lunes, 30 de septiembre de 2013

EL «OTRO» MAESTRO JOAQUÍN RODRIGO, DE PRIMER APELLIDO VALLET, DE OFICIO, AMANTE DEL CINE

Ese mismo año que Joaquín Rodrigo, uno de los ilustres compositores españoles del siglo XX, fallecía —1999— quedaría sembrado de noticias luctuosas en torno a realizadores y técnicos cinematográficos de verdadera enjundia —Stanley Kubrick, Charles Crichton, etc.—  que se quedarían a las puertas del nuevo milenio. Por aquel entonces, el otro Joaquín Rodrigo con el primer apellido "intercalado", el de Vallet, se situaba en la frontera de publicar sus primeros artículos o reseñas críticas en un medio que le diera las tablas necesarias para seguir prosperando en el ejercicio de una afición que trataría de reformularse en una profesión. El portal Miradas de cine  se lo brindaría y desde entonces Vallet no ha abandonado su dedicación por la escritura sobre temas cinematográficos, avivando una pasión que se tornará, a buen seguro, “eterna”.
   Conocí a Joaquín Vallet Rodrigo (Cullera, Valencia, 1978) en persona hace unos años cuando él empezaba a velar sus primeras armas en www.cinearchivo.com. Hubo circunstancias complejas por aquel entonces y, sin duda, Ximo fue uno de los baluartes de un portal llamado a convertirse en un referente de las publicaciones on line con una base de datos por lo que concierne al estado español realmente potente. Después de pasar por un periodo rodeado de personas que, en realidad, el cine les importaba un bledo o, cuanto menos, los contenidos de ese portal les resultaban indiferentes, encontrar a una persona como Ximo Vallet resultó un efecto balsámico por el severo contraste entre ambos mundos, esto es, el del pasotismo y el de la pasión, el de la indiferencia y el del compromiso. Fue un placer discutir o intercambiar opiniones sobre este noble arte con una persona que, al margen de su enciclopédico conocimiento, transmite un amor por el cine que no tiene límites. Echo de menos a veces esas charlas telefónicas que, a la par de ir al encuentro de nuestros directores e intérpretes predilectos, encontraba el aliento de un amigo en tiempos en que trataba de borrar de la memoria las sombras de un pasado referidas a unas personas que dejaban tanto que desear. Vallet fue el hombre clave para entender que hoy en día, tras el naufragio, cinearchivo.com sea el portal de referencia que anhelamos cuando el proyecto arrancó en 2001 en esa odisea por el espacio de internet. Una docena de años on line de la que me enorgullezco sobre todo por el hecho de haber entrado en contacto con personas de la calidad humana y de la pasión cinéfila de Joaquín Vallet. Sentí como propio el alumbramiento de su primera obra cinematográfica relativa al realizador norteamericano Joseph Losey. No es por casualidad que sea uno de los mejores libros —de los que conozco, que son bastantes— de la colección “Signo e Imagen / Cineastas”, de Editorial Cátedra, con esa capacidad de combinar un tono ameno y didáctico con una información milimetrada que le llevaría a visionar cada uno de los largometrajes del ex blacklisted, una misión ciertamente encomiable por la dificultad de recopilar una lista cercana a los cuarenta títulos. Semejante dedicación de Vallet por rastrear cada rincón posible en el espacio de internet y en el mundo de las ediciones digitales, valdría para su siguiente libro, Diccionario de películas. El cine de terror (2012) de T&B Editores. Empero, me entristecí que Vallet ni tan siquiera citara en la solapa de su segunda monografía el nombre de cinearchivo al enumerar los distintos medios en los que ha ido forjando su categoría de crítico e historiador cinematográfico. En esa decisión adoptaba por Vallet tomaba la palabra la voz de la frustración, alimentada por una serie de equívocos y porqué no decirlo, por la combustión inherente a un sentimiento de lo que hubiera podido ser y no fue. No resulta fácil permanecer por tiempo indefinido en ese "nido de víboras", en ese espacio donde los silencios de unos expresan la idea que los otros también merecen atención, y así hasta crearse un círculo vicioso retroalimentado por la envidia y el complejo de superioridad o inferioridad, según sea el caso. A sus treinta y cinco años Vallet Rodrigo rubrica su tercer libro dedicado a su admirado Terence Fisher, el segundo para Cátedra, que refuerza su dimensión de analista de primer nivel, en que vuelve a asomar su capacidad por expresar su visión sobre una determinada obra sin obviar la carga de emoción que implica la misma, a menudo, a través de unos maximalismos “marca de la casa”.
   Hace tiempo que debía este escrito a Ximo, quien lleva camino de ser saludado como el «otro» maestro Rodrigo de ascendencia valenciana, de primer apellido Vallet y residente Over the Rainbow, allí donde el Séptimo Arte adopta sus mejores ropajes de la mano de una infinita nómina de realizadores, técnicos e intérpretes por los que él sigue sintiendo (una enorme) devoción. Gràcies Ximo per a la teva amistat i la teva passió. Tots, d’una manera o altre, t'ho seguim agraint.


                                                          
                                                       
                     

lunes, 23 de septiembre de 2013

«A DOS METROS BAJO TIERRA. CUARTA TEMPORADA» (2004): CAMINOS SENTIMENTALES DE IDA Y VUELTA

Uno de los preceptos que suelen cumplirse en series de larga duración las evaluadas en más de tres o cuatro temporadases que los personajes en liza suelen retornar, en un momento u otro, a la casilla de partida en materia sentimental con el ánimo de superar experiencias que devienen, en algunos casos, traumáticas. A dos metros bajo tierra (2000--2005) no es una excepción a esta suerte de "axioma" que compete a las series dramáticas televisivas. Así, al encarar su penúltima temporada en Six Feet Under tanto Nate (Peter Krause) como su hermano menor David Fisher (Michael C. Hall) entienden que la ansiada estabilidad emocional se las procura la compañía de Brenda Chenowith (Rachel Griffiths) y Keith Charles (Matthew St. Patrick), y vicecersa. Ambos han atravesado por periodos convulsos. En el caso de Nate fruto de la pérdida de Lisa (Lily Taylor) que le lleva a actuar “sin control” y que se cobrará su factura más adelante en forma de enemistad con la familia directa de la difunta. Por su parte, David padece el ataque de un autoestopista con piel de cordero en el quinto capítulo, “That’s My Dog”, en que una vez más Alan Poul raya a gran nivel en la dirección de una pieza que no deja aliento al espectador. Simplemente, se trata de un prodigio en la administración del tempo que deriva en una función terrorífica, a modo de contrapunto de los otros episodios de la serie que transitan por cauces narrativos bien distintos salvo puntuales pinceladas con un toque perverso o, cuanto menos, malévolo, localizado en sus cada vez menos importantes prólogos. A partir de entonces, un traumatizado David busca refugio en Keith, pero éste debe cumplir compromisos laborales de guardaespaldas de caprichosas celebrities por todo el territorio nacional. La situación acaba tornándose insostenible, máxime cuando Keith cae en la trampa tendida por una odiosa estrella de la showbusiness, y observa como el mundo se desmorona bajo sus pies si no acude en auxilio de un desesperado Dave. La situación de éste fuerza a Nate a replantearse su regreso a la actividad en una funeraria en pleno trasiego de personal. A la salida de Arthur Martin (Rainn Wilson: lástima que su aportación al conjunto de la serie haya quedado “empobrecida” y “acortada”; presumo que este sería uno de los focos principales de discusión entre los guionistas habituales) se une la situación de Rico Díaz (Freddy Rodríguez), quien incluso llega a dormir en su puesto de trabajo cuando es expulsado de su propio hogar una vez se descubre una infidelidad con una voluptuosa, a la par que inestable, mujer dedicada al mundo del strip-tease. Con todo, la fortaleza mental de Ruth (Frances Conroy) alienta su capacidad para aglutinar a sus seres queridos cerca de ella, aunque las tensiones con su nueva pareja, George Sibley (James Cromwell), se van acrecentando al punto del anuncio de una eventual ruptura. No obstante, Ruth reconsidera tal decisión después de un impasse (viaje a México incluido que sirve de velado homenaje a Thelma & Louise cuando un plano la capta junto a su amiga Bettina/Kathy Bates colocándose las gafas de sol y adoptando ambas un sentido de liberación) y se entrega nuevamente al buen funcionamiento de una familia instalada en  “cambios perpetuos”. Los Fisher se observan bajo una luz disfuncional (para acabar de rizar el rizo, Claire/Lauren Ambrose mantiene una experiencia lésbica con Edie, encarnada por Mena Suvari, un fichaje asumido por el propio creador de la serie, Alan Ball, en atención a su participación en American Beauty por cuyo libreto obtuvo un Oscar), similar a la que irradia las vidas de los Chenowith. El humor negro acude en volandas cuando se trata de dar cobertura a los diálogos mantenidos entre los integrantes de una familia cuyo pater familias, el doctor Bernard (Robert Foxworth), fallece de manera repentina, dejando a su viuda Margaret (Joanna Cassidy) el campo expedito para mostrarse al mundo “rejuvenecida” en compañía de Olivier (Peter Maccdisi), el altivo e "indigesto" profesor de artes plásticas de Claire. Quizás los guionistas de A dos metros bajo tierra forzarían demasiado la máquina al colocar a un "rehabilitado" para la vida civil Billy (Jeremy Sisto), el hermano de Brenda, en calidad de profesor suplente, en el mismo instituto de Artes Plásticas que recibe clases la menor de los Fisher. Una forma de relacionar personajes en un entorno más cercano que sirva para encender la espoleta dramática necesaria para mantener en alerta a los seguidores de la serie. Abierto el posibilismo que Claire y Billy vayan más allá de mostrar entre sí una cierta empatía, la cuarta temporada de Six Feet Under pretende dar lustre a un interrogante si cabe aún más grande al calor de la obsesión que preside el comportamiento de George, dispuesto a hacer de un refugio antiatómico situado en el subsuelo de la empresa funeraria (todo un guiño a la ironía teñido de azabache) su principal fortín. Su carácter cada vez más escorado hacia la misantropía coloca al espectador vigilante a lo que puedan deparar los siguientes (y últimos) doce episodios de una serie que, a la altura de su cuarta temporada, el reemplazo de su cuadro de productores y asimismo del director de fotografía titular Alan Caso—  fue toda una apuesta de buscar nuevas motivaciones. Y a fuer de ser sinceros, lo lograron.         

miércoles, 4 de septiembre de 2013

FRANCISCO MARHUENDA: EL «BUFÓN» DEL PERIODISMO EN LA «CORTE DEL REY RAJOY»

En tiempos en que el debate político se sitúa en la primera plana de la actualidad, entre otras cuestiones, por mor de la aparición de múltiples escándalos de corrupción, difícil resulta evitar la presencia de Francisco Marhuenda García (Barcelona, 1961) en las mesas de debate, ya que se ha convertido en habitual contertulio de televisiones privadas, públicas o emisoras radiofónicas. De entrada sorprende el don de la «ubicuidad» mediática de Marhuenda dada su condición, en teoría, de director del diario La razón. Concesiones, intuyo, de los accionistas del rotativo madrileño a cambio de que esa cuota de opinión resulte rentable para la empresa. En este sentido, la estrategia de situar a Marhuenda en el punto de mira de los espacios de opinión, en especial los televisivos, ha contribuido a un incremento significativo de ventas de La razón, que parece haberse quedado solo en la defensa de las políticas auspiciadas por el PP en el primer tramo de la legislatura, y sobre todo valida a pies juntillas las explicaciones de la cúpula del partido sobre el «caso Bárcenas» sin encomendarse a una información objetiva que cualquier de los mortales razonaría, cuanto menos, susceptible de ser veraz. No en vano, la impronta de Marhuenda se deja sentir en la orientación de un periódico que, a veces, abandona uno de los principales mandatos de tan noble profesión para fiar la suerte de sus escritos a la bondad que su director atribuye a la persona de Mariano Rajoy y quienes lo rodean, con la salvedad del ex tesorero Luis Bárcenas.
    Un personaje de la catadura moral de Marhuenda denigra la profesión de periodista hasta límites insospechados. Jamás le vemos en una actitud de conceder ni tan siquiera el beneplácito de la duda en torno a asuntos que llevan “carga explosiva” en sus contenidos referidos a la persona de Mariano Rajoy convirtiéndose, de esta forma, en correa de transmisión de la cúpula directiva del PP que niega sistemáticamente la mayor. Más allá de los colores políticos por los que sienta más o menos simpatía, mi visión del periodismo se sitúa a las antípodas de la de Marhuenda, enrocado en un posicionamiento a la defensiva cuando se sitúa en el disparadero el PP, cuestionado por distintos frentes en el manejo del «caso Bárcenas», sinónimo de prácticas de financiación ilegal sostenidas en el tiempo por espacio de veinte años. Él parece sentirse cómodo en ese oasis de autocomplacencia; se parapeta en su hoja curricular para aplacar las insidias (según su razonamiento) de algunos de sus compañeros de debate; repite el mantra de la honorabilidad de su Presidente (y amigo para el que había trabajado durante seis años en calidad de Director de Gabinete del Ministerio de Administraciones Públicas y Director General de Relaciones con las Cortes durante el mandato de José María Aznar) y juega a retroalimentar la dicotomía izquierdas y derechas en un ejercicio de simplismo que provoca sonrojo en la voz de alguien que imparte clases en una universidad. «No es verdad» repite en forma de latiguillo alguien que se siente “acorralado” por sus compañeros de mesa. En ocasiones éstos no dan crédito a las palabras expresadas por un Marhuenda ensimismado en sus paupérrimas argumentaciones disculpatorias en que el periodismo no rima con el ejercicio que practica en su defensa numantina en torno al Presidente del Gobierno.
   Expreso mi convencimiento que Marhuenda acompañará a Rajoy y otros miembros del actual gobierno del PP prestos a rendir cuentas en virtud de esa red de mentiras que han tratado de ocultar en relación al estercolero de corrupción que se localizaba bajo sus pies durante un largo periodo de tiempo. En las facultades de periodismo deberían mostrarse participaciones radiofónicas y televisivas de Marhuenda a modo de ejemplo de lo que lamina la imagen de la profesión. Que alguien como él llegara a ser director de un rotativo de alcance nacional expresa en qué manos descansa la información. Marhuenda representa la peor cara del periodismo no por el discurso de sesgo (ultra)conservador que maneja sino por el profundo desprecio que siente por lo que debería ser una práctica amparada en la búsqueda de la verdad de las cosas a partir de una concienzuda labor de investigación. Todas esas bravatas, sentencias “a la contra” expresadas en la persona de Marhuenda llevan curso de caer en saco roto. Cuando se le recuerde lo errática de sus predicciones se mostrará, a buen seguro, impertérrito, como si no fuera con él. Ilustrativo de un personaje cuyo recuerdo perdurará en la “cámara de horrores” de un periodismo zafio que busca cobijo bajo la sombra de un árbol. Un árbol con demasiadas ramas torcidas que ofrecen una silueta de salud más bien maltrecha en cuyo tronco se graba el anagrama del PP.