martes, 21 de noviembre de 2017

«EL DESERTOR» (1952): LA JOYA «OCULTA» DE SIEGFRIED LENZ

En la década de los veinte nacieron algunos de los escritores que dieron carta de naturaleza a obras que han servido para cartografiar un particular mapa del ser humano vinculado a su relación con la guerra con una orientación netamente crítica, al albur de uno de los episodios más cruentos vividos durante la centuria pasada. La mayor parte de estos autores proceden del continente norteamericano, caso de Norman Mailer (1923-1997) Los desnudos y los muertos (1949), William Wharton (1925-2008) A Midnight Clear (1982), Joseph Heller (1923-1999) Trampa 22 (1961)— o Kurt Vonnegut Jr (1922-2007) —Matadero Cinco: o la cruzada de los niños (1969), siendo el medio cinematográfico el que contribuiría a popularizar sendos textos. Este escenario, en cambio, no ha podido darse con El desertor (1952), la segunda novela escrita por Siegfried Lenz (1926-2014), pero que no sería publicada hasta el año pasado en Alemania y, en lengua castellana y catalana en el año en curso. Bien es cierto que Lenz hubiera podido plegarse a las sugerencias de su editor de Hoffman & Campe, Rudolf Soelter, quien a su vez había contratado los servicios de Otto Görner para someter a revisión el manuscrito librado por el emergente escritor de origen prusiano. No obstante, tal como se detalla en las últimas páginas de la edición en castellano a cargo de impedimenta, Lenz se mantuvo firme en su propósito de sacar adelante su propia visión de una historia que le había convocado infinidad de horas frente al papel, escribiendo a mano para luego su esposa Liselotte proceder a mecanografiarlo. Sometido al ejercicio de revisionar lo escrito y ampliar determinadas partes del libro en ciernes, Lenz confiaría en su talento a la hora de armar un relato del que sentía especialmente satisfecho, pero que no dudaría a renunciar a su publicación si ello comportaba una modificación sustancial de su sustrato literario y de lo que, a la postre, serviría para que se alineara en su espíritu crítico para con la guerra con las piezas escritas por los citados de Mailer, Wharton, Heller y Vonnegut.
    Sesenta y cuatro años después de haber sido entregada una segunda versión de Oberläufer traducible por El desertor, aunque inicialmente había previsto el título …da gibst’s ein Wiederseben / Habrá un reencuentro, tomado de una estrofa de una popular canción teutona, la misma editorial a la que Lenz fue fiel hasta el último aliento, Hoffman & Campe, se avino a publicar la segunda de las novelas completadas por un autor que en vida recibió multitud de distinciones y reconocimientos en Alemania, pero asimismo en distintos puntos de la geografía mundial. Presumiblemente sin merecer en nuestro país la consideración de sus compatriotas Heinrich Böll o Günther Grass, empero, de un tiempo a esta parte la obra de Lenz ha ido ganando terreno al conocimiento de los lectores a través de la publicación de una parte significativa de sus novelas y de sus relatos cortos. A la determinación de los sellos Tusquets Campo de maniobras (1988), El usurpador (1990), La prueba acústica (1993), Akal El legado de Arne (2002), Duelo con la sombra (2006), Objetos perdidos (2008), Maeva Minuto de silencio (2009), El teatro de la vida (2011)— y Ediciones del Viento Qué tierno era Suleyken (2008)— se ha sumado Impedimenta con la publicación de El barco faro (2014), Lección de alemán (2016) y El desertor (2017), esta última con traducción a cargo de Consuelo Rubio Alcover. Ciertamente, se trata de tres piezas que dan fe de las hechuras de excelente escritor de Lenz, para quien su opera prima Es waren Habitche in der Luft (Azores en el aire) serviría de salvoconducto para lograr su meta: dedicación plena a su profesión. Solo así entendía que su talento innato vitaminado con su formación como Filólogo en Lengua Inglesa— llegara a buen puerto en la adecuación, por ejemplo, de un relato El desertor que parece navegar entre dos aguas; el de una reconstrucción sumamente realista el detallismo a la hora de describir escenarios y personajes devino una de sus principales bazas— y, a la par, dotada de un aliento de ficción. En este último plano es donde descansan los puntos de fuga de la existencia del soldado prusiano Walter Proska, hilo conductor de un relato evocador de un mundo en que asistimos a la radiografía de las miserias del ser humano en el campo de batalla en los estertores de la Segunda Guerra Mundial. A imagen y semejanza de la pieza literaria librada por Kurt Vonnegut a finales de los años sesenta, El desertor infunde, además de un componente poético, un soterrado humor que opera por debajo de esa capa de realidad que trata de anular la capacidad de decisión individual frente al valor hegemónico de lo colectivo. Proska decide, por su cuenta y riesgo, salirse de ese marco de represión y sometimiendo, algo que iría en contra de los principios que aún seguían rigiendo en la Alemania de postguerra en ciertas instancias de ámbito cultural léase editoriales, incluso en aquellas regladas para dar cobertura a los librepensadores como Lenz, luego alineado con el asentamiento de la socialdemocracia en el país germano. A tres años del deceso de Lenz, pues, cabe celebrar la llegada a las librerías de El desertor, una pieza profundamente humanista que contribuye a ampliar el conocimiento sobre uno de los más insignes escritores alemanes de la segunda mitad del siglo XX

miércoles, 8 de noviembre de 2017

«GLORIA» (1932) de VLADIMIR NABOKOV: EL PERIPLO DE MARTIN EDELWEISS

Este pasado verano se cumplía cuarenta años de la desaparición de Vladimir Nabokov (1899-1977), considerado uno de los grandes escritores del siglo XX. En el tramo final de su trayectoria vital Nabokov compaginó su pasión por cazar mariposas –presumía de una colección de coleópteros de incalculable valor que acabaría quedando a resguardo de la Universidad de Harvard y de Lausana, la ciudad donde pereció— con la confección de ensayos críticos, la elaboración de novelas (cuyas ediciones se dilataban más en el tiempo) y en la revisión de textos con arreglo a ser publicados en lengua inglesa. Entre éstos figura Podvig (1932), la última de una serie de nueve escritas en su lengua materna (el ruso) y que demandaban tener su correspondiente traducción en la lengua de John Milton. Podría interpretarse que los casi cuarenta años que separan la publicación en inglés de Podvig en relación a la salida al mercado de su original en ruso se debe a que el propio Nabokov podría mostrar un cierto desdén en torno a una «obra de juventud» que pivota sobre el personaje de Martin Edelweiss, con pasaporte ruso pero con un apellido de una fonética netamente centroeuropea y que, a su vez, remite al nombre alternativo de la mariposa llamada «La flor de las nieves» o Leontopodium alpinum. Consumadas las ediciones de sus “obras mayores” quedaba, pues, que un sexagenario Nabokov aceptara de buen grado sacar a la luz un material desconocido incluso para aquellos seguidores y/o admiradores de su prosa ubicados en suelo norteamericano o en Gran Bretaña. Para los que sostenemos que Vladimir Nabokov poseía un don a la hora de escribir mayoritariamente en prosa, el hecho que a la conclusión de sus treinta y tres años de vida acumulara un total de nueve novelas publicadas deviene un síntoma que en ese “curso acelerado” de escritura que le llevó a ir puliendo un estilo intransferible a lo largo de una docena de años, lo que contaba era dejar constancia de una agilidad mental que maniobraba para acometer obras armadas más desde conceptos, ideas que desde una sólida estructura narrativa bien trabada a través del desarrollo de una serie de personajes y situaciones. Ciertamente, a renglón seguido de la elaboración de Soglyadatay («El ojo») (1931) Vladimir Nabokov anduvo resuelto a formular otra de esas piezas con el brillo propio de un lenguaje que desobedece el marco de una ortodoxia narrativa que abominaba y persigue un ejercicio de abstracción. La forma, pues, importa sobremanera en la literatura de Nabokov, empeñado de manera sistemática en que buena parte de los personajes en danza en Podvig Gloria para su traducción en castellana a cargo de Anagrama, aunque otro título hubiera podido ser el de "orgullo", desde una perspectiva patriótica y/o de realización personal— sean “interpelados” por esa mirada entre refinada, displicente e irónica de su autor. Destellos de una personalidad propia que recorre la espina dorsal del (anti)héroe de la función, Martin Edelweiss, cuyo periplo europeo permanece salpimentado por toda clase de situaciones, algunas de ellas rocambolescas y otras tantas adueñadas de una acerada crítica sobre los modos y costumbres de determinados habitantes del corazón del viejo continente. En su búsqueda de un amor que se proyecta en el cuerpo y alma de Sonia, Martin se enfrenta a sus propias contradicciones que le conducen a sentir nostalgia de su país de nacimiento y, al mismo tiempo exhibir una actitud crítica para con esa Rusia pre-revolucionaria. Una vez más, a cuenta de una galería de personajes pintorescos, Nabokov hace gala de su exquisita precisión en el uso del lenguaje, arremolinado en su voluntad porque la lectura de cada página merezca un sentimiento íntimo de júbilo en el receptor de un aficionado no necesariamente asistido por un interés primario en el seguimiento de una determinada trama. Haciendo un símil con una de sus prácticas predilectas, Nabokov caza al vuelo expresiones preferentemente en francés, prestas a formar parte de una colección de especies literarias sojuzgados por un porcentaje elevado de críticos de obras en peligro de extinción. Lo es merced al uso de un lenguaje que debía ser procesado en la destilaría de la familia Nabokov con una disribución de funciones perfectamente delimitada: mientras su hijo Dmitri iba sentando los pilares de una eventual traducción al inglés, el padre Vladimir remataba la faena recubriendo las paredes de un edificio de altura media (el equivalente a unas doscientas treinta páginas, descontadas las páginas introductorias escritas por el propio autor) con esa gracia innata a la hora de armonizar un texto en cuya prescripción se recomienda ser leído en ese marco de tranquilidad y calma necesaria para que cada expresión, cada nota de humor y timbre crítico pase como una fragancia cerca de nuestras fosas nasales. Hay libros que deben ser leídos con el sentido del tacto (el papel), la vista (sobre el papel) y el olfato (alrededor del papel) perfectamente alineados. Este es uno de ellos.