domingo, 25 de febrero de 2018

«REMEDIOS DESESPERADOS» (1871) de Thomas Hardy: EL DEBUT DE UN GIGANTE DE LA LITERATURA UNIVERSAL

Dentro de su incipiente colección reservada a títulos clásicos de alcance internacional, Ático de los libros se suma a la extensa lista de editoriales que han acogida en sus respectivos catálogos una o varias obras del escritor inglés Thomas Hardy (1840-1928). Poeta antes que novelista y autor de cuentos, Hardy representa un ejemplo paradigmático de hasta qué punto cuestiones en nada relacionadas a su calidad narrativa erosionaron su condición de prohombre de las Letras en sus años de mayor actividad volcado en el noble arte de escritor. Estas cuestiones “extraliterarias” fueron las que sometieron al dictado del olvido su primera novela publicada (bajo seudónimo), Remedios desesperados (1871), que el sello Ático de los libros ha tenido la intuición, cuando no la diligencia y la habilidad de publicar por primera vez en lengua castellana, en una traducción impecable de Claudia Casanova.
   Recientes aún las lecturas de Tess de los d’Ubverville (1891) y Jude el oscuro (1895), en sendas ediciones a cargo de Alba, el acercamiento al debut literario “oficial” puesto que el manuscrito de The Poor Man and the Lady (1867) se da por desaparecido— me coloca nuevamente sobre la pista de un escritor de primera magnitud, abonado al detallismo y con una clara decantación a la hora de “aliarse” con un paisaje natural en que trata de capturar a través de las páginas de sus voluminosas novelas esos sonidos propios que emanan de la fauna y de la vegetación circunscrita a Wessex, región inventada del sur de Inglaterra que atiende a las características geográficas y a la idiosincrasia propia de los habitantes de su Dorset natal. Pero el sostén narrativo de Remedios desesperados se fundamenta en un personaje como el de Cytherea Graye, un esbozo a carboncillo de futuras (anti)heroínas que pueblan la literatura de Hardy y que alcanzaría sus cotas más altas de desarraigo de los convencionalismos sociales la Sue Bridehead de Jude el oscuro y Bathsheba Everdene de Lejos del mundanal ruido (1874). Tras su tentativa frustrada con The Poor Man and the Lady, Thomas Hardy cinceló un retrato costumbrista que mereció la reprobación de los sectores más conservadores de la sociedad victoriana, al punto que fue tildada de escandalosa al colocar en el disparadero al personaje de Aeneas Manston, atribuyéndole un perfil propio de maltratador a los ojos de hoy en día. Por aquel entonces, empero, este tipo de semblantes masculinos, ociosos de comportamientos degradantes para con sus cónyuges (ese fue el caso de Cytherea, casada en segunda nupcias siete días antes de la Vieja Navidad) o amantes contadas veces se registraban en la Literatura Inglesa, siendo en este aspecto Hardy un avanzado a su época con frases del calibre «a pesar de la costumbre, hoy arraigada, que sostiene que la mujer no es menos que un hombre, sino distinta, el hecho es que las mujeres pertenecen a la humanidad y, en muchos sentimientos de la vida, la distinción sexual es una mera diferencia de grado» (pág. 217),  consignadas en el ecuador de una novela que avanza inexorablemente hacia un final cubierto de un velo de tristeza y resignación. Anticipo, pues, de la plantilla emocional al que se amoldarán la docena de novelas que Hardy llegó a escribir en un periodo de un cuarto de siglo. Tiempo suficiente para aquilatar una obra literaria que vale su peso en oro merced a esa sabia combinación de retratista de la condición humana y de fino observador de las infinitas formas que adopta la Madre Naturaleza, aquellas prestas para que las alegorías sublimen el texto hasta el extremo de hacer que cada página vencida deje en el lector un poso, un aroma de placer indescriptible. Virtud de un escritor que experimentaría con Remedios desesperados la opción del juego epistolar librado entre Cytherea y su hermano Owen, afectado de una extraña dolencia en una de sus piernas que le lleva ser apartado de su puesto de trabajo y, en paralelo, a un largo periodo de convalescencia, a imagen y semejanza de propuestas literarias coetáneas, caso de Jane Eyre (1847), de Charlotte Brontë, con la que no pocas veces se la ha equiparado. En cierta manera, Jane Eyre y Cytherea beben de las mismas fuentes, aquellas deudoras de un pasado que las atenaza y las predispone continuamente a proyectar una sombra de duda sobre los aspirantes a conquistar sus afligidos corazones.               

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