martes, 21 de enero de 2014

«YES: MÁS ALLÁ DEL ABISMO» (2013): EXTRAÑOS (DE LA MÚSICA DEL SIGLO XXI) EN EL «PARAÍSO»

No cabe duda alguna que el proyecto de publicar un libro para los fans de Yes empezaría a coger cuerpo en forma de propuesta en firme a raíz de la publicación de Historia del rock sinfónico (2012), escrito por un servidor. La buena acogida dispensada al mismo traería, por consiguiente, que esa propuesta fuera estimada viable por parte de T&B Editores, aunque dentro de unos parámetros más modestos en distintos aspectos en relación al grueso de la producción editorial vinculada sobre todo al cine, a los deportes (preferentemente fútbol) y a la música (esencialmente de rock y pop).
Siempre me he mostrado cómodo frente a la aparición de trabajos que puedan, en algún sentido, complementar a lo que personalmente haya podido hacer. No resulta la norma de conducta habitual en un mundo presidido por las envidias, el sentido de la exclusión y el tratar de “patrimonializar” un ámbito del conocimiento como pueda ser, por ejemplo, el del rock sinfónico o progresivo. Por ello, en primera instancia, cabe saludar de manera positiva la aparición en el mercado de Yes: Más allá del abismo (2013), en que para el título y la cubierta de la portada Paraíso afina en el sentido del (auto)homenaje, aquel presto a rendir tributo a la “pieza roseta” que le abriría el conocimiento y posterior inmersión sobre un universo extraordinariamente variopinto merced a las características de la veintena (a día de hoy, a buen seguro, Chris Squire y Steve Howe estarán sopesando la idea de alguna baja o alta) de músicos que han formado parte de la banda nacida a finales de los 60. No en vano, en la introducción Paraíso relata que su primo Vicente le regaló al cumplir los trece años el vinilo de Close to the Edge (1971). Desde entonces, el “verde celestial” alfombraría el camino a la búsqueda y captura de cualquier pieza (LP’s, EP’s, maxisingles, rarities, discos piratas, fotos, revistas, libros, etc.) que razonara sobre ese universo que evoca unas emociones íntimas expresadas a través de una música que requiere de auténticos virtuosistas para ejecutarla. Por aquel entonces, alargaba su vida comercial en los cines a través de programas dobles Extraños en el paraíso (1984), dirigida por Jim Jarmusch. Por su parte, Paraíso debía sentirse un extraño en el patio del instituto cuando trataba de comunicarse con sus compañeros, haciéndoles ver la grandeza de su descubrimiento. A mediados los años 80 Internet representaba una quimera y las posibilidades de crear una comunidad virtual que movieran de manera directa a Paraíso a intercambiar afinidades musicales relativas al rock sinfónico y en particular Yes, brillaban por su ausencia. Las tiendas de discos se convirtieron en una segunda o tercera casa en las tardes de los viernes o de los sábados, pero la perseverancia y el hecho de saber administrar un orden de prioridades cuando uno no nada en la sobreabundancia de dinero propiciaría que, al cabo, la «colección Yes» creciera hasta convertirse en un auténtico tesoro. Para levantar acta de ese patrimonio personal, ligado al paulatino conocimiento sobre la materia, en cierta forma, surge Yes: más allá del abismo, que para algunos de los no avisados podría llevarlos a la confusión que se trata de una traducción en lengua castellana de la biografía del especialista Chris Welch de idéntico subtítulo. Salvada semejante puntualización, a diferencia del texto de Welch, Paraíso propone una especie de miscelánea, claramente orientada hacia el fan de la banda, en que en algunos capítulos toman la palabra los propios miembros de Yes a través de extractos de entrevistas o de la traducción de programas de mano, textos aparecidos en las carpetas de los discos compactos recopilatorios, etc. Paraíso trata de poner sobre el tapete algunas de las claves del sonido Yes, intenta transmitir esa pasión por la música del grupo británico cara a las nuevas generaciones y elabora un detallado, por prolífico, apéndice-guía que cubre cada uno de los rincones que comprometen a la edición, ya sea en soporte musical, videográfico o bibliográfico. El propio formato del libro, interpreto, que las páginas referidas al análisis pormenorizado de cada disco en estudio, pero también recopilatorios o directos oficiales, no podían ganar mayor espacio del que finalmente se impuso por criterios estrictamente editoriales. Podría imaginar que la editorial tuvo en mente que ese flanco estaba plenamente cubierto en Historia del rock sinfónico, la verdadera esencia de la obra en que lo analítico impone su “ley” frente a lo anecdótico o lo accesorio. Por ello tengo la convicción que uno y otro texto recorridas por tonalidades verdosas en sus portadas, en definitiva, se complementan. Yes: más allá del abismo acabará, pues, fusionándose en la biblioteca particular de un servidor, ocupando un espacio al lado de monografías sobre música que tributan en el rock tocado por innumerables influencias desde que Chris Squire y Jon Anderson decidieran poner rumbo a lo desconocido hasta crear, como bien señala Paraíso, los pilares para estilos o subestilos como el metal prog o el prog blues.



sábado, 18 de enero de 2014

EL CANGURO ALCOHÓLICO: KENNETH COOK Y LA «FAUNA» AUSTRALIANA

No resulta habitual encontrar en librerías de nuestro país literatura proveniente de las Antípodas, esto es, del continente oceánico. Más bien cuando nos hayamos ante una novela o una colección de cuentos made in Austalia o made in New Zeland podemos convenir que si acaban formando parte de nuestras bibliotecas las podemos reservar en el apartado de «rarezas». En cambio, no son precisamente rarezas las especies de animales que hacen acto de presencia en El canguro alcohólico (2013), cuyo subtítulo Relatos humorísticos de la Australia profunda deviene harto esclarecedor del tono y el continente de un texto que supuso el canto del cisne de su escritor, Kenneth Cook. Eso sí, para la edición de Bantam/Totoiseshelle fechada en 1987 Cook tuvo tiempo de dedicarlo a su editora Margaret Gee, meses antes de fallecer víctima de un ataque cardíaco mientras realizaba una gira aussie para promocionar el segundo libro de la trilogía, El lagarto astronauta (1986) también publicado por el sello Sajalín, en 2012; sobre el contenido del mismo me ocupé en un post de este blog. No en vano, Gee se revelaría la editora de «Koala trilogy» tomando prestado el sujeto del título del libro de partida—, reportándola pingües beneficios dado que se ha traducido a varios idiomas, incluido al castellano gracias a Sajalín, y ha obtenido diversas reediciones en su país de origen donde Cook es todo un referente en los sectores menos proclives al conservadurismo en términos ideológicos (él se opuso con firmeza a la Guerra del Vietnam, al punto que lograría formar el partido Liberal Reform Group).
   En relación a la última de las ediciones de la obra de Cook que no pudo llegar a promocionar por escasas fechas, la de Allen & Unwin House of Books 2012para su equivalente en lengua castellana se advierte una alteración en el orden de los catorce capítulos que la conforman. Las razones para esta permutación se deben a que Sajalín optaría por utilizar otro título en lugar del original, Fill-Necked Frenzy, cuya traducción más plausible sería el de «frenesí con chorreras» en referencia al lagarto de cuello de Filled y su probada animadversión con algunos representantes de la especie humana (incluido el artífice del relato), orgullo patrio al punto que su imagen aparecería en monedas de curso legal. Monedas que con o sin la efigie del kingii (el término aussie con el que se conoce popularmente al Lagarto de cuello de Filled) sirven para apuestas que te llevan a la ruina o a la condición de millonario, aspiración de todo escritor, según razonamiento del propio Cook. Así lo describe el polifacético Cook en el capítulo “Cara o cruz” (“Heads I Win, Tails you Lose” en el original),  en que relata su experiencia junto a Joe sumo sacerdote de la tribu Arkarala en Broken Hill donde antaño se practicaba semanalmente una partida de two-up, un juego de apuestas de formato sencillo pero que te seca el aliento ante la suma de dinero que se pone en circulación. Un episodio no exento de moraleja localizado en la parte final del presente volumen, cuya parte central ocupa el capítulo que da nombre a la edición española, El canguro alcohólico. Un título, sin duda, no exento de cierto gancho publicitario en detrimento de “Frenesí con chorreras”, pero que comporta un arma de doble filo: el capítulo de “El canguro alcohólico” representa un texto más bien discreto, en que la narración queda a merced de lo anecdótico, las tropelías de un marsupial con tendencias dipsómanas custodiado por el viejo Benny, un amigo de la familia cuando ésta se instaló en los dominios de Walgett, en Nueva Gales del Sur. En razón de la cantidad de puntos del país oceánico por donde discurren las andanzas de Cook se hace especialmente pertinente acompañar la lectura con un mapa de Australia (una manera de darle salida a esos Atlas que, por su desuso, acumulan una capa de polvo en algún rincón del hogar). Así saltamos, cuál canguro, de las orillas de Fremantle, en la parte Occidental del país en el capítulo “Buenas obras y disciplina” (con un can díscolo que lleva de cabeza a su eventual ángel custodio, esto es, el propio Cook), a Gnalta, población localizada al noroeste de Gales del Sur para el episodio “De ratones y toposjuego de palabras con una diáfana semblanza en el título del célebre texto de John Steinbeck, aunque aquí el contenido social queda desplazado por una feroz diatriba sobre roedores con intenciones beligerantes, o al Coorong, en la Australia Meridional para el episodio “No se puede querer a un avestruz”, en que su autor lanza diversas pullas, al margen del ave de marras (implícito en su propio título) a los académicos. No será, pues, este noble colectivo instalado en la atalaya del conocimiento, en una elevada proporción, desconfían del valor terapéutico del humor para combatir el tedio de la vida universitaria, los que difícilmente degusten con fruición la lectura de El canguro alcohólico. Por el contrario, intuyo, estudiantes y lectores no necesariamente vinculados a la realidad académica que tratan de cubrir sus ratos de ocio con la lectura, entre otras cosas, encontrarán un buen libro en El canguro alcohólico, destilado por la ironía, haciendo frente al absurdo de la vida con capítulos como el de "La rueda de la fortuna", hilarante relato en que una, a priori, brillante idea un restaurante giratorio no siempre tiene una óptima traducción cuando se coloca en el plano de la realidad. Eso mismo deben pensar muchos visitantes del país oceánico entusiasmados con la perspectiva de encontrarse frente a frente con su fauna (lagartos, cocodrilos, koalas, canguros, avestruces, etc.) y, una vez levantada acta de la experiencia, no han podido por menos que asentir, esbozando una media sonrisa, sobre la realidad impresa en esta selección de cuentos con traducción e ilustraciones a cargo de Güido Sender Montes servidos con un trazo tan singular como eficaz, “cohesionándose” de manera proverbial con el texto urdido por Cook.    


     

domingo, 12 de enero de 2014

CINECIUTAT DE PALMA DE MALLORCA: EL «PERSONAJE» DEL AÑO 2013 EN EL MUNDO DE HALDANE

Caer en el desánimo y la resignación parece moneda de cambió común entre aquellas personas o grupo de personas dedicadas a labores culturales, algunos desde una vertiente profesional y otros desde una óptica puramente amateur. Hemos conocido a lo largo de 2013 noticias sobre cierres de salas cinematográficas, sobre todo localizadas en pequeñas o medianas ciudades del territorio español porque, calculadora en mano, sus gestores han visto inviable seguir manteniendo un negocio cuyo IVA se ha encaramado hasta el 21%, además de requerir de un «plan renove» en forma de reconversión de lo analógico a lo digital, que deben asumir en su mayoría por el propio empresario. Ante semejante realidad, éstos han tratado de revertir la situación con iniciativas de descuentos en la entrada tras la excelente respuesta obtenida con el día del cine que superaría las expectativas incluso más optimistas. Rebajar el precio de las entradas puede suponer un arma de doble filo al “acostumbrar” al espectador a una determinadas tarifas que no sobrepasan los 6 € por visionado de película, pero al menos sirve de «dique de contención» a expensas que el sector acabe regulándose con unos criterios al dictado de la lógica, y no del afán recaudatorio mórbido de un gobierno que ni siente ni padece cuando se trata de prender fuego a una cultura patrimonio de la humanidad, la que nos hace mejores como individuos, la que alienta nuestra capacidad de razonar y, por consiguiente, de crear un tejido humano entre personas de distintas “sensibilidades”. Ese mismo tejido humano que ha hecho posible y viable un “pequeño milagro” en las Islas Baleares, y más concretamente en Palma de Mallorca al levantar un proyecto del que las autoridades locales, a priori, se mostrarían cuanto menos escépticas. Se trata del desempeño de un grupo de apasionados del cine que unirían esfuerzos para sacar a flote unas salas comerciales pertenecientes a la cadena Renoir hundido en unas turbulentas aguas donde la luz de los proyectores se ha apagado y el patio de butacas ha quedado huérfano de público. Dar la vuelta a esta desasogante realidad no ha sido fácil para estos voluntariosos aficionados, pero una vez más el tesón y el sentirse partícipe de un proyecto común de una manera solidaria han llevado a saludar, un año y medio después de una junta que marcaría un punto de inflexión en el desarrollo del mismo, la consolidación de Cineciutat Palma de Mallorca conforme un hecho sobradamente probada su eficacia. Una modélica gestión amparada en un concepto cooperativista que había tenido un fuerte arraigo en los años 70, ha propiciado este pequeño “milagro”, con una programación estable que no descuida el valor de los clásicos a través de la celebración de ciclos retrospectivos. Un “caldo de cultivo” imprescindible para fomentar una cinefilia que no sea esclava de una modernidad más como pose que como verdadera fuente de conocimiento y aprendizaje. Así pues, el equipo que forma parte de CineCiutat (fonéticamente con resonancias a Cinecittà, los estudios italianos que dieron cobertura, entre otros muchos, a los sueños de Federico Fellini) Palma de Mallorca toma el relevo a Enrique Redel de Editorial Impedimenta en la distinción anual en este veterano blog de personas o grupo de personas que contribuyen a dinamizar el parque cultural de un país que cada vez debe fiar más su suerte al ingenio, la habilidad, la perspicacia y la constancia de sus ciudadanos. Mil cuatrocientos de estos ciudadanos han sido los que han avalado un proyecto que nacía cuál entelequia y que hoy en día deviene el espejo con el que mirarse esas localidades del estado español que resisten a quedarse sin salas de cine. La ciudad de Majadahonda, localizada en las cercanías de Madrid, esperemos que sea una de tantas que persiguen emular la iniciativa de Cineciutat de les Illes Balears con similares resultados. Gratitud infinita, pues, a esos rostros anónimos que nunca abrirán los telediarios por una obra realizada que debe merecer el aplauso de todos los interesados en la cultura. En todo caso, las compensaciones ya llegan al ver un patio de butacas lleno y una pantalla en que vuelve a cobrar vida a través de historias que nos emocionan, nos provocan reflexión y/o nos llaman a esbozar una sonrisa. Ahora toca perseguir nuevas ilusiones. Mi más sincera enhorabuena. 

viernes, 3 de enero de 2014

«LAS MUJERES» (2013): DESCUBRIENDO A T. C. BOYLE, UN CLÁSICO CONTEMPORÁNEO


Una de las razones por las que Thomas Coraghessan Boyle (1948, Nueva York) —o para abreviar, T. C. Boyle— sigue siendo un autor poco conocido entre el público lector español resulta que su obra se encuentra dispersa por diversas editoriales. Por consiguiente, ningún sello ha sabido o podido “asociarlo” a sus respectivas colecciones. Llegados a este punto, cabe asimismo añadir que Boyle ha alternado indistintamente el relato corto con novelas la mayor parte de las cuales exceden al estándart habitual, sobrepasando con creces las trescientas o cuatrocientas páginas. De ahí que esas dos “identidades” literarias que convergen en el escritor estadounidense hagan aún más complejo si cabe su adecuación a un determinado sello editorial y, por ende, que el destino de su público tenga un sesgo determinado. Para empezar a recomponer ese puzzle editorial debemos remontarnos a finales de los años 80 con la publicación de una colección de cuentos de fuerte carga alegórica, Solo los muertos conocen Brooklyn (1988, Ed. Júcar), una pieza codiciada que cabría rebuscar en librerías «de viejo» o mercadillos de segunda mano. Un par de años después, Anagrama se hizo con los derechos pertinentes en aras a publicar El fin del mundo (1991), Oriente, oriente (1993) y El balneario de Battle Creek (1995), esta última aparecida en el mercado a rebujo del estreno de la adaptación al celuloide llevada a cabo por el británico Alan Parker. A punto de cruzar el umbral del milenio, un nuevo texto de Boyle orbitaría, en este caso, en la Galaxia Guttenberg, Música acuática (1999), la primera de sus novelas. Idéntica editorial ampararía la publicación de Encierro en Riven Rock (2000) y Un amigo de la tierra (2002). Mientras tanto, Boyle no paraba de acumular reconocimientos a escala planetaria. Pero en nuestro país su nombre seguía sin “posicionarse” entre los lectores. Random House haría su primera y única tentativa hasta la fecha con la puesta en circulación de Drop City (2004). El “maleficio” Boyle seguía sin romperse en el panorama editorial patrio. Una vez más, Impedimenta iría al rescate de un autor sin suerte en relación a lo que se había publicado en territorio español. En primer lugar, la operación de partida comprometía a un relato corto El pequeño salvaje (2012). Los resultados debieron resultar lo suficientemente esperanzadores para repetir jugada, aunque con una pieza de gran formato, Las mujeres (2013) —con una traducción inmaculada en el debe de Julia Osuna Aguilar una novela de las dimensiones de las obras literarias del siglo XIX de las que Boyle sería un conpiscuo lector, a la par que contribuiría a cimentar su rocosa prosa, hilvanada de expresiones que persiguen un efecto un tanto ornamental pero también dispuestas o ofrecer una mácula de calidad indiscutible.    

Perteneciente a la Generación de escritores angloamericanos nacidos durante o en los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial —Richard Ford, Ian McEwan, Pete DexterJohn Irving, etc. —, T. C. Boyle exhibe músculo literario en una propuesta que especula sobre la vida de Frank Lloyd Wright (1867-1959)en una mirada administrada bajo la luz de las cuatro mujeres que estuvieron cerca de él en distintas fases de su existencia. Quinientas cuarenta páginas que valen su peso en oro por lo que compete a la definición de un estilo que concede poco margen a lo vulgar; su prosa es sencillamente un portento de elegancia en las formas. Boyle desbroza el entramado dramático que computa en cada una de los partes de la novela —«Olgivanna», «Miriam» y «Mamah»— con precisión quirúrgica, tomando la voz de un narrador —la del hijo oriental de Wietro San (su otro nombre)— que traba un relato a lo «Ciudadano Kane». Al correr de las páginas, Boyle crea una tela de araña de la que el lector ya no puede abandonar si ha “superado” una cuarta parte del relato de una existencia, la de Frank Lloyd Wright, quintaesencia de una megalomanía que no conoce fronteras, en que la dicotomía sobre el individualismo-sociedad, del poder y la humildad, el sacrificio profesional y el compromiso familiar no se resisten a ser abordados en cualesquiera de sus tramos. Una obra que muestra a las claras que Boyle ha tendido un puente definitivo con la alta literatura, el que le consagra como un escritor clásico, capaz de arbolar una narrativa majestuosa en cada línea de texto, en cada párrafo. Las mujeres mira de igual a igual a piezas literarias que han servido de fuente de inspiración para este superdotado de la escritura y saber soltar lastre en comparación a algunas de sus anteriores obras —en particular, El balneario de Battle Creek, sobre la base de “auditar” la vida de otro excéntrico venido del siglo XX, el doctor Kelloggs—, demasiado habitadas por un ejercicio de retórica que prometían más de lo que en verdad ofrecían. El de Las mujeres, intuyo, puede ser el punto de inflexión para que de una vez por todas T. C. Boyle deje ser sinónimo de fruncir el ceño entre el público lector de habla hispana. Por sus obras le conoceréis y este relato aventurado a destruir el Mito de un arquitecto de alcance internacional, no es más que la prueba fehaciente del magisterio de Mr. Boyle, un neoyorquino con apariencia de irlandés, de mirada aviesa y generosa frente, capaz de almacenar infinidad de expresiones literarias que, a la postre, han redundado en un texto sublime como pocos en el contexto del siglo XXI.