sábado, 13 de agosto de 2016

«LA TUMBA DEL TEJEDOR» (1919), de Seumas O’Kelly: EN EL PRADO DE LOS MUERTOS

Al poco de nacer Sajalín, la editorial situada en Gracia, un popular barrio de la Ciudad Condal, entraba a formar parte de su catálogo una obrita escrita por Seumas O’Kelly (1881-1918), La tumba del tejedor (1919), publicada a título póstumo en su Irlanda natal en plena ofensiva por la Independencia. En realidad, O’Kelly fue una de esas víctimas colaterales que produjo el enfrentamiento político entre los partidarios de que Irlanda siguiera formando parte del Reino Unido o emanciparse del mismo vía independencia. O’Kelly trabajaba como redactor jefe del periódico “oficial” del Sinn Fein cuando sufrió en sus carnes el ataque de unos británicos en la sede del rotativo irlandés. La hemorragia interna que se le diagnosticó derivaría en un cuadro clínico extremadamente complejo, al punto que pereció con tan solo treinta y ocho años, y abortando así una obra literaria que apuntaba alto. Con todo, el precoz O’Kelly pudo armar una serie de piezas literarias, amén de su contribución en calidad de dramaturgo a favor de corriente de la Nueva Escena teatral irlandesa, de la que Sajalín levanta acta con la edición de La tumba del tejedor y de Al borde del camino (2014), recopilación de una serie cuentos elaborador por un autor que hasta esa fecha de 2010 había permanecido inédito en nuestro país.
    Seis años más tarde, Sajalín ha vuelto a editar The Weaver’s Grave pero con una portada distinta (cortesía del ilustrador Güido Sender Montes) que incorpora un camposanto conforme al hábitat natural de esos dos viejos hermanos gemelos, el uno fabricante de clavos (Meehaul Lynskey) y el otro picapedrero (Cahir Bownes). Al fondo del paisaje se sitúan dos hombres y la (cuarta) viuda de Mortimer Hehir una vez localizada la tumba del que había sido su esposo, el sepulturero de Cloan na Morar, el denominado por los lugareños «El prado de la muerte». Hasta detectar el enclave exacto de la fosa donde debe ser enterrado Mortimer Hehir, el sepulturero, esta novela corta (o relato largo, según se prefiere) realiza una prospección por ese mundo rural irlandés tan común a otros entornos rurales de numerosos países preferentemente ubicados en el hemisferio norte, en que las enemistades entre familias devienen la moneda de cambio común. Ciertamente, Lynskey y Bownes, lejos de mostrarse dos partes simétricas de un mismo todo, hacen del enfrentamiento en el plano personal un aspecto más de una cotidianedad ahogada en la rutina, en el sentimiento de aislamiento y en ese ritual de vida conectada con la muerte que se va acercando de manera silenciosa con el correr de los años. Con un pulso aferrado en lo metafórico y/o alegórico similar al de diversos escritores paisanos suyos como Oscar Wilde, O’Kelly lleva de la mano al lector a explorar en ese universo anacrónico, desplazado de la modernidad, ausente de un sentido de progreso y apegado a las raíces de una tierra que reserva una de sus parcelas al cementerio de Cloan na Moar, cuya peculiar historia marcará un antes y un después una vez expiren los habitantes más viejos del pueblo, entre los que se cuentan los gemelos Meehaul y Cahir. No en vano, a escasos dos kilómetros del cementerio donde debe ser enterrado Mortimer Mehir se ha construido uno nuevo donde yacen o yacerán los cuerpos de las tres viudas del sepulturero, Julia Rafferty, Delia Morrisey y Sarah McCabe. A propósito de la cuarta viuda de Mortimer Mehir, O’Kelly saca punta a su ironía en párrafos del estilo de «Su patetismo quedaba un tanto mitigado. La viuda tenía la leve sensación de que no sería apropiado dar rienda suelta a ninguna de las manifestaciones características de la viudez normal. Evitaba llamar la atención sobre el hecho de que había sido la cuarta esposa. ¡Qué extraordinaria tendencia a recordar las historias familiares tiene la gente cuando alguien muere!» (pág. 33). Sin duda, O’Kelly utilizaba como principal materia prima de sus piezas literarias el conocimiento sobre la naturaleza humana, seres imperfectos por definición que, en ocasiones, encuentran en el sentimiento de venganza, en el comportamiento mezquino o en la insidia una manera singular de trabar una relación con su “igual”. Desde las páginas de "La opinión de Málaga" Alfonso Vázquez sintetiza su parecer sobre Seamus O’Kelly como «Un Chéjov nacido en Irlanda». Una sentencia que sería del agrado de los responsables de Sajalín, hasta el extremo que lo han incorporado en la contraportada de la segunda edición de La tumba del tejedor. Ello se debe a que Sajalín tomaría prestado el nombre de la novela de Antón Chejov La isla de Sajalín, cuya trama se desarrolla en una isla montañosa situada entre el mar de Ojotsk y el de Japón, cerca de Siberia. Siete años de navegación por los mares de la edición en formato papel que, contra viento y marea, han propiciado llevar a puerto novelas como la de Seumas O’Kelly para que pervivan en la tierra de esos mundos imaginarios a los que solo nuestras mentes tienen acceso. Viajes por remotas zonas del planeta tierra, por un pasado lejano con seres humanos desasistidos por la Historia, recorridos de la mano de Sajalín en su homérico propósito por hacerse un hueco en el panorama editorial de nuestro país. Y a fuer de ser sinceros, desde la modestia y un perenne sentimiento de independencia, lo han conseguido en sus más de siete años de navegación ininterrumpida, a un ritmo de una media de diez publicaciones anuales. Toda una proeza administrada en tiempos de crisis, incluido el de un mundo editorial atomizado, con un horizonte sin apenas otra certeza que la de “sobrevivir” y así capear el temporal a la espera de tiempos más favorables.