viernes, 26 de diciembre de 2014

ALGUIEN VOLÓ SOBRE EL NIDO DE PODEMOS

Mañana del 21 de diciembre de 2014. Recién cumplido mi cuarenta y siete aniversario me enfrentaba a la asistencia del primer mítin de mi vida después de casi medio siglo de existencia. La formación Podemos ha obrado este pequeño “milagro” en el fuero interno de un servidor alejado de los fastos (pre)electoralistas de unos partidos en que los unos tratan de “rendir cuentas” para con sus votantes y los otros tratan de enmendar la plana a los que han tocado poder. En el pabellón de la Vall d’Hebrón de Barcelona se concentrarían unas tres mil personas en su interior y algo más de un par de miles en sus aledaños durante un mítin que apenas duró una hora. En todo caso, tiempo suficiente para que la dialéctica de Pablo Iglesias prendiera en el ánimo de los asistentes al acto, en razón de un discurso perfectamente trabado que trataba de mantener una actitud equidistante frente al poder que representa Convergencia i Unió (CIU) y el Partido Popular (PP) en Barcelona y Madrid, respectivamente. En la primera hilera de las sillas habilitadas para la prensa reconocí, entre otros, los rostros de Joan Tardà d’ Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y Ricard Gomà d’Iniciativa per Catalunya Verds (IU), también Teniente de Alcalde por el Ayuntamiento de Barcelona. Demasiado confiados estuvieron los organizadores del acto de que ese espacio reservado a la prensa se llenaría a las primeras de cambio, pero no fue así al punto que un servidor y mi pareja, Esther Solías, nos pudimos sentar en las cercanías de un escenario parejo en sus medidas a las de un cuadrilátero. Sobre la lona del Pabelló de la Vall d’Hebrón Pablo Iglesias no tenía más que un adversario ficticio; su punch dialéctico arremetió contra el stablishment, pero también lanzó algún recado para la CUP (un abrazo con carga de simbolismo entre su líder David Fernández y Artur Mas, al calor de los logros cosechados durante la jornada del 9-N, en pro de una Catalunya independiente) que el propio interesado recogió el guante en las redes sociales con elegancia matizada en los días subsiguientes con un sentimiento de decepción. No en vano, la CUP y Podemos preservan en su «ADN» una similar visión en la lucha por los derechos sociales del pueblo, pero mientras el partido en el que milita Fernández persigue unas señas identitarias en el territorio catalán, Podemos abunda en la necesidad de trabar un discurso integrador de la realidad de distintas naciones en una misma. Fuera de esa referencia, acaso un tanto malintencionada de Iglesias (algo que hubiera podido ahorrarse, en verdad), gran parte de su discurso lo hubieran suscrito los representantes catalanes de los partidos de la izquierda que se situaban a pie de escenario/cuadrilátero, sobre todo cuando hizo referencia a las desigualdades sociales registradas en la propia Ciudad Condal, enfrentando la realidad de Sarrià (feudo, dicho sea de paso, de la mansión de la familia de la Infanta Cristina, actualmente desterrada a Suiza por la divina providencia de una implacable justicia) con la de Ciudad Meridiana, bautizada de un tiempo a esta parte Villa Desahucio para escarnio de un Partido Popular, en connivencia con los bancos, que ampara estas políticas que atentan contra la dignidad de las personas. En ese punto del mítin, los colectivos por los afectados de la Hipoteca (la PAH), algunos de los ellos situados a nuestras espaldas, arrancaron en aplausos y vítores hacia la figura mesiánica de Pablo Iglesias, quien había llevado el mensaje a la tierra santa catalana que el cambio dependía de la voluntad de un pueblo que debería ser dueño de su destino, sopena que el bipartidismo siga amparando un status quo invadido de corrupción, en que los unos se tapan las vergüenzas a los otros. Brillante orador (no leyó ni una sola línea que hubiera podido haber anotado en la previa en algún papel y guardado en uno de los bolsillos de sus jeans), Iglesias tuvo tiempo para hacer una nota culta al referirse a las novelas de Pepe Carvallo, escritas por Manuel Vázquez Montalbán, que para muchos españoles no nacidos en Catalunya constituye una mirada a la realidad de “otra” Barcelona, la afincada en el Barrio Chino en los años sesenta y setenta. Un periodo temporal donde asimismo hizo fortuna el nombre de otro escritor, Ken Kesey, autor de Alguien voló sobre el nido del cuco (1962), cuyo contenido establece una conexión directa con la realidad de nuestro país en la segunda década del siglo XXI. En su sentido alegórico, Pablo Iglesias viene a postularse el Randle Patrick McMurphy de la ficción literaria de Kesey, en ese mundo donde Mariano Rajoy (el equivalente a la enfermera Ratched) gobierna una realidad a golpe de píldoras que tratan de hacernos creer una realidad inexistente. Cuerpos somatizados que deambulan por el espacio de la mentira, del mantra del peligro que representa la fuerza de Podemos para la viabilidad de un país como España. A todos los que hemos apostado por Podemos nos llaman ilusos, ingenuos y demás calificativos que me ahorro reproducir. Siguiendo el dictado del título de otra de las novelas de Ken Kesey, A veces, un gran impulso llama a la puerta del despertar de nuestras conciencias aletargadas durante tanto tiempo en una idea de bipartidismo, sinónimo de estabilidad social, política, financiera y económica (Mariano Rajoy dixit). De A veces, un gran impulso (1964) se hizo una adaptación cinematográfica que llevaría por título Casta invencible para su estreno en el estado español. Un título que, en esencia, rebate una de las máximas de los front (wo)men de Podemos, dispuestos a combatir a la casta en tantos cuadriláteros habilitados para la oratoria desde donde sea posible de aquí al otoño de 2015. Mientras tanto, alguien nacido en Barcelona en diciembre de 1967 seguirá volando sobre el nido de Podemos con la mirada puesta en alimentar una idea de cambio que cubra un manto de esperanza en aras a una mayor justicia social.

jueves, 18 de diciembre de 2014

«LA VIDA SIN ARMADURA» de Alan Sillitoe: LA SOLEDAD DEL ESCRITOR DE FONDO

Tres de las personalidades que más admiro nacieron en 1928: el escritor Alan Sillitoe, en marzo; el científico James D. Watson, en abril y el cineasta Stanley Kubrick, en julio. Además, todos ellos tienen en común que ocuparon plaza, en alguna o diversas etapas de sus respectivas existencias, en Gran Bretaña y experimentarían el sentimiento de contabilizarse como extranjeros durante las ausencias de sus respectivas localidades o ciudades natales. De este trío de personalidades el único nativo de Gran Bretaña sería Sillitoe, territorio que pisarían los norteamericanos Watson y Kubrick con el fin de poner viento en popa a sus respectivas carreras profesionales. Justo en el periodo —concretamente, 1962— en que este último decidió fijar su residencia en Inglaterra, Sillitoe colocaría el cierre de sus vivencias en su autobiografía editada por primera vez en lengua castellana gracias a la pericia y el tino, una vez más, del sello Impedimenta. Precisamente, la industria cinematográfica de la que formaría parte Kubrick es el “personaje invitado” del relato existencial de Sillitoe en las últimas páginas de La vida sin armadura. Una autobiografía  (publicada en el Reino Unido en 1995), en razón de las adaptaciones a la gran pantalla de Sábado noche, y domingo por la mañana (1958) y La soledad del corredor de fondo (1960) —asimismo ambas editadas por Impedimenta hace pocos años, libradas por dos figuras clave del free cinema, esto es, Karel Reisz y Tony Richardson (otro de los nacidos en 1928). Sillitoe, perteneciente a una familia obrera de un suburbio de Nottingham, sufrió en sus propias carnes las embestidas de la Segunda Guerra Mundial, pasando a considerar en sus primeros estadíos vitales el cine conforme a uno de los principales refugios con el objetivo de ausentarse de esa lacerante realidad. Un refugio solo superado por su fiebre lectora, aquella destinada a abonar el terreno para la siembra de una incesante pulsión por escribir obras en prosa y poesía.
   A través de sus más de trescientas páginas Sillitoe pasa revista en La vida sin armadura a una historia personal que, a las primeras de cambio, parece mostrarse inmisericorde con la realidad de su propio entorno familiar. Así, en la primera página del libro el escritor inglés expresa sobre su progenitor que «Era corto de piernas y megacefálico, y lo cierto es que ni con millones de años y una máquina de escribir habría podido producir un soneto shakespeariano». Una sentencia que podría anticipar el tono a “tumba abierta” de un libro de memorias elaborado a partir de infinidad de notas tomadas desde bien temprano —en este aspecto se asemejaría sobremanera a su colega Vladimir Nabokov, el autor que Kubrick llevaría a sus dominios en aras a adaptar al celuloide la magistral Lolita (1955)—, en que sobrepasa con extraordinario margen el cupo de citas “recomendable” de títulos leídos a todas horas y en numerosos países. No obstante, lo que nos ofrece la presente obra es un relato que rebaja considerablemente las “expectativas” ofrecidas en su primer capítulo, dejando que por momentos su literatura cabalgue a los lomos del puro género de aventuras cuando oficia de radiotelegrafista, a sueldo de la RAF, en el continente asiático durante la Segunda Guerra Mundial, o en su periplo por la península ibérica durante la primera mitad de los años cincuenta. Tampoco escapa un tratamiento propio del drama —sin que la ironía y la socarronería le llegue a abandonar del todo— al calor de los episodios narrados sobre la tuberculosis sufrida, pasaporte a una vida “celestial” o un lastre físico (y psíquico) difícil de sobrellevar salvo si procurara un cambio de aires que le situaría en Mallorca durante varios años. Sóller sería el centro de operaciones balear de Sillitoe desde donde organizaba excursiones —favorecido por el clima Mediterráneo— ya sea a pie, en coche o en bicicleta, medio de transporte que le situaría a las faldas de la residencia de Robert Graves, el autor de Yo Claudio, de quien tomó cumplida nota de sus enseñanzas. Una sapiencia derivada del conocimiento personal que complementaría con un background de lecturas absolutamente descomunal, que apuntaba en distintas direcciones con el propósito que un hipotético eclectismo jugara a favor de su desarrollo y formación en calidad de escritor a la búsqueda de un estilo propio. Solo así Sillitoe entendía el arduo proceso para conquistar una meta. Una meta que parecía inalcanzable pero acabaría abriéndose su particular cielo al cumplir los treinta años habida cuenta de la publicación de Sábado por la noche, y domingo por la mañana y, a renglón seguido, La soledad del corredor de fondo, cuya génesis se reducía a la imagen ofrecida desde una ventana de un hombre que había visto correr. Algunos calibrarán que la treintena es una etapa óptima para debutar en el campo de la escritura de novelas o de relatos cortos, pero desde el prisma de alguien que llevaba una docena de años enviando manuscritos a numerosas editoriales y periódicos con un porcentaje muy elevado de respuestas negativas, la desesperación hubiera podido ser la antesala al abandono de dicha actividad. Sillitoe no cejaría en su empeño, desprovisto de una armadura que equivale, entre otros asuntos, a una posición económica holgada. Más que un colchón, hasta que no llegó el éxito de Saturday Night, Sunday Morning —adaptación cinematográfica incluida—, Sillitoe contaría con una sábana para poder soportar una eventual caída. Un sustento frágil que provenía, en buena medida, de una pensión consignada por el estado británico debido a la tuberculosis sufrida durante su estancia en el sudeste asiático (con un episodio que podría ser una “versión malaya” de Picnic en Hanging Rock de Joan Lindsay, en virtud de la desaparición de seis soldados en una zona elevada por espacio de una semana). Cuando este sustento estuvo a punto de esfumarse, Sillitoe abandonaría el terreno de la precariedad, saliendo a flote merced a ese Sábado noche, domingo por la mañana, relfejo de una realidad que conocía de primera mano con influencias de su admirado D. H. Lawrence y de una relación impresionante de obras literarias que devoraría con idéntica pasión a la que se encomendaría para el ejercicio de la escritura, la única manera que conocía para mitigar un dolor proveniente de las cavernas de su memoria, allí donde la batalla se libraba en su propio hogar. A partir de entonces, su hogar sería el mundo y su patrimonio la literatura universal. 

martes, 9 de diciembre de 2014

«LAS DOS SEÑORAS GRENVILLE» de DOMINICK DUNNE: ¿EL CASO DE LA VIUDA NEGRA?

En uno de los capítulos de Plegarias atendidas (1987), obra de Truman Capote (1924-1984) publicada a título póstumo, su autor no duda en colocar el dedo acusador sobre Ann Hopkins, la mujer a la que otorga toda la responsabilidad del asesinato de su marido William Woodward Jr., representante de la alta sociedad neoyorquina. Dicho homicidio ocurrió a mediados los años cincuenta cuando Capote ya frecuentaba los ambientes selectos de la Ciudad de los Rascacielos, dejándose ver en fiestas, celebraciones y actos privados programados por las elites neoyorquinas. Un par de años antes de la publicación de Plegarias atendidas, un coetáneo de Capote, Dominick Dunne (1925-2009) había arbolado su segunda novela, Las dos señoras Grenville (1985), a partir del relato vital del alter ego de Ann Hopkins, Ann Woodward, cuya tragedia empezaría el mismo día que presuntamente disparó a su marido al confundirlo con un intruso, en un caso parejo al sustanciado en los tribunales estos últimos años en relación al atleta sudafricano Oscar Pistorius y su mujer.
    No cabe duda que los treinta años transcurridos desde que Dunne reprodujo en las páginas de "Vanity Fair" sus impresiones sobre el caso Woodward y la publicación novelada de la existencia de Arden en Las dos señoras Grenville marcaría su hipotética “rivalidad” con los textos escritos por Capote, notario de esa sociedad acomodada a la que no escatimaría lanzar envenenados dardos en el centro de las dianas de algunos de sus miembros, entre ellos Ann Woodward, fiel exponente de mujer arribista nacida en un ambiente con escasos recursos económicos. El origen humilde de Arden ejercería un severo contraste con la realidad de una vida de lujo servida de la mano del potentado Woodward Jr. Evidentemente, este último espacio es el que merece captar la atención de Dunne en Las dos señoras Grenville con arreglo a perseguir un dibujo lo más certero posible sobre una mujer y su entorno, víctima de una codicia desbocada. Desde las trincheras del periodismo él conoció el relato de esa caída en desgracia de Mrs. Arden pero, al cabo, cabía orientar la historia hacia los confines de la literatura, en su caso alta literatura, en virtud de un material perfectamente asimilable a la obra de F. Scott Fitzgerald y a la del propio Capote. 
    Por primera vez en nuestro país se atiende a la edición de una de las obras pergeñadas por Dunne, en concreto Las dos señoras Grenville, y lo hace de la mano del sello Libros del Asteroide, fiel a la necesidad de ir dotando de una polifonía de voces autorales ―de muy distintos espacios georgráficos― un catálogo que excede de largo los ciento treinta títulos en sus siete años de existencia. Al amparo de una impecable traducción a cargo de Eva Miller, la lectura de Las dos señoras Grenville se hace especialmente gratificante, en su necesidad de construir un relato que, pese a la entrada y salida de numerosos personajes secundarios, nunca pierde la cara al sentido de que Anne Grenville tenga una presencia troncal. Cierto que Dunne hubiera podido prescindir de algunos pasajes que parecen meros subrayados con el fin de crear un discurso narrativo sólido, pero en su conjunto The Two Mrs. Grenville evidencia su extraordinario dominio de una prosa en cuyo centro de gravedad se sitúa la exquisitez en la descripción de ambientes sojuzgados por la púrpura del poder que confiere saberse rodeado de millonarios dispuestos a dejarse una ínfima parte de sus fortunas en casinos o prestándolas a un tercero para una causa “noble”.  Páginas que se van deslizando por nuestros dedos con un diáfano pronunciamiento de asistir a un curso de una literatura que parece haber prescrito, más propia de haberse situado en el tiempo justo pocas fechas después de la muerte de Woodward (en la novela Billy Grenville) y, por consiguiente, susceptible de que hubiera sido adaptada al celuloide, en primer término, por Joseph L. Mankiewicz. No demasiados cineastas como él hubieran sabido extraer con minuciosa precisión los detalles que se esconden en los pliegues de esta obra que pone al descubierto el gran talento literario de Dunne, otrora cronista de un universo que coparía las páginas de sociedad de la segunda y tercera parte del siglo XX. Allí donde un personaje de las hechuras de Ann Grenville tuvo cabida, siendo su suicidio un acto asistido por su mala conciencia, entre otras, debido a su condición de bígama. Esa condesa descalza abrigaría la necesidad de reinventarse fuera de la sombra protectora de su segundo marido, reservando las últimas páginas del libro a la descripción de una lánguida decadencia donde no faltan referencias a personalidades de nuestro país, como Salvador Dalí, e incluso de un dibujante llamado Alejo Vidal-Cuadras, que dista de la figura de ese europarlamentario de idéntico nombre y apellido compuesto, cuya mirada aviesa parece esconderse tras una capa. Curiosidades al margen, la edición de Las dos señoras Grenville sirve para reivindicar la figura en calidad de prosista de Dominick Dunne –padre del actor Griffin Dunne— y, por encima de todo, el buen gusto literario al calor del retrato de una época y de unos personajes de los que parecían ser cautivos casi en exclusiva de Fitzgerald y Capote.      

jueves, 6 de noviembre de 2014

LA CONCIENCIA ECOLÓGICA DEL PLANETA TIERRA: LA MÁS SALUDABLE REIVINDICACIÓN IDENTITARIA

Hace unos meses mi mujer Esther y un servidor íbamos en automóvil por las calles de una localidad próxima al área metropolitana de Barcelona. Desde la distancia observé un rostro “familiar” (por sus apariciones televisivas), el de Joan Tardà, ofreciendo un mítin en una plaza del municipio barcelonés. Disponíamos de un cierto margen de tiempo, así que decidimos apearnos del coche y escucharlo en una plaza pública. Al final de su intervención, el público asistente no superior a las cuarenta personas, incluida la representación local de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC)  iba realizando una serie de preguntas a Joan Tardà. Entonces, decidí levantar la mano y más que una pregunta en concreto le hice una exposición personal de cómo veía el horizonte de la consulta electoral del 9 de noviembre. Básicamente, esgrimí el error de estrategia que suponía celebrar una consulta aún a sabiendas del muro de la negación que colocaría el partido en el gobierno del estado español, esto es, el Partido Popular (PP). Además, la cercanía con el referéndum de Escocia, que tenía todos los visos de perder (como así fue, aunque con un resultado más ajustado de lo que vaticinaban los sondeos encargados por el gobierno de David Cameron), podría tener una cierta incidencia en el ánimo del electorado, calando en un porcentaje de la población que pasaría a desmovilizarse. Razoné que la mejor solución sería plantear una consulta cuando los vientos fueran más favorables, ya con el PP despojado de la mayoría absoluta que había obtenido a finales de 2011, y en serias dificultados de gobernar si no llegara a acuerdos con otros partidos del arco parlamentario. En ese nuevo escenario, la entrada de Podemos, aventuré, sería clave, dando la ecuación resultante de los comicios de 2015 un número de partidos que, a buen seguro, variarían 180 º la estrategia del inmovilismo practicada por la Administración Mariano Rajoy. Tardà escuchó con atención y, en cierta manera, entendió el fondo del mensaje lanzado por un humilde ciudadano que trata de razonar por sí mismo. A partir de este punto, mantuvimos un intercambio de opiniones hasta llegar a la conclusión de un acto que supuso para Tardà tomar la temperatura de los habitantes de una población integrada en lo que, a efectos de política catalana, se denomina del "Cinturón Rojo del socialismo" y, por consiguiente, un territorio dónde el sentimiento independentista no ha calado con la fuerza e intensidad de otros rincones de Catalunya. Casi seis meses después de aquel encuentro, huelga decir que el tiempo me ha dado, en cierta medida, la razón. El CIS acaba de publicar una encuesta que sitúa a Podemos como primera fuerza en intención de voto de cara a las presumibles elecciones de otoño de 2015. Los diversos recursos presentados por el PP al Tribunal Constitucional han llevado a la Administración Artur Mas a rebajar las expectativas de la consulta, colocándola al nivel de una participación ciudadana de aires festivos-reivindicativos, algo similar a lo se podría visualizar en la Diada de Catalunya de este mismo año, pero en lugar de ocupar el ancho de las principales arterias de las zonas metropolitanas o urbanas, los colegios e institutos concentrarán al mayor número de personas posible.
Cuando visualizo ese escenario de personas que proclama el deseo (muy legítimo, por otra parte) del derecho a decidir sobre una hipotética soberanía, una emancipación del “todo-poderoso-estado-español” encuentro refugio en mis propios pensamientos, aquellos capaces de abstraerse de una mera cuestión identitaria y advertir que el verdadero peligro que se avecina (no más allá de unas décadas) responde a parámetros ecológicos, a la inviabilidad de un planeta tierra que en los años cincuenta tenía una población de 2.000 millones de habitantes y a principios del siglo XXI superamos con creces los 7.000 millones. Con una sencilla regla de tres podemos llegar a la conclusión que el consumo se ha disparado, menguando los recursos naturales de manera alarmante. Los políticos de nuestro país, sean catalanes, manchegos, canarios o vascos, parecen guiados en su mayoría por una visión cortoplazista, en que los indicadores que la ciudadanía debe advertir tienen un sesgo económico. Un discurso que para un servidor va perdiendo fuelle frente a la realidad de un planeta tierra que lleva tiempo dando síntomas de una mala salud. Los últimos informes sobre el deshielo de los casquetes polares ha encendido las alarmas, pero los políticos siguen instalados en esa lucha de banderas, de defensa a ultranza de unos sentimientos patrios. Un juego de niños, a mi entender, en relación al futuro que deparará a las nuevas generaciones si seguimos exprimiendo a nuestro planeta hasta el límite. Más que en ningún otro momento de la historia, los políticos deberían centrar sus esfuerzos adoptando medidas en la dirección de evitar un desastre ecológico. Llegado a este punto quizás sea el momento por parte de los habitantes del planeta de la necesidad que en la escala de valores de cada uno de nosotros prime un sentimiento de arraigo y estima al planeta que nos provee de los recursos necesarios para vivir (a fecha de hoy, algo que no se da en ningún otro punto de nuestra galaxia, al menos hasta lo que conocemos), sin necesidad de reparar en el color de la tierra donde nos ha tocado instalarnos.      

lunes, 8 de septiembre de 2014

A PROPÓSITO DE UN NUEVO LIBRO, «JERRY GOLDSMITH: LA MÚSICA DE UN CAMALEÓN»

Llega un punto de nuestras trayectorias personales que los proyectos que aún no han encontrado salida se acumulan y tienen visos de perpetuarse. A finales del año pasado empecé a barruntar la posibilidad de escribir un libro sobre la obra de Jerry Goldsmith (1929-2004), que había acariciado años atrás pero que acabarían pasando por delante otros proyectos. Pero no quería realizar una monografía exclusiva para fans, sino que el empeño iba más allá, en el sentido que Jerry Goldsmith revolucionaría el mundo de las bandas sonoras, contribuiría sobremanera a cambiar el concepto de la música de cine entendido hasta bien entrada la década de los cincuenta con un sentido funcional sin apenas incidencia en la dimensión emocional de los personajes que concurrían en una determinada cinta. No era un tema baladí que se despachara a golpe de reseguir una línea de puntos que definieran un estilo, una forma de encarar un ejercicio profesional en el campo audiovisual que duró casi cincuenta años. Cuando planteas un libro de estas características te enfrentas a la obra de un auténtico titán cuya mente trabajaría sin descanso, en una muestra más que evidente de ese genio cuya inspiración le pilla en la mesa de trabajo y no de vacaciones. Goldsmith compuso más de ciento sesenta bandas sonoras, descontadas una docena que acabarían durmiendo el sueño de los justos verbigracia de ser rechazadas por productores y directores de turno.  
   Al encarar la recta final del libro sobre Jerry Goldsmith no puedo por menos que ratificar y, si acaso ampliar, mi admiración por una obra musical que destaca por su tremenda versatilidad, quizás como ningún otro compositor de su tiempo y de generaciones posteriores haya podido llevar a cabo. Un talento natural que tuvo en una formación de primera, sustentada en el “trípode” Jakob Gimpel/Mario Castellnuovo-Tedesco/Miklós Rózsa —todos ellos de origen europeo—  la clave para entender su apabullante dominio de cada uno de los resortes que implican y comprometen a la tarea de compositor, sin que ningún género se le resistiera. Está siendo un viaje por el conocimiento de la música de Goldsmith apasionante, en que para ello ha sido fundamental la implicación en el proyecto de Jaume Carreras, coautor de la monografía. Ambos fijamos un objetivo y lo estamos desarrollando conforme a lo previsto: por encima de todo, Jerry Goldsmith debería ser considerado uno de los grandes músicos del siglo XX, con independencia de haber militado en el cinematógrafo durante su segunda mitad y en el arranque del siglo en el que nos encontramos. Él reformuló la música de Alban Berg, Igor Stravinsky, Dimitri Schostakovich o Béla Bártok en el espacio del cine, dotándolo de un sentido, de un efecto que tan solo unos pocos se habían atrevido a explorar, caso de Bernard Herrmann, Leonard Rosenman o Alex North. Allí donde se desnuda el alma humana a través de las emociones que la música sabe y puede expresar.
   Una vez más, cumplo uno de mis sueños. Para ello han debido pasar unos cuantos años, imprescindibles para dotar de perspectiva histórica una obra, la de Goldsmith, que no tiene parangón en el cine norteamericano. Así, diez años después de su muerte rendimos honores a la impresionante figura creativa de Jerry Goldsmith merced a una monografía a publicar por T&B Editores que esperemos sea de referencia para todos los amantes de la música de cine y, en general concebida en la pasada centuria, "el siglo de las luces" por lo que atañe a compositores que se dedicaron en cuerpo y alma a un medio que requería de un cambio de orientación cara a no incurrir en repetir las mismas dinámicas que se habían configurado con el advenimiento del sonoro. A fuer de ser sinceros, ha supuesto un esfuerzo considerable en el plano intelectual, pero creo que está valiendo la pena. El resultado de todo ello, a partir de noviembre del año en curso.

ANTONIO DOMÍNGUEZ: LIKE A HURRICANE. CARTA A UN AMIGO.

Hubo un tiempo en que la música de cine ocupó un puesto preferente entre mis aficiones. Existía una voluntad compulsiva por el descubrimiento de autores musicales que dieran sentido a una afición que trataba de satisfacer los dos hemisferios cerebrales de un servidor. En aquellos años, a principios de los noventa, la cita semanal con las tiendas de discos era prácticamente “obligatoria” para luego proceder a escuchas que se dejaban acompañar de una buena lectura. Llegué a conocer a un grupo de personas que compartían idéntica pasión, pero que por distintas razones iría perdiendo contacto con cada uno de ellos. De algunos he vuelto a saber a través de las mal denominadas redes sociales; de otros solo permanece el recuerdo, y de los menos se produce un olvido llamativo. Pero si tuviera que citar a una sola persona por la impronta que me dejó entre las muchas que conocí por aquel entonces vinculadas a la música de cine éste, sin duda, sería Antonio Domínguez. Nunca olvidaré ese viaje realizado desde Barcelona a Sevilla en automóvil con escala en Valencia, allí donde se sumó a la “expedición” Antonio Domínguez López para ver y escuchar el concierto de Jerry Goldsmith en el Palacio de la Maestranza de Sevilla, en otoño de 1993. Aunque no pertenecemos a la misma generación, pronto sintonizamos. Me gustó su franqueza, su sentido del compromiso y de la lealtad, su actitud crítica para con el stablishment y por encima de todas las cosas, ese amor desbocado por la defensa de la obra de los creadores, aquellos capaces de embellecer la palabra cultura. Esa misma lealtad que le ha mantenido al lado de su esposa Vicen a la que tuve el placer de conocer en aquel periodo, además de sus dos hijas, hoy en día madres que han convertido a Antonio en un abuelo henchido de orgullo. Y esa es una de sus principales dichas, la de un self made man que luchó contra viento y marea para conseguir celebrar un Congreso de Música de Cine dentro de la Mostra de Valencia. Mario Nascimbene, Carlo Savina, Carlo Rustichelli, Lalo Schifrin, Wojciech Kilar y tantos otros acudieron a la llamada de Antonio y su equipo para que participaran de lo que años atrás hubiera sido una entelequia, en que los defensores de la música de cine parecían predicar en el desierto.
   Editor, escritor, librepensador, emprendedor, divulgador cultural... Antonio Domínguez sigue siendo una de esas personas a las que no deja indiferente a nadie. Desde que entré en contacto con él he tenido el convencimiento que si este país tuviera muchas personas de su arrojo, otro gallo nos cantaría. He admirado esa forma de proceder, lejos de amilanarse frente a las adversidades o los contratiempos. Debido a la distancia física que nos separa, esa relación de amistad no ha podido ser más intensa, pero no por ello he dejado de seguir su actividad de un tiempo a esta parte. Su descabalgamiento del partido en el que llegaría a militar, UPyD (Unión del Pueblo y Democracia) no es más que una muestra palmaria de su carácter indomable e insobornable. Él, como un servidor, ha depositado sus esperanzas en el partido Podemos. Un soplo de aire fresco en el contexto de una política que lleva décadas arrastrando asuntos de corrupción sin que pueda ponerse a freno de una manera definitiva. Ese debate encendido en las redes, en que Antonio ha hecho una loable defensa de la formación política de nuevo cuño, me ha devuelto el recuerdo de aquellas conversaciones sobre política y políticos, en uno de los feudos por excelencia de la corrupción y/o del mangoneo, esto es, Valencia. Esa comunidad que vio nacer a una persona que sigo deseándole lo mejor, en una muestra de amistad que por muchos años que pasen estará allí, de manera permanente. Un hombre sin pasado no puede construir un gran futuro. Su pasado está sembrado de auténticos retos profesionales que, en una considerable proporción, llevaría a puerto. Seguro que ese futuro le aguardan cosas maravillosas a un bregador nato, un trabajador estajanovista —al respecto, su enciclopedia europea de cine en soporte originalmente en CD-Rom es una auténtica proeza y un ser que sabe contagiar el amor por la cultura, con especial devoción por la música y el cine proveniente de Italia

martes, 29 de julio de 2014

ARA SÍ TOCA. EL «CASO PUJOL»: SECRETOS Y MENTIRAS EN EL «OASIS CATALÁN»

Al calor de las noticias surgidas en los últimos días, buceando en la memoria sobre la primera imagen mental que conservo de Jordi Pujol i Soley (n. 1933) es la de un dibujo que realicé con diez u once años. En el mismo aparece, a toda página, Jordi Pujol vestido de Sancho Panza, a los lomos de un burro, y Josep Tarradellas ataviado con el traje de Don Quijote, tratando de fijar la posición de un equino. Desconozco si ese dibujo fue producto de la imaginación o simplemente me serví del modelo de una publicación en papel. En cualquier caso, ambos llegarían a compartir una idea similar de país y ocuparon, de manera sucesiva, el puesto de President de la Generalitat de Catalunya. A finales de una década que dejaría atrás por fortuna una época de oscuridad en la Tierra Media del estado español sometida a una Guerra Civil y la posterior etapa franquista, Jordi Pujol i Soley accedería al Trono de la Generalitat para quedarse por espacio de veintitrés años. Durante ese periodo no tan solo Jordi Pujol era el personaje de largo más popular de Catalunya sino que llegó a convertirse en una presencia diaria en los Telenotícies y, en general, en los medios de comunicación. Recuerdo que hacía broma al respecto, diciendo que en el estudio de TV3 donde se emitía el Telenoticies debían tener el retrato colgado de Jordi Pujol y, en un momento dado, la cámara enfocaba la imagen del "Molt Honorable". Para medir el alcance del conocimiento que podría tener la gente de Catalunya sobre Jordi Pujol el anecdotario nos ofrece una “foto” instantánea plenamente ilustrativa al respecto, más allá de lo que se relata en las notas biográficas publicadas en un sinfín de sitios, incluido la wikipedia. Catalunya tiene censados casi mil municipios. Pues bien, el ex President de la Generalitat presumía de haber estado en todos estos municipios, con alguna que otra salvedad presta a ser corregida. Además, Pujol se dejaba “querer” en los pueblos, hablando de manera distendida con sus habitantes y preocupándose por cuestiones que podrían evaluarse “menores” a los ojos de un político residente en una gran urbe. Sí, para muchos Pujol era Dios bajado a la tierra prometida en cuyo horizonte muchos querían ver y siguen viendo una idea de país emancipado del todopoderoso estado español. No lo sería para un servidor, manteniéndome durante todo este tiempo receloso sobre un personaje que parecía situarse por encima del Bien y del Mal, llegando a hacer célebre una frase, «Ara no toca», a partir del instante que un periodista le debió importunar con alguna pregunta fuera de la agenda de ese día. Calibré que ese era el típico gesto altivo de alguien que se siente legitimado por la púrpura del Poder, ejerciendo el «ordeno y mando» con firmeza. Pero no es menos cierto que en su última legistatura, desde sus propias filas de Convergència (el partido que cofundaría) i Unió se dejaron sentir las voces que abogaban por un relevo generacional. En el banquillo de CIU dos nombres se postularían con fuerza para sustituirlo: Josep Antoni Durán i Lleida, y Artur Mas. Finalmente, Artur Mas tomaría el mando de la dirección de CIU y después del experimento que supuso el tripartito (ERC + PSC + IC, una ecuación difícil de digerir), el delfín de Pujol ganaría la plaza de President de la Generalitat en 2010. Por aquel entonces, Jordi Pujol parecía pasar a la Historia de Catalunya conforme a una figura incuestionable, un referente inexcusable y un luchador por una patria que algunos empezaban a acariciar con la mirada puesta en la asunción de una serie de competencias en distintas materias, es decir, una mayor cuota de antonomía que diera alas a un anhelado estado independentista. En su calidad de pensador, estadista y hombre de estado, Jordi Pujol se plegaría a escribir por entregas sus memorias, eso sí, convenientemente pasadas por la destilería cuando tocaba evaluar los negocios familiares, excepción hecha del capítulo dedicado a su padre Florenci Pujol, perteneciente a la burguesía e impulsor de Banca Catalana, que generaría un proceso judicial cuando se liquidaría la sociedad, convenientemente tapado por espúreos intereses. Al margen de borrar cualquier sombra de duda en torno a la presunta gestión fraudulenta del caso Banca Catalana que le llegaría a colocar en el ojo del huracán en un determinado punto del proceso judicial, muy pocos repararon en el momento de la salida al mercado de las publicaciones de estos volúmenes las lagunas referidas a los negocios familiares gestados y consolidados durante el largo mandato del patriarca Pujol. Una de estas voces disidentes con el relato vital y profesional oficial de Jordi Pujol i Soley se llama Albert Boadella, fundador y director de Els Joglars. Él había sido vetado por diversos medios catalanes, al parecer, porque dijo verdades difíciles de escuchar en tiempos del pujolismo, y su representación sobre los escenarios de Ubú President, provocaría un terremoto de baja intensidad entre la clase política afín al ideario de Convergència i Unió. No obstante, el terremoto que sí haría trontollar (tambalear) los cimientos de CIU se produjo el pasado 25 de julio de 2014 cuando Jordi Pujol daba a conocer a la prensa un escrito de un folio que trata de exculpar a su familia sobre el asunto de una presunta herencia de su padre no regularizada durante más de treinta años. En ese paraíso fiscal andorrano, al parecer, Jordi Pujol guarda un tesoro que se ha transformado en una bomba con efectos retardados. Una bomba que después de tres décadas seguía intacta y ha acabado explosionando en las manos de Jordi Pujol i Soley. Prisionero de sus asesores durante tres días para consensuar una estrategia, Artur Mas comparecería ante la prensa para adoptar una serie de medidas, previo acuerdo con el Consell Directiu del Govern, que pasaban por eliminar una serie de privilegios heredados por Pujol en función de su cargo de President de la Generalitat y, de paso, lanzar el mensaje que la consulta del 9 de noviembre cara al independentismo seguía su curso sin alteración alguna, argumentando que «el país está por encima de las personas. Y así debe ser». Según sus propias palabras, Mas sentía dolor, pena y compasión por Jordi Pujol, reduciendo el asunto a un tema personal y familiar. Cuando la oposición reclama una Comisión de Investigación para esclarecer el «caso Pujol», CIU y su socio de gobierno en la sombra, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) con Oriol Junqueras al frente, niegan la mayor. Ni tan siquiera CIU expresa su voluntad porque Jordi Pujol se explique en el Parlament ante unos hechos de una gravedad que no admite disculpas. Al escuchar las respuestas de Mas y la posición adoptada por CIU y ERC para evitar llegar al fondo del asunto conforme a un acto de higiene democrática (saben que la vía judicial puede eternizarse y así ganar tiempo cara a las metas fijadas), siento vergüenza de estos políticos incapaces de leer lo que el sentido común pide y exige. De aquí hasta principios de noviembre nos aguarda un vendaval de noticias referidas al clan Pujol, refrendando lo que en su día dijo Albert Boadella: «son como una familia siciliana, próxima a los Corleone». Mas ha acabado transformándose en ese personaje cervantino que lucha contra los Molinos de Viento en forma del estado español que representa la culpa de todos los males de la nació catalana. Y a su lado le acompañará para siempre ese Sancho Panza que dibujé en mi infancia, el de un ser afectado de una arrogancia mórbida, esposo de Marta Ferrusola (su apariencia de ama de casa volcada en la jardinería contrasta con su pérfida imagen reproducida por la mujer despechada, Victoria Álvarez, la ex del primogénito y pieza clave a la hora de destapar las corruptelas de la Sociedad Ilimitada de los Pujol) y padre de familia de siete hijos, buena parte de los cuales deberían ser perseguidos por la justicia hasta acabar en el precipicio. Otro precipicio nos aguarda si seguimos creyendo que esos "salvadores de la patria", ahora instalados en el poder (CIU) o en la antesala de poder (ERC), nos guían hacia su particular Shangri-La por el camino del independentismo. Los mismos que hacen caso omiso a un pueblo que exige luz y taquígrafos sobre un caso, el que incrimina a Jordi Pujol y el de su prole que, a efectos monetarios (por ejemplo, para blanquear tres mil millones de dólares en activos mobiliarios se requiere una lavadora del tamaño de un edificio de varias plantas), deja en un juego de niños el «caso Bárcenas». Limosna la que atesora el ínclito ex tesorero del PP en manos de esos sinvengüenzas llamados Oriol, Oleguer i Jordi (noms ben catalans, sí senyor) que lucían no hace demasiado tiempo con orgullo los apellidos Pujol i Ferrusola.   

miércoles, 16 de julio de 2014

«HISTORIA Y DESVENTURAS DEL DESCONOCIDO SOLDADO SCHLUMP» (1928) de HANS HERBERT GRIMM. UN RELATO DE «TERROR» DESDE LAS TRINCHERAS

En un margen de poco más de dos meses de diferencia la ciudad de Praga —perteneciente a la región de Bohemia, inscrita en el Imperio Austrohúngaro— vio nacer a Franz Kafka (1883-1924) y a Jaroslav Hasek (1883-1923). Ambos acabarían convirtiéndose en escritores de renombre internacional, siendo sus trabajos más destacados materia de obligado cumplimiento en el programa escolar de los estudiantes checo(eslovacos) preferentemente después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Hasek, a buen seguro, sea el menos conocido de los dos, pero El buen soldado Svejk (1920-1923) (editada en lengua castellana en 2010 en DeBolsillo) sigue siendo considerada una novela de referencia dentro de las obras literarias ambientadas en el campo de batalla durante la Gran Guerra. Lo sería desde una vertiente satírica-picaresca que entronca con la tradición de algunos clásicos británicos del estilo de Las aventuras de Barry Lyndon (1844) de William Makepeace Thackeray o Tom Jones (1749) de Henry Fielding. Desde su propia experiencia, Hasek expresaría en una serie de relatos por entregas —siguiendo idéntica fórmula empleada por Thackeray, Fielding y tantos otros autores provenientes de las Islas Británicas— una mirada acaso desprejuiciada sobre la sinrazón de los conflictos bélicos a través de un díscolo personaje que aparece en el título de su relato más célebre. Por su parte, Franz Kafka, debido a su frágil salud, quedó exento de participar en la contienda bélica. Los destellos del genio de Kafka ya se advertían en sus escritos seminales, siendo Kurt Wolff (1887-1963) el editor que sacaría a la luz los relatos del que luego ganaría a la celebridad gracias a El proceso (1925). El mismo Wolff se responsabilizaría de publicar Schlump (1928), cuya narración se solapa en algunos pasajes con El buen soldado Svejk, y que tenía todas las prerrogativas para acabar siendo saludada conforme a una de las novelas antibelicistas por excelencia aparecidas en el primer tercio del siglo XX.  La dicha del autor del relato, Hans Herbert Grimm (1896-1950), pronto se transformaría en desdicha cuando el nacionalsocialismo llegaría al poder en 1933. Un lustro no representaría, por tanto, tiempo suficiente para que la novela se diera a conocer ampliamente entre la población germana. Schlump sería, pues, pasto de las llamas, en lo que podríamos “visualizar” una situación análoga a lo expresada en la novela de anticipación Fahrenheit 451 (1955), de Ray Bradbury, traducida en la gran pantalla de manera magistral por François Truffaut. Al igual que el bombero Montag (Oskar Werner), Grimm escondería un ejemplar de Schlump en su propia casa, pero en su caso en el hueco de una pared que tapiaría convenientemente. Ese operativo comportaría que Schlump pudiera “sobrevivir” a una cruda realidad, en sintonía con lo que ocurre al ingenuo soldado alemán enrolado en el ejército de su país a los diecisiete años. Toda vez que se dio por cerrado un nuevo capítulo (sangriento) de la Historia de la primera mitad del siglo XX en agosto de 1945, Grimm retomaría su condición de profesor, pero las autoridades de Alemania Oriental le vetaron seguir impartiendo clases. Posiblemente ese fuera el detonante de su suicidio acaecido a pocos meses de cumplirse el ecuador de la centuria, sin obviar el sentimiento de frustración que le generaba la problemática referida al ostracismo de Schlump. Solo el paso del tiempo corregiría tamaña anomalía merced a la perseverancia de Völker Weidermann por rescatar del olvido obras destruidas por los nazis. De ahí que ochenta años después de su primera publicación, Schlump regresara a la luz con los honores que se merecía, en lo que convendríamos en señalar un tributo a título póstumo de su autor.
    El sello Impedimenta no tan sólo se alimenta de su vena anglófila. Prueba de ello es que, por ejemplo, la literatura alemana vuelve al excelso catálogo de la editorial madrileña con la publicación de Historia y desventuras del desconocido soldado Schlump (2014), en que el lector puede advertir lo justificado de una decisión nada baladí. A través de sus doscientas setenta y cinco páginas (descontado un prólogo clarificador escrito por el propio Weidermann), Schlump cubre sobradamente las expectativas que me había generado al conocer la noticia de su publicación. Al ir pasando las primeras páginas del libro, Shlump advierte en mi fuero interno que hubiera podido ser un material que ganara a la influencia de escritores como Joseph Heller y Kurt Vonnegut para armar Trampa 22 (1962) y Matadero Cinco o la cruzada de los niños (1969), respectivamente. Evidentemente, ese escenario no resultaría posible, pero en mi apreciación personal considero que Schlump se alinea a la perfección en esa dialéctica propia de Kessel y sobre todo de Vonnegut a la hora de plantear un relato desde la óptica de un mundo absurdo que tiene en la guerra la máxima expresión de semejante concepto. En modo alguno Schlump cae en las zanja de una escritura afinada en lo escabroso, lo tremendista; más bien asistimos a un ejercicio de prosa de la que podemos extraer la visión de un humanista, incapaz de comulgar con unos principios patrióticos que alientan al sacrificio del individuo como una pieza subsidiaria a la voz del pueblo. A partir de ahora pienso que deberíamos incluir Historia y desventuras del desconocido soldado Schlump entre las obras antibelicistas de verdadero empaque. De esta forma, Hans Herbert Grimm, el autor de este cuento de “terror”, se uniría a los nombres de Stephen Crane (La roja insignia del valor), James Langdale Hodson (Return to the Wood), Erich Maria Remarque (Sin novedad en el frente) y el citado Hasek en sus respectivas prospecciones por la realidad de una Primera Guerra Mundial que el 28 de julio cumple el centenario de su proclamación, punto de partida de las aventuras y desventuras del desconocido soldado Schlump.     

martes, 8 de julio de 2014

PODEMOS, UNA CONCIENCIA EN FORMA DE PARTIDO (I)

Prácticamente desde el desmantelamiento de UCD (Unión de Centro Democrático), la Democracia española se ha asentado sobre la base del bipartidismo, el procurado por el PP (Partido Popular) y el PSOE (Partido Socialista Obrero Español). Los votos a sendos partidos han copado un porcentaje elevado de los que han participado de esta manifestación de la democracia por espacio de más de treinta años. Pero es una realidad en vías de sufrir un cambio de orientación harto significativo debido a una serie de factores del que no cabe excluir la incorporación de parte de esa población “silenciosa” incapaz de sintonizar con el programa de ningún partido, llevando a máximos esa expresión de real abolengo que «todos los políticos son iguales». Por consiguiente, desde los tiempos de Felipe González hemos asistido a participaciones del 50 al 65%, mereciendo muy poco análisis el porqué hasta un 50 % de la población no ha acudido a la cita con las urnas cada cuatro años. En noviembre de 2012 estuve en una mesa electoral de las municipales catalanas y me entretuve en las horas muertas las del mediodíaa tratar de buscar un perfil común entre los que no ejercían el derecho a voto. Al finalizar la maratoniana jornada llegué a la conclusión que no existe un perfil de “no votante”. Es por ello que el fenómeno de Podemos no puede analizarse exclusivamente en clave de un trasvase de votos de partidos “tradicionales” de la izquierda o del centro-izquierda, sino que debe observarse conforme a un movimiento aglutinador de un descontento social “transversal”, en el que se incorpora el voto de estudiantes universitarios pero también de ese sector receloso desde hace bastantes años de la clase política a la que ha negado con la participación en las elecciones la posibilidad de que en su nombre cometan toda clase de tropelías, corruptelas y demás hechos delictivos con la aquiescencia de un sistema sobreprotector (allí están los 10.000 aforados que tiene el país, un porcentaje considerable de los cuales pertenece a este colectivo) en torno a estas prácticas que erosionan la esencia misma de la Democracia.
   Una vez conocido el sorprendente éxito en las pasadas elecciones europeas de Podemos con un total de más de un millón doscientos mil votos, la campaña de desprestigio, el alud de acusaciones sobre los adalides del partido de nuevo cuño no han cesado. Intentan colocar el miedo en el cuerpo a través de una serie de ataques sin otro fundamento que la descalificación gratuita; hablan de una ideología de extrema izquierda, de importar un modelo de chavismo y de los vínculos con colectivos cercanos a ETA. Una cadena de palabras que, agitadas, parece ofrecer un cóctel difícil de digerir para aquellos instalados en la tradición de un sistema democrático que ha sido incapaz, por ejemplo, de poner coto a la corrupción política, al punto que tenemos en el gobierno del PP algunos dirigentes, incluido su presidente Mariano Rajoy, con una sombra de duda más que razonable de que ampararon prácticas irregulares de muy baja catadura moral y que incluso se llegaron a beneficiar de las mismas según las investigaciones judiciales aún en curso. Así lo denunciaría el partido en la oposición, el PSOE, que trata de rearmarse de cara a los próximos comicios electorales con la mirada puesta en el horizonte de finales de 2015. Paradojas de la vida, todos aquellos prestos a acusar desde las trincheras de la izquierda o del centro izquierda "tradicional" al partido liderado por el profesor de Ciencias Políticas Pablo Iglesias deberían, cuanto menos, reconocer que la irrupción de Podemos ha servido para espolear prácticas que demandaba el sentido común en Democracia, dando la opción que la ciudadanía conozca el parecer de distintos candidatos en un debate como el celebrado este lunes día 7 de julio, aunque de momento tan solo sea un simulacro. Asimismo de justicia es señalar el desempeño que UPyD a la hora de denunciar la corrupción política, personándose en la parte acusatoria de procesos abiertos, el más notorio de los cuales sigue siendo el caso Würtel. Pero UPyD ha visto cerrado de momento el cumplimiento de un nuevo techo electoral con la llegada de Podemos y con ello el nerviosismo se ha enquistado en su  líder Rosa Díez, con exabruptos del estilo de comparar a la formación abanderada por Pablo Iglesias con el Partido ultraderechista francés de Marie Le Pen. Una estrategia de descrédito que ha salido a Rosa Díez el tiro por la culata en ese fuego cruzado procedente de las trincheras de la izquierda y de la derecha que, lejos de dañar a Podemos refuerza su carácter de partido alternativo, al punto de que algunos sondeos lo destacan como tercero en la lista de los más votados en las próximas elecciones generales.
   Semanas atrás decidí votar a Podemos después de haber confiado sistemáticamente en el PSOE/PSC. Lo hice una vez di cumplida cuenta de la lectura de su programa electoral. Para mí Podemos más que un partido representa un estado de conciencia, el que ampara la legitimidad de un pueblo para hacer valer sus derechos, de no estar secuestrada por una clase política que sistemáticamente protege los intereses de una banca clave para entender el descalabro económico que ha padecido este país en los últimos añosy de unos grupos de poder financiero que acaparan gran parte de la fortuna del estado español, entre otros muchos otros temas que abordaré en un posterior post. Sin duda, la naturaleza humana comportará que, tarde o temprano, las discrepancias internas (máxime al tratarse de una formación que se rige por principios asamblearios; no en vano, uno de sus focos de alumbramiento fue el 15-M) afloren en el seno de Podemos, provocando disidencias, escisiones, etc. Pero solo el paso de los años calibrará la importancia de la entrada de Podemos en la esfera parlamentaria, agitando ese árbol que ya no daba más frutos que una desigualdad social cada vez más acentuada, un empobrecimiento de las clases medias, un sistema sanitario que camina hacia un concepto mixto entre lo público y lo privado, unas coberturas para los más desfavorecidos que ponen en tela de juicio el derecho irrenunciable de una vida digna para las personas en plural... Podemos puede representar una ventana a la esperanza para jóvenes y mayores en un mundo cada vez más desigual, en que comunismo, socialismo, liberalismo y conservadurismo han perdido buena parte de su sentido. En el mundo que nos ha tocado vivir, la defensa del interés de las personas con lo que ello comporta (educación, cultura, sanidad, etc.) pasa por delante de los intereses de esos grupos de poder incapaces de aplicar esos principios de solidaridad más que para sus familiares y la cuerda de influyentes personajes que han levantado imperios, en ocasiones, merced a la pura especulación. Y puestos a especular (en la otra acepción del término), prefiero hacerlo en el sentido de confiar en que mi voto para Podemos contribuirá a una regeneración democrática de nuestro país y quizás dentro de unos decenios podremos decir que la corrupción política, los desahucios y otras lacras que afectan a nuestra sociedad forman parte del pasado

miércoles, 2 de julio de 2014

«HUIDA DEL CORREDOR DE LA MUERTE» (2014) de Edward Bunker: «AL MARGEN» DE LA VIDA

En este mismo espacio concluía hace algo más de un año un escrito harto elogioso sobre Little Boy Blue (2012) (ir a enlace), de Edward Bunker, destacando sobremanera la capacidad de equilibrar un texto en que parece converger lo áspero y el valor de la nostalgia, la dureza y el aliento de esperanza. Un efecto dual que apenas tiene recorrido en Huida del corredor de la muerte (2014), una de las obras póstumas de Bunker ya que con anterioridad Sajalín, en su colección Al Margen, había publicado Stark (2010), que permaneció inédita en vida del escritor. Posiblemente, el título escogido para la edición en castellano de Death Row Breakout and Other Stories (la italiana, la primera de las llevado a cabo, está fechada en 2010) juegue al despiste porque no se trata de un único relato sino de un compendio de varios que Bunker guardaba en la recámara a la espera que alguno tuviera viera visos de alcanzar la categoría de novela. Su fallecimiento, empero, truncó semejante opción, siendo los depositarios de sus bienes artísticos los que dieron luz verde a la publicación de una amalgama de textos susceptibles de mejora, quedando unas cuantas de sus historias de ámbito carcelario sostenidas por unos pilares literarios un tanto endebles en su entramado narrativo, no así en esa capacidad para hilvanar diálogos extraídos de la matriz de una realidad penitenciaria de la que fue (a la fuerza) un gran conocedor. Ante la disyuntiva de editarlos o no, Sajalín pareció dispuesta a jugar la carta del “completismo” a modo de justificación de una obra que rebaja ostensiblemente el nivel de calidad de títulos anteriores publicados por el sello barcelonés. El propio Edward Bunker deja entrever sus dudas sobre el material en cuestión en una carta enviada a su editor Nat Sobel, “albacea” de una obra literaria que ha ido ganando adeptos en los últimos lustros a pasos gigantesos, y que ha significado un auténtico descubrimiento en nuestro país verbigracia de la pericia y del buen olfato de Sajalín. El contenido de esta misiva sirve para abrir el fuego de la presente edición, en que a lo largo de seis relatos, a saber, La justicia de Los Ángeles, 1927, Entra en la Casa de Drácula, Mía es la venganza, Muerte de un soplón, Huída del corredor de la muerte y La vida por delante, el escritor angelino traza una panorámica sobre la realidad de recintos penitenciarios norteamericanos distantes de cualquier ideal sobre el carácter redentivo de los mismos para sus moradores condenados por penas de distinta gradación.

   Implacable en ese dibujo humano que trata de explorar en la conciencia de individuos out-system, sojuzgados por el color de su piel en numerosos casos (el racismo aflora de manera pertinente en el título de cabecera y en La vida por delante) y/o por una adolescencia y juventud en que un desliz en forma de hurto o agresión les conduce hacia una espiral de odio retroalimentado por el dolor y el desapego familiar, en Huida del corredor de la muerte (traducida por Zulema Couso) Bunker habla desde la distancia de la tercera persona pero, al mismo tiempo, desde la cercanía de un submundo donde forjaría su carácter a golpe de aprender lecciones. Esas lecciones vitales que le impelieron a escribir conforme a una tabla de salvación cuando la desesperación estuvo a punto de hacer mella en su persona. Entre punzada y punzada de dolor, Bunker arrancaría páginas de un brillo muy especial, desgarros emocionales perfectamente canalizados merced a ingentes horas dedicadas a la lectura. Como el grupo de presos que tratan de escapar de la prisión de San Quintín, Edward Bunker hizo de las huídas una especialización, lográndolo en pocas ocasiones, las suficientes, en todo caso, para dar fe de la dificultad de la empresa. En esta obra “de despedida” el lector encontrará referencias a figuras históricas como Sacco e Vanzetti La justicia de Los Ángeles, 1927 o Huey Newton, cofundador del Partido Pantera NegraMía es la venganzay criminales del espectro demoníaco que marcarían sus propias reglas en el seno de una comunidad carcelaria donde la homosexualidad, el racismo y la radicalización ideológica solían llamar a la puerta de una realidad opaca al conocimiento de la inmensa mayoría de nosotros. Cierto que el cinematógrafo y la televisión han explorado estos submundos con especial atención, pero también la letra impresa puede hablarnos al oído de una existencia infrahumana, tal como expresa Edward Bunker en este cierre, en forma de coda, de una obra literaria de una extraordinaria calidad en su conjunto.

domingo, 8 de junio de 2014

«WHO I AM: MEMORIAS» de Pete Townshend: A CORAZÓN ABIERTO

Dos títulos. Dos únicos títulos versados sobre el mundo de la música que Malpaso Ediciones ha puesto en circulación en el corto espacio de unos meses y que llevan en su título un denominador común, el de «Memorias». Las de Neil Young más bien responden al efecto de un impulso de escritor que apelara al duende de su difunta figura paterna, pero que inapelablemente redundaría en un trabajo con muchas aristas sin pulir, un borrador presto a una corrección y/o revisión que nunca llegaría, derivando en una primera tentativa literaria acorde a ese espíritu libre incapaz de obedecer a una normativa, someterse a una estructura correlativa con el propio sentido cronológico. Mas, en el otro libro de Memorias publicado por Malpaso, Pete Townshend, uno de los principales motores creativos de The Who, ha elaborado un manual de peso más de quinientas cincuenta páginas lo contemplanpero extraordinariamente liviano por lo que atañe a lo fácil que resulta su lectura. Nacidos ambos en 1945, Neil Young y Pete Townshend comparten asimismo una similar fidelidad-devoción por la música y una tragedia localizada en sus fases primarias las relativas a la infanciaque marcarían un punto de inflexión en sus respectivas existencias, quedando impregnados para siempre de unas secuelas difíciles de soslayar. Si en el caso del artista canadiense la polio que se le diagnosticó al cumplir los cinco años acarrearía problemas de por vida, con esos fantasmas del pasado que sobrevolaban en su interior en los momentos de aflicción y derivados de un agotamiento físico, el genio británico Pete Townshend arrastraría para el resto de sus vidas el haber sido víctima de abusos infantiles por parte de un eventual padre sustituto, Denny. En uno de los pasajes más lúcidos de Who I Am: Memorias (2014) Pete Townshend comparte con el lector una honda reflexión que persigue una consideración de raíz sociológica: «En aquella época no tenía ni idea de cuántas personas debían lidiar con sentimientos parecidos. En los años de la inmediata posguerra en Gran Bretaña había tantos críos que habían experimentado traumas terribles que resultaba habitual cruzarse con jóvenes tremendamente confundidos. La vergüenza conducía al secretismo; el secretismo, a la alineación. De todos esos sentimientos brotaba en mí la convicción de que los daños colaterales inflingidos a los que crecimos en la posguerra debían confrontarse y expresarse a través de todas las formas populares del arte; no sólo de la literatura, de la poesía o del Guernica de Picasso. También de la música. En el camino hacia la verdad, el buen arte no puede más que desbaratar la negación»
    De manera fortuita, a lo largo del primer semestre de 2014 he tenido una doble “cita” con The Who. En primera instancia, accedí al visionado de Amazing Journey: The Story of the Who (2007), en que al margen de las habituales featuretes que corresponden por “definición” a la edición en formato digital en torno a un grupo o un solista, presté atención al detalle del contenido de un documental servido con un poso historiográfico nada desdeñable. Al cabo, la agradable sorpresa que ha comportado la publicación de la obra de Townshend en lengua castellana, ha servido para despejar algunas incógnitas o malentendidos en torno a un personaje tan poliédrico como Neil Young, presto a pasar a la posteridad por una serie de trabajos labrados entre finales de los sesenta y mediados de los setenta, en especial Tommy (1969) y Quadrophenia (1973). En todo caso, el balance global me reafirma en el pensamiento que Pete Towshend puede haber trascendido cara al aficionado a la música por este par de obras magnas guiadas por un sentido conceptual, pero su importancia en cuanto a su personalidad artística, creativa va mucho más allá, involucrando de una forma absolutamente diáfana su faceta de escritor. Un escritor self made man cuando su profesor de la Escuela de Arte supo que cobraba menos que aquel advenedizo músico,  tuvo la convicción que podía ir por el buen camino, al menos desde un prisma crematísticoque cubriría contra todo pronóstico el cargo de editor adjunto de Faber & Faber, procurando bajo su tutela dar salida a ediciones en inglés de textos de Jean Genet... e incluso una autobiografía de Pau Casals (¡). Lejos que su vertiente de editor le situara en un espacio de placentera estabilidad emocional y/o creativa, Pete Towshend ha vivido instalado en un perenne tobogán fruto de sus excesos con sustancias psicotrópicas (LSD, heroína, cocaína, etc.) y el alcohol que me han recordado de soslayo la biografía personal de Dan Fante hijo del notable escritor John Fante publicada en Sajalín hace un par de años. Con todo, Pete Townshend ha sabido sortear toda clase de contratiempos, siendo el fallecimiento de sus compañeros de grupo Keith Moon y John Entwistle celoso de una privacidad que impediría en vida poner en conocimiento de su gran amigo su filiación a una orden masónicapuntos capitales en el desarrollo de un relato personal preñado de sinceridad, en que convive el logro de la conquista de los objetivos fijados por ese adolescente de figura desgarbada, pero también el de la derrota, más patente si cabe cuando ataca al flanco de los sentimientos excelente la narración de ese episodio de amor no correspondido con la actriz Theresa Russell, a la que acabaría dedicando una canción que cuando queda apeado de toda clase de proyectos de índole musical, sabedor que la capacidad de reciclar material obra “milagros”. Especialmente pertinente al respecto deviene la transformación sufrida por el proyecto de The Iron Man que pasaría a denominarse The Giant Man bajo el manto protector de la Disney comandada en su aparato de dirección por un emergente Brad Bird. Peor suerte tuvo Lifehouse, una pieza propia de un visionario el concepto de internet parecía trazada en su fecunda imaginaciónque se situaría a primeros de los años sesenta, a través del grupo Detours,  al pie de una cima que parecía impensable de escalar. De aquel embrión nacería a mediados de esa misma década The Who, situándose al poco de su creación en ese campamento base que daría acceso a ollar la cumbre del éxito comercial y artístico cumplido el cambio de década. Una vez conquistada la cumbre, Keith Moon pronto acabaría precipitándose al vacío, absorto por una vida sin freno. Su muerte dejaría una situación de desamparo a una formación británica adjetivada de mítica cumplido apenas un lustro de su existencia. Pese a la baja de Moon y más tarde la de Entwistle, Townshend y Roger Daltrey no han querido despegarse del significado de mantener viva la llama de The Who, en honor a una banda que marcaría un antes y después en la Historia del rock. En cierto sentido, Who I Am rinde honores a ese legado musical cultivado con mimo a lo largo de las décadas, el que ha dado crédito para que el nombre de Pete Townshend se eleve al conocimiento de aficionados de la música de distintas generaciones. Pero asomarse a este volumen de memorias representa un encuentro con los aspectos más ocultos de una personalidad que persigue en los últimos capítulos de Who I Am un enfoque sobre todo reflexivo, que parece ir acompañado de las lecciones aprendidas merced a su mentor espiritual Meher Baba, junto a Roger Daltrey y su esposa Karen durante tantos años, el más citado en una obra franca a ocupar un espacio preferente en las bibliotecas de los buenos aficionados al rock. Con permiso de Bob Dylan, sin duda Pete Townshend es el que ha demostrado un mayor background literario, dispuesto a jugar a favor de los intereses de armar un libro de memorias de una extraordinaria calidad a todos los niveles. En su largo proceso de maduración Who I Am encontramos presumiblemente la clave de que Townshend haya aquilatado el peso de lo anecdótico con la sustancia propia de un relato narrado en primera persona expresado a corazón abierto por un ser culto, amén de un superdotado de la música. Malpaso, pues, anota un acierto más en su política editorial de ir al encuentro de textos que nos ayuden a configurar con mayor precisión el cosmos personal y profesional de leyendas forjadas en el espacio del rock de los años sesenta. El de Who I Am representa uno de esos textos para enmarcar, con una soberbia traducción de Miquel Izquierdo, cuyo medio millar de páginas pasan conforme a un suspiro merced a ese vendaval de sapiencia llamado Pete Townshend, de oficio genio y figura hasta una sepultura que esperemos tarde mucho tiempo en llegar. De tal suerte, podrá seguir cultivando su vena de escritor.  

domingo, 1 de junio de 2014

STEVE HACKETT Y SU «GENESIS EXTENDED 2014 WORLD TOUR» EN BARCELONA: EL AÑO DEL RESURGIMIENTO DEL ROCK SINFÓNICO (III)

Pimlico es un barrio situado en la zona de Westminster, en el corazón de la capital inglesa, que en los últimos compases de los cuarenta —una década en la que Londres estuvo a merced de los bombardeos aéreos, sufriendo con especial crueldad los estragos de la Segunda Guerra Mundial— vio proyectado su nombre a las esferas de la popularidad procurada por el cinematógrafo verbigracia del estreno de un título surgido de la factoría Ealing. Al poco de la puesta de largo de Passport to Pimlico (1949) nacía en ese mismo rincón de Gran Bretaña Steve Richard Hackett. Cumplidos los veinte años de existencia, Steve Hackett, tras su paso por una formación afroinglesa llamada Heath Brothers, recalaría en otra hermandad musical, la integrada por Peter Gabriel, Phil Collins, Mike Rutherford y Tony Banks. La voz cantante de Genesis, que así se llamaba la formación, la llevaría Gabriel, al punto que Steve Hackett ilustraría un sentimiento más o menos compartido por los otros miembros, el de una «orquesta en el foso» mientras el carisma del artista proclive al disfraz se elevaba sobre el escenario. Pese a ese reino de taifas en el que acabaría convirtiéndose Genesis, Steve Hackett parecía no tener cabida una vez Phil Collins tomó el mando de la situación ante la salida de Peter Gabriel llamado por los cantos de sirena del cinematógrafo, el guitarrista nativo de Pimlico expediría un pasaporte a esa libertad creativa capaz de asegurarle una plaza entre los artistas de culto cara a diversas generaciones. Pese a su extraordinaria amalgama de discos que brindaría a partir de su álbum de debut en solitario, Voyage of the Acolyte (1975), Steve Hackett ha puesto en valor su etapa al servicio de Genesis, sabedor que en la misma había contribuido a escribir algunas de las páginas más brillantes de la Historia de la música contemporánea del último tercio del siglo XX. Faltaba, empero, la perspectiva necesaria para que Mr. Hackett calibrara la importancia de ese proyecto desarrollado en común por un repóker de músicos de talento de veintitantos años, para proceder, al cabo, a la recuperación del Genesis de la primera mitad de la década de los 70 para los escenarios de medio mundo. En ese empeño iría trabajando a lo largo de los años, de manera simultánea con diversos proyectos personales y colectivos. A las puertas de la edad de jubilación, Hackett lleva recorrido un amplio camino desde entonces colocando el foco sobre su etapa en Genesis. Para el que ha denominado «Genesis Extended 2014 World Tour» Hackett se ha visto arropado por un line-up que saca lustre a la esencia musical de Nursery Crime (1971), Foxtrot (1972), Selling England By the Pound (1973) y The Lamb Lies Down On Broadway (1974). El pasado día 28 de mayo pude asistir al magisterio de Hackett y su banda en el Barcelona Teatre Musical, enclave localizado en las faldas de la Montaña de Monjuich, desde cuyo punto más elevado podría observarse el caos que reinaba en la principal arteria del barrio de Sants, en que la violencia campaba a sus anchas para vengar la tentativa de derribar (a medias) un espacio de autogestión cultural, el de Can Vies. De nuevo, los medios de comunicación se ocuparían de la crónica de una mala noticia mientras que la buenanueva de la actuación en el Barcelona Teatre Musical en la noche de ese miércoles de ceniza (consecuencia de esos contenedores y mobiliario urbano que ardió por la ira de unos pocos) quedaría mayoritariamente silenciada. Lógicamente, para los casi dos millares de espectadores que acudimos a una cita con la historia musical, la realidad fue otra muy distinta. Dos horas y media de concierto dejaron a las claras que Steve Hackett lograría el efecto buscado. El efecto de una música que invita a la ensoñación a través de un mecanismo perfectamente engrasado, en que Hackett, situado en el centro del escenario guitarra en ristre, se siente envuelto, arropado por un conjunto de músicos que adoptan su rol sin necesidad de tener la impresión que operan «en el foso» mientras el maestro de ceremonias hace gala de un protagonismo excesivo.
   Fue la primera vez que veía actuar en directo a Steve Hackett, para la ocasión, en compañía de Sir Eduardo Martin y Álex Lema, situándonos en el anfiteatro de un Barcelona Teatre Musical prácticamente abarrotado. Desde esa posición teníamos una perfecta panorámica del funcionamiento de ese mecanismo de relojería, de ese tic tac sincronizado al compás de los acordes de Hackett y del bajista Nick Beggs (su figura filiforme y su larga melena rubia y lacia creaban cierta confusión desde la distancia), de la parte de percusión a cargo de Gary O’Toole (tocado por un sombrero de hongo cuando empezaba a anunciarse el fin de fiesta), de los teclados de Roger King, de la voz de Nad Sylvan y de la aportación del multiinstrumentista Rob Townsend. Este último nos deleitó con el uso de la flauta mágica que contribuiría sobremanera a robustecer el carácter bucólico, pastoral, de piezas como “The Fountain of Salmacis”, “The Musical Box” o “Supper’s Ready” (superlativa su ejecución) extraídos de los álbumes que jalonan esa Edad de Oro del rock sinfónico o progresivo en sus múltiples variantes, y de Genesis en singular. Al final del magisterio de Hackett y su banda, con la propina de “Los Endos”, leí en los rostros de algunos de los asistentes a ese evento la idea de felicidad atrapada en ese túnel del tiempo que viajaría hacia los años de excelencia creativa de la etapa de Genesis de Peter Gabriel, pero también de Steve Hackett. La salida de ambos provocaría un cisma creativo, provocando que el fiel de la balanza se decantara hacia ese paisaje pop-rock que llevaba la marca de Phil Collins. Cualquier tentativa de reunificación de Genesis pasa por la aprobación del batería y voz del grupo durante muchos años. Pero su distanciamiento con Hackett invita a creer que la resolución de la ecuación se complica. Mientras tanto, Hackett concluye la gira por el continente europeo de Genesis Extended 2014 World Tour en Portugal. Allí, a buen seguro, le aguardará Joanna Lehmann, su esposa con que quien recientemente se casó y que ha fortalecido su espíritu juvenil y su ilusión por una música encofrada de múltiples estilos, pero con una seña de identidad bien definida en esos horizons descritos en el libro del Genesis de la Biblia del Rock Sinfónico, en que el arcangel Gabriel se dejaría secundar por músicos del tronío de Mr. Hackett, cuyo primer pasaporte se expediría en Pimlico el 12 de enero de 1950. Ahora, a sus sesenta y cuatro años, su regreso a la época de Genesis le ha rejuvenecido en todos los sentidos para la dicha de los que seguimos creyendo con más firmeza que nunca que el rock sinfónico lleva inscrito el valor de la reivindicación en un ejercicio de acto de justicia para con la Historia musical del pasado siglo.