domingo, 18 de febrero de 2018

«BIRD ON A WIRE» (1974): EL «PROFETA» LEONARD COHEN EN TIERRA SANTA


En 2015 el Festival In-Edit, a la altura de su 13 edición, decidió programar una retrospectiva sobre Tony Palmer (n. 1941), uno de los cineastas más prolíficos versado sobre todo en el campo del documental. Entre los once largometrajes seleccionados para dar acomodo a la retrospectiva figuraba una pieza que había dormido el sueño de los justos por espacio de treinta y seis años: Bird On a Wire (1974). Con el asentamiento de las nuevas tecnologías, Palmer se involucró a la hora de recopilar material filmado susceptible de ser “procesado” en una suerte de remontaje y, de esta forma, dar salida a largometrajes que habían quedado “varados” en la orilla en tiempos de la era analógica, que tuvo en la década de los setenta uno de sus periodos más florecientes en lo creativo por lo que compete a la música de rock, pop y/o folk. Géneros que, en mayor o menor medida, sirvieron para que Leonard Cohen (1934-2016) hilara un discurso musical recorrido por una poética que, a día de hoy, sigue siendo materia para estudiosos dispuestos a indagar más allá de la superficie de las palabras, de esas estrofas que los espectadores cantan a coro, a modo de salmos, mientras el creador de las mismas, Leonard Cohen ejerce de “profeta” sobre los escenarios.
    La canción Bird On a Wire da nombre al documental dirigido y (re)montado por Palmer sobre la gira europea celebrada por Leonard Cohen en la primavera de 1972, con punto de partida en Dublín y destino final en tierra santa, Jerusalén. Diecinueve conciertos precedieron a ese cierre de gira en un enclave especialmente significativo para un hombre de raíces judías, parte esencial de una educación recibida en su Montreal natal. Sin duda, Tony Palmer fue consciente en todo momento de la importancia que cobraría la presencia de Cohen en Israel, con una legión de seguidores capaces de recitar su cancionero como si se tratara de salmos aprendidos en una sinagoga. La cámara de Palmer, asistida por Les Young, escruta en el rostro de un artista de ojos verdes, llenos de luz cuando los astros son propicios y se produce una conexión de naturaleza místico-espiritual para con el público. Por aquel entonces, el músico y poeta canadiense ya había firmado tres discos de estudio Songs of Leonard Cohen (1967), Songs from a Room (1969) y Songs of Love and Hate (1971)— que le habían granjeado una proyección internacional. Atraído desde temprana edad por poetas europeos en singular, Federico García Lorca, a sus treinta y siete años Leonard Cohen entendió la necesidad de concebir una gira en el viejo continente, rodeado de un cuerpo de músicos Jennifer Warnes, Donna Washburn (voces), Ron Cornelius, David O’Connor (guitarras), Bob “Duke” Johnston (órgano) y Peter Marshall (bajo)— que conformaban una especie de familia a lo largo de varias semanas fuera del hogar canadiense. En plena treintena, aún candente el éxito de su tercer disco editado bajo el paraguas de la Columbia Records, Leonard Cohen se muestra a cámara conforme a una persona frágil, sensible, en permanente búsqueda de una paz interior que choca inexorablemente con las presiones inherentes a una gira en que el foco mediático lleva incluso a ser protagonista involuntario de escenas tan absurdas como la invitación a recitar uno de sus poemas musicales nada más bajarse del avión, con un avispero de periodistas al pie de la escalinata del jet privado en un aeropuerto de Europa Central. No menos pintoresca deviene la escena en que el propio Leonard Cohen devuelve el importe de las entradas de un concierto que ha sido cancelado en medio de la actuación por problemas con el sonido de los altavoces. El animal herido, superado por los fallos técnicos (se lamenta en petit comité que tan solo el concierto de Glasgow funcionó a pleno rendimiento la acústica) no reacciona con la ira como moneda de cambio, al más puro estilo de las estrellas de la música de (pop)rock que saborearon las mieles del triunfo preferentemente en los años sesenta y setenta. Su carácter acrisolado de espiritualidad hace activar la maquinaria de la razón frente a esos sentimientos encendidos cuando factores externos imposibilitan ejecutar una velada, a priori, mágica, mostrando esa faceta humana definitoria de Leonard Cohen, aquella que quedaría impresa en las letras de sus canciones. No obstante, a pocos metros que la gira llegara a la estación final, la magia sobrevolaría el recinto donde Leonard Cohen dio un concierto en Jerusalén. Las lágrimas cobraron protagonismo en el rostro del astro canadiense cuando la canción “So Long, Marianne” brotaron de sus cuerdas vocales. La canción había prendido, una vez más, en el corazón delator de Leonard Cohen, llevando consigo la necesidad de replegarse al backstage para meditar sobre la posibilidad de detener su actuación o volver a los escenarios. Con un público entregado, el Mesías Leonard Cohen regresó para dejar constancia de una nota de agradecimiento. No hubo bises, sino una despedida silenciosa, todo ello captado por la cámara de Palmer, flirtreando a lo largo del metraje con imágenes en blanco y negro como la escena que recoge la presencia de Leonard Cohen obsefvando el Muro de las lamentaciones. La puesta de largo en Inglaterra de Bird On a Wire («pájaro sobre un alambre») coincidiría con la proeza sustanciada por Philippe Petit, al ejecutar un ejercicio de funambulismo de elevadísmo riesgo, cruzando con un alambre de punta a punta (varias veces) la distancia que separa las Torres Gemelas de Nueva York. En la Ciudad de los Rascacielos sería precisamente donde Leonard Cohen, tras su fracaso en calidad de poeta sus obras no pasaban de los dos millares de copias vendidas en sus ediciones primigenias— alimentó la posibilidad de cultivar una carrera musical, colocándose sobre ese alambre invisible en que resulta tan fácil caerse al vacío y desaparecer para siempre. Empero, Leonard Cohen logró permanecer en el alambre sin la necesidad de artificios y trucajes hasta el fin de sus días. De la pureza del artista levanta acta, a modo de testimonio visual y sensitivo para los anales, esta gema llamada Bird On a Wire, esculpida por Mr. Palmer.       


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