domingo, 11 de junio de 2017

«ENTERRADO POR PLACER» (1949), de Edmund Crispin: SANFORD ANGELORUM, FIN DE TRAYECTO

El penúltimo año de la década de los cuarenta no pasó de puntillas en la vida de Robert Bruce Montgomery (1921-1978) y de su alter ego literario, Edmund Crispin. Definitivamente, un lustro después de haber creado su personaje literario por antonomasia, el profesor de Letras e investigador por cuenta propia Gervaise Fen, Buried for Pleasure (1949) le consolidaba en la esfera de los novelistas versados en historias criminales, aunque en su caso con una diáfana enmienda hacia lo humorístico. De ahí que Bruce Montgomery hubiese tenido acogida en el seno del London Detection Club, que por aquel entonces experimentaba cambios en su organigrama interno el mismo año de la puesta de largo en las librerías de Buried for Pleasure, asumiendo la presidencia de la distinguida institución privada Dorothy L. Sayers en sustitución de E. C. Bentley. De esta forma, Sayers precedió en el cargo a la gran dama de las novelas de misterio, Agatha Christie, una influencia insoslayable en el patrimonio cultural de Bruce Montgomery.
   Casi a la par que salió editada la primera obra consagrada al personaje de Gervais Fen traducida al castellano por Impedimenta La juguetería errante (1946)— en 2011, recuerdo una conversación con mi buen amigo Jaume Carreras en que explicitaba la conexión existente entre el arte de escribir un historia ya sea novela o poesía— y la composición musical. Carreras hablaba desde la experiencia propia que le facultaba a creer en que la capacidad para articular una melodía en el pentagrama servía a la perfección para un propósito de índole literario, en que el ritmo, la cadencia de las frases no resulta un tema baladí a la hora de armar una historia. Sus palabras vuelven a cobrar sentido al calor de la lectura de Enterrado por placer –con una modélica traducción en el haber de Magdalena Palmer para el sello madrileño--, en que Montgomery (actuando con el nickname de Edmund Crispin) vuelve a sacar lustre de un primoroso sentido del ritmo, casi como si se tratara de tempo musical guiado por un concepto operístico, arbolado de matices en las voces y en los instrumentos, aquellos dispuestos a definir personajes con unas pocas pinceladas que confieren el mosaico humano susceptible de ser colocado bajo la lupa de un talento con hechuras de "renacentista" fuera de toda duda. Una vez más en la obra literaria de Crispin se cuelan personajes que buscan definirse fuera de los cauces de la ordotoxia, empezando por el mismo Gervaise Fen, quien se lanza a la arena de una campaña electoral local en Sanford Angelorum— con un punto de inconsciencia. En esa invitación a ir descubriendo una faceta oculta de Gervaise Fen, la de aspirante a político que trata de mostrarse equidistante a los programas electorales de los tories y de los liberales, Edmund Crispin interpela al lector, en un recurso literario que tiende puentes con novelistas como William M. Thackeray o Henry Fielding, entre otros. Muestra inequívoca que Edmund Crispin suelta amarras en relación al peso de la solemnidad que hubiera podido causar en el lector la sola idea que Gervaise Fen tutele una ideología con matriz en un pensamiento marcado por la realidad de los hechos históricos. Lo suyo más bien brota de un discurso improvisado, aleccionado hacia lo puramente utópico y/o imaginario que habla en boca del propio Bruce Montgomery, esto es, el de alguien tocado por una inteligencia refinada en el conocimiento de distintas disciplinas, una de las cuales la composición musical— empezó a elevar el vuelo en el campo audiovisual con su debut en el cortometraje Which Will Ye Have (1949). Un argumento más para pensar que Bruce Montgomery se situaba a la altura de 1949 en un “cruce de caminos”, deshojando la margarita sobre cuál sería su verdadero cometido profesional en el futuro. Por ventura, la práctica musical no le distrajo llegó a participar en la confección de una treintena de piezas cinematográficas servidas en suelo británico— de su propósito de enmienda a triunfar en el ámbito literario, dejando constancia con Enterrado por placer que la crónica detectivesca con un encadenado de desapariciones, a priori desconectadas entre sí no está reñido con una soterrada crítica social, esta vez a cuenta de unos comicios electorales que muestran viñetas de pura hilaridad (por ejemplo, la relativa a un cerdo que parece fuera de sus "cabales") en un contexto rural. Son estos los episodios donde arraiga lo vitriólico y lo caústico de la personalidad de Edmund Crispin, en consonancia con el “modo de actuación” de G(ilbert) K(eith) Chesterton, el denominado “príncipe de las paradojas” que se postuló conforme al primer presidente del London Detection Club. Montgomery hubiera podido ocupar idéntico puesto, pero su prematura muerte (registrada en 1978, víctima de un comportamiento dipsómano que no parecía tener límite) frustró una eventual candidatura para el que, a día de hoy, paradojas de la vida, sigue siendo un “hombre del renacimiento” ciertamente desconocido por estos pagos. Con todo, la encomiable labor llevada a cabo por el sello Impedimenta anima a creer que entre las nuevas generaciones de lectores “hermanados” con la excelencia literaria la obra de Bruce Montgomery AKA Edmund Crispin estará sujeta a una justa reivindicación.