenta corriente. Desde entonces, lejos de ralentizar su ritmo de producción en función de los dos ataques de corazón el primero al poco de cumplir los veinticinco años, todo un récord... negativoy el peso de la fama que distrae, por regla general, el cumplimiento de un plan de trabajo sistematizado, Rick Wakeman ha persistido en su necesidad fisiológica de seguir componiendo, grabando discos sin desmayo.
   A pesar de la extraordinaria admiración que siento por la obra de Rick Wakeman, nunca he tenido la tentación de rastrear en tiendas virtuales o físicas cada una de sus piezas discográficas. En este propósito de enmienda, a buen seguro, se alinean algunos completistas provenientes del universo Yes, quienes presumiblemente hayan llegado a la conclusión, cuando no la convicción, de encontrarse con una obra que demanda un estudio pormenorizado. Materia, por tanto, susceptible de una tesis musical que arroje luz en torno al alcance de un legado musical que no tiene parangón entre sus «correligionarios» del rock sinfónico su amigo Jon Anderson con una quincena de discos queda a notable distancia, al igual que Steve Hackett (Genesis), con quien también ha colaboradoy me atrevo a aseverar que del rock y de la new wave en términos generales, con la salvedad quizás de Frank Zappa o de los «incombustible» Neil Young y Van Morrison. Sobreponiéndose a ese corazón delator de sus excesos alcohólicos, Wakeman ha configurado un cosmos musical único e indivisible, preñado de referencias a planetas que orbitan en la galaxia del rock, de la new wave y de la música clásica. Su estrella sigue brillando cuando al caer la noche el cielo se cubre de un manto negro. Entonces, podemos recrearnos en el virtuosismo a los teclados administrados por Wakeman en los conciertos de Yes que para muchos nos ha enseñado el camino para conocer la otra «realidad» de un astro de la música con marchamo de leyenda. La que se esconde en un muestrario de piezas variopintas, buena parte de las cuales afectadas de un aliento cristiano (servidumbres de un pasado ligado a su tercera esposa, la modelo Nina Carter) que se traducen en el mercado discográfico con un propósito residual en función del número de ejemplares vendidos de cada uno de ellos, aunque al recomponer ese giganteso mosaico visualicemos la obra de un genio precoz del siglo XX y de las primeras estribaciones del XXI. Nos falta aún perspectiva para medir la grandeza de Rick Wakeman, el «príncipe rubio» de las «siete vidas», las que ha tenido que recurrir para acomodar un legado musical de tamaña dimensión.

Dentro de su proverbial patrimonio musical, invitación a escuchar el tema Tall Shadows   


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