sábado, 14 de abril de 2018

ROGER WATERS, US + THEM EUROPEAN TOUR ‘018: EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE PRIMAVERA


Si hay un olor característico de la festividad de Sant Jordi es el de las rosas. A diez días de la celebración de la Diada de Sant Jordi, el auditorio que lleva el mismo nombre, sito en la ciudad Condal, acogió el arranque de la gira Us + Them capitaneada por Roger Waters, incorporando al set list el tema Smell of Roses, perteneciente al último disco en estudio del legendario miembro de Pink Floyd, Is This Life We Really Want? (2017). Un título que lleva incorporado un interrogante para una propuesta musical sembrada de figuras alegóricas, como ese olor de rosas que trata de corregir, a modo de mecanismo de autodefensa, la realidad de un mundo que hace tiempo ha entrado en “estado de pánico” al albur de totalitarismos camuflados de democracias del siglo XXI. «Wake up / Wake up and smell the roses / Close your eyes and pray this wind don't change / There's nothing but screams in the field of dreams» («Despierta / despierta y huele las rosas / Cierra tus ojos y reza que este viento no cambie / No hay nada más que gritos en el campo de los sueños») reza una de las estrofas de uno de los doce temas que jalonan Is This Life We Really Want?. Gritos de júbilo se registraron entre el público en ese campo de los sueños que se convirtió para un servidor el Palau de Sant Jordi la pasada noche del viernes 13 de abril de 2018 y, a buen seguro para mi mujer Esther con la que pude compartir una velada mágica. Apostados prácticamente en primer línea (la ocasión lo merecía) dos horas antes del concierto, con un ligero retraso a las 9.20 de la noche Roger Waters, el maestro de ceremonias, daba inicio a la gira europea de Us + Them, en alusión a la pieza maestra integrada en el álbum Dark Side of the Moon (1973). El mismo no faltaría en el repertorio musical que nos brindó Waters y su banda en el ecuador de la segunda parte del concierto. Al compás de este tema compuesto por Richard Wright desvié un pensamiento para el finado teclista de Pink Floyd, del que aún conservo en la memoria su imagen del concierto celebrado en agosto de 1994 en el Estadi Olímpic, a escaso medio millar de metros del Auditori de Sant Jordi. Dos emblemáticos emplazamientos ubicados en la montaña de Montjuic, allí donde se iluminaron los corazones de muchos de nosotros en un concierto que jamás olvidaré, en que Roger Waters dio una master class de cómo un músico sabe corresponder a un público ecléctico, buena parte militantes de base del rock sinfónico y otros que han recogido el testimonio de padres, tíos e incluso abuelos de esas escuchas de los discos de Pink Floyd, preferentemente los fechados en los años setenta. De ese legado musical hubo una amplia representación en el set list, siendo uno de los high point de la velada la puesta de largo de algunos temas de Animals (1977) con una escenificación que es una evocación a La rebelión en la granja de George Orwell, en que parte del lineup y el propio Waters se acomodan una careta de cerdo para regocijo de un público ya decididamente entregado. Otros pasajes orwellianos se dieron cita en el Palau de Sant Jodi, con la proyección de dirigentes políticos cuyas decisiones han comprometido al futuro de la humanidad, llevándose la palma en el envite la imagen de Donald Trump, una suerte de monigote en las manos de Terry Gilliam en su etapa Monty Python. No hay mayor afrenta para Waters que un político que tenga entre ceja y ceja crear un muro que divida países en el nuevo milenio. De ahí la ira del miembro de Pink Floyd (me niego a pensar en términos de ex; él seguirá siendo una pieza basal de un sonido inifinidad de veces imitado, pero siempre es preferible el original) para con el máximo mandatario de la Casa Blanca, quien esa misma madrugada mandó lanzar las bombas “inteligentes” a determinados enclaves estratégicos del régimen de Siria. A modo de epifanía («Mother do you think they'll drop the bomb?» / «Mamá, ¿piensas que tirarán la bomba?»), Waters nos obsequió con el tema Mother de una de las Opus magna de los Floyd, The Wall (1979), instantes antes de concluir su repaso a los miembros de la banda, con mención especial para las polifacéticas Jess Wolfe y Holly Leasing (a pesar de lo blanquecino de sus pieles, poseídas de unas poderosas voces negras, a juego con los vestidos que lucían), y un guiño a su otrora compañero David Gilmour, al equiparalo con la imagen setentera del guitarrista Jonathan Wilson. Para sus adentros, el frontman británico debió pensar «When We Were Young», parafraseando el título de obertura del postrer álbum de Waters, del que pudimos escuchar cuatro de sus temas de un espectáculo de primera magnitud cuya guinda la puso Confortubly Numb. The Wall again. Mientras queden muros por derribar, Mr. Waters seguirá en activo con su juego de guitarras, un renovado entusiasmo y un amor incondicional por la música. Aquella capaz de apelar a los sentimientos y a permanecer vigilante ante las atrocidades que se cometen en un planeta sometido al dictamen de las guerras en cuyo fondo subyace el poder del dinero y el control de las masas. Leit motivs de un discurso musical que no parece tener fin en el ánimo de Roger Waters, con quien pude chocar los puños en el momento que abandonó el escenario y decidió hacer un acto de agradecimiento al público que ocupábamos las primeras filas de un auditorio casi lleno hasta la bandera en gran parte de su aforo con cabida para unas veinte mil personas. Lejos de dosificarse, Roger Waters, a sus setenta y cuatro años, se entregó hasta el último aliento en un concierto que concluyó justo a medianoche. Tocaba, pues, que cada uno de nosotros desfilara hacia sus respectivas carrozas de oro. Habíamos vivido nuestro particular cuento de hadas en ese sueño de una noche de primavera mientras nos hacíamos la pregunta: «Is This the Life We Really Want?». La respuesta para un servidor no se hacía esperar: «con conciertos como éste, rotundamente sí».                      

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