miércoles, 2 de noviembre de 2016

«HECATOMBE»» (1927), de WILLIAM GERHARDIE: THINGS TO COME

En 1991 Editorial Versal publicaba por primera vez en lengua castellana una novela escrita por William Gerhardie (1895-1977). Empleando para la cubierta la imagen de un cuadro en que aparece un joven sentado ataviado con un vestido anaranjado y sosteniendo entre sus manos una fruta, Futilidad (1922) parecía un título demasiado “sofisticado” para “trascender” en el mercado editorial. Una quincena de años más tarde, Editorial Siruela un sello más acorde con el tipo de literatura que proponía Gerhardie ya desde su primera novelarecuperaba el texto en cuestión, pero facultando a una operación de “lavado de cara” con la publicación de una edición con un nuevo título (Inutilidad) y una nueva portada la que se corresponde con una hipotética imagen del personaje central, Nikolai Vasilievich, en cierto sentido alter ego del propio escritor—, una traducción ex novo a cargo de Menchu Gutiérrez y la inclusión de un prólogo, nada menos, que de Edith Wharton. Entiendo que con todos estos cambios operados sobre la opera prima de Gerhardie en relación a su primigenia edición no serían suficiente para que la apuesta de Siruela cuajara, postergando sine die la publicación de alguna de las otras novelas cinceladas por el talento del escritor de nacionalidad británica con fuertes vínculos con el otrora Imperio Ruso. Una vez más, Impedimenta anduvo resuelta a la hora de ampliar el abanico de publicaciones referidas a Gerhardie en la lengua de Dámaso Alonso, apostando por la edición en 2013 de Los políglotas (1925), acaso la novela que parece llamar al consenso sobre su extraordinaria calidad y que le granjearía un sólido prestigio en determinados círculos literarios. Él mismo pareció ser consciente de ello cuando se avino a publicar Memoirs of a Polyglot: The Autobiography of William Gerhardie (1931). En la misma se ocupa de levantar acta de las visicitudes experimentadas durante el tiempo de escritura de Doom (1927), la otra novela recuperada por Impedimenta bajo el título Hecatombe (2016) y con traducción a cargo de Martín Schifino. Tan solo asomándonos a su portada entendemos que el título “contradice” a la imagen en que aparecen siete damas de distintas edades luciendo vestidos de noche color champán con unos sombreros que cubren sus respectivas cabelleras convenientemente recogidas. Al correr de las páginas, entendemos que esa imagen de portada cuadra con el de esa alta sociedad rusa a la que pertenece Eva Dickin, la joven por la que suspira Frank Dickin, un escritor en ciernes. A propósito de este peculiar personaje, Gerhardie construye un fresco de época decididamente sarcástico y mordaz en su conjunto, e irónico en algunos de sus pasajes.
    William Alexander Gerhardie encaja dentro de la consideración de «escritor de escritores», poseedor de un timbre estilístico propio en esa afinación por combinar un universo literario persuadido por lo satírico y/o lo humorístico con una orientación visionaria que le sitúa por derecho propio entre aquellos capaces de haber entendido porqué derroteros se conducía en mundo en el periodo de entreguerras. De tal suerte, el ayer (en relación al peso del pasado que arrastra consigo una saga familiar rusa en franco declive), el hoy (cuyo diapasón lo marca las acciones emprendidas por Frank Dikin, a quien acoge cuál protector el adinerado Lord Ottercove) y el mañana (el que hace referencia al título, el provocado por una bomba atómica que anticipa lo ocurrido en el plano de la realidad a casi veinte años vista) “conviven” en un texto literario de exquisita factura en su formulación narrativa, que incluye numerosas referencias a prohombres de las letras (algunos de ellos compatriotas como Jane Austen o H. G. Wells) y unas pocas al mundo de la ciencia. Éstas últimas se dan cita cuando el relato encara su parte final, aquel capaz de dar un giro un tanto imprevisible para el lector, procediendo a “domesticar” la ironía y el sarcasmo en beneficio de la crudeza de los escenarios que sobrevuelan en nuestra imaginación al calor de la representación de un mundo apocalíptico producto de la sinrazón del ser humano. Sin duda, H. G. Wells tuvo presente Doom a la hora de conformar el guión de Things to Come (La vida futura para su distribución en suelo español) por encargo de Alexander Korda. Aunque con ciertas reservas, acaso Stanley Kubrick conociera asimismo el contenido de la novela de Gerhardie para decantarse definitivamente por modificar el rumbo de la historia de Dr. Strangelove (¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú) que quería imprimir en la gran pantalla a partir de la novela Red Alert (1958) de Peter George, que adopta un semblante “serio” en su fondo y forma. Una hipótesis de trabajo bastante probable, pero que en todo caso Hecatombe representa una propuesta única que, amén de cautivar por su prosa precisa y elegante, sorprende por las dotes de “adivino” de Gerhardie sobre el potencial de autodestrucción del ser humano bien entrado el siglo XX y que nos sitúa de facto en una nueva era. La fisión nuclear de los átomos procuraba la confección de un arma de destrucción masiva hasta entonces ni tan siquiera imaginada. Por su parte, la “fusión nuclear” de una familia rusa, en combinación con un escritor de talento dudoso en el que, sin embargo, confía Lord Overcotte (no es difícil "visualizar" la figura de Sir Ralph Richardson , uno de los actores partícipes en Things to Come, en una hipotética representación de esta pieza literaria en la escena teatral o cinematográfica que nunca se dio), ofrece buena parte de la cuota de hilaridad e ironía de un relato que había adoptado distintos nombres My Sinful Earth, Eva’s Apples y Jazz and Jasperantes de imponerse el de Hecatombe. En ese lado oscuro del planeta literario británico, transcurridos casi noventa años desde su primera edición, aún podemos observar esa huella en forma de cráter que lleva la rúbrica de William Gerhardi, en arte con el añadido final de la «e» al final de su apellido. Una «e» que equivale a excelencia literaria, a los ojos inclusive de coetáneos de mucho mayor reconocimiento artístico y/o mediático como el caso de Graham Greene o Edith Wharton, quien sentencia en el prólogo de Siruela para la edición de Inutilidad: «yo tengo talento, pero lo de él es genio».   

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