miércoles, 6 de julio de 2016

«BETTER CALL SAUL (TEMPORADA 1)»: SHAKESPEARE VISITA ALBURQUERQUE

Podría resultar un ensayo digno de estudio de cómo las series de televisión en el último cuarto de siglo ha influido sobremanera en las estrategias comerciales e incluso en los contenidos de las producciones cinematográficas. Entre las muestras más palmarias de este “trasvase” de influencias encontramos la asimilación del término spin-off (de difícil traducción en castellano) al ámbito cinematográfico (especialmente, en el terreno del terror y de la ciencia-ficción), añadiéndose así al arco de propuestas surgidas al albur de un determinado éxito comercial, léase precuelas, secuelas, reboots o remakes. El término en sí mismo empezó a popularizarse a finales de los años noventa, aunque en realidad spin-off se podría aplicar a la serie Frasier en virtud de la emancipación del personaje epónimo en relación a Cheers, uno de los grandes fenómenos de audicencia de los años ochenta. Al cabo de tres decenios de haberse emitido los primeros episodios de la serie coprotagonizada por un novel Woody Harrelson, Sony Pictures llegaría a un acuerdo con Vince Gilligan para la emisión de la primera temporada de Better Call Saul (2015), spin-off de una auténtica masterpiece de la pequeña pantalla, Breaking Bad (2008-2013), cuyo repóker de temporadas vale su peso en oro. De ahí que las expectativas creadas con Better Call Saul fueran en verdad altas, máxime al penetrar en un camino ni tan siquiera apuntado en la extraordinaria serie de marras, el que compete al personaje de Saul Goodman bajo su anterior identidad, la de Jimmy McGill. No cabe duda que entre los muchos puntos a favor de Breaking Bad, cabía computar el personaje del vehemente abogado que opera en la ciudad de Alburquerque y que adopta el rostro del actor Bob Odenkirk. Un auténtico hallazgo que Gilligan y su equipo supieron dosificar desde su aparición en la tercera temporada, sabedores que su potencial daba para que girara sobre él una serie propia, eso sí, con un formato más modesto. Elevado a la categoría de show runner de Better Call Saul, Peter Gould (productor y guionista de algunos capítulos de Breaking Bad), hasta la fecha ha gestionado la confección de treinta capítulos de la serie, a razón de diez episodios por temporada. A priori, para hacer más “vendible” la propuesta en términos estrictamente presupuestarios, Gould y Gilligan dibujaron un escenario con episodios de media hora de duración. Pero, a mi juicio, con un criterio acertado replantearon la cuestión para adecuarlo a la duración estándart de, por ejemplo, Breaking Bad que tan buenos resultados habían cosechado. Eso sí, como contrapartida se rebajaba de trece a diez episodios, pero sin perder un ápice la calidad visual y narrativa de la que puede seguir presumiendo Breaking Bad.

    Desde mi perspectiva, una de las razones de ser para que una serie llegue a “enganchar”, a experimentar la sensación que deseas ver el siguiente episodio a la mayor brevedad posible, se debe al “factor sorpresa”. A lo largo de esta decena de capítulos con títulos que presentan una particularidad curiosa (con la salvedad del quinto, Alpine Shepherd Boy), el de emplear una sola palabra, he atendido al visionado de una propuesta netamente escorada en lo que podríamos colegir tragedia shakespeariana, en contra de los vaticinios que hubieran podido apuntar hacia una comedia de tintes hilarantes con James McGill AKA Saul Goodman ejerciendo de bufón del «reino» de Alburquerque. Cada uno de estos primeros diez capítulos de Better Call Saul devienen píldoras que ingerimos previa prescripción médica, adivirtiéndose de un uso contraindicado para aquellos refractarios a tolerar en elevadas dosis un cinismo que ataca directamente al cuerpo del american way of life, en que el dinero resulta al arma más letal de la corrupción del alma humana. Una verdad aumentada y corregida en el ámbito de la judicatura y que acaba trasladándose al espacio familiar cuando Jimmy y su hermano mayor Chuck (Michael McKean, una elección de lo más acertada) adoptan actitudes ambivalentes en su fuero interno y que “explosionan” en un determinado momento por parte de este último. A partir de entonces, Jimmy McGill da marcha atrás, se coloca en punto muerto e inicia una fuga hacia adelante, sin reparar en ese retrovisor que lo ha ligado indefectiblemente a la figura de su hermano mayor al que ha tratado de proteger a causa de su enfermedad (padece hipersensibilidad electromagnética; sino de los tiempos) hasta que éste, en un arrebato de vanidad, le coloca frente al espejo de su propia realidad. En esencia, Better Call Saul es el retrato de seres solitarios Jimmy, Chuck, pero también de la abogada Kim Wexler (espléndida Rhea Seehorn) y el hierático Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks, repitiendo papel tras su paso por Breaking Bad, cuyas apariciones habían ido en ascenso hasta prácticamente el episodio final)que afilan sus garras para sobrevivir en ese nido de víboras que concurren en Alburquerque. Una ciudad perteneciente al estado de Nuevo México que había sido el escenario natural de El gran carnaval (1951), la cinta dirigida por Billy Wilder que la dupla Gould-Gilligan homenajea en el capítulo Hero, en el que McGill trata de utilizar el periodismo sensacionalista para que florezca su propio negocio vinculado a la abogacía. Su artificio en este caso pronto se adivina, no así los dos mejores episodios de la primera temporada, Five-0 (el sexto) y Bingo (el séptimo), prodigiosamente rodado el primero por Adam Bernstein y preñado de virtudes el segundo, desde la importancia que adopta la música (obra de Dave Porter, a la sazón compositor titular de Breaking Bad) en el fragmento del eventual secuestro de una pareja de mediana edad en su lujosa residencia hasta la carga de sarcasmo e ironía (a modo de ejemplo, una dama octogenaria cita a sus gatos Óscar y Félix, la extraña pareja a efectos de la célebre obra teatral escrita por Neil Simon y adaptada con éxito al celuloide con el tándem Walter Matthau-Jack Lemmon al frente del reparto) que recorren las escenas donde Jimmy actúa en una sala repleta de ancianos “matando” las horas con juegos del azar. El azar será asimismo el destino que lleve a McGill a cambiar su apellido e instalarse en la jungla humana bajo el reclamo Better Call Saul. Una carta de presentación que intuyo empezará a redactarse en forma de borrador en su segunda temporada. 

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