domingo, 21 de julio de 2013

«A DOS METROS BAJO TIERRA» (TERCERA TEMPORADA) (2003): A VECES VEO MUERTOS...

Es evidente que la atención dispensada a la primera temporada de A dos metros bajo tierra (2001-2005) movería a sus responsables (con Alan Ball a la cabeza) a propiciar un golpe de efecto para la segunda en su capítulo postrero, The Last Time (2002). Así, el futuro de Nate Fisher (Peter Krause), uno de los pilares indiscutibles de la serie, pendía de un hilo al serle practicada una operación cerebral que dejaría en vilo a los seguidores de Six Feet Under. "Perfect Circles", la primera entrega de esta tercera temporada, permite retomar situaciones heredadas de la segunda temporada y reubicar personajes que buscan amparo en una estabilidad emocional, en la práctica totalidad de los casos esquiva en orden a la propia naturaleza de seres humanos atrapados en sus miedos y debilidades. Asuntos del corazón que implican a esa comunidad de residentes en una funeraria Angelina cuyo accionariado ha sufrido un cambio sustancial al participar como socio Rico Díaz (Freddy Rodríguez con un protagonismo creciente en el devenir de la serie) después de una serie de tensiones internas en que los hermanos Nate y Dave Fisher (Michael C. Hall) parecían enrocados en la idea de no mover ficha pese a los problemas de distinto sesgo que arrastraban consigo. El negocio funerario creado por Nathaniel Fisher (Richard Jenkins) parecía situarse al borde la quibra, máxime cuando su viuda Ruth Fisher (Frances Conroy) dilapidaría una considerable suma de sus ahorros en saldar las deudas contraídas con la mafia local rusa por parte de Nikolai (Ed O’Ross), el dueño de la floristería en la que ella estaba empleada. Abandonada su ocupación laboral, en la tercera temporada se observa un repliegue de Ruth hacia aspectos que casan casi exclusivamente con sus sentimientos, en la búsqueda de un amor que bascula entre la inocencia propia de la inexperiencia y de un comportamiento infantil de Arthur Martin (Rainn Wilson: ironías del destino, años antes había interpretado un pequeño papel en La casa de los 1.000 cadáveres, todo un "reclamo" publicitario susceptible de aplicar para la sociedad Fisher & Díaz), el nuevo empleado-becario de la funeraria, a la madurez de George Sibley (James Cromwell), con cinco matrimonios a cuestas. En apenas un par de episodios, ya encarando la recta final de la third season, observamos la celeridad con la que George y Ruh comprometen su futuro en el altar, en una ceremonia en petit comité en que se constata la ausencia de Nate, desbocado tras tener el pálpito (en forma de “visiones”) que Lisa (Lily Taylor), dada por desaparecida en extrañas circunstancias, ya no regresará junto a él y la pequeña hija que tienen en común, Maya (las mellizas Brownyn Anne y Brennan Lee Tosh se reparten las escenas en la encarnación de la pequeña de la casa). Sí que hacen acto de presencia a la boda oficiada por un sacerdote local Dave en compañía de Keith Charles (Matthew St. Patrick), en una relación sentimental que parece haberse instalado en una montaña rusa. Por su parte, Claire Fisher (Frances Conroy), irrumpiendo en un sonoro llanto mientras contempla el enlace conyugal entre su madre y George (definitivamente instalado en las alturas: mide dos metros), constata que su atracción por jóvenes inestables (el último de ellos, Russell Corwin/Ben Foster, su compañero de clase en la Academia de Artes Plásticas, se debate en una indefinición sexual al haberse acostado con su profesor, Olivier/Peter Macdissi, un illuminati librepensador con las órbitas de sus ojos a punto de estallar cuando la situación no le es propicia) acaba pasándola factura over and over. Como en el caso de Claire, los fantasmas del pasado visitan la trastienda de los pensamientos de Nate, configurado en el eje motor de una tercera temporada que se cierra con la certificación de la muerte de Lisa. El móvil del hipotético crimen o suicidio queda por dilucidar. Mientras tanto, Brenda Chenowith (Rachel Griffiths) abre una puerta a la esperanza de regresar junto a Nate, o cuanto menos, sellar una amistad puesta en cuestión toda vez que el mayor de los hermanos Fisher ha actuado presa de un comportamiento seducido por su instinto más salvaje. Similar mecanismo al que se activaría en la mente de Billy Chenowith (Jeremy Sisto), “liberado” tras la muerte de su figura paterna, el doctor Bernard (Robert Foxworth) en la necesidad de perseguir su verdadero anhelo, la propia Brenda. El tema del incesto se cuela, pues, en una serie que no precisamente figura entre las seleccionadas para el programa de buenas costumbres de los devotos del tea party. En su tercera temporada se nos brinda, cuanto menos para un servidor, un par de capítulos que rayan la excelencia, a la altura de su capítulo cuatro (“Nobody Sleeps”) —una pieza de orfebrería dirigido por Alan Poul en que esas short cuts («vidas y muertes cruzadas») levantan el vuelo invadidas por una aureola emocional cincelada por una preciosa historia de amor sostenida entre dos personas del mismo sexo— y onceavo (“Death Works Overtime”), en que en un ardid de guión cortesía de Rick Cleveland la coincidencia de tres defunciones ponen en jaque las prestaciones reales de una funeraria donde la única que mantiene la llama de la esperanza de volver a ver en vida obedece al nombre de Ruth Fisher. Intuición que no tardará en desmoronarse y que, de algún modo, propicia que la matriarca se agarre a esa tabla de salvación emocional” cuando George, un geólogo culto, tocado por el sentido del señorío y de la elegancia (una versión más adulta si acaso de Hiram Gunderson/Ed Begley Jr. con poco recorrido en la serie), se coloca a tiro. La animadversión mostrada por Nate no hará recular a Ruth en su voluntad de contraer segundas nupcias con un individuo que parece dispuesto a instalarse hasta los capítulos finales de la serie. Con ello, quizás pueda eclipsar a uno de esos fantasmas del pasado que siguen haciendo acto de presencia en una funeraria donde los cuervos se posan a diario en las almas de sus moradores. El traje de difuntos les sienta tan bien pero todos ellos se resisten a abandonar el territorio de los vivos, los que siguen sintiendo y padeciendo, pero también buscando la luz al final del túnel. Una luz cegadora de esperanza y deseos camino de cristalizarse sobre un suelo pantanoso. 

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