martes, 7 de junio de 2016

«ASESINO EN LA CATEDRAL: UN NUEVO MISTERIO PARA GERVASE FEN» (1944), de EDMUND CRISPIN: CAMINO A TORLNBRIDGE

A los cincuenta y seis años podría considerarse una edad óptima para haber alcanzado una cierta madurez creativa en aras a perseverar en el ejercicio de la literatura, de la composición musical e incluso en calidad de antologista. Tres disciplinas que rara vez se dan cita en una misma persona, pero que tienen en Robert Bruce Montgomery (1921-1978) el valor de la excepción, si cabe aún más para alguien cuya vida se apagó definitivamente a punto de haber alcanzado los cincuenta y siete años, sumido en los últimos coletazos de su existencia en un cuadro de alcoholismo galopante. Una “debilidad” que le acompañó durante décadas, a modo de estímulo externo para con una actividad creativa que cabalgó entre la composición de bandas sonoras para la industria cinematográfica británica y la escritura de novelas, en este caso, bajo el seudónimo de Edmund Crispin.
Noventa años después de su prematura muerte, el sello Impedimenta se avino a publicar por primera vez en el estado español una novela escrita por Crispin, La juguetería errante (1946), con una acogida entre el público lector que invitaba a repetir el operativo con otro título de la serie consagrada al taimado detective Gervaise Fen. En el periodo de un lustro Impedimenta ha publicado un total de cinco novelas que llevan la rúbrica de Crispin y que tienen en Gervaise Fen su personaje medular. De esta forma, a El canto del cisne (1947), Trabajos de amor ensangrentados (1948) y El misterio de la mosca dorada (1944) le ha sucedido Asesinato en la catedral (1945), una de las apuestas del sello madrileño de cara a ser degustada en el verano del año en curso por parte de lectores con cierta inclinación por las novelas de misterio salpimentadas de un sutil sentido del humor. Un sentido del humor que incrimina a la comunidad universitaria con la que estuvo relacionado Montgomery en su etapa estudiantil allí donde arraigarían los lazos de amistad con Kingsley Amispero también con una considerable representación de escritores y/o dramaturgos (M. R. James, William Shakespeare o D. H. Lawrence, ya presente en algunas líneas de diálogo de La juguetería errante) a los que involucra en sus ficciones literarias con un tono que bascula entre el tributo y lo jocoso a través de los diálogos que sostienen personajes principales y/o secundarios de una función deliciosamente narrada a lo largo de sus trescientas páginas. Digno de una tesis sería el estudio de la influencia de la composición musical para cine (la mayoría de antologías glosan su importancia en este campo en la serie de films bajo el genérico Carry On, aunque representa parte de una producción que advierte una cierta propensión por historias sobre el mundo de la infancia, adolescencia y juventud) en la forma peculiar de narrar su serie de novelas de misterio concentradas sobre todo en los estertores de la Segunda Guerra Mundial y en los inmediatos años de postguerra. Un fondo bélico que apenas tributa en el espacio de una novela como Asesinato en la catedral, cuya mejor virtud radica en equilibrar la finura humorística (no exenta de cierta socarronería) con ese laberinto que acaba convirtiéndose en una investigación criminal precedida de una cadena de fatales accidentes. La puerta de salida del mismo se sitúa alejado del epicentro de Torlnbridge, allí donde concurren episodios que mueven al despiste al metódico Gervaise Fen, quien ejerce la cátedra de la deducción mental partiendo de la premisa que no existe el asesinato perfecto. Sin duda, las historias de Gervaise, profesor universitario que simultánea este trabajo remunerado con su afición por las pesquisas detectivescas, hubieran podido ser un material de interés para Alfred Hitchcock una vez asimilado al formato televisivo a principios de los años sesenta—  pero sin renunciar aún a una actividad (cada vez más dilatada en el tiempo) en el ámbito del cinematógrafo. No obstante, el rastro de Edmund Crispin iría perdiéndose en los meandros de una literatura habitada de figuras (seudo)detectivescas, buscando en ese eventual “anonimato” una nueva máscara con el que combatir el tedio de una vida demasiado dependiente del “factor etílico”. De tal suerte, Edmund Crispin actuó de crítico literario para periódicos de tirada nacional y exhibió sus dotes de erudito con la concreción de Best of SF (1955), pórtico de entrada a varias antologías dedicadas a la ciencia-ficción hasta completar un total de siete, dos números por debajo de los títulos protagonizados por Gervaise Fen, cuyo personaje surgió de la lectura de la novela de Michael Ines Hamlet, venganza. Ese sería el singular talismán de Edmund Crispin, al que colocaría en el centro de unas novelas que devienen una invitación expresa a integrarse en el programa de actos de la joie de vivre de cada uno de nosotros, eso sí, a costa de un reguero de asesinatos que esconden extrañas motivaciones, inclusive de orden sobrenatural con apelación directa a la brujería en los dominios de Tornlbridge...





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